Raices del futuro/ 6 - El gran teatro ayuda a entender alguno de los rasgos conflictivos de la modernidad
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 09/10/2022
La segunda parte de "El mercader de Venecia" plantea una crítica a la sociedad comercial de la época, a sus hipocresías y contradicciones. ¿Y si en esta obra la víctima fuese el propio Shylock? Shakespeare, en la Londres de fines del siglo XVI, se convierte en un profeta del naciente mundo capitalista. La religión de la ganancia pretende que el consenso y el acuerdo mutuo sean los nuevos dogmas.
Una de las ilusiones de la cultura capitalista de los últimos tiempos es pensar que el dinero y los incentivos económicos pueden comprar casi todo, ciertamente las cosas más importantes. Las civilizaciones premodernas estaban dominadas por las pasiones. El interés económico, que siempre ha existido, desempeñó un papel importante pero no fue decisivo, porque eran las pasiones las que gobernaban el mundo, y las más importantes de ellas no conocían la conversión en dinero. Las pasiones como el honor, el respeto, la fama, la ira, la venganza no tenían equivalentes monetarios en el mundo de ayer. El advenimiento de la sociedad de mercado trajo consigo la promesa-utopía de reducir todas las pasiones a intereses económicos, esperando asignar a cada sentimiento humano un valor monetario correspondiente.
Quizás el carácter principal de la modernidad sea precisamente esta transformación de las pasiones en intereses, una transformación que, como nos enseñó el gran economista Albert Hirschman (en 1977), tiene algo de deseable. Porque mientras las pasiones, al no ser racionales, pueden ser devastadoras para los individuos y las comunidades, los intereses son menos peligrosos porque son predecibles y calculables. Si tengo buenas razones para creer que mi semejante se comportará según sus intereses, puedo predecir fácilmente sus maniobras y contramaniobras. En cambio, con el orgullo, la venganza, el honor, no sabemos contar, sobre todo con los efectos de las pasiones de los otros. Quizás una de las grandes dificultades que está teniendo la OTAN para gestionar y predecir la evolución de la guerra en Ucrania está en haber subestimado la fuerza que todavía tienen las pasiones en la sociedad rusa, engañándonos con que los intereses económicos tienen allí la fuerza y la naturaleza que tienen en nuestra sociedad capitalista.
Pero volvamos a Shakespeare, donde lo habíamos dejado el domingo pasado. Después del contrato carnal firmado entre los dos mercaderes, con la extraña pena de una libra de carne del deudor, en El mercader de Venecia sucede lo imponderable: todos los barcos del deudor, Antonio, naufragan. Y así, transcurridos los tres meses estipulados en el contrato, éste no está en condiciones de hacer frente a su deuda de 3.000 ducados. Shylock, el acreedor judío, exige la ejecución de la pena, ante el Dux de Venecia. Bassanio, el amigo despilfarrador por el que Antonio se había endeudado entra en profunda crisis por la desgracia de su amigo, se confía a su prometida Porcia, y ésta le pregunta: "¿Qué suma le debe al judío?", tres mil ducados, responde Bassanio. "¿Nada más? Dale seis mil, y liquida la deuda. Duplícalo, triplícalo".
También Porcia, aunque vive en el Belmonte medieval, se mueve en un mundo donde el dinero lo compra todo. Pero, paradójicamente, este no es el mundo del banquero Shylock. De hecho, lo más crucial es que la pena que exigió a Antonio no era en dinero, sino en carne. Así que, técnicamente, el suyo no era un contrato de usura, no había querido que el dinero prestado produjera más dinero. Entonces, Shylock se niega a que le cambien la carne por dinero: "A Shylock le ofrecen tres veces ese dinero" (Porcia). "He jurado, he jurado al cielo: ¿echaré sobre mi alma un perjurio?". Shylock sólo quiere la libra de carne: "¿Qué ganaría yo exigiendo que cumpla la condición pactada? Una libra de carne de hombre no vale una libra de carne de cordero, de buey o de cabra".
El mundo de Shylock estaba, pues, más cerca del mundo caballeresco y feudal de Belmonte que del mundo comercial y moderno de Venecia, donde todo estaba a punto de monetizarse. Porcia, una mujer del mundo antiguo, con su oferta de multiplicar el dinero para saldar la pena de la carne, se muestra en realidad como una mujer del nuevo mundo (sin la ambivalencia de sus personajes, no entenderíamos ni El mercader de Venecia ni Shakespeare). Así que Shylock por algunos rasgos está del lado de Venecia y de su comercio, cada vez menos ligado a la moral y la religión, pero por otros rasgos decisivos de carácter sigue estando en el mundo medieval, donde no todo puede (y debe) convertirse en dinero. Es este entramado multidimensional de lo moderno y lo antiguo, de lo cristiano y lo judío, de la religión y la laicidad, lo que hace que El mercader de Venecia sea tan hermoso y de tanta actualidad: "Si nos parecemos a ti en todo lo demás, también nos pareceremos en esto. Si un judío agravia a un cristiano, ¿qué hace el cristiano manso? ¡Venganza! Y si un cristiano perjudica a un judío, ¿qué hará el paciente judío, siguiendo el ejemplo cristiano? ¡Venganza! Practicaré la maldad que me enseñes, y me será difícil no hacerlo mejor que mis maestros” (Shylock). Hay un segundo aspecto importante. Porcia se presenta en el juicio disfrazada de un ilustre joven abogado, y comienza afirmando que el contrato con aquella penal carnal era legítimo: "la demanda que habéis presentado es extraña, pero regular, la ley veneciana no puede impedir que procedáis". Incluso Antonio había reconocido la imposibilidad de anular el contrato: "El Dux no puede impedir el curso de la ley: si se desautorizaran los privilegios comerciales que los extranjeros tienen en Venecia, se desacreditaría la justicia del Estado, que comercia y se beneficia con todas las naciones". Así que ese contrato consensuado es válido. En realidad, un contrato con pena de carne humana es un contrato nulo por objeto ilícito -lo sería hoy (art. 1346 CC), y lo era también ayer por el derecho romano.
