La distancia entre los gobernantes y los pobres es uno de los principales problemas de la democracia. Sin una nueva competencia de la política y los políticos, la distancia entre la vida y el palacio está destinada a crecer.
Luigino Bruni
publicado en Il Messaggero di Sant'Antonio el 06/01/2023
En una de las páginas más lindas del libro Cuore (Corazón) de Edmondo De Amicis, Alberto Bottini, el padre de Enrico (el niño protagonista del libro) le dice a su hijo: "El hombre que practica una sola clase social es como el erudito que no tiene más que un libro". En aquella fase posterior a la unificación, era muy importante tratar de "hacer italianos" superando el mundo feudal y sus castas. Y esta superación en dirección a la fraternidad civil se confiaba sobre todo a la escuela pública, que se estaba haciendo obligatoria en los primeros años de la enseñanza primaria.
El mensaje para Enrico, hijo de la burguesía, era claro: hacete amigo de chicos de todas las clases sociales, desde el pequeño albañil hasta el hijo del herrero, porque esta amistad de la infancia será decisiva para una nueva amistad social cuando se conviertan en ciudadanos adultos. Esta frase contiene una gran sabiduría. Hoy, de hecho, sabemos que la primera razón de la decadencia de todas las élites -culturales, económicas, políticas, religiosas- está en la pérdida de la biodiversidad relacional. Cuando un grupo de personas se siente y se autorepresenta como una élite y deja, por tanto, de frecuentar los lugares de todo el mundo, deja de tener amigos y conocidos de culturas y condiciones socioeconómicas diferentes; cuando la vida de los miembros de esa élite transcurre entre hoteles de lujo, campos de golf, restaurantes con estrellas, sin más contacto con la gente en el metro, en los mercados, en las colas del correo, el declive inexorable de esa élite ya ha empezado.
Y lo estamos viendo con la actual generación de directivos de grandes empresas, que se encuentran en una profunda crisis antropológica y de sentido (aunque sean muy ricos), porque desde hace demasiado tiempo se han recluido en mundos autorreferenciales, perdiendo el contacto incluso con sus propios trabajadores y obreros. El empresario de ayer en la gran mayoría de los casos vivía en el pueblo de todos, enviaba a sus hijos a las escuelas de todos, frecuentaba los bares y barberías de todos, y sobre todo frecuentaba las fábricas y talleres de sus trabajadores, conocía el trabajo porque conocía a los trabajadores y a menudo trabajaba con ellos, compartiendo olores y heridas. Cuando esta autosegregación se produce también en las élites políticas llamadas a gobernar, el daño es todavía mayor. Pues se encuentran con que pierden competencias esenciales en las materias sobre las que deben legislar.
Pensemos, como ejemplo importante, en el tema de la pobreza. En el imaginario de nuestros gobernantes, entre el millón de ciudadanos que reciben una media de 500 euros al mes en concepto de Renta de Ciudadanía, habría una proporción importante de culpables, es decir, de personas que podrían trabajar y que en cambio, vagos y holgazanes, prefieren el sofá al trabajo. Entonces uno mira los datos y se pregunta de dónde viene esta creencia fuerte como un dogma religioso. Quienes conocen al menos una de las familias perceptoras de la Renta de Ciudadanía saben muy bien que si estas personas no trabajan es casi siempre por algún problema grave, y que una forma de pobreza es también llevar una vida degradada que te lleva a preferir el sofá al trabajo.
Pero la distancia entre los gobernantes y los verdaderos pobres es uno de los principales problemas de la democracia. Demasiados políticos hablan de los pobres en abstracto, sin haberlos visto ni hablado nunca con ellos. Así, elaboran leyes para los pobres imaginarios y acaban perdiendo el contacto con los pobres reales que, también por esta razón, se convierten en los rechazados de la sociedad. Sin una nueva competencia de la política y de políticos que vuelvan a la escuela de la calle y de los pobres, la distancia entre la vida y el palacio está destinada a crecer inexorablemente.
Credits foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA