Editoriales
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 30/07/2023El debate sobre el salario mínimo toca el corazón del pacto social. Desde que el trabajo libre sustituyó al trabajo esclavo y servil, sabemos que el "mercado de trabajo" no basta para definir el salario justo. El mercado, en el juego de la oferta y la demanda, establece un salario, pero para que ese salario sea justo hace falta algo más, el mercado por sí solo no basta, nunca ha bastado para garantizar la justicia del salario y de la economía. Porque el salario es el primer indicador de las relaciones de poder en una economía y en una sociedad determinadas. Los economistas clásicos, desde Smith hasta Marx, no se plantearon el problema del salario justo, porque sabían que el salario se fijaba a nivel de la subsistencia, es decir, lo justo para hacer sobrevivir la fuerza de trabajo. El crecimiento de la democracia también ha sido un largo proceso de liberación del salario de las jaulas de la subsistencia y de hacerlo cada vez más digno y más justo, el primer instrumento de la libertad positiva -libertad de vivir la vida que uno desea vivir (Amartya Sen). Este proceso, sin embargo, en algún momento se estancó y en algunos ámbitos ha retrocedido. En la actualidad hay sectores y profesiones en los que las relaciones de poder han vuelto a ser similares a las del capitalismo temprano, en las que confiar los salarios a la dinámica de la oferta y la demanda sólo significa legitimar relaciones de poder demasiado asimétricas. Y cuando una sociedad no intuye bien la relación con los salarios, se equivoca en la relación con la vida y pone en crisis el pacto social.
Esto la Biblia lo sabía muy bien. El salario lo encontramos en relación con la generación de la vida: esposas y matrimonios (Génesis 29:15), niños y lactancia: La hija del Faraón le dijo: Llévate a este niño [Moisés] contigo y amamántalo para mí; yo te daré un salario(Éxodo 2:9). Cuestiones, pues, de vida o muerte. Y en el Nuevo Testamento: "El salario de los trabajadores que han segado en tu tierra y a los que no has pagado; (Carta de Santiago 5,4). Para entender la urgencia y la importancia del salario mínimo hay que ampliar la mirada. Por primera vez en la historia moderna existe un problema de escasez de oferta de mano de obra, un fenómeno que ha tomado a todo el mundo por sorpresa. La llegada de las tecnologías de la información, la robótica y la inteligencia artificial había hecho entrever una época de demanda insuficiente de mano de obra por parte de las empresas, de ahí un nuevo desempleo masivo de un creciente "ejército (post)industrial de reserva". Después del Covid nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado: muchos de los que ayer trabajaban ahora dejan su empleo (las "grandes renuncias") y muchos empresarios buscan trabajadores en sectores cruciales y ya no los encuentran. La idea del fin del trabajo corre el riesgo de hacerse realidad sobre el lado opuesto al imaginado hace treinta años. Hay muchas razones para ello, pero la percepción de un empleo mal pagado es sin duda un motivo importante.
Si queremos evitar una crisis generalizada debida a una falta crónica de trabajadores, tenemos que crear un nuevo pacto social, cuestionando políticamente las relaciones de poder que hay detrás de los salarios. Pero hay más. Como recordaba Vittorio Pelligra en estas páginas (el 09/02/2022), Henry Ford dobló el salario diario a sus trabajadores en 1914. Pero no lo hizo sólo como una forma de "intercambio parcial de regalos`; para aumentar la productividad del trabajo (que lo hubo).
También aumentó los salarios porque sabía, como buen empresario, que sus trabajadores eran también los compradores potenciales de sus coches, y al aumentar sus salarios también aumentaría sus ventas futuras: su elección estuvo dictada por el beneficio mutuo, no por el altruismo. Hoy el mundo y la economía son diferentes, pero mientras los aumentos salariales sólo se interpreten como una disminución de los beneficios empresariales en un "juego de suma cerrahura;, no veremos el gran esafío desde la perspectiva adecuada. Aumentar la cuota de valores que se destina a los salarios significa, en cambio, volver a discutir un nuevo pacto social en el que las personas que producen puedan vivir mejor junto a los que trabajan. Estamos en pleno cambio de época; una aceleración impresionante del tiempo ha envejecido muy rápidamente las palabras y las categorías de la economía, de la empresa y de los sindicatos. El vino nuevo requiere odres culturales nuevos para evitar que todo se derrame. Una última nota. Mientras discutimos, por fin, el salario mínimo, no olvidamos la gran cuestión del salario máximo. Mientras argumentamos a favor y en contra de los 9 euros por hora (un valor que, en cualquier caso, debe estudiarse más y mejor), hay profesiones que ganan 900 o 9.000. Detrás de la nueva crisis laboral está también la percepción de una desigualdad equivocada y cada vez menos sostenible. El pacto social de hoy está en crisis por los salarios demasiado bajos y los honorarios demasiado altos, que, por cierto, están profundamente interrelacionados. Si el mercado es inadecuado para definir los salarios mínimos, también lo es para fijar los salarios máximos. En ambos casos interviene el poder, del cual el mercado es en primer lugar la foto perfecta y luego el amplificador. Tener que decir la primera y la última palabra del "mercado laboral"; es el buen negocio de la política del siglo XXI. Al mercado le quedan todas las demás palabras, pero son sólo aquellas que están entre la primera y la última. Siempre son muchas, pero no todas, porque si el mercado ocupa todo el libro de ortografía de la vida civil, se olvida de la lengua materna de la democracia.