Editorial - La pandemia y el trabajo digno de mayor estima.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 01/05/2021
Una de las herencias que nos deja la pandemia es el descubrimiento de la calidad del trabajo del cuidado y de sus virtudes. La virtud, una palabra olvidada que había adquirido con el tiempo un aire un poco viejo y rancio, ha vuelto al centro de la escena pública y de la ética. Al fin y al cabo, hemos visto muchas cosas que antes no veíamos o no veíamos suficientemente bien, y entre ellas muchas virtudes, sobre todo en trabajos donde no éramos capaces de verlas.
Cuando la primera revolución industrial, a comienzos del siglo XIX, cambió radicalmente el mundo del trabajo, los mejores economistas comenzaron a formular teorías sobre cómo remunerar el trabajo. Antes de ellos, solo el trabajo de una pequeña minoría de personas pasaba por el “mercado”. La práctica totalidad de las mujeres quedaba fuera de él. El trabajo en los campos se desarrollaba en un régimen de servidumbre, donde no se vendían horas de trabajo sino hombres. Los aristócratas y los nobles no trabajaban, e interpretaban su no trabajo como privilegio y libertad: «Nacer en una familia acomodada me hizo libre y puro, y me permitió no servir a otra cosa que a la verdad. Mil francos de renta son más que diez mil procedentes de un empleo» (Vittorio Alfieri, "Opere", t. VI).
Uno de los economistas que intentaron realizar las primeras reflexiones sobre los salarios fue el placentino Melchor Gioja, que, en su tratado “Del mérito y las recompensas”, escribía en 1818: «El honorario de un juez suele ser más alto que el de un profesor de derecho, aunque a este se le exija saber más. La diferencia entre estos dos honorarios representa el precio de la mayor virtud que se le exige a un juez. En general, los honorarios crecen en razón de los abusos que se pueden cometer en los cargos, de modo que el número de personas que dan certeza de no abusar decrece en razón de esta posibilidad» (Tomo 1). Así pues, para Gioja el honorario debía ser directamente proporcional a la virtud requerida para desarrollar una determinada actividad. Cuanto más escasa era la virtud que se necesitaba para desempeñar bien un determinado tipo de trabajo, mejor pagado debía estar. Cuanto más había que resistir la tentación de la corrupción, mejor pagado debía estar.
Se trataba de una teoría económica de la escasez, pero donde, a diferencia de la teoría dominante ya en su época, el elemento escaso era la virtud. Relacionar el mercado y el trabajo con la virtud era un intento por conectar la nueva sociedad comercial con la ética de las virtudes que había regido, durante milenios, la parte mejor del alma europea del sur – la de los griegos, la de Cicerón y Séneca, la de los padres de la Iglesia y la del humanismo civil – y las reformas de los iluminismos. La nueva economía, si bien centrada en el vil lucro, podía ser profundamente moral, en cuanto que la remuneración del trabajo estaba fundamentada en las virtudes.
Además, Gioja, heredero e innovador de la tradición italiana de la Economía Civil, sabía muy bien que las virtudes, sobre todo las verdaderamente valiosas, no se crean con “incentivos” sino que se reconocen con “premios”: «El dinero, o en general las riquezas materiales no son suficientes para comprar cualquier especie de servicio virtuoso; hay muchos que solo se pueden obtener dando a cambio riquezas ideales, es decir sustituyendo con monedas honoríficas las monedas metálicas».
Pocos años después del libro de Gioja, el concepto de Bien Común quedó hecho añicos por considerarlo demasiado paternalista, jerárquico y reaccionario. La utilidad subjetiva ocupó el puesto de la virtud. Al renunciar a una idea compartida de bien, cada uno podía buscar su propio bien-utilidad dentro de las relaciones individuales de intercambio con otros conciudadanos. El mercado es, en efecto, el mecanismo que hace posible la vida en común en ausencia de una idea predominante de bien, porque alinea y armoniza las infinitas ideas de bien privado de cada uno de los agentes, dejando que sean diversas. Esta es la esencia de la metáfora de la mano invisible: «Nunca he visto hacer nada bueno a quien pretendía hacer intercambios por el bien común» (Adam Smith, "La riqueza de las naciones", 1776). También es posible leer la economía moderna como una fuga de las virtudes en nombre de la utilidad, y por consiguiente como una fuga del bien común en nombre de los bienes privados.
Sin embargo, detrás de la cada vez más evidente e intolerable injusticia salarial que afecta a las trabajadoras y trabajadores de los cuidados está también el eclipse de la ética de las virtudes. ¿Por qué? En primer lugar, no se puede comprender la “utilidad” de los trabajos virtuosos sin relacionarlos con la antigua idea del bien común. Efectivamente, la contribución de una enfermera o de un maestro no se reduce a la suma de los bienes privados de los pacientes, o de los niños y sus familias. El cuidado de cada persona es una especie de bien público, o al menos un bien meritorio, cuyos beneficios (y costes) van mucho más allá de la esfera interna de los contratos y del mutuo provecho. Pero si eliminamos la categoría de bien común, e incluso la banalizamos y ridiculizamos, cuando queramos valorar la “contribución marginal” de una hora de trabajo del cuidado sencillamente haremos mal las cuentas, y fijaremos salarios equivocados e inicuos.
Todos sentimos, hoy más que hace un año, la urgencia de invertir más y mejor en sanidad, en educación y en cuidados. Debemos empezar cuanto antes a ver estos trabajos con unas gafas más adecuadas – las teorías no son sino gafas para ver la realidad – y por tanto a remunerar los cuidados con salarios más altos y con mayor estima social. Porque los salarios dependen de la estima social, y el mismo salario tiene un componente intrínseco que expresa la estima hacia quien trabaja. Sin “aumentos” materiales e inmateriales, los mejores jóvenes no se dirigirán hacia estos oficios, y seguirán orientándose demasiado hacia otros trabajos, hoy apreciados y mejor pagados (a veces demasiado). El cuidado, cada vez más necesario, crecerá en cantidad y en calidad si antes crecen la estima y los salarios.