La tierra del nosotros/3 - En el capitalismo latino, los vínculos están en las dinámicas ordinarias de las empresas y los bancos.
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 07/10/2023.
Las instituciones económicas de nuestras tierras del sur nacieron mestizas, y así permanecieron hasta que la forma de hacer negocios en las tierras debajo de los Alpes tuvo rasgos típicos y diferentes, que ahora están desapareciendo en la distracción general. Mientras que el Norte protestante distinguía, siguiendo a Agustín y a Lutero, la "ciudad de Dios" de la "ciudad del hombre", y por tanto el mercado del don, el contrato de la gratuidad, la solidaridad de la empresa, el lucro del no lucro, el Humanismo latino reforzaba en el Siglo de la Contrarreforma la promiscuidad entre estos mundos y ámbitos. Y así engendró párrocos que dirigían cooperativas y cajas rurales, familias emprendedoras, frailes que abrazaban la alta pobreza mientras fundaban bancos para los pobres.
Ahora son muchos los que piensan que la economía comunitaria, mediterránea y católica, esa "tierra del nosotros" hecha de relaciones densas y de lazos cálidos, donde los vendedores ambulantes entonaban canciones en las plazas (la abbanniata siciliana) y donde se intercambiaban sobre todo palabras en los mercados, ya no tiene nada bueno para decir; y que se depuso para siempre aquel capitalismo latino en el que la solidaridad no se confiaba al 2% de los beneficios porque la solidaridad estaba inserta en la dinámica ordinaria de las empresas, bancos y cooperativas -la nuestra era la solidaridad del "durante", no la del "después". Aquel mundo mediterráneo en el que los salarios no se dejaban al mero juego del "mercado del trabajo" porque esa "sal" era algo más y era algo diferente a una mercancía. La vida y el dolor habían enseñado que cuando el trabajo se convierte en mercancía, el salario-sal se vuelve demasiado tonto para dar sabor a comidas buenas y dignas. Y así, lo que queda de economía comunitaria se ve y se trata cada vez más como la vieja Singer de la tía o la Lettera 35 del abuelo1..
La comunidad es ambivalente, lo tenemos claro, porque la vida real es ambivalente. Por eso, la comunidad es vida y muerte, fraternidad y fratricidio, amistad y conflicto, abrazos y luchas, lágrimas de alegría y de dolor, todo junto. Y una sociedad que sólo ve ataduras en los vínculos, que rinde culto al individuo libre porque se libera de toda relación humana que no sea la del mercado, los contratos y las redes sociales (que son lo mismo: el "me gusta" de Facebook es el "me gusta" del consumidor soberano), no puede sino huir de la comunidad, de toda comunidad hecha de carne y hueso.
Sin embargo, en todo este discurso, que se está convirtiendo en discurso único, debe haber algo equivocado y es la crisis medioambiental la que nos lo revela cada día.
En estas semanas estamos viendo que los franciscanos tenían otra idea de persona, de comunidad y de economía. Hicieron la elección totalmente carismática de irse a vivir al corazón de las nuevas ciudades comerciales medievales y renacentistas, dejaron los valles y bajaron a las plazas y se hicieron amigos de los comerciantes y ciudadanos, y a menudo los entendieron. Y cuando escribían sobre economía y sobre dinero, no miraban el mundo desde la altura de los tratados de teología, escritos en general por quienes ni los comerciantes ni los banqueros verdaderos veían jamás (la impresión que los teólogos que escribían sobre economía causaban a los comerciantes es muy parecida a la que causan hoy los políticos que escriben leyes para una economía que no conocen). En lugar de eso, se pusieron a la altura baja de los puestos del mercado, y allí se cruzaron con los ojos de los mercaderes, y nació otra economía, surgieron otros bancos, otros Montes.
