La deriva – El espíritu del capitalismo y de los capitalistas es adaptativo y pragmático: apenas cambia el clima político, cambia de lenguaje, de aliados, de medios, y utilizan guerras, dictaduras, aranceles y populismos para seguir con los negocios.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 25/02/2025
En su corta historia, el capitalismo ha tenido relaciones ambivalentes con la democracia, con la paz y con el libre mercado. A veces la historia, pensemos en el nacimiento de la Comunidad Europea, ha confirmado la tesis de Montesquieu – “El efecto natural del comercio es llevar la paz’’ (L’Esprit des Lois, 1745). Otras veces, quizás las más numerosas si incluimos nuestro presente, los hechos le dan la razón al napolitano Antonio Genovesi – “Gran fuente de guerra es el comercio’’, porque “el espíritu del comercio no es sino el de la conquista” (Lezioni di economia civile, 1769). ¿Cuál es entonces la relación entre el espíritu del capitalismo y el espíritu de la paz, la democracia y la libertad?
Con la implosión de la gran alternativa colectivista, el nuevo capitalismo del siglo XXI se caracteriza por una notable biodiversidad de formas y culturas empresariales. Esta variedad de instituciones económicas – desde la pequeña empresa a la multinacional, desde las empresas de beneficio e interés colectivo a las de capital de inversión financiera (private equity) – crea un efecto cortina que hace olvidar que el centro del sistema capitalista vive y crece guiado por un solo objetivo: la maximización racional de la riqueza en forma de beneficios y, cada vez más, de rentas. Este es el núcleo que impulsa todo el variado movimiento de nuestro capitalismo. Para los grandes actores globales, todo lo que no sea crecimiento de ganancias y rentas es solo un límite que hay que sortear o atenuar, incluyendo las diversas legislaciones ambientales, sociales y fiscales. Este capitalismo conoce solo la ética del crecimiento de flujos y de los activos económicos y financieros, el resto es solo un medio con miras a este fin único.
Entre los medios también pueden estar la democracia, el libre mercado y la paz, pero no son necesarios. El espíritu del capitalismo y de los capitalistas es adaptativo y pragmático: si en una región del planeta hay democracia, libre comercio y paz, se insertan en estas dinámicas democráticas, liberales y pacíficas, y hacen sus negocios; pero apenas cambia el clima político, con un perfecto cinismo cambian de lenguaje, de aliados y de medios, y utilizan guerras, dictaduras, aranceles, populistas y populismos para seguir persiguiendo su único propósito. Y si en circunstancias diferentes, del pasado y del presente, algún gran poder económico vislumbra oportunidades de mayores ganancias en escenarios bélicos, no liberales y no democráticos, no tiene ningún escrúpulo en promover ese cambio, porque, no está de más repetirlo, el telos, la naturaleza de este capitalismo no es la paz, ni la democracia, ni el libre mercado, sino solo las ganancias y las rentas. Ayer y hoy.
Basta pensar, con un gran e incómodo ejemplo, en la aparición del fascismo en Italia. No habríamos tenido veinte años de fascismo sin la decisión de las élites industriales y financieras italianas de utilizar a ese grupo de escuadrones de la muerte para protegerse del ‘peligro rojo’ concreto y posible, convencidos de que el Estado liberal jamás lo habría hecho. Ante el miedo de perder riquezas y privilegios, aquel capitalismo italiano (en su gran mayoría) no tuvo ningún reparo en abandonar la democracia, la libertad, el libre mercado y favorecer el surgimiento del régimen fascista. La economía corporativa fascista, que conquistó y contagió a buena parte de los economistas liberales italianos y católicos, se presentaba como la superación “del sistema indvidualista-liberal, que había dominado las naciones civilizadas durante el siglo XIX hasta la guerra, y del comunismo: se requiere un sistema apto para mediar entre los dos extremos, superándolos. Se revela aquí también la armonía del espíritu latino” (Arrigo Serpieri, Principi di Economia Politica Corporativa, 1938, pp. 29-31). Y Francesco Vito, un importante economista católico, escribía en su Economia Politica Corporativa:“La tarea de la nueva economía consiste esencialmente en asumir de manera consciente los fines sociales en lugar de la concepción individualista de la sociedad que ha prevalecido hasta ahora” (1943, p. 85). De hecho, la teoría individualista ya no le convenía al capital, y he aquí lista la nueva economía corporativa y estatalista, presentada como la máxima expresión del ‘espíritu latino’. En el primer número de su revista Gerarchia, Mussolini se preguntaba: “¿Hacia dónde va el mundo?”, y respondía afirmando “la innegable constatación de la orientación a la derecha de los espíritus» (febrero, 1922), y unos años más tarde dirá: «Hoy enterramos el liberalismo económico» (noviembre, 1933).
Por lo tanto, cuando es necesario, el espíritu del capitalismo se convierte en el opuesto del espíritu de mercado, porque termina coincidiendo con el espíritu bélico de conquista. Porque el mercado es también uno de los medios que a veces el capitalismo utiliza, siempre y cuando sirva a los intereses de los capitalistas y sus representantes-agentes políticos.
Hoy estamos atravesando una nueva etapa de alianza entre el espíritu capitalista y el bélico e iliberal, que está sustituyendo las democracias por lidercracias populistas, nacionalistas y proteccionistas. Ayer el miedo era a los ‘rojos’ (que de todos modos siguen estando en el horizonte de Occidente), hoy son el miedo a la inmigración, a una globalización demasiado rápida, al cambio climático (al que se responde negándolo), al empobrecimiento de la clase media. El que ama la paz, la democracia y el mercado civil debe esperar años difíciles, y de resistencia.