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Reconocer es verdadero amor

La fidelidad y el rescate/14 - La Biblia, a veces, da la palabra a Rut y a sus hermanas. Escuchémoslas. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 04/07/2021

«Cuando me muera te dejaré mis bienes: un nombre nada más, encerrado en un libro… Ponlo en tu cabecera, con devota piedad: es el papel más antiguo de la liberación».

Tudor Arghezi, Testamento

La sandalia en el contrato de rescate de Booz nos sugiere algo importante sobre el nacimiento de la era de los derechos de las mujeres y sobre el peso de sus palabras.

La Biblia es un largo, constante y creciente himno a la palabra. Canta el valor infinito de la palabra de Dios así como el de las palabras humanas. Sin embargo, al mismo tiempo que nos desvela el valor inmenso de la palabra, también nos muestra insuficiencia. Así nos lo muestran los profetas, que, para anunciar sus palabras más altas, tuvieron que usar un yugo, un jarrón o un niño de nombre hermosísimo: Emmanuel. Cuanto más importantes y necesarias son las palabras, más insuficientes resultan para expresar las cosas esenciales. Su peso crece junto con su insuficiencia. Cuando la palabra-logos, cumpliéndose, adquirió un peso enorme, se hizo niño para decir algo que de otro modo no lograba decir. Algo parecido nos ocurre también a nosotros, cuando, después de mucho dolor, nos decimos finalmente “sí”. Pero ese sí tan denso es insuficiente si no va acompañado de un abrazo y de muchas lágrimas. O cuando, al decir el último gracias, queremos estrechar al menos una mano, con el deseo de que ese encuentro de manos diga lo imposible. 

Este es uno de los sentidos que tienen los símbolos, gestos, actos y lenguajes del cuerpo y de las cosas, que entran en los momentos decisivos de la vida y se convierten en sus protagonistas. Damos la palabra a las cosas y estas entran en nuestro diálogo como habitantes no humanos y vivos. Dos anillos, el agua, el pan, el vino, el aceite. O una sandalia: «Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de un rescate o de una compraventa: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel. Así es que el otro dijo a Booz: -Cómpralo tú. Se quitó la sandalia y se la dio» (Rut 4,7-8). El otro pariente más cercano, el rescatador anónimo que tenía derecho de prelación, renuncia al rescate del terreno para no tener que cargar con Rut. Ahora Booz se convierte en el único Goel efectivo y eficaz. Es un contrato demasiado denso en relaciones de pasado y de futuro, de vida y de muerte, para sellarlo solo con un intercambio de palabras. Hace falta una humilde, cotidiana y pobre sandalia.

Pero las sandalias en la Biblia son algo serio. Son una de sus palabras. Moisés tuvo que quitárselas en el Horeb para poder entrar en un diálogo distinto (Ex 3,5), Isaías recibió la orden de YHWH de quitarse las sandalias y vagar descalzo como señal para el pueblo, y la Pascua se celebra con las sandalias puestas (Ex 12,11). Porque la fe bíblica se practica con los pies. Su Dios se reveló como liberador haciendo que el pueblo caminara a través del mar y después en el desierto. Este pueblo nunca ha perdido la nostalgia del arameo errante y la tienda móvil y nómada. A su Dios distinto, al que no ve y al que solo los profetas oyen, se le puede conocer caminando. Pocas cosas son mejor icono de la fe bíblica que dos sandalias deshilachadas y empolvadas: «Nuestras sandalias están gastadas por lo largo del camino» (Jos 9,13). Caminar, aunque no esté claro a dónde vamos ni a quién seguimos. La verdadera crisis de la fe y de la vida consiste en dejar de caminar. Todo el libro de Rut está marcado por el ritmo de los pies. Las sandalias y los pies entran en juego sobre todo en las relaciones hombre-mujer, compartiendo también la alegoría sexual (Rut 3,7). Son símbolos y lenguajes antiguos y comunes. La sandalia, por ejemplo, es también protagonista del cuento de Rodopi, conocido como la Cenicienta egipcia, que se remonta al siglo VI antes de Cristo, tal vez la misma época del libro de Rut. Rodopi, una esclava de la ciudad de Menfis, no puede asistir a una fiesta en la corte del faraón porque las demás siervas le obligan a realizar los trabajos domésticos. Mientras está lavando la ropa en el río, con las sandalias quitadas, un águila (en realidad el dios Horus) le roba una sandalia, la transporta en vuelo y la deja caer al lado del faraón. Este, impresionado por la señal del cielo, convoca una especie de concurso: se casará con la mujer en cuyo pie la sandalia calce perfectamente. Al final la afortunada será precisamente Rodopi. Una vez más: sandalias, mujeres y matrimonio.

En la Biblia las sandalias aparecen en la Ley de Moisés, precisamente en la institución del  levirato (la obligación del cuñado-pariente de suceder al marido muerto de una mujer), que tiene un lugar central en el libro de Rut. En particular, las sandalias entran en el rito de rechazo del ejercicio del derecho-deber de rescatar a la viuda: «La cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará su sandalia del pie, le escupirá a la cara...» (Dt 25,9). El papel de la sandaIia en el libro de Rut es completamente distinto. En este caso es el hombre que detenta el derecho de rescate no ejercido quien se quita voluntariamente la sandalia y se la da a Booz, el nuevo Goel. En este caso es posible que la sandalia sea símbolo del dominio sobre un terreno, del poder de pisar libremente una tierra y una casa una vez convertido en propietario. «Entonces Booz dijo a los ancianos y a la gente: -Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimélec, Kilión y Majlón de manos de Noemí, y de que adquiero como esposa a Rut, la moabita, mujer de Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?» (4,9-10).