Aquellos franciscanos fueron capaces de innovar porque se ensuciaron las manos con los asuntos económicos, incluso arriesgándose a cometer errores, porque la tierra sólo la cambia quien la pisa y no se refugia en la pureza etérea de los cielos - los nuevos cielos no se pueden encontrar sin tierras nuevas. Y errores cometieron, como aquel grave del tono antisemita de sus batallas contra la usura, basadas en la idea de que sólo los judíos prestaban dinero con usura. Esa idea era errónea, porque mucha usura, sobre todo la gran usura, la hacían buenos cristianos, ricas familias de banqueros que prestaban a ricos comerciantes cristianos, a los cardenales y a los papas; a los judíos les quedaban casi sólo los préstamos pequeños, sentados en sus banquitos bajo la tienda de alfombra roja. Ahí todo el mundo los podía ver, mientras que los grandes contratos usureros de los poderosos Strozzi, Medici o Chigi permanecían invisibles a la mayoría, a los frailes incluidos -las grandes finanzas siempre tuvieron su fuerza en la invisibilidad. Muchos usureros católicos hicieron brillantes carreras políticas (Massimo Giansante, L'usuraio onorato, 2008), en una finanza europea que, a diferencia de la mala leyenda antijudía, estaba también, y sobre todo en ciertos casos, en manos cristianas (F. Trivellato, Ebrei e capitalismo: storia di una leggenda dimenticata, 2021)
Nos cuesta mucho comprender las razones profundas de la antigua lucha moral contra la usura. La principal es un principio claro y firme: 'no se puede lucrar sobre el tiempo futuro, porque es el tiempo de los hijos y de los descendientes'. Es por eso que nuestra generación es una generación usurera, porque no sabe 'pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos' (Laudate Deum, 60), esos 'hijos que pagarán los daños de nuestras acciones' (LD, 33). Usurero es el que hoy especula con el tiempo de sus hijos. Por eso, los pobres de hoy son también y fundamentalmente los niños nacidos y los que nacerán, que deben ser protegidos de nuestra usura individual y colectiva.
Volvamos a la maravillosa historia de los franciscanos, que hoy aquí en Asís, donde me encuentro para celebrar la "Economy of Francesco", resalta con una deslumbrante luz de futuro: Francisco es el nombre del mañana, no sólo del ayer.
Cuando el Concilio de Trento frenó la acción de los frailes franciscanos en la fundación de los Montes de piedad (que en las ciudades poco a poco se convirtieron en bancos), los capuchinos recogieron los testimonios y durante más de dos siglos construyeron cientos de Montes frumentarios. Los frailes operaban sobre todo en las ciudades del Centro-Norte, porque en aquellas economías monetarias era esencial evitar la usura con la gran intuición (de origen judío) de las casas de empeño, que se volvieron sus Montes de Piedad. Ahí las posesiones familiares (ropa, muebles, herramientas de trabajo, joyas, casi todo menos las armas) se liquidaban en dinero, algo esencial en las ciudades donde regía la división del trabajo. De hecho, eran pocos los objetos pignorados al Monte (empeñados) que se rescataban cuando se devolvía el préstamo, porque esos Montes cumplían una función mixta de préstamo-compra. En cambio, en el campo y en el sur, donde la economía era principalmente no monetaria, nacieron los Montes frumentarios, con la simple y extraordinaria innovación del trigo usado como moneda. En el campo y en aquellas economías de subsistencia había pocos bienes a pignorar, por lo cual, las garantías, necesarias en toda finanza, eran personales, como el aval o la caución. El crédito volvía así a su antigua etimología de creer, de confiar y de creer sobre todo en alguien, en las personas. En caso de insolvencia, los Montes de piedad vendían los objetos empeñados, y los Montes frumentarios se "enredaban"2: "No habiendo objetos que vender en caso de impago del préstamo, los montes se "encartaban" a sí mismos" (Paola Avellone, All'origine del credito agrario, p. 33). Las comunidades están hechas también de estas fragilidades.
