Historia – Va tomando forma el proyecto colectivo para conocer las realidades del microcrédito nacidas en el siglo XV bajo el impulso de los franciscanos
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 11/02/2025
Comenzó nuestra ‘investigación desde abajo’ sobre los Montes Frumentarios, en Italia e inesperadamente también en España y América Latina. Muchas gracias a los lectores que se pusieron a buscar en los archivos de las parroquias y las diócesis. Hay una página disponible dedicada a esta investigación (https://www.pololionellobonfanti.it/notizie/riscopriamo-insieme-i-monti-frumentari/). Estamos dando vida a una verdadera investigación popular, que si sigue y se extiende todavía más nos va a permitir reapropiarnos de porciones de la historia y del alma local y nacional.
Mientras tanto, volví a los archivos de mi parroquia de Marsia (AP) y, de nuevo con la ayuda de mis amigos y del párroco don Rodolfo De Santis, localizamos otros Montes (llegamos a 14 en un radio de diez kilómetros), y un tercer libro bien conservado del Monte Frumentario de Marsia (1797-1864), con informes muy valiosos sobre la evolución de los Montes hechos por cuatro obispos de Ascoli. Es impresionante observar la atención que la iglesia le daba a estas instituciones, por un instinto espiritual que le ordenaba hacer del Evangelio pan para los pobres, para no traicionar ni al Evangelio ni al pueblo.
En 1797, el obispo de Ascoli, el cardenal Archetti, realizó una visita pastoral a la parroquia de Marsia -unos meses antes de ser arrestado por las tropas francesas- y se ocupó explícitamente de su Monte frumentario. En su visita, vio que el «Monte frumentario de Marsia no había sido restaurado desde hacía muchos años, asi que ordenó que fuera todo reinstalado lo antes posible”. Obispos y párrocos hacían realmente de todo por mantener vivas estas instituciones pobres, porque también el capital de los Montes estaba expuesto a los años de cosechas pobres.
En las cartas se encuentran con frecuencia reclamos y protestas de los pobres. De hecho, en el acta de la visita del obispo Gregorio Zelli en 1843 se lee: “Constatando que la cosecha de este año fue penosa, hemos por lo tanto autorizado por una petición hecha por los parroquianos de Casacagnano…, a otorgar el aplazamiento de pago a aquellos que realmente no tienen la capacidad”. Y el 19 de junio de 1853, el párroco Paoletti escribe: “En este año de 1853 no fue devuelto el trigo prestado… debido al reclamo hecho por los pobres”: el mismo texto que el del 18 y el 22 de junio de 1857. Al menos tres años de cada cinco el trigo no era devuelto, gracias al reclamo de los pobres. Los pobres reclamaban y el obispo suspendía la obligación de restitución del trigo. Estos proto-bancos eran capaces de atender las señales débiles, de aceptarlas, de responder. Vivían la naturaleza del crédito, porque los acreedores antes que en las notas creían en el lamento de los pobres. Qué lejos están los bancos de hoy que creen en el grito del mercado, pero cuando es el pobre el que grita, miran casi siempre para otro lado.
Nuestros abuelos tuvieron la primera experiencia crediticia gracias al crédito del trigo: habían asociado los préstamos al pan, a la vida. Y así pudieron entender algo del misterio de la eucaristía, porque era una expresión sacramental de ese trigo que, gracias a la iglesia, se convertía en otro pan de vida. El pan de la misa y el pan del Monte eran el mismo grano bueno. Así fue que nació la cultura bancaria de nuestro pueblo. Hoy no entendemos el misterio de la eucaristía porque, en un ambiente virtual que perdió contacto con el olor del trigo y con su oikonomia de comunión, hemos olvidado el verdadero valor de cada pan compartido.
Pero no debemos pensar que esos Montes eran simplemente instituciones de beneficiencia y de limosnas. Eran ciertamente obras caritativas, pero en su sentido etimológico latino de caritas, es decir, ‘eso que es caro’, eso que tiene valor económico. Una palabra comercial que los cristianos de Roma tomaron de los comerciantes, aunque hayan agregado una humilde hache - charitas - para decir que la palabra era también traducción de la ‘charis’ griega, o sea, de la gracia, de la gratuidad. No entendemos nada de nuestro modelo económico, del que había hasta ayer y que hoy está desapareciendo por ignorancia y descuido, si separamos el don del contrato y el mercado de la gratuidad. Es esa mezcla, ese mestizaje de espíritus lo que creó el espíritu del capitalismo meridiano, que da frutos y vivifica mientras siga siendo mixto y espurio.
La naturaleza económica de los Montes se muestra cuando, en otras páginas de los antiguos documentos, leemos: “Los deudores que no devolvieron el trigo recibido quedan excluidos de la participación en la nueva distribución” (Capodipiano, 1785). Esta regla crediticia – lo hemos visto – podía ser obviada, pero la restitución del préstamo con el ‘crecimiento’ (intereses) y la exclusión de los incumplidores sin justa causa no dejaba de ser la regla. Los intereses en trigo (la diferencia entre ‘entero’ y ‘pelado’) en algunos escritos están cuantificados en 5 libras de grano por cuarto, que correspondía a un poco más del 6% - una cuarta, en el Piceno del siglo XIX, era aproximadamente 35 litros, o sea, 25,5kg de trigo; 330 gramos eran una libra, por lo tanto el interés subía a 6,3% (véase, entre otras, el acta del 04/09/1856).
