Ideas - Massimo Recalcati reflexiona sobre la "clínica psicoanalítica de las organizaciones" y sobre la relación entre ley y deseo, comparando el vacío con el centro del jarrón alrededor del cual el artesano moldea la arcilla
Luigino Bruni
publicado en Agorà di Avvenire el15/02/2025
En el ensayo Il vuoto e il fuoco Massimo Recalcati deja de lado (esperemos que no para siempre) la fundación bíblica del psicoanálisis, que lo tuvo ocupado durante muchos años, y nos habla de la “clínica psicoanalítica de las organizaciones”. Un tema familiar para él, desde que empezó hace quince años a acompañar empresas e instituciones aplicando los instrumentos y las categorías del psicoanálisis para el diagnóstico y la posible terapia de las organizaciones – aunque el libro es un ensayo teórico con pocos (quizás demasiado pocos) casos de negocio y ejemplos prácticos. El título, como pasa casi siempre con los libros de Recalcati, es un título feliz que dice por sí mismo cuál es el corazón del ensayo. Las organizaciones se generan y se alimentan con un fuego, con un deseo individual y colectivo, y viven hasta que el fuego se apague. Pero para que el fuego arda y crezca con el tiempo, se necesita de la experiencia colectiva de un vacío central, una especie de espacio libre no ocupado, para que el fuego cree y tome el oxígeno necesario para vivir y regenearse, porque, como diría Edgar Morin: “lo que no se regenera degenera” (2001).
La tesis está bien explicada ya en la Introducción: “En toda organización suficientemente sana se activa un circuito virtuoso: el vacío hace posible el fuego, pero el fuego, a su vez, genera el vacío. El ímpetu inventivo y creativo del deseo, en efecto, no satura los espacios, sino que tiende a dilatarlos, a alargarlos, a multiplicarlos”. Una aplicación, por lo tanto, de la dinámica Ley-deseo está en el centro de la investigación de Recalcati: el fuego (deseo) no se dispersa en una anárquica y perversa búsqueda de placer si mantiene vivo un diálogo con la Ley que no mata al deseo ocupando su centro, sino que lo sirve y lo alimenta guardando precisamente un espacio vacío: “Una organización resulta generativa cuando la dimensión simbólica de la Ley y del deseo no están disociadas o contrapuestas, sino que saben integrarse de manera fértil”. Es el código paterno que garantiza la buena alianza entre Ley y deseo, al que Recalcati aporta el código materno (que activa la vida y la cuida) y el de ‘hermandad’ (crear un buen narcisismo de equipo). La Ley, entendida también, pero no solo, como la Ley/Torá bíblica y paulista, mata el deseo cuando ocupa todo el espacio y en lugar de cuidar el vació central lo llena de tabúes y prohibiciones. Una dinámica que, retomando la teoría de Roberto Esposito, a veces Recalcati declina como un diálogo entre institución y Vida – Recalcati es muy bueno para reconocer sus deudas con otros autores (Lacan en primer lugar), algo típico en los autores de calidad: el que roba de otros sin reconocer lo hace porque no tiene suficiente confianza en la fuerza de sus ideas, y por lo tanto tiene miedo de que una vez reconocida su deuda, de propio y de bueno quede muy poco. Para decirnos qué es este vacío necesario, Recalcati utiliza algunas metáforas prestadas también de la tradición taoísta, porque el vacío corresponde más al registro del mito que al del logos.
El libro es un razonamiento con pretensiones (la mayoría no decepcionadas) de ofrecer una verdadera y propia teoría sobre las muchas razones que hacen que tantas instituciones, quizás todas, estén dominadas por fuerzas centrípetas (casi) invisibles que terminan por atacar ese centro vacío, y por lo tanto por apagar el fuego, aun cuando sus protagonistas no lo desean – Recalcati subestima los efectos no intencionados en la dinámica de las instituciones, que son los más importantes, como nos enseñaron las ciencias sociales del siglo XX.
En el centro del ensayo está el concepto de discurso, que Recalcati retoma de la escuela francesa (Foucault y Saussure, además de Lacan), que es una especie de espacio social en el que tiene lugar el lenguaje. Las organizaciones son y se mantienen generativas si en su interior actúan diversos discursos; e involucionan y se extinguen si prevalece un solo discurso por sobre los otros, hasta devorarlos. En particular, siguiendo a Lacan, son cuatro los discursos esenciales: el del “amo”, el discurso “histérico”, el de la “universidad” y el del “analista”. En realidad, como afirma en una nota al pie, Lacan había agregado un quinto discurso: el del capitalista, que sin embargo Recalcati no toma en consideración, aunque sea importante para entender hoy el mundo y las empresas, ya que, contrariamente al ‘discurso del amo’ el del capitalista se caracteriza en relación al consumo y al disfrute infinito de los bienes. Un discurso vuelto ahora más esencial desde que, con el cambio de milenio, el capitalismo de las fábricas pasó al consumo solitario, y entonces el espíritu del capitalismo se trasladó primero al supermercado y luego al shopping online, vivido como un nuevo paraíso sin sacrificio (que en verdad es un sacrificio radical y total).
