En el vientre de la palabra/5 - Comprender lo que Dios hace por nosotros y aprender de nuevo a rezar
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 17/03/2024
Ahèr: - Te tragó una ballena.
Jonás: - El temblor de las olas cesó, todo estaba en calma allí dentro. Bajo mis pies, pero en el techo, un latido lento y pleno del corazón acompaña mi respiración y me produce sueño. Me dejé llevar en ese columpio y retrocedí en mis edades: niño en los juegos de columpio, cachorro en la cuna, atrás aún más hasta el saco placentario en el que latía el corazón de mi madre y mi sangre lo seguía en el tiempo. La música se aprende antes de nacer repitiendo el solfeo del latido materno en la vena del tímpano.
Erri de Luca, Dialogo entre Jonás y un Inquisidor
La gratitud espiritual es un bien capital de las personas y de las comunidades. Al principio se nos transmite por ósmosis de nuestros padres y abuelos, y se convierte en la postura existencial que nos lleva a atribuir los componentes más importantes de nuestros dones y nuestros talentos a la generosidad de la vida, a la providencia, a Dios. Es una invitación sensible y fuerte a mantener abierto en el techo de la casa del alma un hueco hacia el cielo para poder apuntar con la mano cuando alguien nos alabe por nuestras buenas acciones - 'no yo, sino Dios...'. Es la actitud opuesta a la que propone hoy la meritocracia, que nos insta en cambio a leer nuestros éxitos (y los fracasos de los demás) como el fruto exclusivo de nuestros méritos (y de sus deméritos) - la ingratitud masiva es la primera señal de las sociedades meritocráticas.
“Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde desde el vientre del pez, diciendo: ‘En mi angustia clamé a ti, Señor, y tú me respondiste. Desde las profundidades de la muerte clamé a ti, y tú me oíste. Me arrojaste a lo más hondo del mar’… Y yo entonces dije: ‘He sido expulsado de delante de tus ojos’…pero tú sacaste mi vida de la fosa, oh Señor, Dios mío… mas yo, con voz de gratitud,te ofreceré sacrificios, cumpliré las promesas que te hice. ¡Sólo tú, Señor, puedes salvar!”. Una vez hecha la experiencia del útero caluroso de Dios que lo escuchó y lo salvó, Jonás reza. El texto nos ofrece un rezo con forma de salmo, un género literario muy importante y estimado en la Biblia (y también fuera de esta). Se compone sobre la base de citas de muchos salmos (16, 69, 88, 89, 120), y le encontramos la misma belleza y fuerza espiritual. El autor imagina a Jonás orante después de haber sido salvado, mientras recuerda y alaba a Dios por la salvación obtenida.
Dentro del gran pez Jonás reaprende a rezar – si era profeta ya sabía rezar. Entonces en este salmo podemos encontrar una gramática del arte de recomenzar a rezar después de una gran prueba que nos había quitado la fe o que nos había quitado el rezo, o ambas – en la tierra existe fe sin rezo y rezo sin fe, ambas experiencias casi siempre plenamente humanas, y no menos espirituales o verdaderas que tantos rezos de creyentes.
Jonás empieza a rezar porque reconoce a Dios como la causa de su salvación de las aguas. Lo reconoce como el liberador de las olas del mar y del infierno moral en el que había caído yendo en dirección obstinada y contraria a la buena. Reconoce a Dios como liberador, por eso lo llama por su primer nombre bíblico, porque el Dios de la Biblia es muchas cosas, pero ante todo es un liberador de cualquier forma de esclavitud, un donador de libertad. Jonás, en ese vientre, tiene por tanto una experiencia de libertad donada. En el repertorio de las libertades humanas, hay algunas que son el fruto de la autoliberación, el resultado de un camino individual fatigoso y arduo que termina con la salida del abismo. Pero hay otras, y son las más numerosas, en las que la libertad es liberación, cuando a un cierto punto, casi siempre cuando habíamos perdido las últimas esperanzas, llega una mano, visible o invisible, que desde el otro lado del agua baja para nosotros "el puente levadizo" (J. Taubes), para anunciarnos que esa esclavitud ha terminado. En aquel vientre bueno y femenino Jonás experimenta este segundo tipo de libertad-liberación, y entonces recomienza con el rezo - quizás rezamos poco porque ya no podemos ver una mano detrás del levantamiento de los puentes levadizos de nuestras prisiones. Es Dios el que está al principio de la oración y de la alabanza, lo sabemos. Pero si no somos capaces de reconocer la presencia y la acción de Dios en el acto de salvación, no se desencadena ningún reconocimiento- gratitud. Para reencontrar (o encontrar) la fe y empezar a rezar de nuevo, no basta el hecho objetivo de la salvación: se necesita la experiencia subjetiva que nos hace asociar ese hecho a una presencia espiritual. La fe es un bien relacional: ver una presencia, reconocerla y, finalmente, llamarla por su nombre: "Rabboni". También por esto Dios nos necesita a nosotros y a nuestra libertad, porque sin nuestro reconocimiento el logos no llega a convertirse en nuestra carne. Me gusta imaginar la presencia de Dios en el mundo como alguien que espera mansa y silenciosamente, que espera y ruega para que tarde o temprano seamos capaces de identificar su mano detrás de nuestras puertas, e incluso si no podemos, él permanece allí, en otro stabat: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3:20).
