La tierra de nosotros/2 - El vacío que dejó la decadencia de los Montes Frumentarios.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 30/09/2023
La política de los gobiernos centrales, primero el borbónico y luego el piamontés, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de las instituciones de crédito agrario, produjo muchos daños en el Sur y en los pequeños pueblos.
La época de la Contrarreforma conoció, al lado de páginas oscuras, algunas páginas luminosas. Porque la "tierra del nosotros" es la tierra de la comunidad, y la comunidad es siempre una trama de luces y sombras. Una de esas páginas brillantes es la que escribieron los capuchinos, los obispos y muchos cristianos que dieron vida a los cientos de Montes de Piedad y Montes Frumentarios, y que se pusieron decididamente del lado de la gente más pobre, sobre todo en el sur de Italia. Páginas tan luminosas como desconocidas y nunca contadas por la propia Doctrina Social de la Iglesia, que al nacer formalmente en 1891 (Rerum Novarum), cuando los Montes ya estaban en decadencia, quedaron sistemáticamente descuidadas. Y así es como ignoramos que los 114 Montes frumentarios de la República de Venecia a finales del siglo XVIII "serían sustituidos por las cajas rurales deseadas por Leone Wollemborg" (Paola Avallone, Alle origini del credito agrario, 2014, p. 85). Sin embargo, esta transformación de los Montes funcionó en una parte del Norte de Italia, menos en el Centro, y fracasó sustancialmente en el Sur, donde el vacío dejado por los Montes permaneció vacío. Veamos por qué.
En la historia de los Montes Frumentarios hay una específica cuestión del Sur, que comienza con los Borbones y luego pasa al Estado Unitario. En el Reino de Nápoles, los Montes frumentarios se desarrollaron gracias al impulso decisivo dado por la Iglesia, tanto institucional (obispos) como carismática (capuchinos). Una figura fundamental fue el obispo domínico Pierfrancesco Orsini (Gravina 1650, Roma 1730), el futuro papa Benedicto XIII. En Manfredonia (Siponto), donde fue obispo, Orsini erigió en 1678 su primer Monte frumentario, y cuando fue nombrado obispo de Benevento fundó ahí un Monte frumentario en 1686 e hizo que se creara al menos uno en cada pueblo y ciudad, y nacieron más de cien. Y una vez Papa, impulsó esa institución en todas partes.
Y es precisamente en torno al papel de la Iglesia en la gestión de los Montes donde se jugaron las retiradas decisivas de su historia en el Sur de Italia. En 1741, en efecto, hubo un Concordato entre los Borbones y el Papa Benedicto XIV, que llevó a una laicización de los Montes frumentarios, para reducir la injerencia de la Iglesia en la vida económica de las ciudades. ¿Con qué resultado? Francesco Longano, economista, filósofo y asistente de la cátedra de Antonio Genovesi, en su informe después de un viaje a Molise (y Foggia), escribió, unas décadas más tarde, unas palabras clarísimas e importantes: "Desde tiempo inmemorial, para el alivio público del pueblo, había en todas las Provincias del Reino una gran multitud de Montes de Piedad [Montes frumentarios], o Lugares Píos. Estaban tan sujetos a los obispos y era tan exacta su administración que habían prosperado al extremo. Sus ingresos se contaban mayormente en grano, pero también en ganado vacuno y ovino, así como en metálico. Una sobrevigilancia hizo que con los administradores anuales todos fueran extorsionados, despojados, empobrecidos... Ocho o diez privilegiados, pobres o ricos, formaron una especie de monopolio. Los ricos por avaricia, los pobres saquearon por necesidad" (-, 1790, pp. 188-189). La operación de los Borbones había producido "la pérdida irreparable de una obra de extrema utilidad pública en todas las ciudades, tierras y aldeas de la Provincia" (p. 259). Longano concluye: "Se comprende inmediatamente la necesidad de restablecerlas, declarándolas de nuevo bienes eclesiásticos y sujetos a la Dirección Episcopal" (p. 260). Una contrarreforma que no ocurrió.
Como recuerda la historiadora Paola Avallone: "Los montes frumentarios gozaron de cierta prosperidad mientras fueron libres para operar en base a los estatutos que ellos mismos se habían dado y mientras fueron gestionados localmente por personas nombradas por el párroco, obligados a responder a la autoridad del obispo, como había indicado el papa Benedicto XIII después de 1724. Prosperaron mientras en la práctica pudieron adaptarse a las exigencias de la comunidad local" (cit., p. 24). La política de los gobiernos centrales, primero los Borbones y luego los Piamonteses, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de los Montes, produjo muchos daños, particularmente en el Sur, donde la Iglesia desempeñaba, desde hacía siglos, muchas funciones civiles y económicas, especialmente en los pueblos pequeños y entre los más pobres. Quisieron centralizar la gestión de los Montes, sin reconocer su frágil pero esencial estructura local y comunitaria, y los hicieron morir.
