¿Qué significa la expresión “dar los tres tercios”? Más que las prácticas concretas, importa “por qué” y “cómo” se viven. Dirección compartida y principios básicos de la EdC.
Anouk Grevin
de "Economía de Comunión - una cultura nueva" nº 43 - Julio 2016
En Asia, donde no se había oído hablar mucho de la EdC desde 1991, había muchas preguntas en el aire. ¿Es verdad que la EdC exige que se compartan los tres tercios de los beneficios? Ha sido importante poder hablar de todo ello. En 1991, Chiara Lubich nos dio una finalidad grande, pero no nos dijo cómo concretarla. A partir de los tres objetivos que ella señaló – ayudar a los hermanos necesitados, difundir la cultura del dar e invertir para crear más puestos de trabajo – cada uno debe encontrar su propio modo de concretarlos.
Algunos lo hacen compartiendo los beneficios, otros poniéndose directamente al servicio de los más necesitados, otros contratando a personas desfavorecidas o explorando un nuevo estilo de dirección, más acorde con la EdC, para tratar de compartir el valor creado. Hemos comprendido que dentro de la EdC hay sitio para las más diversas situaciones, incluso para las cooperativas o las organizaciones sin ánimo de lucro, que según sus estatutos no pueden distribuir beneficios pero pueden vivir la EdC de otras maneras; o para los empresarios que todavía no tienen beneficios o no pueden decidir por sí solos su distribución. Hay sitio para todos, siempre que se viva el “dar”. En el fondo, la expresión de los tres tercios también se puede entender como una invitación a dar todo. Dar unos pocos beneficios siempre será demasiado poco frente a la llamada a hacer realidad una economía de comunión: es necesario dar todo, ser don.
La invitación a inventar cada uno su camino vale también para las prácticas de gestión. Muchas de estas prácticas ya se han recogido en la “guía para dirigir las empresas de EdC” que se puede descargar en la página web. Pero más que las prácticas concretas importa “por qué” y “cómo” se viven. Si se observan detenidamente, aparecen algunos principios de fondo que son transversales a todas ellas.
El primero es la confianza, una visión positiva del hombre que surge de una mirada nueva, capaz de creer en el otro y de ver sus riquezas, incluso las que todavía no se han expresado. Una mirada que hace que emerja lo mejor de cada uno. La dinámica del don lleva, además, a reconocer al otro como una persona capaz y deseosa de dar y por consiguiente a desarrollar un estilo de dirección más subsidiario, que permita a cada uno efectuar su aportación. Por eso, en la EdC se dan experiencias de dirección compartida. La cultura del dar no consiste sólo en vivir el don en la empresa y en llevarlo donde aún no está, sino en reconocerlo en todos los lugares, también en la contribución de los colaboradores y de los socios, para acogerlo y hacerlo florecer. Consiste en convertirse en “productores de comunión” y la comunión es lo que el mundo más necesita, la respuesta más profunda a las desigualdades.
“Una empresa no basta” decía el lema del año pasado en Nairobi. Ninguna empresa por sí sola puede encarnar toda la EdC. Todas las demás empresas y todos los que viven la cultura del dar son necesarios para expresar su riqueza. Y sin embargo, cada uno de nosotros, empresario o trabajador, es la EdC entera, porque lleva dentro su ADN. Por eso, puede dar mucho fruto, al igual que las plantas, que son capaces de regenerarse a partir de un pequeño tocón. Muchos regresaron a sus casas del encuentro de Tagaytay convencidos de “ser EdC”.