Raíces de futuro/5 – Shakespeare entre los injustos préstamos a usura y los justos beneficios del comercio.Radici di futuro/5 - Shakespeare tra ingiusti prestiti a usura e giusti profitti da commerci
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 01/10/2022.
«El Mercader de Venecia» es una obra fundamental para comprender el nacimiento del espíritu del capitalismo. Pero contiene ideas y mensajes que nos pueden sorprender. En el diálogo-lucha entre Shylock y Bassanio hay muchas bases de la modernidad. Sobre todo, la semilla del “evangelio de la prosperidad” que hoy se ha vuelto a poner de moda.
El arte es siempre una vía maestra para captar lo esencial de una civilización. El Mercader de Venecia, de William Shakespeare, por sí solo, lo dice todo acerca del nacimiento del espíritu del capitalismo. Estamos en Londres, a finales del siglo XVI. Shakespeare se encuentra en su madurez artística. Una vez más, entra en contacto con materiales narrativos italianos, en particular con la novela “Il pecorone” de Ser Giovanni Fiorentino, compuesta en la década de los ochenta del siglo XIV. Esta contiene todos los elementos del Mercader de Venecia, incluido el centro narrativo de la tragedia: el pago en carne previsto en el contrato entre el rico mercader de Venecia (Ansaldo) y el usurero judío de Mestre (novela I). Elio Toaf, en 1966, recogió un hecho realmente acontecido en Roma (narrado por G. Leti en 1852) durante el pontificado de Sixto V (1585-1590): el mercader romano Paolo M. Secchi apostó una libra de su carne con el «judío» Sansón Ceneda. Es posible que este episodio fuera conocido también en Londres.
La trama del Mercader de Shakespeare es famosa. Bassanio, un joven derrochador, necesita 3.000 ducados para participar en una especie de concurso amoroso (“los tres cofres”) y así poder casarse con la rica y bella Porcia. Por este motivo se dirige a su amigo Antonio, un rico mercader de Venecia (que da nombre a la obra) que no tiene dinero pero, puesto que ama locamente a Bassanio, intenta obtenerlo de un conocido usurero de Rialto: el judío Shylock.
Este, sin embargo, no le propone un contrato normal de usurero con interés. Le hace una oferta extraña y tremenda: si no devuelve el dinero al vencimiento, el usurero, como pago, arrancará «una libra de vuestra bella carne, de la parte del cuerpo que elija». Antonio acepta – la continuación de la historia la dejamos para la semana próxima –.
¿Por qué semejante contrato? ¿Por qué presentar a este usurero como un carni-cero? Mucho se ha dicho acerca de la presencia de un sentimiento antisemita en esta obra. En realidad, Shakespeare registra los sentimientos de su tiempo sin expresar su propio juicio sobre el tema – en las obras de arte, sobre todo en las obras maestras, la descripción del mundo es la primera crítica del artista –. Estudiando esta obra, y viéndola con los ojos del economista que soy, me he convencido de que es posible encontrar el juicio ético de Shakespeare, aunque tal vez nos sorprenda. Es verosímil que el Mercader contenga una descripción y una crítica del proto-capitalismo de Venecia y, sobre todo, del de Londres, su ciudad.
La figura de Shylock es compleja y ambivalente. Encontramos una primera clave de lectura en el diálogo inicial con Antonio, el mercader deudor: «Shylock: Pero escuchad: me parece que acabáis de decir que ni prestáis ni tomáis prestado a interés. Antonio: No lo hago nunca». Antonio es un mercader que desempeña también actividades bancarias, pero presume de prestar sin interés. Efectivamente, cuando le ve, Shylock piensa: «¡Qué fisonomía semejante a un hipócrita publicano! Le odio porque es cristiano, pero mucho más todavía porque en su baja simplicidad presta dinero gratis y hace así descender la tasa de la usura en Venecia».
He aquí una primera tensión narrativa: por una parte, el usurero judío y por la otra, el filántropo cristiano. Ambos se conocen: «Shylock: Se mofa de mí, de mis negocios y de mi ganancia legítimamente adquirida, que él llama usura». Antonio le ofende en la plaza de Rialto. Por otro lado – dato importante – Antonio, que no presta a interés, sin embargo está aceptando un contrato de usura. Esta es una primera clave de lectura. Shylock cita la Biblia, concretamente el conocido episodio de la astucia de Jacob, gracias a la cual se enriqueció cuando estaba con su suegro Labán, un pagano (Génesis, cap. 30). Antonio comenta: «¿Y a cuento de qué viene ahora Jacob? ¿Prestaba a interés? Shylock: No había interés directo, como decís». El judío explica este episodio, central en la historia de Israel y en la historia del Mercader de Venecia: Labán quiere liquidar el salario de Jacob por el servicio que le ha prestado, pero la primera e importante respuesta de Jacob es: “No me des nada” (Gen 30,31). La respuesta se parece al “gratis” de Antonio. Jacob y Labán estipulan después un extraño contrato que al lector le parece casi una burla, no demasiado diferente del contrato entre Shylock y Antonio: establecen que todos los corderos nacidos con rayas serían para Jacob y los demás de Labán. El lector sabe que en un rebaño hay muy pocos corderos con rayas, y por consiguiente imagina que el contrato perjudica a Jacob, y casi piensa que el hecho de “no querer nada” es verdadero. Sin embargo, entonces llega el golpe de escena.