Famosa, de hecho, es la frase de Ulpiano contenida en el Digesto: "Nadie puede considerarse dueño de sus propios miembros" (Dig, 9.II.13). De hecho, el derecho romano y europeo se basaba en la distinción entre personas y cosas: las cosas podían enajenarse, las personas y sus cuerpos no. Esta regla se rompía en el caso de los esclavos, que eran asimilados a las cosas y, como tales, comprados, vendidos y no pocas veces asesinados por su propietario (con o sin causa justificada); ¿y si Shakespeare, entre otros muchos mensajes implícitos, nos estuviera diciendo que los deudores insolventes son los nuevos esclavos del nuevo capitalismo? ¿Por qué entonces considerar legítimo ese contrato? En esa no nulidad Shakespeare se muestra como un profeta del mundo que estaba emergiendo en su Londres de finales del siglo XVI, que luego se convertiría en el capitalismo. La religión de la ganancia pretende que el consenso y el acuerdo mutuo sean los únicos nuevos dogmas de la sociedad comercial, ningún obstáculo debe interponerse entre las dos voluntades.
Con ello llegamos directamente a la solución del dilema y a la conclusión de la obra. Porcia recurre a un tecnicismo legal: Shylock ha ganado el caso, y por lo tanto puede tomar legítimamente la libra de carne de Antonio. Pero, añade Porcia, "hay algo más. Esta obligación [bond] no te da una gota de sangre, dice expresamente 'una libra de carne'. Por lo tanto, Shylock deberá tomar esa carne con cuchillo sin dejar que salga una sola gota de sangre de Antonio. Una obvia imposibilidad práctica, en base a la cual Porcia afirma que la intención de Shylock oculta tras esa pena era la muerte de Antonio: "Has conspirado contra la vida del acusado". Y así condena a Shylock a donar la mitad de todos sus bienes a Venecia y la mitad restante a Antonio. El Dux le perdona la vida, pero lo obliga a "hacerse cristiano". El usurero es derrotado y arruinado gracias a un tecnicismo legal, las mismas argucias legales utilizadas en aquella época por los moralistas, juristas y teólogos cristianos en materia de usura, para condenar a los judíos y absolver a los banqueros y comerciantes cristianos (lucro cesante, daño emergente, interés "del" préstamo e interés "por" el préstamo, letras de cambio, encomiendas, contratos de seguro, etc., etc.). La ética ganadora en El mercader no es la del capitalismo reformado y calvinista del trabajo como vocación (beruf), sino aquella heredada a Londres de una Italia mercantil ahora decadente: "El inglés italianizado es un demonio encarnado" (proverbio citado por Roger Ascham, tutor de la Reina Isabel).
Por lo tanto, el ganador del caso es el proto-capitalismo veneciano y londinense con su hipocresía, que condenaba a los judíos por usura y se absolvía a sí mismo por crímenes más graves. Porcia había invocado la misericordia (mercy) de Shylock respecto a Antonio: "Entonces el judío debe ser misericordioso". Shylock responde: "¿Y tú me obligas a serlo?". Porcia: "La misericordia tiene esta cualidad, no se puede forzar [strained]". Aquel mundo cristiano le pedía al judío que practicara la misericordia, pero después era despiadado con el propio Shylock, a quien incluso obligó a bautizarse -la misericordia no puede forzarse, pero el bautismo sí. Shylock es, pues, derrotado, pero con armas morales impropias. La usura de Shylock ya no sirve para ese nuevo mundo comercial: ha desarrollado todos los mecanismos hipócritas dentro de la cultura y de la teología cristiana que le permiten procurarse préstamos sin incurrir en delitos religiosos o legales. Shylock es una de las víctimas del nuevo mundo despiadado que avanzaba velozmente en Europa: es quizás la principal víctima del Mercader.
Una pista decisiva a favor de estas hipótesis se encuentra en una referencia explícita a la Biblia en la obra. Cuando Porcia entra en el juicio disfrazada de abogada, su nombre es Baltasar. Y las palabras que pronuncia Shylock al oír a Porcia-Baltasar son: "Un Daniel, un segundo Daniel que viene a hacer justicia". De hecho, Baltasar es el nombre babilónico del profeta Daniel (Dan 1:7). El único lugar de la Biblia donde Daniel-Baltasar asume la función de juez justo es en el episodio de Susana, acusada por dos ancianos que querían violarla con engaños, a la que Daniel consigue liberar de un juicio injusto (Dan 13). Por lo tanto, Shylock nos es presentado por Shakespeare como una nueva Susana que espera que se haga justicia; también hay que notar que el capítulo 13 sobre Susana sólo es considerado por el canon cristiano y no por el judío, lo que pone de relieve que los destinatarios de estos mensajes éticos, que están implícitos pero muy fuertes eran cristianos, no judíos. El rol de Shylock en la obra es, sobre todo, poner de manifiesto las contradicciones internas de lo nuevo que avanzaba, que en cierto modo seguía siendo muy viejo (Belmonte no era muy diferente de Venecia), y que en sus nuevos componentes aparecía más explicado e injusto que el viejo mundo. ¿Dónde están hoy los nuevos Shakespeares para desvelar las contradicciones, las hipocresías y las víctimas de nuestro mundo, que no es muy diferente de aquel de El Mercader de Venecia, en sus intereses y pasiones?