Raíces de futuro/9 - En los grandes libros, el personaje se va y hace cosas que el autor nunca había pensado.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 30/10/2022
"Pinocho" es un libro sobre la libertad esencial de los niños y sobre los adultos que tratan de negarla. Y nos recuerda que trabajar duro no garantiza que salgamos de la miseria.
Los niños no se ponen a sus padres en los hombros; los hombros de sus padres son, al contrario, su lugar preferido para observar el gran mundo y estar lejos del dinero y el trabajo.
En las pocas novelas que son verdaderamente grandes, los personajes se escapan de las manos del autor y comienzan a vivir una existencia libre. En los libros medianos, el autor es el dios de sus criaturas, es el artesano de sus marionetas que, inertes, ejecutan perfectamente las órdenes de sus dedos. Estos personajes-marionetas no enseñan nada a su escritor y, por tanto, tampoco a nosotros, porque las conclusiones de la historia ya están inscritas en sus intenciones. En cambio, en las grandes obras, el personaje, una vez traído al mundo, sale del libro, abandona su casa, empieza a correr libremente y hace cosas que su autor no pretendía ni pensaba. Aquí, el autor presta su pluma a un daimon, y sus diferentes criaturas viven, crecen, mueren y resucitan muchas veces, resucitando también a su autor, que es llamado a la vida con el grito de: "¡Sal de ahí!".
Las aventuras de Pinocho es uno de esos grandes libros, muerto y resucitado muchas veces. Pinocho es uno de esos personajes liberados, que se hicieron más grandes que su autor. En Pinocho hay mucho de Carlo Collodi, pero no hay sólo de Collodi. Porque lo que Collodi hace experimentar a Geppetto -que es incapaz de tener en casa a la marioneta que acaba de crear, y que patalea, se escapa, hace cosas que el creador no imaginaba ni quería- lo experimentó él mismo con su libro. La marioneta se ha escapado de las manos del titiritero. La virtud de Collodi está, sin embargo, en haber deseado que sus personajes sean diferentes a él. Así lo escribe en la nota introductoria de sus Occhi e Nasi, un libro de cuentos publicado en 1881, unos meses antes del primer episodio de Pinocho: "Lo llamé así, occhi e nasi (ojos y narices), para dar a entender que no es una muestra de figuras enteras... que el lector los termine por sí mismo". En ese "hueco" entre Pinocho y Collodi nació la obra maestra, y ese terreno libre y liberado ha generado las más dispares interpretaciones, incluidas aquellas osadas que vieron una especie de versión laica de la historia cristiana de la salvación (Biffi y Nembrini). La calidad de una obra de arte se mide también por su capacidad de decir cosas que el autor no pensaba, no quería o incluso detestaba.
Me he encontrado con Pinocho varias veces en mi vida. La última lectura para adultos me impactó y me conmovió. Me di cuenta de que Pinocho es, ante todo, un libro bellísimo. Luego me di cuenta también de que Las aventuras de Pinocho es esencialmente un libro sobre la libertad, sobre la vida como aventura, en particular sobre la libertad de los niños, necesaria y sin embargo negada por el mundo de los adultos. Geppetto talla su trozo de madera con la intención explícita de hacer una marioneta, pero muy pronto empieza a llamarlo "hijo". El mensaje inmediato del libro es, por lo tanto, claro y estremecedor: en aquella sociedad italiana de mediados del siglo XIX, que intentaba "hacer italianos" sobre la base de una pedagogía ilustrada y racionalista, los niños eran tratados como marionetas: maderas salvajes de corteza dura que, gracias a la educación, se convertirían algún día en buenos ciudadanos. Pinocho huye de un mundo de papás y maestros que intentan, con mucho sacrificio y esfuerzo, construir tenazmente niños-marionetas, enderezar esa "madera torcida" (Qoelet 1:15) con educación y con reglas. Pero Pinocho tiene una extraordinaria resistencia a la educación de los adultos y vive su libertad de forma salvaje, irresponsable, ingenua, arriesgada, imprudente y maravillosa.
En una sociedad que fabricaba a los nuevos italianos como los artesanos fabrican los muebles ("para hacer una pata de mesa"), Collodi escribió un libro sobre la resistencia de los niños a la acción educativa de la sociedad. Pinocho no quiere ir a la escuela, y mucho menos trabajar, por lo que huye y se escapa de los únicos lugares en los que debe estar un niño bueno; aprende la vida en la calle (aquí hay una verdadera analogía con el humanismo bíblico), donde tiene experiencias extraordinarias, donde aprende el oficio de vivir - Pinocho tiene cuatro pies (dos quemados y dos reconstruidos) pero no tiene orejas: "En la furia de esculpirlo, se había olvidado de hacerlo". Pinocho es, entonces, un maravilloso y tenaz canto a la libertad de los niños y, por tanto, también un canto a la paternidad entendida como una dolorosa y necesaria pérdida de control sobre los hijos, que si no quieren convertirse en marionetas deben salir de casa.
Pinocho es entonces la lucha continua entre el niño y la marioneta. Pinocho no está diciendo a sus lectores: "Chicos, vuelvan a casa, sean buenos y amables"; no, más bien está diciendo lo contrario: "Quédense chicos, mientras puedan, resistan y escapen de los adultos que quieren negarles su irreductible libertad: vuestra madera torcida es hermosa". "¿Quién es el que ha borrado a los niños de la faz de la tierra?" (Occhi e nasi). Y así leemos a Pinocho sin prejuicios y nos damos cuenta de que Pinocho está en constante huida de ese puesto en el mundo que los grandes -Geppetto, Mangiafoco, el hada...- habían pensado y reservado para él. La crítica sarcástica de Collodi a las hipocresías de su mundo neoburgués alcanzó su punto álgido con Pinocho, "una chiquilinada", como él la definía, un cuento infantil exento, por tanto, de una prudente reflexión filosófico-pedagógica -los libros para niños tienen la característica de liberar incluso a sus autores de las virtudes de sus ensayos y novelas serias, porque al escribir para el mundo encantado de los niños consiguen, de vez en cuando, volver a ser libres. Y así el crítico superó a la crítica, y nació esa obra maestra que nos ha enamorado durante ciento cuarenta años.
