Editoriales – el Jubileo y la remisión de la deuda
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 09/06/2024
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En la Europa cristiana la deuda ha sido durante muchísimo tiempo atacada y desalentada. Una crítica ligada al gran tema del interés del dinero, condenado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. En más de mil años, entre el siglo IV y el XIV, se cuentan casi setenta Concilios con declaraciones en contra de la usura (es decir, contra los intereses mayores a cero), que continuaron hasta la víspera de la revolución industrial (1745). El capitalismo dejó después de criticar la usura, y la convirtió en su primer motor. La Iglesia siguió viendo la deuda y los intereses con recelo, aunque su voz no siempre es lo bastante fuerte como para ser escuchada.
Las raíces de esta pelea contra la usura son profundas y son varias. La más importante tiene que ver con el problema de asimetría de poder, y que, por lo tanto, es un fenómeno de renta: alguien, más fuerte, retiene un recurso escaso, a menudo esencial a los demás para vivir (el dinero), y se ve entonces motivado a usar esa asimetría de poder a su favor y, en consecuencia, contra los más débiles. El que presta no tiene la misma responsabilidad moral y económica del que toma prestado: el que presta tiene más fuerza, más libertad del que se endeuda, debido a la radical diferencia entre los puntos de partida de los acredores y los deudores. Por esta razón, la condena para el que prestaba con intereses era menor que para el que se endeudaba – es por eso que Bassanio, el joven pródigo del Mercader de Venecia de Shakespeare, no es menos culpable que el usurero Shylock.
El Papa Francisco relanzó recientemente el fuerte llamado a la remisión de la deuda externa de los países más pobres, que el Papa Juan Pablo II había enunciado en la vigilia del gran jubileo del año 2000: “Quisiera hacerme eco de este llamado profético, teniendo presente que la deuda ecológica y la deuda externa son dos caras de una misma moneda que hipoteca el futuro” (5/6/2024).
En la Biblia, el jubileo era también, y por sobre todas las cosas, un asunto social y económico. Ocurría cada 49 años, y estaba fundado en la estupenda institución del shabbat (“sábado”) y en el año sabático: “Contarás siete semanas de años, es decir, siete veces siete años” (Levítico 25:8). El jubileo tenía que ver con la relación del pueblo con su Dios, pero en el humanismo bíblico la fe en Dios es inmediatamente ética, la religión rápidamente se vuelve sociedad y economía, y por lo tanto, deuda, tierra, propiedad, justicia: “En este año de jubileo cada uno de vosotros volverá a su propia posesión” (Levítico 25:13). Y se liberaba a los esclavos (Isaías 61:1-3a), una liberación de esclavos convertidos en tal por deudas no pagadas. No sorprende, entonces, que la cancelación de deudas fuese el acto jubilar por excelencia.
Ese séptimo día diferente, ese séptimo año especial y ese gran jubileo diferentísimo son vocaciones y llamados de todos los días de todos los años normales. Dejar reposar la tierra y los animales, no trabajar, liberar a los esclavos y restituir la tierra, aunque ocurre un sólo día, un sólo año, tiene un valor infinito. Aunque en muchos días y en muchos años estamos bajo las leyes ordinarias y férreas del mercado y de la fuerza, aunque en casi todos los días de casi todos los años no somos capaces de igualdad, libertad y fraternidad cósmica, ese “casi” custodiado por la Biblia nos dice algo decisivo: no estamos condenados por siempre a las leyes de los más fuertes y de los más ricos, porque si somos capaces de imaginar y proclamar un “día diferente del Señor” (Isaías 61:1), entonces esa tierra prometida podrá convertirse en nuestra tierra. El shabbat no es la excepción a una regla, es su cumplimiento; el Jubileo no es el año especial, es el futuro del tiempo: es el shabbat de los shabbat. Ese “casi”, esa diferencia entre todos y muchos días es la puerta por donde en cualquier momento puede llegar (o volver) el Mesías, es la ventana por donde mirar y ver los nuevos cielos y la nueva tierra.
