El management se está convirtiendo en la nueva ideología de nuestro mundo, sobre todo ese management enseñado en las escuelas de negocios y transmitido por las grandes empresas globales de consultoría.
di Luigino Bruni
publicado en Il Messaggero di S. Antonio el 06/04/2023
El management se está convirtiendo en la nueva ideología de nuestro mundo, en particular ese management que se enseña en las escuelas de negocios y que transmiten las grandes consultoras globales. En el siglo XX, la crítica social se había dirigido hacia la teoría económica liberal, identificando a los economistas teóricos como el gran enemigo a combatir para construir una sociedad al fin justa e igualitaria.
Mientras los intelectuales, fueran católicos o socialistas, se batían en esta guerra, en las facultades de ingeniería y en las escuelas de negocios se desarrollaban las técnicas y herramientas del management, que en las últimas décadas se transformaron progresivamente en la "ideología del management", construida en torno a los tres dogmas del incentivo, el liderazgo y el mérito. Una ideología que se está extendiendo por todas partes, incluidas las comunidades e iglesias cristianas, donde ahora se multiplican los cursos de liderazgo para pastores y para responsables de movimientos, donde ya no se puede celebrar una conferencia o un capítulo general sin coaches o facilitadores profesionales del mundo empresarial, como si de repente hubiéramos olvidado aquella antigua sabiduría de cómo dirigir encuentros y asambleas comunitarias.
El mundo europeo y los países de cultura católica como Italia también están experimentando una rápida evolución y un veloz cambio cultural. Los católicos estábamos tan convencidos de que las leyes de la vida no seguían las del mérito que lo habíamos relegado al cielo, donde estaba el criterio para "merecer" el infierno o el paraíso. El mundo protestante, por su parte, en nombre de la salvación por la sola gratia (Lutero) o por la predestinación (Calvino) había expulsado el mérito del paraíso y del infierno, y luego en la tierra inventó, unos siglos más tarde, la meritocracia (que se originó en Estados Unidos). El comercio está exportando este humanismo protestante de Estados Unidos (y del norte de Europa) a todo el mundo, y hoy lo hace especialmente con la ideología del management, que ha penetrado tanto en Italia que el nombre del ministerio "dell'Istruzione" se ha cambiado por el de "dell'Istruzione e del Merito".
Así, en lugar de la antigua ética de las virtudes sobre la que habíamos fundado nuestra civilización, la ideología del management y de la consultoría global y total ofrece un conjunto de principios, buenas prácticas, elementos de psicología, citas de clásicos de la filosofía, la sociología y la economía, algunas anécdotas de la teoría de juegos, muchos organigramas, maravillosos power points. Y por último, consultores de todo tipo y nombre convierten los principios de gestión en instrumentos operativos de gestión y gobernanza. La gran empresa se ha convertido así en el paradigma que todo el mundo debe seguir si quiere hacer cosas buenas y serias. En el siglo XX fue la democracia, y por tanto la participación, la que ofreció el modelo que debía extenderse a toda la vida civil. Pero mientras que la primera transformación democrática desde el antiguo régimen se produjo en medio de conflictos y grandes luchas sociales, la gran transformación ética y cultural que la empresa está provocando en el mundo se está produciendo en medio de la indiferencia (casi) general. No se trata de negar la importancia de los valores y virtudes económicas, eso sería insensato y erróneo. El problema es otro, y no concierne ni a las empresas ni a la necesaria gestión, y mucho menos a los emprendedores que son las primeras víctimas de esta nueva temporada. Los problemas conciernen a la ideología del management, que llega a todas partes porque, tramposamente, se presenta secularmente como una técnica, y por tanto como algo necesario y no ideológico. Tal vez haya llegado el momento de tomar conciencia y de hablar más de ello.
Credits foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA