Reseñas – En su ensayo sobre la aporofobia, la filósofa española Adela Cortina habla de justicia, de ética y de reciprocidad. Falta, no obstante, la visión evangélica y revolucionaria que se resume en el “Bienaventurados los pobres”.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 24/04/2024
En la Biblia, decir que alguien es «justo» (Noé, José, Simeón...) expresa un juicio ético que es superior incluso al adjetivo «bueno». En aquel humanismo, la justicia de Dios y de los hombres y mujeres, es importante al punto de ubicarse un poco por encima de la bondad. La historia de la filosofía moral siempre ha oscilado entre darle la primacía al bueno o al justo, reconociendo de todos modos que bondad y justicia son los dos ejes fundamentales de cualquier sociedad civil. La importancia que la Biblia le da a la justicia nos dice, entre otras cosas, que en las relaciones interpersonales, la justicia es particularmente importante cuando estamos tratando con la pobreza. Porque si soy pobre y recibo algo de ti, si creo y pienso que esta buena acción tuya nace de la justicia, la ayuda sería más digna y más liberadora que una ayuda que me llega porque eres bueno y altruista conmigo.
Solo Dios es bueno sin endeudar a las personas que ama; pero entre seres humanos es muy raro que quien ayuda en nombre de su bondad no termine creando en el beneficiario, de modo más o menos intencional, alguna forma de deuda y, por lo tanto, de control y manipulación. Hasta aquí hemos aprendido, con mucho esfuerzo, que en los procesos de reducción de la pobreza y de la miseria es fundamental la dimensión de la reciprocidad. El ensayo de la filósofa española Adela Cortina, Aporofobia, el rechazo al pobre (publicado en italiano por Timeo en 2023), trata acerca de pobres, de justicia, de ética, de economía y mucho de reciprocidad. Y lo hace a partir de la etimología del título del libro: Aporofobia, una expresión griega que literalmente no sería “desprecio por los pobres”, porque la fobia, como sabemos, es un miedo irracional por algo que provoca el impulso incontenible de evitar el objeto de la fobia. Aporos puede referirse al pobre, pero en un sentido específico. Aporos, de hecho, no es la primera palabra usada en griego antiguo para decir pobre, en general se usa ptochos (en «bienaventurados los pobres» del evangelio, por ejemplo), o abios, que nos remite a la ausencia («a») de vida («bios»). A-poros es aquel sin poros, o sea sin solución, sin salida, que no posee los medios para librarse de una situación. Poros, recurso y astucia, es también uno de los padres de Eros (Platón, en El banquete); el otro padre es Penia, es decir, la pobreza, la indigencia. Poros hace entonces referencia a la capacidad de salir adelante, de arreglárselas, a la ingeniosidad.
El a-poros es entonces la condición del que no tiene salida, del que está en una trampa. El aporos -que tiene la misma raíz de aporía – es por tanto la pobreza de la que habla Amartya Sen (que Cortina considera como su referencia teórica en la definición de pobreza: p. 129 y ss.), es decir, la falta de libertad y de funcionamiento, la imposibilidad de llevar la vida que se quiere vivir (a-bios), la carencia de capabilities que permitan la salida de las trampas de las limitaciones de la vida. Desde hace algunas décadas aprendimos que la pobreza es una carencia de capitales que se manifiesta en una carencia de ingresos: se es pobre porque no se tiene capital educativo, médico, relacional, comunitario, social, y para no serlo todavía más hace falta en verdad actuar sobre los capitales de las personas y la comunidad, no sobre los ingresos. El ensayo es una reconstrucción, en realidad no siempre lineal ni fluida (se nota que el material de base es heterogéneo y no lo suficientemente amalgamado narrativamente) de las varias razones que lleva a las sociedades y las comunidades a despreciar a los pobres. La autora encuentra estas razones fundamentalmente con las categorías presentes en algunos clásicos de la filosofía antigua (la Biblia, Aristóteles, Séneca); moderna (Rousseau, Hume, Smith y sobre todo Kant) y contemporánea (Rawls, Walzer, Sen y la ética de la virtud).
