Profecía e historia / 19 – Los verdaderos profetas y maestros llevan pesos pesados para que otros no los tengan que llevar.
Luigino Bruni
Original italiano publicado en Avvenire el 13/10/2019
«Muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno fue sanado, sino Naamán el sirio»
Evangelio según Lucas 4, 27
Siervo. Servus, o sea esclavo. En la Biblia también hay muchos siervos. Para el escritor antiguo esta palabra eran corriente, ya que en su vida era normal la presencia de siervos y esclavos. Pero para nosotros no. Nosotros no podemos encontrarnos con estas palabras y pasar de largo. Al igual que el samaritano, debemos detenernos, sentir misericordia y después inclinarnos. Nosotros somos testigos y herederos de milenios de amor y dolor; por eso podemos intentar eliminar estas palabras de nuestro vocabulario y de nuestro corazón, aunque aún no lo hayamos logrado del todo ni en todos los lugares. La Biblia nos ayuda a borrar las palabras que ella misma ha escrito: «Naamán, general del ejército del rey sirio, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, porque por su medio el Señor había dado la salvación a Siria; pero estaba enfermo de lepra» (2 Re 5,1). Con la historia de Naamán, una figura relevante en el pueblo sirio, entramos en uno de los pasajes donde la Biblia se supera a sí misma. YHWH ha concedido la salvación a los sirios, un pueblo distinto y enemigo de Israel. En un periodo histórico dominado todavía por la idea de los dioses nacionales y la religión étnica, en Israel se escriben páginas que anuncian una religión universal e inclusiva. El pueblo comienza a entender que las plegarias de su gente solo pueden ser verdaderas si son también las plegarias de los demás; que su Dios solo puede ser “padre nuestro” si el “nuestro” incluye a todos.
Naamán es un hombre enfermo, un leproso. Cuando en la Biblia aparece un leproso, el corazón se nos va corriendo a los evangelios y de ahí a Rivotorto de Asís. Allí se encuentra con Francisco y su beso al leproso, que marca una etapa decisiva en su vida y en la historia espiritual de Europa. Así es la Biblia: un viaje ético y espiritual en el tiempo y hacia el interior del hombre, que empieza una y otra vez en cada página. «En una incursión, una banda de sirios llevó de Israel a una muchacha, que quedó como criada de la mujer de Naamán. Entonces ella dijo a su señora: Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaría; el lo libraría de su enfermedad» (5,2-3). Naamán cree a su sierva, habla con su rey y le escribe una carta de presentación para el rey de Israel. Naamán se pone en camino llevando la carta en su mano: «El rey de Israel se rasgó las vestiduras exclamando: ¿Acaso soy yo un dios capaz de dar muerte o vida...? Veréis cómo está buscando un pretexto contra mí» (5, 6-7). Ambos reyes no se entienden. El discurso entre una joven criada, un enfermo y un profeta no entra en la lógica de los poderosos. ¡Cuántas guerras y cuánto dolor habríamos ahorrado si hubiéramos razonado como las muchachas, como los enfermos o como los profetas!
Pero Eliseo manda decir al rey: «¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel» (5,8). Naamán el siro va a ver a Eliseo y este le envía un asistente que le dice: «Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia» (5,10). Pero a Naamán esta solución le parece demasiado fácil. ¿Ha hecho todo ese viaje solo para sumergirse en un río? ¿Dónde están los ritos, los gestos, las palabras y las manos del sanador? Naamán protesta contra esta solución demasiado sencilla. En base a su experiencia con los sanadores de su país, tiene su propia idea acerca del protocolo de su curación, y rechaza el que le ofrece Eliseo porque le parece demasiado corriente. No es raro que rechacemos la solución a un problema porque nos parece demasiado sencilla. Muchas veces no vemos la solución porque la buscamos en los efectos especiales y en los fenómenos extraordinarios (5,11). Pero también en este caso, la bendición viene de la mano de los siervos: «Sus siervos se le acercaron y le dijeron: Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías. Cuánto más si lo que te prescribe para quedar limpio es simplemente que te bañes» (5,12-13). Es el sentido común de los sencillos, que sabe ver soluciones fáciles mientras los “grandes” buscan soluciones complicadas e inexistentes. Naamán se cura: «Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, y su carne quedó limpia, como la de un niño» (5,14). A partir de esta curación comienza su conversión religiosa: «Volvió con su comitiva y se presentó al hombre de Dios, diciendo: Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo [berajá] de tu servidor» (5,15).