A este respecto, es emblemático el fracaso del "Monte frumentario General" del Reino de Nápoles, una mega institución central (con sede en Foggia), que debía gestionar todos los Montes esparcidos por el Reino como filiales periféricas, para superar también la plaga de los infames contratos "alla voce" del campo. Fundado en 1781, nunca llegó a despegar. Aumentó la burocracia, se incrementó la distancia entre los que gobernaban los Montes y los campesinos pobres, y se buscó separar los componentes financieros de aquellos caritativos, socavando la naturaleza dual que era el alma y el secreto de su éxito. Fue, por lo tanto, una reforma anti-subsidiaria, reforzada por el periodo francés postrevolucionario de la Restauración y, finalmente, del Estado unitario, que intentó convertir los Montes en "bancos de préstamos agrarios" o en "cajas de ahorros", instituciones muy alejadas de la tradición de los países del Sur y del espíritu de esos lugares.
He rastreado dos decretos reales, fechados el 31/1/1878 y el 14/7/1889, que transformaban respectivamente "los dos Montes frumentarios y el Monte pecuniario de Roccanova (PZ), e invertían sus patrimonios a favor de la Caja de préstamos y ahorros", y "los Montes frumentarios de Maltignano (AP) en una Caja de préstamos agrarios". El verbo usado en la jerga burocrática del decreto - 'inverte' - suena hoy como un verbo profético: fue precisamente una inversión del sentido de los Montes generada por leyes que no los comprendían. De los decretos se desprende que en el pequeño municipio lucano de Roccanova había tres Montes, y en el pueblo de Maltignano se habla genéricamente de "Montes", en plural, lo que atestigua qué tan extendidas eran esas benditas instituciones. Además, "la maniobra de transformar los Montes frumentarios en Cajas de Préstamos, mediante la conversión del trigo en dinero, favoreció especialmente a las clases no interesadas directamente en el trabajo del campo... La usura acabó imponiéndose" (Michele Valente, "Evoluzione socio-economica dei Sassi di Matera nel XX secolo", 2021, p. 29).
La transformación de los Montes en estos nuevos bancos "del Norte" implicó una financiarización de los Montes frumentarios que, a diferencia de los Montes pecuniarios que a menudo los flanqueaban, utilizaban el trigo como moneda. La gran innovación de estos diferentes bancos era el trigo utilizado como moneda, la novedad era precisamente la reducción de un paso intermedio, elemento crucial en un mundo con poco dinero y por tanto en manos de usureros. Por supuesto, todos sabemos que detrás de la extinción masiva de miles de Montes hay muchas razones inscritas en la evolución de la sociedad italiana y europea a través de los siglos, pero las reformas anti-subsidiarias, la actitud ideológica anticlerical, la distancia cultural entre los nuevos gobernantes y los campesinos, fueron elementos decisivos en esta hecatombe económica y social: ¿quién sabe lo que serían las finanzas, la economía y la sociedad del Sur si los Montes hubieran sido comprendidos y protegidos? Giustino Fortunato, político e intelectual del sur, se opuso fuertemente a la reforma de los Montes y, en general, a la política agraria y económica del Estado Unitario del Sur. En una carta a Pasquale Villari del 18/1/1878, escribe: "Una reforma hecha de arriba abajo sobre ideas preconcebidas, sobre aprioris... La confusión es grande. Primer ejemplo: la transformación de los Montes frumentaros en Cajas de préstamos agrarios" (Carteggio (1865-1911), pp. 11-12). La reforma fue, para Fortunato, una verdadera "piedra sepulcral" sobre los Montes y sobre los “cafoni”1.
Y aquí hay que volver sobre la vocación y la naturaleza de la economía "católica" y sureña. La acción pastoral de la Contrarreforma había reforzado y desarrollado la presencia capilar de la Iglesia en el campo que, sobre todo en el Sur, se encontraba en una condición grave de degradación, incluso económica. La presencia constante de frailes, monjas y sacerdotes en cada pueblo, en las parroquias y en los muchos conventos rurales, había llevado a la Iglesia a entender las necesidades reales de la gente real, y así se hizo competente en la pobreza y en la economía concreta. Y nacieron los Montes Frumentarios: "Mientras esas instituciones fueron administradas por eclesiásticos, los bienes conservados en ellas se consideraron sacrosantos y, por tanto, intocables. A partir del momento en que se secularizaron, fueron saqueados sin ningún reparo (Paola Avallone, cit., p. 27).
Lo que queda aún en Italia y en el sur de Europa de la tradición social y civil de las instituciones de finanzas solidarias, hoy corren el riesgo de padecer la misma suerte que los Montes frumentarios, donde los gobernantes ya no son los Borbones ni los Piamonteses, sino los algoritmos de Basilea y de las instituciones financieras nacionales e internacionales, que separan el crédito de las comunidades, que apartan las decisiones de los territorios, que ya no escuchan las necesidades reales de las personas concretas y cuando intentan escucharlas no las entienden porque hablan idiomas demasiado diferentes, y sin traductores.
Termino dándole la palabra a Ignazio Silone, que ha rescatado el honor de la palabra "cafoni", una palabra sobrecargada de injusticia, dolor y esperanza, que espera el día en que el dolor deje de ser una deshonra: "Sé muy bien que el nombre "cafone", en la lengua corriente de mi país, es ahora un término de ofensa y de burla: pero yo lo utilizo en este libro con la certeza de que cuando en mi país el dolor ya no sea una deshonra, se convertirá en un nombre de respeto, y tal vez incluso de honor" (Fontamara, Introduzione).
1. Término con el que se designaba, originalmente de modo despectivo, a los campesinos en el sur de Italia..