Si la escuela empieza a distinguir a los estudiantes en líderes y followers, socava uno de los pilares de la educación: reducir en clase las desigualdades naturales y sociales para crear esa común ciudadanía que es esencial en todo pacto social
Luigino Bruni
publicado en Messaggero di Sant'Antonio el 04/05/2024
Leadership (liderazgo) se ha vuelto la palabra sagrada de la nueva religión del capitalismo. Se la invoca en todos lados. Incluso en los ámbitos eclesiásticos – donde se encuentran cursos sobre el liderazgo de Jesús, de San Benito, e incluso de San Francisco. Están fascinados, a pesar de que el fundador del Cristianismo haya dicho: “No pretendais que os llamen guías (o sea, líderes), porque solo tenéis un Guía” y de que luego haya construido todo el humanismo cristiano en torno a la idea del seguir, que está en el opuesto exacto de la idea del liderazgo. Y aunque los adjetivos se multiplican (inclusivo, amable, comunitario...), el sustantivo, leadership, nunca se pone en discusión.
Las razones del surgimiento de este nuevo dogma son muchas, pero en la raíz hay una nueva gran fragilidad relacional y emocional de trabajadores y ejecutivos, en un mundo que ha olvidado cómo se trabaja en conjunto. Y así, por un lado, criticamos el patriarcado y todo el humanismo de ese mundo jerárquico, y por el otro, edificamos después una cultura del leadership, que bajo muchos aspectos es más patriarcal que el patriarcado (es increíble cómo el movimiento feminista no se dió cuenta de cuánto el machismo está incorporado en la idea de leadership).
Un preocupante fenómeno reciente, que indica la dirección que está tomando este nuevo humanismo empresarial, tiene que ver con el mundo escolar. Me impresionaron los relatos de dos colegas sobre las conversaciones que tuvieron con los profesores de sus hijos e hijas. Estos profesores repetían, con palabras similares, un mismo concepto: "Su hija, su hijo, tiene todas las características para convertirse en un líder de la clase, pero no estamos seguros de que pueda, porque hay otros y otras con quienes compite, tienen que ayudarla en casa a reforzar sus dotes de líder”.
Pensaba que estos razonamientos se limitaban al ambiente universitario, pero las conversaciones en cuestión se refieren a la escuela secundaria, donde la mentalidad empresarial está entrando fuertemente (quizás dentro de poco llegará a la escuela primaria). El cambio poco feliz del nombre del ministerio de la Instrucción (convertido en ministerio “del mérito”) ya había señalado un cambio de cultura educativa en el país, porque meritocracia y leadership son dos caras de la misma moneda: el líder es diferente del viejo “gerente” o “director” también porque merece que lo sigan sus “empleados”, convertidos en “followers” (atentos al lenguaje de las redes sociales en esto).
Pero si la escuela empieza a distinguir y a dividir a los estudiantes en líderes y followers, socava en sus fundamentos uno de los pilares de la educación de los niños y los jóvenes: la reducción en clase de las desigualdades naturales y sociales para crear esa común ciudadanía que es esencial para cualquier pacto social. En la escuela, los jóvenes deberían aprender a ser compañeros y compañeras de todos, porque la fraternidad civil empieza en las aulas. Ya existen mecanismos para diferenciar “los méritos” escolares, que se llaman notas y calificaciones, y todos en clase saben quiénes son los mejores compañeros y los que son menos buenos o son mejores en otras disciplinas. Pero si a estas desigualdades inevitables de talentos y oportunidades empezamos a sumarles las cualidades de líder que tendrían solo algunos, las desigualdades crecerán cada vez más al punto de destruir la convivencia civil.
El aspecto más perjudicial de esta ideología-religión del business es su presentación como inofensiva y, por tanto, admitida sin ninguna reacción por parte de los profesores y familias. Es necesaria una nueva consideración de parte de todos sobre lo que está ocurriendo en el mundo escolar.