Raíces de futuro/10 - El dinero es una mercancía delicada y mala para los niños. Collodi nos lo recuerda.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 06/11/2022
El dinero es un bien delicado, generalmente malo para los niños. Collodi lo sabe, y nos lo recuerda en las espléndidas y eternas páginas económicas de Pinocho.
El dinero y los niños viven en mundos diferentes. El contacto entre ellos es siempre arriesgado y a menudo perjudicial. La única bolsa buena para los niños es la de sus padres. Su ley (nomos) en la casa (oikos) es el don, no el contrato ni el incentivo. Cuando necesitan dinero se lo piden a sus padres, y es en esta relación no económica donde se aprende el alfabeto de la economía. La dependencia económica de los padres es buena, porque el dinero, cuando es conocido primeramente como lugar de gratuidad amorosa, crea las premisas éticas para en el futuro dar el valor justo y adecuado a los contratos y al trabajo.
Dentro de casa, los niños aprenden que el dinero proviene del trabajo de sus padres, que pasan mucho tiempo por fuera para ganar ese dinero con el que vivir bien. Es esta primera gratuidad doméstica la que da la justa medida al dinero, al trabajo y a la economía. En cambio, el dinero de bolsillo, que hay que gestionar y administrar de forma autónoma, crea un contexto comercial parecido al del "pequeño contrabandista" (Garoffi) del libro Cuore, más acorde a Gigino, el "pequeño hombre precoz", de Collodi (Storie allegre). Cuando empezamos a utilizar el dinero como incentivo dentro del hogar y lo desvinculamos de la lógica del don, convirtiéndolo en un medio para motivar a los niños, distorsionamos tanto la familia como el dinero. La propina se convierte en el "por qué" una niña lava los platos y en el "por qué" hace los deberes. El dinero erosiona la gran ley de la educación: las acciones buenas y correctas hay que hacerlas solo porque son buenas y correctas, no por el incentivo monetario. Cuando no aprendemos la ética de la gratuidad en casa, será difícil algún día aprender la lógica diferente y complementaria del contrato. Los jóvenes de hoy no desarrollan una buena amistad con el mundo del trabajo porque la lógica económica entra en casa demasiado pronto, gracias al caballo de Troya de la responsabilidad.
Los problemas de Pinocho comienzan con el dinero. Geppetto acaba de vender su abrigo para poder comprarle un libro de ortografía - el trabajo de los padres es quedarse en mangas de camisa para que sus hijos puedan estudiar: lo he visto y lo veo también en mi familia. Pinocho (cap. IX) queda cautivado por el llamado del flautista (curiosamente, "incentivo" deriva del latín incentivus: la flauta que afina y encanta), deja de lado su interés por ir a la escuela y decide entrar en el "gran teatro de marionetas". Le pregunta a un chico: "¿cuánto cuesta entrar?". Pinocho también conoce la ley básica de la vida fuera de casa: si quieres algo de alguien tienes que ofrecerle algo a cambio. No se va, lo acepta y trata de conseguir los "cuatro pesos". Al principio intenta hacer un trueque: ofrece en vano al chico su chaqueta de papel floreado, luego sus zapatos y su gorra de miga de pan. Finalmente, le ofrece su objeto más preciado: "¿Me darías cuatro pesos por este libro de ortografía?".
Y aquí viene la respuesta decisiva del chico: "yo soy un niño, y no compro nada a los niños", un pequeño, comenta Collodi, que "tenía más criterio que él". Los niños no hacen contratos, no tienen que hacer intercambios monetarios. Pero he aquí el punto de inflexión: "Por cuatro pesos, el libro de ortografía me lo llevo yo - gritó un vendedor de ropa usada". Entra en juego un adulto, un comerciante, un profesional del dinero, que hace un gesto ilícito y establece una relación engañosa con el niño. Hay que proteger a los chicos de “los vendedores de ropa usada"; hay que sacar a los comerciantes del templo de los niños, porque tienen derecho a otra oikonomía donde la única moneda es la gratuidad.
Gracias a esos cuatro pesos engañosos, Pinocho entra en la corte de Mangiafoco. Ya conocemos la historia, también acaba con más dinero: las infames "cinco monedas de oro" (capítulo XII), otra fuente de muchas de las desventuras de Pinocho. Este segundo episodio monetario, sin embargo, es diferente y, aparentemente, opuesto. Mangiafoco no hace un intercambio con la marioneta; le da, o mejor dicho, le regala las cinco monedas de oro -regalo es una palabra que viene de rey (rex, regis: regalie), y señala un origen asimétrico: el regalo es dado por (o al) poderoso. Pero, de nuevo, el dinero de un adulto no le da buenos frutos al niño. No es suficiente una buena motivación (como parece ser la de Mangiafoco) para hacer del dinero algo bueno para los niños. Tampoco el don/regalo es bueno si no se realiza dentro de las relaciones primarias, si no está, por tanto, mediado por la familia. El dinero que llega directamente a los niños sin esta mediación casera se desgasta.
Es la posesión de las monedas lo que, de hecho, expone a Pinocho a los abusos del gato y del zorro. Al encontrarlos en el camino, Pinocho les dice: "Me he convertido en un gran señor". Quizá exageraba, pero en la Toscana del siglo XIX, con cinco zecchinis de oro se compraban unos cinco quintales de trigo. No era un gran señor, pero ciertamente manejaba demasiado dinero. El niño, ingenuamente, habla de ello con dos desconocidos, dos adultos. Esta sinceridad y confianza respecto a los adultos forma parte de la belleza transitoria y maravillosa de los niños y jóvenes, y es también su primera vulnerabilidad: "Y sacó las monedas que había recibido como regalo de Mangiafoco". Como regalo, en efecto. Para Collodi, este abuso del gato y del zorro es tan grave que en la primera versión del cuento lleva a Pinocho a la muerte (capítulo XV); diciéndonos que para un niño equivocarse con el dinero es vital, es una cuestión de vida o muerte.