Entonces no hay reclamo jubilar más oportuno que el de Juan Pablo II y Francisco, no hay tiempo (kairos) más propicio para hacerlo que hoy. Sabiendo que es casi seguro – otro “casi” – que nadie lo concederá; pero sabiendo aún que la temperatura ética de la civilización humana crece por los reclamos proféticos, incluso cuando nadie responde. El jubileo no es utopía: es profecía. La utopía es el no-lugar; en cambio la profecía es un “ya” que indica un “no-todavía”, es un amanecer de un día que todavía tiene que llegar, y que sin embargo ya ha empezado. Es eschaton anticipado, un viaje al final de la noche, una danza hasta el final del amor.
Fueron los reclamos proféticos del no-todavía los que cambiaron el mundo, porque estos reclamos se convierten en estacas clavadas en la roca de la montaña de los derechos y de las libertades humanas y de los pobres. Y mañana cualquier otro podrá usar el reclamo de ayer para levantarse y seguir escalando hacia un cielo más alto en justicia. Cuando escribimos: “Italia es una república democrática fundada en el trabajo”, Italia no era todavía ni verdaderamente democrática ni fundada todavía en el trabajo, porque grandes y demasiados eran los privilegios de los no-trabajadores. Sin embargo, cuando lo escribíamos comenzaba la era del artículo 1. Cuando en los tribunales leemos que la justicia es igual para todos (y todas), sabemos que estamos frente a la tierra prometida del no-todavía, pero mirándola a los ojos vemos que se acerca cada día más.
Pero para que ese reclamo profético se convierta en una torre fuerte, es importante imaginar, pensar y luego crear instituciones financieras diferentes, a nivel local e internacional. Los grandes y poderosos del planeta no van a hacer nunca otra “arquitectura financiera internacional” en favor de los pobres y los más débiles, porque, simplemente, esas instituciones están pensadas, concebidas y gestionadas por los más grandes y los más fuertes.
La historia de la Iglesia nos dice que es posible. Mientras papas y obispos escribían bulas y documentos contra la usura, obispos y carismas creaban instituciones financieras anti-usura, desde los Montes de Piedad a los Montes Frumentarios, desde las Cajas rurales a los Bancos cooperativos. No se limitaron a criticar las instituciones equivocadas ni a esperarlas de los poderosos: hicieron obras diferentes. Cooperadores, sindicalistas, ciudadanos, acompañaron las palabras de los documentos con otras palabras encarnadas, hechas de bancos, cooperativas, instituciones anti-usura.
Por último, la usura de nuestra época no es solamente un asunto financiero, no tiene que ver únicamente con los bancos, antiguos y nuevos usureros. Estamos dentro de toda una cultura usurera, que no contempla el primer principio de cualquier civilización anti-usurera: “no puedes lucrar con el tiempo futuro, porque este es el tiempo de los hijos, de la tierra y de la descendencia”. Nuestra generación es una generación usurera, porque usurero es quien especula con el tiempo de los hijos y las hijas. La “deuda ecológica” de la que habla el Papa Francisco es deuda usurera. Nos estamos comportando como Mazzaro, el protagonista de La roba de Giovanni Verga. Después de haber acumulado objetos durante toda su vida, Mazzaro se da cuenta de que tiene que morir y que no podrá llevarse consigo sus adoradas cosas. Primero, desesperado, golpea a un muchacho con un palo, “por envidia”; luego, “salió al patio como un loco, tambaleándose y matando a bastonazos a los patos y a los pavos, mientras gritaba: ‘¡Son míos y vendrán conmigo!’”. Hemos construido una civilización fundada en las posesiones, los objetos crearon sus instituciones para multiplicar los objetos al infinito. La cultura de las posesiones no conoce el don, y menos la remisión de las deudas – solo conoce las condonaciones, que son el anti-don para los pobres.
Pero démosle la última palabra a la Biblia, dejémonos consolar por la belleza de esos antiguos apuntes de esperanza y de ágape, para probar un poco de ese sueño bíblico de la tierra del no-todavía: “Si tu hermano se empobrece estando contigo, y se vende a ti...trabajará para ti hasta el año del jubileo; desde entonces tanto él como sus hijos quedarán libres, y podrá regresar a su familia y a la propiedad de sus padres” (Levítico 25:39-41).