La primera y gran palabra de los Montes es confianza. En el decreto sobre el Monte del obispo Zelli de 1835 se lee: “Nadie podrá recibir préstamo sin una obligación de tener garantizada una apropiada y solidaria seguridad”. De hecho, en las escrituras contables se lee eso en cada préstamo: “Serafino Serafini - sicurtà solidale Francesco Panichi”, y en la línea de abajo: “Giuseppe Panichi - sicurtà solidale Serafino Serafini”. Sicurtà [seguridad], quiere decir el seguro fiduciario personal, un aval que los parroquianos se prestaban unos a otros: todos eran al mismo tiempo garantes y deudores. Una antigua práctica que hoy a nosotros, acostumbrados a unas fianzas de poca fides, nos parece rara - ¿qué valor tiene la garantía del que garantiza a alguien que es a su vez su garante? Esto nos revela algo realmente importante.
La confianza sobre la que hemos construido Italia no es la confianza del yo, ni la fiabilidad del individuo aislado. La confianza latina y católica era la confianza del nosotros: se confiaba en una comunidad, se creía en los nombres de esas personas concretas, porque estaban todos ligados entre ellos por una cuerda en la que también se amarraba la confianza del trigo – Antonio Genovesi recordaba que ‘fides’ en latín es fe, confianza y también cuerda. Se fiaban de los ‘desconocidos’. Leemos: “El derecho a participar del beneficio de la distribución está restringido a las familias de la parroquia, y del mismo modo deben ser la ‘Seguridad’ de la parroquia, no pudiendo los alcaldes obligar a recibir seguridad extranejera…” (Capodipiano, 1785). Deudores y garantes debían ser de la misma parroquia, y la base parroquial más esta confianza colectiva eran el secreto de los Montes, lo que propiciaba también su multiplicación en el territorio. Ciertamente, esta confianza solidaria tenía su lado vulnerable, porque, como en toda cordada, cuando alguien se cae pone a todos en crisis; pero esa misma cuerda, otras veces decisiva, impedía que el que se caía se precipitara, porque los brazos y el corazón de los demás lo sostenían. Las comunidades sabían que para muchas cosas todos estaban en el mismo barco. El capitalismo financiero global, en cambio, ha pensado en sustituir esta vulnerabilidad con los algoritmos. Y por incrementar el trigo de pocos se olvidó del trigo de todos.
El registro de Marsia reporta la última firma del párroco Don Giovanni Paoletti con fecha del 16 de junio de 1862. De hecho, pocas semanas después, con la Ley Rattazzi sobre las Obras Pías (n. 753) el nuevo Reino de Italia trasladará la gestión de los Montes de la parroquia al nuevo municipio. La Ley Rattazzi instituyó Las congregaciones de caridad, “compuesta por un Presidente y cuatro miembros del municipio” (art. 27). En efecto, el 31 de agosto empieza una nueva contabilidad en estos viejos registros, ahora firmada por el presidente de la ‘‘congregación de caridad”. Primero la responsabilidad era de la parroquia, del párroco y de dos alcaldes, ahora los cuatro de un Monte debían acompañar a los al menos 14 Montes del municipio – primero con 28 alcaldes más 14 párrocos. Se pierde la subsidiariedad y la confianza local, y pocos años después deja de haber rastros, aunque se tratase de la misma situación económico-social que en las décadas anteriores, y quizás peor.
Muchas páginas de estos viejos registros me emocionaron, y algunas me conmovieron profundamente. Me refiero a las muchas en las que el párroco Paoletti escribía: “Signo de cruz Felice Michetti; Signo de cruz de Stefano Bufagna; Signo de cruz de Francesco Livi” (18/10/1860). Esos alcaldes, elegidos entre los mejores ciudadanos, eran analfabetos, por lo tanto firmaban los documentos con la única firma que conocían: una cruz. “En el examen de catequesis don Serafino me pidió que le explicara la firma de la cruz. ‘Nos recuerda la pasión de nuestro Señor’, respondió, ‘y es también el modo en que firman los infelices’ (Ignazio Silone, El secreto de Luca). Analfabetos sí, pero infelices quizás no, no más infelices que nosotros que tenemos másteres y doctorados. En esas cruces volví a ver las de mis abuelos y las de tantos viejos de mi infancia; y al salir después del archivo leí esos mismos nombres y apellidos en el Monumento a los caídos de la primera guerra mundial que está frente al municipio. No sabían escribir ni leer, pero sabían administrar el trigo en bien de todos, porque conocían la lengua del alma, del dolor, de la vida. ¿Y nosotros? Contamos con esta investigación, involucremos a otros. /continuará.