Una gran, larga y desconocida historia de amor, totalmente evangélica y civil, una de las páginas más brillantes de nuestra historia económica y social. Añadamos entonces algunas páginas más.
Eufranio Desideri (1556-1612), que se convertiría en San José de Leonisa, fue uno de estos incansables frailes capuchinos que construyeron decenas de Montes frumentarios en los pueblos de los montes Sibilinos y de los montes de la Laga, desde Amatrice hasta Norcia, en casi todos los pueblos y ciudades de aquellas frágiles tierras. Esto leemos en los testimonios de sus compañeros: "Cuando el Hermano José predicaba en Borbona, yo era su compañero y en aquella tierra había una gran hambruna. Dos mujeres trajeron dos cestas llenas de pan. El padre José llegó a la iglesia, bendijo el pan y ordenó que se repartiera a los pobres: eran unos 200. Comenzamos la distribución del pan. Entretanto había venido mucha gente, pero al final hubo suficiente para todos, incluso sobró y se guardó en las casas: en la nuestra había 3 o 4 roscas de 12 panes cada una (http://www.manoscrittisangiuseppe.it/la-vita/). La multiplicación de los panes y los peces ha acompañado nuestra historia cristiana, se ha repetido mil veces en aquellos lugares donde "dos mujeres" o "un niño" daban algo, y alguien más seguía creyendo en el milagro del pan para los pobres.
Fray José fue proclamado santo por el papa Benedicto XIV en 1746, el papa que tomó el nombre de Benedicto XIII, es decir, aquel Francesco Orsini di Gravina, el "papa agricultor" inspirador de cientos de Montes frumentarios. El año anterior, Benedicto XIV había escrito Vix Pervenit, la primera encíclica papal que hacía legitimo el interés de los préstamos. En esa Encíclica se menciona también el préstamo en "trigo" ('frumento') (VP,3.V), como prueba de qué tan presente e importante era aún la experiencia de los Montes frumentarios. Y aunque se trata de un documento que pasó a la historia como la legitimación de los préstamos con interés, la casi totalidad de la Encíclica está dedicada, sin embargo, a reiterar la ilegitimidad de la usura y del préstamo con interés, que sólo es legítimo en condiciones particulares y precisas (variantes de los antiguos "daño emergente" y "lucro cesante") y "de ellas deriva una razón totalmente justa y legítima para exigir algo más que el capital debido por el préstamo" (VP,3.III). Por lo demás, reitera que "toda ganancia que exceda al capital es ilícita y de carácter usurario" (VP,3.II), lo que debería "avergonzar" a los que así ganan -aquel era un mundo en el que la ética de la vergüenza todavía era eficaz. Unos años después, dentro de la misma tradición civil y espiritual, Antonio Genovesi escribía: "La regla: tienes derecho a dar a interés a tus hermanos. La excepción: siempre que no sean pobres". (Lezioni di Economia Civile, 1767, II, cap. XIII, §20). A los pobres no se les piden intereses: basta con la devolución del capital. Todo esto, que la antigua tradición civil lo conocía bien, nosotros lo hemos olvidado.
El franciscanismo nos ha dado muchas cosas, algunas maravillosas. Entre ellas, la dignidad del pobre, que antes de ser ayudado debe ser estimado, porque sin la estima de lo que el pobre ya es, no se crea todavía ningún bien: "Recuerdo que los domingos, cuando suele entrar en nuestros Conventos una gran cantidad de pan blanco, el Hermano José me preguntaba por qué llevaba el pan oscuro a los pobres que tocaban la puerta. Y con gran énfasis me dijo: 'Quiero que les des a los pobres el blanco'". El valor del pan blanco para los pobres podía entenderlo sólo Francisco, y sus amigos de ayer y de hoy.
1. Máquina de escribir de la marca italiana Olivetti.
2. «Incartarsi», en italiano, podría también traducirse como «encartarse», que por ejemplo en Colombia y en México significa quedarse con algo que molesta, quedar en posesión de algo difícil de usar o descartar.