A renacer se aprende/2 - Los grandes cambios no siempre se producen a pequeños pasos, y la necesidad de proceder gradualmente no debe volverse un obstáculo para abordar iniciativas urgentes
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 24/01/2024 - De la revista Città Nuova n. 10/2023
Hace poco recordábamos el 60° aniversario del gran discurso profético de Martin Luther King, I have a dream, pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963. Meditando nuevamente en aquel discurso, me llamó la atención un pasaje: "Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizante del gradualismo". Era muy crítico del gradualismo, de la idea muy arraigada de que los grandes cambios no pueden producirse de inmediato porque la gran complejidad de la realidad a cambiar exige un proceso gradual y una política de pequeños pasos. El gradualismo encuentra mucho consenso, porque hace hincapié en un verdadero valor, el de la inclusión, el de la necesidad de implicar a los distintos actores que tienen un papel en la creación de los problemas y, por tanto, también en su solución. De ahí los grandes procesos de consulta popular, de los cuestionarios, de las numerosas comisiones para garantizar la sinodalidad de todo el proceso de cambio.
No quiero afirmar que el método gradualista no deba adoptarse nunca o que siempre sea un error. La pregunta es otra: ¿por qué Martin Luther King se oponía tanto al gradualismo? Porque, sencillamente, veía en quienes apelaban a la política de los pequeños pasos una coartada para seguir posponiendo reformas y cambios urgentes y evidentes (el apartheid, por ejemplo), y porque para los poderosos cumplía la función de "tranquilizante" de conciencias. Apelar a un valor, incluso válido en sí mismo, se convertía en una justificación del status quo -casi siempre quien se opone a un proceso necesario lo hace en nombre de una buena razón.
No todos los cambios se producen en pequeños pasos. En física, el agua pasa de líquido a sólido en un instante, las revoluciones no se producen gradualmente, porque ciertos procesos estallan cuando se supera un umbral crítico. Hoy, por ejemplo, quien sigue invocando la política gradualista en el ámbito del cambio climático y de la transición ecológica (la propia palabra transición incorpora la idea de pequeños pasos), utilizan casi siempre esta hermosa palabra para ralentizar un cambio que ya era urgente hace veinte años. La inclusión de todos los gobiernos y de las diversas partes económicas interesadas (stakeholders) es parte esencial del problema ambiental, es la causa primera de por qué estamos inertes presenciando el declive rápido e inexorable del clima. Cuando el barco se hunde, o cuando la casa se incendia, a nadie se le ocurre convocar una asamblea para decidir con complejos procedimientos qué hay que hacer: haría falta un capitán que se responsabilizara de las decisiones y decidiera. El mundo no tiene capitán (y está bien así) y nos estamos hundiendo de hecho; pero ese "capitan" puede y debe surgir desde abajo, de la población mundial, de procesos civiles que puedan conducir a decisiones rápidas y eficaces que sustituyan la falta de "capitanes" - y esperemos que sean pacíficas y no violentas.
Pero lo que sorprende es que el gradualismo gana terreno incluso en las comunidades ideales y en lo movimientos donde hay "capitanes", donde hay un gobierno que podría y debería tomar las decisiones urgentes. Y en cambio, con frecuencia, incluso frente a crisis generales y graves que requerirían un cambio rápido, se prefiere el método gradualista, la creación de comisiones que un día informarán acerca de las necesidades que hayan surgido, con la esperanza (un poco ingenua) de que al final pueda hacerse la síntesis de toda la información recogida. Y así pasan los años y los gobiernos, las patologías se agravan, y mientras los médicos discuten qué hacer, el paciente empieza a morir.
Un error típico de estos métodos gradualistas tiene que ver con la economía. Los aspectos económicos son los primeros en surgir durante una crisis, pero son los últimos en ser afrontados, porque la economía es un indicador de fenómenos mucho más amplios y profundos que la economía por si sola. Los indicadores económicos son la luz roja del auto que señala una falla en el motor: te dice que arregles el motor y luego, una vez reparado, la luz se apaga sola. Y en lugar de eso, se empieza a arreglar la economía sin entender las enfermedades estructurales que generaron la crisis económica, y cuanto más se arregla la economía más se profundiza la enfermedad.
La cualidad de un gobierno en tiempos de crisis depende mucho de la capacidad de sus responsables de intuir, por instinto, dónde están los problemas del "motor", y de ahí arrancar. Recibirán críticas, acusaciones de dirigismo, pero tal vez salven el cuerpo que sufre.
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