No por nada el discurso del amo es el primero, “el discurso como fundamento de la posibilidad de existencia de los demás discursos” porque crea una “identificación idealizadora con el carisma del jefe”, del fundador, del emprendedor, del “líder”. El que conoce las teorías de Recalcati entiende rápido que este primer discurso es simbólicamente análogo a la Ley, esencial en toda institución humana porque tiene la tarea primaria de poner “un freno al disfrute” (Lacan), ya que sin la Ley “no habría posibilidad alguna de frenar la deriva anárquica del disfrute individual”. Es un discurso que “no desea conocer la verdad, pero que exige que ‘todo funcione’”. El segundo discurso, el histérico, es especular y alternativo al del amo: “el sujeto histérico reivindica constantemente la dignidad de su singularidad contra toda forma de homologación”. Todas las organizaciones deben saber guardar “el lado propulsivo del discurso histérico”, porque tiene que ver con la irreductibilidad del yo al nosotros, con el excedente de cada individuo sobre el todo totalizador. El segundo discurso es el del deseo individual, que hace vivir una institución. El tercero, el de la Universidad, y el cuarto, el del analista, pueden ser vistos también como declinaciones del discurso del amo y del discurso histérico, Ley y Deseo, respectivamente, porque (en mi opinión) son menos “primitivos” que los dos primeros. De hecho, el de la Universidad “quiere intentar sustituir el carisma del padre-patrón con la apología anónima y neutral del número. Su saber no tiene nada de idealizador porque es un saber de dossier, gris, técnico, burocrático”. Es la tendencia a la creación de catequismos y manuales para confesores, a la transformación del carisma en técnica, a la traducción del “¿qué es?” (el man-hu del Éxodo) al “¿cómo funciona?”. Es la ley sin espíritu, la institución sin carisma, la fundación sin el fundador (la vieja tentación pelagiana), presentadas con la promesa de que la despersonalización del carisma va a quitar la picadura venenosa del fundador-amo realizando al fin la utopía de una Ley sin legislador. El ideal se convierte en un conjunto de técnicas, procedimientos, códigos, instrumentos, “dinámicas”, presentados como algo éticamente superior, porque se cree que así el carisma se universaliza y se hace transmisible a la próxima generación, y es por ende repetible (la repetibilidad es un gran engaño). El ideal se convierte así en “la ideología del ideal”. Para Recalcati también este tercer discurso (en dósis homeopáticas, diría) necesita una buena institución, porque ninguna organización sobrevive sin transmitir un saber codificado, reglas, tradiciones, estatutos y constituciones. Y por último, el discurso del analista (para mí el menos explicado), que es una variante del histérico. Es siempre la reivindicación de la irreductibilidad de algo vital respecto a la tendencia a la homogenización del amo (y de la universidad), pero mientras que en el discurso histérico es la persona individual la que reivindica la propia personalidad e interpretación del carisma como irreducible al todo o a un promedio, en el cuarto discurso lo irreducible es el ideal mismo, el carisma, percibido y defendido como indecible e intraducible al primer o al tercer discurso (y tampoco al segundo): un algo “que no puede ser domesticado por el discurso en la medida en que constituye el fondo sin palabra”, porque en cierto sentido constituye “el vacío”. Y por lo tanto también este discurso es co-esencial en una comunidad que respira bien.
La tercera parte sobre las “fijaciones discursivas” corresponde al análisis sobre aquello en lo que se convierten las instituciones y los movimientos cuando un solo discurso prevalece por sobre los otros, que son, lo repito, las muchas formas que toman la Ley-sin-deseo y el deseo-sin-Ley. El resultado de estos reduccionismos ad unum es muy parecido: el vacío central es atacado y el fuego se apaga. Cuando prevalece el discurso del amo – condición que Recalcati llama «paranoia identitaria» –, el resultado evidente e inevitable es la intransmisibilidad del carisma a la segunda generación post-fundación. En mis propias palabras, el “padre fundador” se come al “hijo-institución” en una relación radicalmente incestuosa, en la que el amo para vivir consume su fundación. El consumo prima por sobre la producción, y el fundador se convierte en el único amo y propietario e impide que la vida continué después de él. El deseo único del amo devora todos los otros deseos, a los que se les pide morir (castración) para desear todos solamente los deseos del amo. Una operación de esterilización anti-conceptiva que bloquea las instituciones en la primera etapa de la existencia. La comunidad crece mucho durante la vida del fundador y alcanza grandes resultados porque el sacrificio de los deseos individuales será para la institución un carburante con altísimos números de octanos, pero el gran éxito del fundador es el gran fracaso de las fundación-post-fundador.
La deriva histérica – «La inconclusión estéril» – es también acá la simetría de la paranoia identitaria. También en este caso el centro es ocupado y obstruido por la histeria, y la absolutización de la experiencia individual irreducible produce la muerte de la institución por una hipertrofia crítica y por una falta de conclusión radical. No se crea ningún centro, ninguna pertenencia a algo común, no hay cuerpo colectivo y el “nosotros” se desmiembra en varios yoes histéricos; no hay liturgias ni momentos comunes, ningún respiro comunitario, todos dominados por la insatisfacción que nunca ninguna concesión podrá desde arriba satisfacer – es típico de estas derivas constatar que cuanto más aumentan las concesiones para satisfacer los pedidos de los miembros, más aumentan las nuevas insatisfacciones: un poco análogo a la “paradoja de Tocqueville”. Las últimas dos derivas de los discursos de la universidad y del analista – es decir, la “burocratización hiperespecializada” y la “imposibilidad de establecer vínculos” – son fácilmente intuibles por los lectores, y los remito al libro para profundizar.
Se entiende, por último, cómo el discurso de Recalcati sería muy útil para las comunidades espirituales y carismáticas, que en estas páginas hemos llamado Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), que deseamos que se puedan convertir en tema de sus futuros trabajos (o de su escuela).
Un último apunte: la tesis central del libro – el fuego vive en el vacío central solo si los cuatros discursos coexisten y van juntos – no debe entenderse como un llamado al equilibrio y a la búsqueda de la distancia correcta (como en la metáfora de Schopenhauer de los “puercoespines friolentos”). En la vida real y en el ciclo de vida de una institución, los cuatro discursos se encuentran en medidas y en formas diferentes, a veces muy desequilibradas, y el desequilibrio es parte esencial de su generatividad.