A renacer se aprende/ 5 - Con los años cambian muchas cosas, también dentro de las comunidades religiosas y de los movimientos espirituales. Mirar al pasado no siempre es el buen camino para superar las crisis de los nuevos tiempos.
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 13/06/2024 - De la revista Città Nuova nº 1/2024.
En la vida de las comunidades y de los movimientos espirituales, descifrar cuál es la relación justa con el pasado cumple un rol decisivo, sobre todo en los momentos de grandes cambios y, por tanto, de crisis, cuando no resulta nada obvio cómo hacer para que el carisma siga su curso y qué formas asumirá para que el curso sea bueno y traiga desarrollo y vida.
En el Génesis está el episodio de la mujer de Lot (Gn 19:26), convertida en estatua de sal por haberse volteado a mirar atrás, retomado en el Evangelio de Lucas (Lc 17:31-32). Mirar atrás fue el error fatal que cometió esa mujer, un error que puede repetirse también en las comunidades espirituales y carismáticas. El error consiste en buscar en el pasado el diagnóstico y la terapia de una crisis presente, pensando que la solución se encuentra volviendo al origen. Muchas veces el pasado es un recurso útil y necesario para las crisis ordinarias, cuando lo que pasó ayer y luego se repitió varias veces, establece patrones y leyes que ayudan en el presente a entender lo que está pasando. Ese es el verdadero sentido de la frase: la historia es maestra de vida.
Pero cuando los tiempos cambian real y rápidamente, cuando el cambio del tiempo es cualitativo (kairos), porque nos encontramos frente a una etapa de verdad inédita – como la muerte del fundador – el pasado no solamente sirve de poco, sino que puede fácilmente convertirse en una carga y en un mal consejero para comprender el presente e imaginar un buen futuro. De hecho, si en los momentos decisivos de cambio de época se dirige la mirada hacia atrás, aquel triste resultado que obtuvo la mujer de Lot es normal y altamente probable.
Lo encontramos en situaciones muy conocidas y estudiadas en la historia de la economía. Por ejemplo, si a finales del siglo XIX los inventores de los automóbiles hubiesen preguntado a sus compatriotas qué necesitaban para transportarse, estos hubieran respondido: una carroza más rápida. Ningún análisis del mercado del ayer podía mostrar la necesidad del automóbil, porque, simplemente, no existía todavía. Cuando, en los momentos de grandes cambios, se mira al pasado, se encuentran carrozas, no autos.
Volviendo a las comunidades, los fundadores dejan a sus comunidades carrozas, a menudo bellísimas carrozas, a la vanguardia de su tiempo, pero – y aquí está el punto – las comunidades viven en el tiempo de los automóbiles. Y cuando, durante las crisis, se va a mirar atrás para buscar soluciones, se encuentran manuales de construcción de carrozas, de mantenimiento de caballos, de ruedas, de amortiguadores; todas cosas utilísimas para la construcción y la manutención de las carrozas de ayer, pero inútiles para crear automóbiles hoy y mañana.
En el momento de crisis que viene con la transición de la generación del fundador a la siguiente, en esa pérdida natural que se vive, el error más común es pensar que la salvación se encuentra buscando y encontrando en el pasado los recursos para esa “radicalidad” de vida que ya no se ve, para esa fidelidad total al carisma que hoy aparece borrosa. De esa manera se invierte mucha energía para estudiar bien las raíces, para formar a los nuevos miembros con ese material de ayer presentado como la mejor y única cura para la crisis de hoy.
Sucede de manera natural porque en los tiempos de gran incertidumbre y gran desorientación, el único recurso disponible al alcance de la mano parece realmente ser el pasado. Y así nos engañamos con el hecho de que por tener un sólo recurso este único recurso es un buen recurso. Se va en busca de las palabras del fundador, de los episodios y de los sumarios de ayer, se busca también explicar la auténtica interpretación perdida, detrás de la ilusión de que esos textos son el medio para renacer hoy. Así es como se recurre a esos estupendos antiguos manuales de carrozas, esos diseños coloridos de hermosísimas carrozas, e incluso quizás se consiga, en algún lugar, construir todavía alguna buena carroza, pero mientras tanto pasan al lado nuestro automóbiles cada vez más veloces.
Una buena estrategia en estos tiempos de cambio debería, por el contrario, imaginar e intentar dos operaciones. En primer lugar, un trabajo sobre el carisma, entendiendo – para seguir en la misma metáfora – que el don recibido por medio del fundador no está ligado a la construcción de carrozas, sino al transporte; y la comprensión, por lo tanto, de que el carisma que ayer se expresó con la construcción de carrozas hoy puede producir también automóbiles, y por qué no eléctricos. Luego, abandonar los manuales de instrucción de ayer y usar el espíritu del carisma para escribir nuevos manuales para la construcción de nuevos medios de transporte. Y por último, ponerse a trabajar con el mismo entusiasmo de los primeros tiempos.