A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 20/12/2023 - De la revista Città Nuova n. 9/2023
El arte más precioso y raro de aprender cuando empieza la reforma de una comunidad es lograr llegar hasta el fondo del proceso. La primera etapa de una reforma casi siempre está acompañada de consensos, aplausos y alientos, porque en general los movimientos y las comunidades empiezan con las reformas demasiado tarde, cuando ya es (casi) evidente para todos que toca cambiar mucho para no morir. Y por tanto, el nuevo gobierno que se encarga de esta tarea reformadora es saludado como si se saludara a un salvador. Pocas personas son conscientes de que esa reforma necesaria había que hacerla desde hacía varios años, cuando todavía los síntomas de la enfermedad colectiva eran casi invisibles y todo mostraba éxito y salud.
Por esta razón, los primeros momentos de un proceso de renovación, como en cualquier renovación de un cuerpo que sufre, fluyen lisa y rápidamente, acompañados de satisfacciones y de ese gran alivio típico de cada comienzo de una necesaria cura. Los reformadores se sienten sostenidos por toda la comunidad y todo viene acompañado de un clima de optimismo y de nueva primavera. Se entiende, por lo tanto, que los momentos más y decisivos en las reformas son los segundos, no los primeros, sino aquel “segundo tiempo”, cuando se reduce y se agota la apertura de crédito casi infinita del comienzo.
Muchas reformas se bloquean, se empantanan en esta segunda fase y no alcanzan la tercera, que es esencial para la verdadera y concreta implementación de la reforma, cuando los anuncios deberían haberse transformado en grandes cambios de gobernanza. Sucede como con aquellos jóvenes que se sumergen sólo con la máscara porque saben que en 10 metros se llega a una cueva emergida de bellos colores: después de los primeros metros sienten que disminuye el oxígeno, se asustan, pegan la vuelta y salen de nuevo a la superficie. Si hubieran resistido todavía unos segundos más hubieran llegado al área maravillosa de la cueva, pero se quedaron a mitad de camino.
¿Por qué se detiene? ¿Qué ocurre en la fase intermedia que bloquea las reformas necesarias y anheladas por (casi) todos? Un indicio sobre las razones del fracaso de la segunda fase nos lo sugiere el filósofo francés De Tocqueville (La democracia en América) con su famosa “paradoja”. Estudiando las revoluciones y las transformaciones sociales de los pueblos, Tocqueville había entendido algo importante: apenas los miembros de una comunidad empezaban a ver muchos afiebrados primeros signos de cambio, de nueva participación y de democracia, empezaban a pedir cada vez más, mucho más de lo que los reformadores pueden hacer concretamente en esta primera fase.
El apetito de reforma crece más rápido que sus primeros resultados. Y entonces aquellos reformistas apreciados, alabados y animados al momento del anuncio de la reforma, una vez que empiezan a hacer los primeros actos reformadores ven la estima original transformarse en crítica e insatisfacción, porque los primeros cambios aparecen demasiado tímidos, lentos e insuficientes. Al mismo tiempo, este descontento que proviene hoy de los mismos entusiastas de ayer, genera desilusión y desaliento en los reformistas porque consideran esas críticas injustas e ingratas. Este “efecto tenaza” – crítica por parte de la comunidad y desánimo en el gobierno – puede bloquear la exploración en apnea por una veloz marcha atrás.
Muchas reformas fallidas son esas reformas “abortadas” en la segunda fase, no aquellas nunca iniciadas. Sin embargo, una reforma empezada y no llevada a término es peor que la falta de reforma. Porque mientras una comunidad no haya intentado nunca una reforma necesaria, puede siempre empezar una; cuando una comunidad fracasó con una primera reforma, se vuelve muy difícil, si no imposible, tener una segunda, ya que la gestión de aquel primero fracaso consume mucho de las energías disponibles, y aquel primer entusiasmo colectivo, necesario para empezar una eventual segunda reforma será muy reducido, por no decir inexistente. En las reformas de las comunidades carismáticas solo “la primera es la buena”, la segunda posibilidad, que siempre hay, es (fácilmente) ineficaz.
Cuando entonces el gobierno de una comunidad echa mano a una reforma, debe ser consciente de que llegará la segunda fase de críticas y desaliento. Debe tenerlo en cuenta, no dejarse sorprender por su llegada. Y así, cuando nos quedemos sin aire, seguiremos buceando con confianza, en busca del nuevo arco iris.