"La bolsa o la vida", le gritan los asesinos - ¡qué desgracia poner a los chicos en este dilema! porque siempre son sus vidas las que se pierden. Collodi utiliza el registro del regalo y el altruismo para construir el diálogo manipulador del gato y el zorro: "Los quinientos que me quedan se los regalo", dice Pinocho. "¿Un regalo para nosotros? Gritó el zorro, indignado y ofendido - ¡Dios nos libre! No trabajamos por el vil interés: trabajamos para enriquecer a los demás" (capítulo XII). Y Pinocho le dirá al gato: "Si todos los gatos se parecieran a ti, afortunados los ratones" (capítulo XVIII). Pero hay más. En el episodio en el que Pinocho ocupa el puesto del perro guardián Melampo, la marioneta reconoce que hay algo que no funciona en la propuesta de soborno que le hacen las comadrejas (tú te callas, no ladras, y nosotros te damos como soborno una "gallina bonita y pelada para el desayuno de mañana": cap. XXII), y los denuncia ante el granjero. Las comadrejas utilizan el lenguaje del intercambio y del interés, y la marioneta descubre lo ilícito. El gato y el zorro, en cambio, más astutos y expertos en humanidad, utilizan el lenguaje del don y el desinterés: y lo "matan". No hay nada más grave que un adulto manipule el lenguaje de la gratuidad para engañar a un niño (o a cualquiera).
Los gatos y los zorros saben que los niños viven dentro del registro de regalos, es su lengua materna, y por eso hablan palabras de muerte con las buenas palabras del hogar. Aquí Collodi se muestra también como un buen conocedor del debate sobre el rol del egoísmo y del altruismo en la economía moderna, y tal vez tenía en mente la famosa frase de Adam Smith: "Nunca vi hacer nada bueno a quien decía comerciar por el bien común" (La riqueza de las naciones, 1776). Un signo que suele revelar la presencia de "asesinos" en una relación económica es su declaración de que sólo trabajan para enriquecer a los demás, sin ningún interés personal. Pinocho no podía saber que la verdadera y buena economía vive de la ventaja mutua, y que la ausencia de ventaja en cualquiera de las dos partes es señal de un vicio y de un engaño seguro cuando es teorizado por la parte que no tendría interés en el intercambio. Pero nosotros deberíamos saberlo.
Curiosamente, el gato y el zorro se adelantan en la novela temprana de Carlo Lorenzini (todavía no es Collodi), Los secretos de Florencia. El capítulo II, "Dos aves de rapiña", nos presenta al conde Calami y a la condesa Floriani lidiando con sus víctimas: "Hay que pelar la codorniz con un poco de humanidad", dijo el conde. "Toda la humanidad consiste en no hacerla chillar", dijo la condesa, cuyos ojos brillaban siniestramente como los de un gato salvaje" (Carlo Lorenzini, Los misterios de Florencia, p.33). El ambiente en el que se mueven las dos "aves de rapiña" (expresión que encontramos en Acchiappacitrulli, capítulo XVIII) es el del juego. El marqués Estanislao Teodori fue descubierto por ellas en las salas de juego, donde se arruinó jugando: "Lo vi llegar a la mesa con veinte paolos en el bolsillo, apostando medio paolo por turno. ¿Le hacemos jugar su palabra?" (p. 34). En Giannettino, el libro para niños de Collodi que precedió a Pinocho por pocos años, encontramos en el centro del libro la escena de Giannettino jugando a los dados con el dinero que su madre le había dado para comprar un atlas: "El más feo de la brigada dijo: 'propongo una cosa: jugamos una partida entre nosotros para ver quién tiene que pagar la cena de todos...". "Sí, sí, saquen los dados", gritaron los otros... "Y bien, dijo Giannettino, juguemos las cinco liras. Los jugó y los perdió" (Collodi, Giannettino, p. 238). Es probable que Collodi fuera un jugador. Parece que retomó la escritura de la segunda parte de Pinocho para pagar deudas de esta naturaleza: "Las apuestas seguían los altibajos de su billetera; y cuando, al salir de la sala de juego del Palazzo Davanzati al amanecer, oía tintinear algo de dinero en su maletín, se encogía de hombros y no hablaba de coger la pluma hasta que no se sentía más ligero" (M. Parenti, Rassegna Lucchese, 1952). De hecho, si leemos los capítulos dedicados al gato y al zorro, nos damos cuenta de que el clima es más del juego que de la economía de su tiempo: "¿Quieres de cinco miserables zecchini hacer cien, mil, dos mil" (Cap. XII). La lógica de ganar mucho dinero sin esforzarse - "para juntar honestamente un poco de dinero, hay que saber ganarlo con el trabajo de las manos o con el ingenio de la cabeza", recuerda a Pinocho el gran loro (cap. XIX)- fue y es la gran ilusión-desilusión del juego, y también hoy de ciertas finanzas que se le parecen demasiado. Hay mucho de Collodi en Pinocho. Pinocho es también la persona Carlo Lorenzini que buscó su propia redención sublimándose en una maravillosa historia. El arte también es capaz de esto, transforma nuestra suciedad en belleza para los demás. Las obras maestras necesitan de la fragilidad, es la fisura del alma desde la cual los artistas, un día un poco más luminoso, se asoman al paraíso.