La fidelidad y el rescate/13 – La economía alternativa vive y crece porque sabe ver valor en lo que otros descartan.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 26/06/2021
«El lobo y el cordero irán juntos,
y la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos,
y un chiquillo los conducirá».
Isaías 11,6
La “ciencia triste” siempre ha intentado separar las cosas de las personas. Booz no separa a Rut del campo, y nos desvela una forma distinta de concebir la economía.
«Mientras tanto Booz subió a la puerta de la ciudad y se sentó allí. Acertó a pasar el pariente que tenía derecho de rescate, del que había hablado Booz. Lo llamó: -Oye, fulano, ven y siéntate aquí. El otro llegó y se sentó» (Rut 4,1). El cuarto y último capítulo del libro de Rut se abre presentando a Booz que llega a las puertas de la ciudad y se sienta allí. En el centro de muchas ciudades antiguas del Medio Oriente, incluida la pequeña ciudad de Belén, no había una agorá, un foro o una plaza. Las casas se amontonaban dentro de las murallas, y el espacio público se creaba en los aledaños de la puerta, en la zona liminar, en el umbral entre el interior y el exterior. Allí había una gran circulación de personas que entraban y salían. Era la intersección entre la ciudad y el campo, entre los residentes y los extranjeros. Era también el lugar de los mercados, de los debates públicos y de la vida política de la ciudad. Desde allí se dirigían al pueblo los profetas.
La cultura de las ciudades que tienen una plaza en el centro es distinta de las que tienen la “plaza” en la puerta. En estas últimas, los mercados, la política y las disputas jurídicas no tienen lugar en el centro de la ciudad. En ellas no hay palacios de capitanes ni templos que hagan de centinelas de la confianza-fe de la civitas. Los diálogos y los encuentros en la puerta tienen la misma provisionalidad que el camino, su misma incertidumbre y fragilidad, su misma exposición a los acontecimientos. Nuestras ciudades globales cada vez se están pareciendo más a la antigua Belén y se están alejando de Florencia. Y nosotros, perennes buscadores de un centro, no lo encontramos porque no lo buscamos en el umbral.
En esta plaza, expuesta y en movimiento, Booz se cruza con el hombre que se ha interpuesto en los planes de Noemí y Rut porque tiene un derecho de rescate (goel) de grado superior al de Booz, al ser un pariente más cercano de Alimélec, el marido de Noemí. Este hombre permanece en el anonimato. Es un “fulano” sin nombre. Quizá porque la tradición lo ha olvidado o quizá, prefiero pensar, para no involucrar a los descendientes de ese hombre en un episodio no muy edificante – si bien el autor del libro tampoco en este caso condena a nadie. Hay un paralelismo entre este último capítulo y el primero, entre este señor anónimo y Orfá, la otra nuera de Noemí que no la sigue y regresa a Moab. Son dos rechazos necesarios para la economía del relato y dos representantes de muchos hombres y mujeres “corrientes”, que no van más allá del sentido común y de sus intereses corrientes.
«Booz reunió a diez ancianos de la ciudad y les dijo: -Sentaos aquí. Y se sentaron» (4,2). En el mundo antiguo la garantía de los actos públicos eran los ojos y las palabras de los demás. Eran públicos porque se realizaban en público. Cuando un acto era especialmente importante, se recurría a los ancianos que, con su experiencia, garantizaban una sabiduría distinta y preciosa. No todos los hombres cronológicamente ancianos eran “ancianos” en el sentido de la Biblia. En muchas culturas africanas, no todos los parientes difuntos son “antepasados”; solo los que se han distinguido en vida por su sabiduría y virtud. También en Israel, los ancianos que desempeñaban las funciones jurídicas eran ancianos y “justos”. La edad según el registro civil nunca ha sido suficiente para generar sabiduría. Tampoco en la Biblia, donde la edad es solo uno de los ejes donde se mide la calidad ética de las personas. El segundo es el de su virtud-justicia, y el tercero la imprevisible elección de Dios, que puede elegir como reyes y profetas a adolescentes (David, Samuel, Jeremías), echando por tierra los otros dos pilares del edificio de la Alianza. Booz escoge diez ancianos y la calle-plaza se llena de hombres solos. Rut y Noemí son las protagonistas pero están ausentes. Quienes hablan y actúan son los hombres. Y el tono general del libro cambia. Cambian las palabras – comprar, vender...–, y cambia el ambiente relacional y espiritual. Como ocurre cada vez que todas las mujeres abandonan la estancia y se quedan solos los hombres.
«Entonces Booz dijo al que tenía el derecho de rescate: -Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimélec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: Cómprala ante los aquí presentes y ante los ancianos del pueblo, si es que quieres rescatarla, y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla y yo vengo después de ti» (4,3-4). El objeto de la conversación son Noemí y Rut, pero las dos mujeres no están. Son expuestas en la plaza pública pero están ausentes. Una de las pobrezas de las mujeres (y de los pobres) siempre ha consistido en estar en el centro de actos y procesos sin tener ningún control sobre los mismos. Aquí Booz no es solo un posible y esperado goel. Es también el abogado de las mujeres, de Rut y Noemí. Es como el Espíritu, al que los Evangelios llaman paráclito, es decir rescatador y abogado. Esta acción de Booz nos desvela algo de la acción del Espíritu en la tierra: el paráclito es también el que defiende a las víctimas “expuestas” en las plazas, el “padre de los pobres”.
