A renacer se aprende/4 -Cómo mantener vivas y frescas las comunidades carismáticas, en la generación que sigue a la de los fundadores
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 30/04/2024 - en la revista Città Nuova n. 12/2023
Las comunidades viven dentro de una tensión dinámica entre el “adentro” y el “afuera”. Sin una cierta intimidad colectiva hecha de relaciones densas, fuertes, cálidas, no se crea ninguna comunidad. Por lo tanto, la fuerza centrípeta que impulsa todo hacia una única alma es esencial para generar vida comunitaria verdadera. Estas relaciones fuertes e íntimas son muy apreciadas por los miembros de la comunidad. Generan una alegría habitual y grandísima: cuando decimos “nosotros”, sentimos que resuena nuestro nombre más verdadero, y cuando decimos “yo”, todo nos habla de “nosotros”, al punto de (casi) no poder ya distinguir el alma individual del alma colectiva.
Este típico bien relacional es el primer alimento de las comunidades. En esta intimidad, totalmente individual y totalmente colectiva, está el secreto y la belleza junto con los puntos críticos de la vida comunitaria, sobre todo cuando las comunidades atraen y cultivan vocaciones, o sea que están compuestas por personas llamadas por el nombre del carisma de la comunidad, que sienten como la parte mejor y más verdadera de sí mismos. La identificación del sujeto con el grupo se convierte en un juego espiritual de espejos, una empatía mutua y generalizada, y en general los individuos no perciben nada forzado en el sentir los mismos sentimientos de todos – “el naufragar me es dulce en este mar” de la comunidad.
Inevitablemente, esta dinámica interna crea confines, fronteras, zonas delimitadas entre el adentro y el afuera, con el fin de proteger esta intimidad preciosa. La intensa vida interna crea en los años posteriores un lenguaje común, un estilo de vida, un modo de rezar y celebrar, guiños y gestos que dejan reconocer inmediatamente desde afuera quién forma parte de aquel grupo. El que está adentro no se da cuenta de que cambia día tras día, pero al que mira desde afuera le parece clarísimo, y lo ve incluso con algo de preocupación. Si, de hecho, después de la primera fase las comunidades no bajan los puentes levadizos y no vuelven más porosa y más simple la entrada (y la salida), empiezan a decader por pérdida de biodiversidad y de aire.
A este respecto, es interesante un episodio del evangelio de Lucas: “Juan le dijo: ‘Maestro, vimos a un hombre que echaba fuera demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no te sigue con nosotros’. Pero Jesús le contestó: —‘No se lo prohíban, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes’” (Lc 9:49-50). Los compañeros de Jesús se comportan como muchos miembros de una comunidad hacia a las personas de afuera del "círculo mágico” que actúan como si fuesen de adentro. Son muchas las formas en que se expresan estas dinámicas.
Una primera se refiere a las personas que después de haber pasado un período con la comunidad sienten una segunda vocación, la dejan y dan vida a una nueva comunidad propia. Sobre todo al inicio, estas personas de “segunda vocación” usan un lenguaje y unas categorías espirituales muy parecidas, si no idénticas, a aquellas que habían aprendido y vivido en la primera comunidad de origen. A los viejos compañeros, esta semejanza a veces les resulta excesiva, molesta, parecida al plagio, y se lamentan por la falta de reconocimiento a la primera fuente, lo que puede derivar en una verdadera hostilidad. Un error común y comprensible, que sin embargo hay que combatir como una tentación.
Una segunda forma es la llegada a la comunidad de personas con talentos propios y carismas en parte diferentes de aquellos del fundador, pero que de todos modos se sienten hijos auténticos de aquel carisma. Es la experiencia de San Pablo, que aún sin haber conocido al Señor se sentía apóstol como los doce. Así como Pablo no tuvo una vida sencilla con Pedro, Santiago y los doce, los nuevos Pablos no tuvieron una vida sencilla en las comunidades carismáticas, donde fueron a menudo perseguidos, ignorando, tal vez en buena fe, que la salvación y el buen futuro dependen mucho de la presencia de estos reformadores externos-internos.
En la generación que sigue a la de los fundadores, la “gestión de las fronteras” espirituales de la comunidad se vuelve fundamental y vital. Es necesario hacer de todo para que la comunidad de ayer sea vivificada y desafiada por los recién llegados, que a veces son muy diferentes del perfil de los miembros de la primera generación, pero que operan los mismos milagros “en nombre” del carisma. Entre los que actúan en el mismo nombre habrá sin duda falsos profetas e incluso oportunistas, un riesgo inevitable, porque una comunidad que no generase también falsos profetas no tendría la fuerza vital suficiente para generar ningún profeta verdadero.
Cuando, en cambio, prevalece el miedo a perder la identidad y la pureza del carisma (típica tentación “gnóstica”), las comunidades se marchitan, envejecen y desaparece la alegría de vivir, que con la presencia de los jóvenes son los dos “sacramentos” de las comunidades capaces de futuro.