Mientras (y aquí estamos en el segundo movimiento del rezo) Jonás reconoce la mano de Dios-YHWH en esa extraordinaria liberación, del reconocimiento nace la gratitud. Jonás se convierte en grato. El reconocimiento es el padre, la gratitud es la hija. La gratitud es una palabra anterior a la existencia, es imposible crecer y vivir sin practicarla al menos un poco. Pero la gratitud de Jonás es diferente: aquel reconocimiento de la salvación le genera una gratitud espiritual hacia Dios. Hay muchas personas agradecidas, capaces de reconocimiento, sin vivir ni conocer la gratitud con Dios, y esta carencia no reduce el valor ético de su gratitud humana. Para que la gratitud espiritual que nos viene dada al principio perdure durante el tiempo de la vida adulta, es necesario que se convierta en experiencia de salvación durante una "gran tormenta", cuando al final de una lucha nocturna el ángel nos bendiga y nos cambie el nombre - en la lucha de Jonás hay muchos de sus amigos bíblicos, entre ellos Jacob-Israel. En francés, "reconocimiento" y "gratitud" son la misma palabra: reconnaissance.
Es importante el versículo que está en el centro del salmo de Jonás: Me arrojaste a lo más hondo. ¿Por qué Jonás atribuye a Dios su caída a lo más hondo, por qué lo hace responsable también de su desgracia? El texto hasta ahora nos ha dicho exactamente lo contrario: fue Jonás quien había desobedecido a Dios y en lugar de ir a Nínive se había embarcado rumbo a Tarso, donde durante la tormenta fue arrojado por la borda como "chivo expiatorio", sacrificado para salvar a los marineros. ¿De dónde le surge este fragmento de la oración? Alguno ha querido ver un tono irónico, no comparto la lectura del libro de Jonás como texto irónico, para mí hay mucho más que eso. Es necesario tratar de buscar una posible explicación en otro lado.
Si leemos Jonás desde la óptica sapiencial de los Salmos y de Job, comprendemos que dentro de este horizonte espiritual nada de lo que nos sucede está fuera de la voluntad de Dios. Asociar a YWHW también con nuestras desgracias y con las de los demás, incluso con las absurdas, fue el "costo" que tuvo que asumir el humanismo bíblico para no desvincular a Dios de la historia humana y de nuestras historias cotidianas, convirtiéndolo en un dios inofensivo y banal. Porque, para la Biblia, si Dios no está detrás-dentro de todo no está detrás-dentro de nada - Job consigue salvar su fe acusando a Dios de su desgracia sin culpa. Entonces si llevamos a fondo esta tesis radical y encantadora, debemos decir que Dios también estaba detrás del no de Jonás, sin negar que Jonás fuese realmente libre de desobedecer. Jonás eligió libremente no obedecer la orden de YHWH: no fue Dios quien le dijo que fuera a Tarsis y subiera en aquel barco, él lo decidió. Pero el Jonás profeta siente, una vez salvado, que había una voluntad más profunda que su libertad que había querido esa desobediencia. Jonás tiene, por lo tanto, una experiencia similar, aunque simétrica, a la de José con sus hermanos. Después de que lo vendieran a mercaderes ismaelitas, José se encuentra vivo y poderoso, rescata a sus hermanos en Egipto, los reconoce, los perdona y finalmente les dice: “Pero no se entristezcan ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido, pues Dios me mandó aquí delante de ustedes” (Gén 45:5). Habían sido sus hermanos los que lo habían vendido; pero José siente que, en un nivel más profundo, ese "echarlo de casa" estaba dentro de un proceso de amor más grande, que se le revela plenamente sólo al final.
No es raro que en la vida de quien sigue honestamente una voz se repita esta experiencia de Jonás (y de José). Se recibe una llamada, se responde, se marcha, se empieza un camino. Un día, cada uno con un razón diferente (y parecida) siente que debe cambiar de dirección. Parte en sentido contrario, se encuentra en el barco equivocado. Se desata una tormenta, se siente la muerte cerca, pero en el fondo del abismo y del infierno una mano nos agarra y nos salva. Entre las muchas cosas que se entienden de este descenso a los infiernos y del retorno, está también la consciencia de que en aquel marcharse libremente había algo o alguien que nos había echado - “He sido expulsado de delante de tus ojos”. Entendemos, en realidad, que no nos habíamos marchado, huido, escapado: nos habían echado. Un primer nivel de análisis nos lleva rápido a identificar a los culpables de esa expulsión en personas y eventos precisos, y esta fase es dolorosa y difícil, causante de mucha rabia y veneno. Pero si somos capaces de llegar hasta el final, podemos alcanzar otro plano de la verdad. Otro día, tal vez en un vientre bueno, nos damos cuenta de que, sin saberlo ni quererlo, aquellas personas que nos habían echado, cuando nosotros creíamos haber escapado libremente (y era también cierto), estaban recitando una parte de un guión que alguien había escrito para ellos. Para encontrar este segundo plano del mundo, no hay una necesidad fundamental de fe, de creer que ese alguien sea Dios - es una hipótesis útil pero no absolutamente necesaria (si lo fuera, demasiada gente estaría condenada a una triste rabia eterna).
Se sale de las largas y dolorosas pruebas de la existencia siempre y cuando un día, un bendito luminoso día, consigamos reconocer una mano buena dentro de los acontecimientos que nos han complicado y a veces arruinado la vida. Una mano que sentimos verdadera, por encima de la autoconsolación, tan real e incluso más que nuestra decisión de partir. Y esa verdad, finalmente, nos hace libres de otra libertad más grande. Es pura gratuidad. Comienza la primavera más linda, a veces hasta se empieza a rezar de nuevo.
“Y el Señor habló al pez, y éste arrojó a Jonás a la orilla” (2:11).