No faltan las incursiones en el campo de la teoría económica, en particular en la economía comportamental (capítulo 6), donde citando la ya vastísima evidencia experimental, Cortina rastrea el fundamento psicológico y antropológico de la reciprocidad, que ella considera la principal explicación del origen de la aporofobia: “A lo largo de este libro hemos insistido en que los pobres son los que parecen no poder ofrecer nada a cambio en sociedades basadas en el juego del intercambio, en el juego de la reciprocidad que consiste en dar con tal de poder recibir, bien de la persona a quien se da, bien de alguna otra que está autorizada para devolverlo de algún modo. Ésta es la clave de nuestras sociedades contractualistas” (p. 125). La primera pobreza de los pobres sería entonces la ausencia de la capacidad de reciprocidad, que se convierte en la razón primera del desprecio de quienes dan y reciben con sus iguales, que, a decir de Cortina, ha sido incorporado evolutivamente también en nuestro cerebro (“Nuestro cerebro es aporófobo”: cap. 4).
Dicho sea de paso, el historiador Giacomo Todeschini (Visibilmente crudeli, 2009) nos enseña desde hace décadas que la Europa cristiana nació sobre la exclusión de los no-reciprocantes (judíos, sospechosos, pobres, marginales, nómadas, herejes, mujeres…) en las sociedades de las nuevas ciudades comerciales, cuyos ciudadanos eran aquellos capaces de entrar en la reciprocidad: las murallas recíprocas (cum-moenia) protegían los dones recíprocos (cummunus) de los cives de aquellos que debían mantenerse al margen de los nuevos clubes. El andamiaje teórico del libro, como recuerda la misma autora (p. 22), se remonta a 1995. Esta relativa maduración del proyecto de investigación da cuenta, al menos en parte, de por qué la autora, filósofa moral atenta al debate internacional (aunque el libro está muy marcado por el contexto español), no había discutido lo que entretanto se convirtiría en la principal ideología-religión masiva de la aporofobia en nuestro tiempo: la meritocracia.
En los años 90’ todavía era incipiente la tentativa del business de legitimar éticamente el desprecio por los pobres transformándolo en desmerecedor y, por lo tanto, en alguien que merece su propia pobreza y su consecuente expulsión. La meritocracia realizó perfectamente las promesas discutidas en el libro, recurriendo a la «cultura de la culpa» que se sumó a la de la vergüenza, que siempre ha acompañado a todas las sociedades. La culpabilización del pobre es uno de los objetivos que la meritocracia alcanzó con mayor eficacia y consenso, conquistando sobre todo el mundo de la izquierda y parte de la Iglesia. Dado el buen conocimiento bíblico de la autora, habría estado bien en el ensayo un análisis de la visión bíblica de la pobreza, sobre todo la evangélica, construida en torno a la revolucionaria frase: «bienaventurados los pobres».
Esta bienaventuranza, que no por casualidad es la primera tanto en Lucas como en Mateo, es la anti-aporofobia: es la aporofilia. ¿Cómo explicarla y darle un sentido en una sociedad construida en el miedo a los pobres y en su exclusión? - la primera exclusión hoy consiste en hacerlos invisibles. Son muy pocos, inclusive en la Iglesia, los que todavía creen en esta bienaventuranza y en el Sermón de la montaña. Y lo entendemos, porque esta bienaventuranza es la paradoja del Evangelio, lo inconcluso de lo inconcluso, el no-todavía que se aleja cada vez más de nuestro horizonte. Pero si no logramos descubrir al menos una bienaventuranza en la condición de pobreza, la reciprocidad entre iguales, que es la condición de todo buen y justo Bien común, estará cada vez más encerrada en un club cada vez más restringido; y la ideología meritocrática nos dará cada día nuevas «buenas» razones para restringir el club de los elegidos y aumentar el de los condenados de la tierra.
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