Por el texto no podemos saber qué tipo de derecho ostenta Noemí sobre el campo del marido. Tal vez la nuda propiedad, tal vez un usufructo, tal vez otra cosa. Lo importante es que existe un bien inmueble sobre el que es posible realizar un rescate por parte de un pariente. «El otro dijo: -La rescato» (4,4). La tensión del relato se disipa: el primer goel está cumpliendo con su deber. Pero llega un nuevo golpe de escena: «Booz prosiguió: -Al comprarle esta tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad» (4,5). Booz muestra una creatividad parecida a la de Noemí, combinando las instituciones del goel y del levirato, asociando la compra del terreno a la «compra» de Rut, de la que especifica que es «la moabita», y por tanto extranjera. El escenario cambia radicalmente. Ahora no se trata solo de valorar los costes y beneficios de la compra del campo de Noemí, de calcular la conveniencia de una inversión inmobiliaria. El bien lleva consigo una esposa. La economía del rescate se complica: «Entonces el que tenía derecho de rescate dijo: -No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible» (4,6). La información de que el terreno lleva consigo una mujer hace que el “fulano” cambie de idea y renuncie al derecho de rescate en favor de Booz.
El hombre ha hecho sus cuentas, ha valorado los efectos del rescate sobre su herencia y ha decidido. Ha mirado por sus intereses, ha considerado los costes y los beneficios del negocio. Como muchos hombres, como casi todos.
Cuando en las cuentas económicas metemos a las personas, el cálculo de la conveniencia cambia radicalmente. Mientras que para la compra de terrenos y mercancías los costes y beneficios son fáciles de calcular, cuando en los “contratos” entran las personas, las cuentas cambian de naturaleza. Los hombres están vivos y son libres. No somos capaces de anticipar los costes y los beneficios que nos acarrearán. Los hombres son carne y corazón vivos, y las mujeres aún más, incluso cuando están dentro de economías y contratos que no han diseñado ellas. Y así, desde hace siglos, hacemos de todo para comprar el terreno sin “comprar” a Rut, para liberar a las cosas del peso de las personas. Booz, en cambio, sabe que el verdadero “negocio” de su rescate es precisamente Rut. Ella es el verdadero bien y la verdadera bendición que llega a su vida.
La economía de Booz y la economía del “fulano” siguen viviendo una al lado de la otra en nuestras plazas y en nuestras puertas. Una es la economía de quien compra y vende bienes, y ve los bienes relacionales como complicaciones y problemas a evitar, y por ello sustituye a las personas con mercancías. En cambio, la economía de Booz es la de aquellos que ven en las personas su primera riqueza, la de aquellos que ven primero las mujeres y los hombres y después los terrenos, y saben que incluso el terreno más fértil y la maquinaria más productiva no produce lo suficiente si no hay al menos una Rut, la de aquellos que comprenden que si un contrato contiene una bendición, esta vendrá de las personas. Los terrenos son buenos, son bienes. Pero de los terrenos no nace la Divina Comedia, ni el «Canto nocturno del pastor errante de Asia», ni los ballets de Carla Fracci. Estas cosas solo saben hacerlas las personas.
La economía de Booz es la que crece rescatando los terrenos abandonados precisamente a causa de la presencia de Rut. Es la economía de aquellos que ven bendiciones dentro de las heridas, bienes dentro de los males, y se nutre de los terrenos descartados por otros porque los consideran inconvenientes a causa de las personas que llevan asociadas. Ayer y también hoy, cuando una auténtica economía alternativa vive y crece porque es capaz de ver en los descartes de otros un valor, y comprende que Rut conlleva un beneficio escondido en el envoltorio de los costes. Dentro de las cárceles, en las tierras de las mafias, en los lugares del dolor, o entre las espigadoras migrantes y temporeras de los campos de trabajo.
El verbo que Booz usa para expresar la “compra” del campo y de Rut es qanah. Y aquí el lector antiguo de la Biblia siente un escalofrío en la espalda, porque sabe que este es el nombre de Caín: «He adquirido [qanah] un varón con el favor de YHWH» (Gn 4,1). Caín fue también el constructor de la primera ciudad (Gn 4,17), y por eso las ciudades y sus comercios están bajo su nombre. Es cainita la manufactura de los metales (4,22), y están bajo su señal los oficios y las artes, para decirnos que la economía de Caín es también la nuestra. Lo sabemos, lo vemos cada día. Es una de las almas de nuestros oficios y nuestras artes. No está fuera de nosotros, sino dentro de nuestra vida.
Pero el nombre de Caín no es el único nombre de la economía, no es su destino necesario. La economía de Caín puede convertirse en la economía de Booz. Lo hace cada vez que elegimos no separar los terrenos de sus personas. Y cuando lo hacemos, en ese campo resurge Abel, el hermano frágil que sabía de dones. Y nosotros resurgimos con él. Para después volver una vez más a los campos con nuestro hermano y allí morir de nuevo, como tantos pobres, como Camara Fantamadi, muerto de trabajo en nuestro campo, hermano de Rut, extranjero y precario como él. Hasta que un día, un bendito y siempre tardío día, un niño vea por la línea del horizonte de nuestra tierra a los hermanos regresando juntos a casa.