Jacob encuentra un recurso (sin realizar un hurto): cuando las ovejas más fuertes se aparean, las pone frente a unas varas peladas con rayas verticales, de manera que – según piensa – las ovejas, al ver palos rayados, paran corderos rayados (Gen 30,39). El recurso funciona, los corderos mejores nacen con rayas, y Jacob se hace muy rico.
La referencia a este episodio del Génesis es crucial en la economía del Mercader de Venecia (descuidado por los intérpretes). En primer lugar, en la saga de Labán y Jacob, el deshonesto es el suegro, que sigue sin respetar los pactos (los cambió «diez veces»: Gen 31,5). El estafador es el pagano: Jacob aquí es astuto, pero, a su manera, respeta los pactos. Además, Jacob no toma su salario en forma de dinero, sino que toma ovejas, que, sin embargo, le reportan un beneficio mucho mayor que el salario en dinero. Y Antonio entonces pregunta: «¿Esta historia justifica la usura? ¿Vuestro oro y vuestra plata son como las ovejas y las cabras de Jacob?». En realidad, la respuesta es: tus ovejas lo son. Shylock está diciendo efectivamente a Antonio: no hay ninguna diferencia ética entre tus “ovejas” (las ganancias de tus comercios) y mis intereses sobre el dinero. Somos iguales, pero tú eres hipócrita y estafador, como Labán, tan pagano como él.
Pero el sentido último de la cita de Jacob se pone de manifiesto al final: «Esta era una manera de prosperar [thrive] y Jacob fue bendecido, pues la prosperidad [thrift] es una bendición cuando no se roba». Thrift en inglés no significa beneficio ni mucho menos usura; significa prosperidad, ganancia, ventaja, e incluso parsimonia, y no tiene una acepción negativa. Para la ética de Shylock, prosperar con astucia es una bendición, no es un robo ni un comportamiento moralmente detestable. ¿Y si esta fuera también la ética de Shakespeare?
Hay un segundo elemento, igual de importante. Lo moralmente condenable podría ser la prodigalidad de Bassanio: «No ignoras, Antonio, hasta qué punto he disipado mi fortuna por haber querido mantener un boato más fastuoso del que me permitían mis débiles medios». En efecto, bien mirado, en la obra los obsesionados por el dinero son los cristianos (Bassanio el que más). Shylock pide una libra de carne, sin valor económico – su espíritu es parecido al de Mazzarò con sus propiedades –.
Las preguntas de la comedia-tragedia son: ¿Por qué prestar dinero a interés debería ser más inmoral que el beneficio de un mercader?: «Me habéis llamado descreído, perro malhechor… ¿todo por el uso que he hecho de lo que me pertenece?». Y ¿por qué los derrochadores como Bassanio son amigos, amados y respetados? ¿Es ético que Antonio arriesgue su propia carne para satisfacer los caprichos de un amigo pródigo? ¿De parte de quién está, entonces, la ética buena?
He aquí una primera conclusión. Con el Mercader estamos en un momento de cambio de la ética económica con el nacimiento del capitalismo – hay que señalar que la palabra usada para el contrato de la libra de carne es «bond» –.
En este diálogo-conflicto entre Shylock y Bassanio hay muchas raíces de la modernidad. Por una parte está la semilla del “evangelio de la prosperidad”, ideología centrada en la bendición de la riqueza que hoy vuelve a estar de moda, sobre todo en los países de cultura protestante. Otra raíz es esa visión romántica del dinero que solo es bueno cuando se gasta, de una riqueza que solo es ética si se consume, sin importar si ese dinero es tomado a préstamo de las instituciones financieras que condenamos. También hay un icono del declive del primer proto-capitalismo italiano del Renacimiento. La Italia que entró en la puritana Inglaterra no era la de los mercaderes parsimoniosos del siglo XIV, sino la de Francesco Benni: «No hay en el mundo vida más bella que la de un deudor, quebrado, arruinado y desesperado. A este se le puede llamar bienaventurado. Haced, pariente mío, préstamos, tomad dinero a crédito, a interés, y dejad las preocupaciones a otros, porque uno urde la tela y otro la teje» (In lode del debito, 1548).
El Mercader es una obra bisagra entre dos mundos. En el Londres isabelino de Shakespeare aún sigue viva una ética feudal cristiana que elogia el consumo, la tierra y la nobleza, y permite tomar prestado, pero condena dar en préstamo – es verdaderamente curioso que la condena del préstamo a usura no se corresponda con una condena igual de firme del débito a usura, una práctica muy popular y extendida –. Aquella ética cristiana aprobaba endeudarse por el lujo, y apreciaba a los mercaderes, como Antonio, que acumulaban grandes riquezas de sus comercios y podían permitirse incluso prestar gratis, pero condenaba y maldecía el préstamo a interés de los judíos que con su dinero permitían que los mercaderes cristianos se enriquecieran e hicieran beneficencia y lujos: «¡Qué fisionomía semejante a un hipócrita publicano!». Quien prestaba dinero era “como Judas”, quien lo tomaba prestado para el consumo o para los negocios era en cambio un “buen cristiano”, que imitaba a la “Magdalena” que “derrochó” un perfume que valía 300 denarios. No se entiende la Europa moderna sin estas ambivalencias e hipocresías, y pocos nos lo muestran con tanta claridad como Shakespeare.
En la primera parte del Mercader la ambivalencia decisiva es completamente interna a Shakespeare y a su época, que combate entre el viejo mundo y el nuevo espíritu capitalista. Hasta el contrato de carne, la tragedia-comedia permanece totalmente abierta: ¿cuál de las dos éticas prevalecerá al final?