En una sociedad que enfatizaba la naturaleza sociable del hombre, Pinocho es un niño solitario: sus amigos son los animales (y son estupendos), las marionetas y Lucignolo, con quienes no realiza actividades sociales ni acciones colectivas. Es un ser tremendamente solitario, incluso en los momentos decisivos de su historia, como su muerte por ahorcamiento, en lo que se suponía que era el final de la primera versión de la historia (cap. 15): "Oh, padre mío, si estuvieses aquí", pero su padre no estaba - y esta ausencia del padre es la diferencia decisiva entre la muerte de Jesús y la "muerte" de Pinocho. Y así nos recuerda que los niños están mucho más solos de lo que los adultos suelen creer.
En el mundo de Collodi había niños y hombres, no existía un término medio. Pinocho ya no es un niño, pero no es todavía un adulto: "Para hombre le falta algo, para niño hay algo más de lo necesario" (Occhi e Nasi). Pinocho inventó la adolescencia, que es la edad de las huidas y las carreras vertiginosas, de cuando se vuelve a casa feliz y se sale aún más feliz. La cercanía entre Pinocho y el "hijo pródigo" del Evangelio de Lucas se encuentra en el partir de la casa paterna, no en el regresar, o en el literario "hermano menor" del hijo pródigo (de André Gide) que en la noche del banquete para celebrar el regreso se pone los zapatos, se despide de su hermano recién regresado y parte en busca de la libertad que su hermano no había conseguido. Collodi está de parte de Pinocho, y siempre lo está, incluso cuando hace sus muchas travesuras, porque ceder a la tentación es un componente constitutivo de la adolescencia: ¿qué niño no seguiría a Lucignolo al País de los Juguetes? Uno llega a ser adulto no tanto por resistirse a las tentaciones, sino por aprender de sus errores, para luego retomar el camino - resistir a las tentaciones, después de haberlas llamado por su nombre, es en cambio el oficio esencial de la vida adulta. En Pinocho tenemos entonces el entramado no resuelto y, por eso, siempre vital, entre el Ulises de Homero y el Ulises de Dante, es decir, entre la nostalgia de volver a casa y el impulso irrefrenable de abandonarla recién acabados de regresar; y en el Collodi florentino, Dante le gana a Homero. Pinocho siempre corre, y a nosotros, que lo vemos correr, no se nos viene decirle: "Vete a casa", sino: "Continúa tu carrera libre".
En Pinocho, la economía es muy importante. Collodi era un gran observador y crítico con la ideología de que el trabajo (quizás en las fábricas) era la solución a la miseria de las masas en la era industrial y a la vagancia de los chicos, una sociedad en la que los pobres acababan con demasiada frecuencia en la cárcel. En Occhi e Nasi, en el cuento "El chico de la calle", escribió: "El hombre trabajador no está hecho a imagen y semejanza de Dios: porque Dios trabajó sólo siete [seis] días, y hace ya seis mil años que descansó".
Sin la pobreza, el hambre, el trabajo, el dinero, no se puede captar la esencia de las aventuras de Pinocho, y por eso el Pinocho de Disney (1940), ambientado en un bello pueblo nórdico sin pobreza, es una traición a Collodi. Sin embargo, el nombre del protagonista lo dice todo: "Quiero llamarlo Pinocho". Este nombre le traerá suerte. Conocí a toda una familia de Pinochos: Pinocho el padre, Pinocha la madre y Pinochi los chicos, y todos la pasaban bien. El más rico de todos pedía limosna". La casa de Geppetto es un ícono de la pobreza absoluta, donde el fuego y la olla sólo están pintados en la pared. Pinocho siempre tiene hambre, siempre busca comida, y rara vez la encuentra. Sin la miseria y el hambre, no se puede entender si quiera el sentido del trabajo y del trabajar en Pinocho: "¿A qué se dedica tu padre?", le preguntó Mangiafoco - "Es pobre", respondió Pinocho. Geppetto trabajaba, pero era un pobre: trabajar no lo liberaba de la pobreza ni del hambre. A diferencia de la ideología de su época (y de la nuestra), que pensaba y sigue pensando que el trabajo vencería la miseria y el hambre, Geppetto trabaja pero es radicalmente pobre. Collodi sabía que no basta con trabajar para no ser pobre, y la realidad de estos años nos lo está recordando con mucha fuerza, aunque sigamos invocando un trabajo abstracto para condenar como malditos a los pobres concretos.
Pinocho tiene una muy mala relación con el dinero, está en el origen de las desafortunadas páginas de su historia - lo veremos en las próximas semanas. No trabaja y no quiere trabajar. Sólo empezará a trabajar al final, cuando el novato Eneas haya salvado a su padre del tiburón, poniéndoselo a la espalda. Trabajará porque ya no será un niño. Los niños no suben sus padres a los hombros, sino que los hombros de sus padres son su lugar preferido para mirar el gran mundo y prepararse para levantar su vuelo libre. Sobre todo, tienen que alejarse del dinero y del trabajo, y cuando los adultos se lo proponen tienen que escapar, correr y nunca parar.