Naamán, un hombre rico, quiere hacer un regalo a Eliseo como signo de gratitud y bendición: «Eliseo contestó: ¡Vive el Señor, a quien sirvo! No aceptaré nada. Y aunque le insistía, lo rehusó» (5,16). En otro río (el Yaboq), la herida (no curada) generó una bendición (berajá). Aquí la herida se cura, pero el sanador no acepta la bendición. ¿Por qué este rechazo? Eliseo marca el comienzo de una nueva forma de profecía, la espiritual, en un contexto medio-oriental donde el profetismo era un oficio en el que se mezclaban ganancias y comercios. Aquí Eliseo quiere distinguirse claramente de la profecía comercial de los “hijos de los profetas”. Toda su profecía es gracia, charis, gratuidad. No cura por interés, sino por vocación. La profecía, como todos los dones, vive también dentro de relaciones de reciprocidad. Pero a veces la reciprocidad, necesaria en las relaciones ordinarias, puede ser un obstáculo, sobre todo al comienzo, cuando hay que marcar una discontinuidad (cuando comienza una vocación, nace una nueva relación o se funda una nueva realidad…). Aun siendo distinta, la naturaleza de dar-y-recibir de la reciprocidad hace que se parezca demasiado a un contrato comercial. En determinados momentos fundacionales y extraordinarios, el don se expresa diciendo no a la reciprocidad normal que casi siempre lo acompaña. Dice “no” para decir “sí” a algo más profundo; porque si bien es posible el don verdadero sin reciprocidad, no lo es sin gratuidad. Es lo mismo que nos ocurre cuando hacemos el primer regalo a una persona que nos importa mucho: no queremos otra recompensa que la alegría grabada en sus ojos agradecidos, ya que cualquier otra “cosa” reduciría la pureza y la belleza de nuestro regalo. Eliseo, para decir que su profecía es única y exclusivamente gracia, renuncia incluso a la reciprocidad.
«Naamán dijo: Entonces que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor» (5,17). El “no” a un regalo genera otro regalo. Hay un detalle interesante e inesperado: Naamán se encuentra con el rechazo de Eliseo, pero ese rechazo le lleva a pedir otra cosa: la tierra (adamah). Un don sin reciprocidad produce otro don por parte de quien ya era “acreedor”, y no solo por razones de culto (construir un altar). Estas cosas raras son frecuentes en las dinámicas sociales del don, donde la “deuda” creada por un don no se devuelve con otro don sino con un nuevo don por parte de quien ya había dado. Si así no fuera, la vida se parecería demasiado a un mercado, y no podríamos asistir a los espectáculos morales más hermosos de las mujeres y de los hombres. Sin embargo, esta lógica del don le resulta totalmente ajena a Guejazí, criado de Eliseo, que sigue a Naamán para obtener, mediante engaño, una parte de los regalos no aceptados por Eliseo (5,20-27). Antes de despedirse de Eliseo, Naamán le dice una cosa que nos abre de par en par un nuevo horizonte: «Cuando mi señor entra en el templo de Rimón para adorarlo, se apoya en mi mano, y yo también me postro ante Rimón» (5,18). Naamán es un alto funcionario en Siria. Para desempeñar su trabajo tiene que acompañar al rey al templo del dios Rimón. Ahora que se ha convertido, ¿podrá seguir desempeñando ese trabajo? ¿Cómo compatibilizar la nueva fe con el viejo oficio? Naamán se siente abrumado por una doble lealtad: la lealtad a su trabajo, a su vida corriente y a su patria, y la lealtad a su nueva fe. Ahora sabe que Rimón no es el verdadero Dios; él solo quiere honrar a YHWH, pero su vida debe continuar en la misma sociedad de antes.
La historia ha conocido distintas soluciones a este conflicto. Hay quienes sienten que la segunda lealtad no es compatible con la primera y dejan su puesto de trabajo, su país y su familia y cambian de vida religiosa y civil. Ambas lealtades se reducen a una sola. Sin embargo, Eliseo da una respuesta sorprendente: «Shalom»: vete en paz (5,19). Pero ¿cómo es posible? ¿El profeta, el paladín de la coherencia extrema a toda costa, le dice al recién convertido que no se preocupe por esta doble lealtad? Cuanto más coherente es una persona con sus propios valores y principios, más tolerante se hace con respecto a las elecciones de los demás. La coherencia propia no se convierte en un yugo para imponer a los demás. Son los “doctores de la ley” y los “escribas” quienes imponen a otros pesos que ellos mismos no pueden soportar. Los verdaderos profetas son maestros de misericordia, humanidad y compasión y llevan sus pesos pesados para que otros no tengan que llevarlos. Llevan ellos mismos la cruz y dicen palabras de amor a los demás crucificados.
Los profetas no ceden ni un centímetro a las componendas en su vida, pero saben que las mujeres y los hombres que trabajan para que sus hijos puedan ir a la escuela deben vivir entre muchas dobles lealtades. Se ven obligados a trabajar en bancos, oficinas y empresas que no siempre son como a Dios le gustaría que fueran, y a veces tienen que inclinarse ante falsos dioses junto con sus jefes. Cada día se preguntan: ¿cómo vivir la fidelidad en “tierra extranjera”? Estos hombre y mujeres saben que la vida que llevan no es la que desearían y deberían llevar y a veces buscan nuevos trabajos que no llegan casi nunca. Y mientras tienen que trabajar en esos bancos y en esas empresas solo pueden intentar trabajar bien, lo mejor posible, y ofrecer con mansedumbre la mano a sus “patrones”. Siguen adelante cada día gracias a la lealtad espiritual, que es la misma lealtad para con la familia a la que cuidan con su salario. A todas esas personas que no tienen la posibilidad de elegir los bancos y las empresas donde trabajan, a esos fieles en el exilio, Eliseo y la Biblia les repiten: "Shalom", vete en paz, habita esa doble lealtad. Para terminar, es muy hermoso y conmovedor que nuestro comentario a los libros de los Reyes nos haya llevado hoy hasta la bendición a un sirio, hasta la lectura de que Dios ha «dado la salvación a los sirios». Que esta frase se convierta en una oración.
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