A renacer se aprende/3 - ¿Qué nos dice hoy la metáfora evangélica del vino nuevo? En los tiempos nuevos hace falta tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer al pasado y creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer. Hay que tener el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023
Las comunidades hacen grandes esfuerzos por entender cuándo acabó un mundo y cuándo empezó uno nuevo. Las causas de este esfuerzo colectivo son muchas, y en general poco estudiadas, sobre todo en las comunidades religiosas y espirituales donde los varios niveles de problemas (económicos, organizacionales, carismáticos…) se mezclan y se confunden.
Sobre uno de los errores nos puede inspirar un famoso fragmento del Evangelio de Lucas – la Biblia es también un precioso mapa para orientarse en los caminos elevados e inaccesibles. Aquí está: “Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; porque entonces romperá el nuevo, y el retazo nuevo no hará juego con el vestido viejo; y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Más bien, el vino nuevo debe echarse en odres nuevos” (Lucas 5:36-38).
Los odres y el vino son excelentes parábolas para comprender las realidades colectivas nacidas de un carisma. Estas viven de un espíritu que las ha creado, que podemos llamar “carisma”, y también de estructuras, prácticas, organizaciones, normas y estatutos nacidos para conservar, proteger y cuidar el carisma mismo: los odres. En el contexto del Evangelio, los odres eran la Ley y las instituciones mosaicas, mientras que el vino era el espíritu, el advenimiento del Reino de los cielos. Algo había ocurrido, la vigna de YHWH había producido un vino nuevo, y los odres viejos debían ser cambiados. Los odres no estaban malos: simplemente no estaban adaptados (unfit) para contener un vino nuevo, y si los contenedores no se cambiaban rápido el contenido se derramaría.
La metáfora del vino nuevo puede indicar hoy muchas cosas distintas.
Cuando llega un carisma a la tierra, es un vino nuevísimo, fruto de una cepa nunca antes vista, aunque de injertos de las cepas de la misma gran viña de la Iglesia y de la humanidad. Todos entienden, al principio, que ese nuevo vino necesita nuevos odres: y he aquí que la comunidad da vida a instituciones, estatutos, normas, lenguajes inéditos que son capaces de contener y cuidar esa novedad. A ningún franciscano se le ocurría en el siglo XIII vivir el espíritu de Francisco quedándose en las hermosas abadías benedictinas: nació algo nuevo, los conventos, y una nueva regla fue escrita para contener aquella novedad. Y nadie pensaba en readaptar el Statuto Albertino para escribir la Constitución italiana después del fascismo.
Mucho más difícil es comprender cuándo en la historia de una comunidad los odres deben ser renovados ya que hay un vino nuevo. Es difícil de entender porque la cepa ahora existe, y muchos piensan que los odres estarán siempre, que no llegará más vino nuevo. La muerte del fundador, en general, es uno de esos momentos en que el vino se hace nuevo y los odres envejecen.
El problema decisivo viene del hecho de que los odres que hay que cambiar son los que construyó el fundador. Y así, estructuras, prácticas, normas, palabras, estatutos y constituciones se convirtieron, con los años, en algo muy importante y querido. Son herencia, son patrimonio (o sea patres-munus: don de los padres), son una parte lindísima del mobiliario y de la riqueza de la casa comunitaria, al punto de amar los odres casi más que el vino. Pero si uno se apega a los odres de ayer, las comunidades envejecen junto con sus barriles, porque creen más en los recipientes que en el vino, y pronto asistirán, inertes, a la descomposición de los odres y del vino.
Hay otro detalle al final de la parábola de Lucas: “Y nadie, después de beber vino añejo, desea vino nuevo, porque dice: ‘el añejo es mejor’” (5:39). A muchos les gustaba más el vino viejo, y no quieren el nuevo: y los problemas crecen. Otros buscaban acuerdos, probaban combinar viejo y nuevo, poniendo trozos de tela nueva en un vestido viejo. No: en los tiempos nuevos es necesario tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer por el pasado y luego creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer.
Hay un día en que los odres que durante “miles de años” contuvieron el espíritu del carisma se vuelven de repente obsoletos, porque una guardia de noche ha sido más larga que mil años. La vid del carisma no ha cambiado, sólo ha llegado el vino nuevo de una nueva cosecha, en las mismas viñas y cepas de ayer. Y aquí se necesita el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.