Ahora Booz explica el sentido del acto que se está realizando. El rescate debe «conservar el apellido del difunto en su heredad». Y para que ese rescate sea justo, toma como esposa a Rut, la nuera de Noemí, también viuda. No hay referencia alguna a un posible amor por Rut, ni alusión alguna a su belleza o a su atractivo. Ante nuestros ojos, a esta bonita historia le falta un final adecuado. Pero esta ausencia de ingredientes que para nosotros son esenciales en un matrimonio nos sugiere una cosa importante, que desde la Biblia llega hasta nuestra vida. El libro de Rut no es el Cantar de los cantares. Su centro no es una historia de amor entre un hombre y una mujer. Su final feliz no es el de la Cenicienta, ni el de la mujer pobre que finalmente corona su sueño de amor. No. Son otras las cosas que están en juego. No digo que sean más importantes (pocas cosas hay más importantes que un matrimonio), pero sí distintas. En el mundo antiguo, incluida la Biblia, no era nada fácil ver a las mujeres como sujetos de derechos. Eran más bien objetos de los derechos y actos de los varones – padres, maridos, hermanos y reyes. Tal vez objetos queridos, pero objetos, cosas asociadas a otras cosas – «No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su buey, ni su asno» (Ex 20,17). Empezar a ver a las mujeres como sujetos de derechos, como personas, fue muy difícil. Fue un proceso muy lento, demasiado lento, que aún no ha terminado. En la Biblia algo empezó a verse, gracias, entre otros, al libro de Rut, que es un libro sobre la dignidad de las mujeres, que deben ser reconocidas y respetadas como titulares de derechos antes de ser amadas. El autor antiguo vio algo, todavía demasiado poco, pero vio: Rut y Noemí también están vinculadas a los terrenos y a la herencia de los maridos, pero algo nuevo e importante comenzó con ellas.

Hoy, como ayer, es mucho más fácil enamorarse de una mujer que reconocerla como sujeto de derechos, como persona. Las mujeres siempre han sido amadas, sobre todo las madres, las hermanas, las hijas y a veces también las esposas. Pero no han sido suficientemente respetadas como sujetos. Han sido amadas porque traían al mundo a nuestros hijos, pero una maternidad sin derechos a menudo se ha convertido en una trampa para las mujeres. Cualquier abuso sobre una persona comienza no reconociéndola como un sujeto autónomo y distinto de mí, que, por consiguiente, tiene valor por sí misma, independientemente del valor que yo le atribuyo porque “la quiero” – muchos abusadores dicen que “quieren” a las personas de las que abusan, incluso los violentos y asesinos. Cuando la reciprocidad de los afectos no se basa en la reciprocidad de las subjetividades, ese amor no produce ningún humanismo bueno. En el mundo hay muchos amores equivocados, que solo generan dolor. En un mundo donde falta la reciprocidad de derechos, no sufren solo las mujeres. También los varones están mal, porque la “felicidad” de las relaciones siervo-señor es infinitamente menor que la que nace de una reciprocidad entre iguales. La falta de subjetividad y respeto hace mucho daño al siervo pero también al señor, que no accede a las formas más altas de la reciprocidad. Cuando llegue el día en que habitemos verdaderamente la tierra de la reciprocidad entre hombres y mujeres, esa tierra conocerá una nueva felicidad de las mujeres y de los hombres.

El libro de Rut no es importante porque nos hable de una relación romántica entre Booz y Rut. Es estupendo porque es uno de los primeros que nos hablan de derechos de las mujeres que son reconocidos por los hombres. Hay que leer este libro junto con otros pasajes de la Biblia, pocos, que se le parecen. Uno de ellos es el capítulo 27 del libro de los Números: «Se acercaron las hijas de Salfajad, que se llamaban Majlá, Noá, Joglá y Tirsá, y declararon: -Nuestro padre ha muerto en el desierto. Y no ha dejado hijos. Porque no haya dejado hijos no va a borrarse el nombre de nuestro padre dentro de su clan. Danos a nosotras una propiedad entre los hermanos de nuestro padre». Y Moisés respondió: «Las hijas de Salfajad tienen razón» (27,1-7). En un mundo hecho y gestionado por hombres, dentro de libros escritos por hombres para hombres, la Biblia ha sido más grande que sus autores. Ha querido salvar las palabras y los nombres de Majlá, Noá, Joglá y Tirsá junto a los de Noemí y Rut. Son nombres y palabras distintas de mujeres que han tenido el valor de pedir a los hombres que las vean, las reconozcan y las consideren como portadoras de derechos y no solo como objetos de amor. El amor es demasiado poco, a no ser que el eros florezca en agape y en su típica reciprocidad.

Moisés respondió de ese modo porque aquellas mujeres tuvieron el valor de pedir en una sociedad donde determinadas peticiones no se podían hacer. Toda liberación comienza con un grito (Ex 2,23). Los nombres de aquellas mujeres deberían ser los primeros de toda historia de los derechos de las mujeres, de toda historia de la democracia. Esto no es religión, sino carne y sangre. La Biblia ha cambiado el mundo hablándonos de Dios y hablándonos de los hombres. Algunas veces, no muchas, ha dado la palabra también a las mujeres, para que pudiéramos oírla también nosotros.

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