Ya no es tiempo de esconderse detrás de «las leyes del mercado», porque el mercado somos nosotros: el mercado son nuestras elecciones, es la foto de nuestros valores, de nuestra dignidad, de nuestro honor.
Luigino Bruni
pubblicato su Il Messaggero di Sant'Antonio il 03/10/2022
«Es cierto que en las empresas hay jerarquía. Es cierto que hay distintas funciones y salarios, pero los salarios no deben ser demasiado distintos. Si la diferencia entre los salarios más altos y los más bajos es demasiado grande, la comunidad empresarial sufre». Son palabras del papa Francisco a los empresarios italianos de Confindustria del pasado 12 de septiembre. Estas palabras de Francisco han sido sobre todo un don, en particular ante las dificultades de estos años extraordinarias, difíciles para todos y también para los empresarios, al menos para los que el Papa ha asimilado al «buen pastor» (ciertamente no para los que se parecen a los «mercenarios»), que sufren cuando sus comunidades empresariales sufren.
Este tema de los salarios de los directivos en relación con los de los trabajadores es muy importante. No puede existir una relación de cien o mil a uno… Es cada vez más decisivo para la calidad del capitalismo de hoy y de mañana. La empresa también es una comunidad, aunque una determinada forma económica de pensar quiera negarlo, en nombre de una visión de la empresa como un mercado donde los «contratos» lo son todo y los «pactos» no son necesarios. El pacto no es un simple encuentro de intereses, sino de destinos, de almas, de vida. Quienes trabajan saben que, sin estos pactos sociales, a menudo implícitos, las empresas no funcionan; y aunque obtengan beneficios, no generan vida buena y bienestar para la gente que trabaja en ellas. Los pactos, a diferencia de los contratos, necesitan una cierta igualdad, no una igualdad perfecta en todas las dimensiones.
Todo trabajador sabe que las responsabilidades, las funciones, los talentos y la productividad de los distintos sujetos de una empresa son distintos. Lo sabe y no pretende tener el mismo sueldo que el director general. Pero todo trabajador, incluso ese «trabajador» llamado empresario (y directivo), como ha recordado Francisco, también sabe que por distintos que sean los trabajadores, al final todos están inmersos en la misma realidad, al servicio del mismo bien común llamado empresa. Saben también que, sin la parte de cada uno, más o menos pequeña, la empresa no funciona, o funciona mal. En esta conciencia de co-esencialidad radica la dignidad, el honor, el respeto y la autoestima de cada trabajador. «No soy el dueño, no he estudiado ingeniería, ya lo sé. Pero yo también se hacer mi trabajo, yo también soy importante, y si me detengo la empresa deja de ser tan buena como es ahora. La bondad y la calidad de nuestra empresa dependen también de mí». Estos son los razonamientos que nos mantienen en pie cada día, que nos permiten encender el ordenador cada mañana con orgullo. Y cuando faltan, nos apagamos, primero en el alma y después del todo. Y con nosotros se apagan nuestras empresas.
Los trabajadores necesitan esta estima tanto como el sueldo. Y si falta, no dan la parte mejor de ellos mismos. Y, continúa Francisco, «cuando los sueldos son demasiado distintos, en la comunidad empresarial se pierde el sentido de pertenencia a un destino común, no se crea empatía ni solidaridad entre todos. Y así, cuando llega una crisis, la comunidad de trabajo no responde como podría responder, con graves consecuencias para todos». Nos esperan tiempos difíciles, tal vez muy difíciles. Para que no sean demasiado difíciles y por tanto imposibles, es necesario que en las empresas aumente este sentido de «destino común», que cada uno se sienta co-protagonista de la empresa colectiva. Todo esto es política. Ya no es tiempo de esconderse detrás de «las leyes del mercado», porque el mercado somos nosotros, el mercado son nuestras elecciones, es la foto de nuestros valores, de nuestra dignidad, de nuestro honor, los de todos y cada uno de nosotros.
En la foto, la empresa de EdC Todo Brillo