La fidelidad y el rescate/11 - Una buena reciprocidad hombre-mujer, siempre difícil pero no imposible.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 12/06/2021
«¿Por qué no satisface mis deseos? No esperaría yo tus preguntas si viera en tu interior como tú ves en el mío»
Dante, Paraíso, IX, 79-81
En el libro de Rut, construido enteramente alrededor de espléndidas figuras femeninas, encontramos hoy una página muy hermosa que nos habla de un hombre y de una reciprocidad buena hombre-mujer, siempre difícil pero no imposible.
El libro de Rut es también el libro del número tres. Las relaciones de reciprocidad directa se abren a la reciprocidad indirecta. Las parejas se trascienden en ternas. El dos es mejor que el uno, pero sin el horizonte del tres a menudo deriva en un mal de la relación. No es generativo, se cierra y se queda sin el aire que solo el primer número impar y plural puede dar. El número tres, que aparece también en la Trinidad cristiana, no es el número entero que sigue al uno y al dos en la sucesión, sino el “número” que dice infinito, y expresa una relación que se abre hasta incluir al universo entero y más. Si la distancia entre el tres y el dos fuera la misma que entre el uno y el dos (o entre el tres y el cuatro…), la terna solo sería una pareja con un número más. El tres que es la simple suma de dos más uno no añade nada cualitativamente nuevo. En la Biblia, el dos no es un número muy amado (Caín y Abel, Jacob y Esaú… hasta los dos hermanos del padre misericordioso). Con el tres comienza la comunidad, y la pareja se abre hasta incluir potencialmente a todos. El número tres es el samaritano que pasa, se inclina sobre la víctima y da comienzo al tiempo nuevo del agape.
Booz se despierta en plena noche en la era de Belén, donde guarda su montón de cebada, y encuentra a su lado a Rut, que se ha introducido sigilosamente bajo su manta, por la parte de los pies. Rut le pide, como pariente cercano (Goel), que la rescate y también que la tome como esposa (Levirato). Su diálogo continúa: «Bien, hija, no tengas miedo, que haré por ti lo que me pidas; porque todos los del pueblo ya saben que eres una mujer virtuosa» (Rut 3,11). El autor aquí hace decir a Booz las mismas palabras que Noemí había ordenado a Rut decir a Booz: («él te dirá lo que has de hacer»: 3,4), y que Rut a su vez había dicho a Noemí: «Haré todo lo que me dices» (3,5). Estamos dentro de un triálogo compuesto con la misma frase, que se repite como un estribillo, en un juego de generosidad donde las promesas se van reflejando como en un espejo. Es una pericoresis de amor, una danza de palabras donde cada uno es sujeto y objeto, remitente y destinatario, amante y amado. Aquí la reciprocidad indirecta que atraviesa el libro de Rut se convierte en reciprocidad de palabras.
También nosotros, de vez en cuando, oímos que alguien pronuncia para nosotros exactamente las mismas palabras buenas que nosotros deberíamos haberle dicho a él o a ella. Y cuando esas palabras distintas aferran el momento y lo elevan al infinito, se produce una experiencia de lo sublime. A lo mejor el paraíso es así: cada uno escucha, dirigidas a su persona, las palabras más hermosas pronunciadas para otros, junto con esas otras palabras, aún más hermosas, que no ha podido pronunciar, aun queriendo hacerlo, porque han muerto en la garganta (y tal vez el infierno sea su simétrico: se volverán contra nosotros todas las palabras malas que hemos dicho y pensado para los demás). Y al escucharlas como una devolución de amor, finalmente las comprenderemos, y descubriremos que eran mucho más grandes y hermosas de cuanto nos parecían el día que las pronunciamos o pensamos – cada don que retorna como reciprocidad viene multiplicado y cambiado, nunca se corresponde con lo que habíamos dado, aun cuando formalmente parezca exactamente lo mismo.
Estas palabras-espejo son siempre una sorpresa absoluta. No son esperadas ni previstas, llegan sin previo aviso. Es como si, tras un largo discernimiento y mucho dolor, consiguiéramos entender que las únicas tres palabras de resurrección que debemos decir son: “perdona, gracias y te quiero”. Abrimos la puerta y solo estas tres palabras nos acogen: “perdona, gracias y te quiero”. Los modos y las formas del don son múltiples, pero tal vez el don que se expresa en estas pocas palabras distintas, que son total gratuidad, sea su forma más alta. A nosotros nos gustan muchas cosas, pero sobre todo nos gustan las palabras maravillosas que las personas a las que amamos piensan para nosotros. Y cuando estas palabras maravillosas no llegan o se han ido, las seguimos mendigando toda la vida. La Biblia nos dice que al menos una palabra estupenda nos espera al final de la carrera: nuestro nombre pronunciado por Dios. Esta es también su buena noticia. Nosotros somos también su evangelio. Si la palabra bíblica no hubiera sido todo esto y aún más, un día en esa misma Biblia no habríamos podido leer lo impensado: y la palabra se hizo carne.
Booz sigue diciendo palabras buenas a Rut, la sigue ben-diciendo, le dice que en Belén todos saben que es “una mujer virtuosa”. Usa la misma expresión (hayil) que aparece tres veces en el libro de los Proverbios (12,4;31) aplicada a la mujer. Las otras 218 veces que se usa hace referencia a los varones. Rut es la única “mujer virtuosa” que tiene nombre en la Biblia. Booz continúa: «Es verdad que a mí me toca responder por ti, pero hay otro pariente más cercano que yo. Esta noche te quedas aquí, y mañana por la mañana, si él quiere cumplir su deber familiar, que lo haga y enhorabuena; si no, lo haré yo, ¡vive Dios! Acuéstate hasta la mañana» (13,12-13). Un giro imprevisto e inesperado parece poner en crisis el plan de Noemí y Rut. Hay otro pariente más cercano que Booz, otro Goel que tiene prioridad en el derecho de rescate. Es una novedad muy seria, que rompe el ritmo narrativo del relato, un auténtico viraje.
Veremos qué consecuencias trae. De momento, sigamos el desarrollo de los pensamientos y las palabras de Booz: «Ella durmió a sus pies hasta la mañana y se levantó cuando la gente todavía no llega a reconocerse, porque Booz no quería que supiesen que la mujer había ido a ese lugar» (3,14). En este pasaje, como en otros del libro de Rut, las cosas más importantes son las que no se dicen, las que el lector debe imaginar y reconstruir a partir del silencio y de lo que se calla. Toda la preparación, en la mente y en las palabras de Noemí, hacía presagiar una escena de seducción: una mujer joven se introduce en el lecho de un hombre solo, alegre por el vino, usando su único bien, su cuerpo atractivo y perfumado, para conquistar al hombre y obtener el rescate de los bienes y de la vida. Sin embargo, el tono y los verbos hebreos elegidos dicen otra cosa. Hablan de un diálogo entre iguales, entre dos personas “virtuosas” que, en un contexto incómodo y ambiguo, consiguen construir una relación verdadera, y de este modo se vuelven más grandes que los personajes de la escena. Se hablan con palabras (y no con los cuerpos) llenas de respeto, y Booz cuida a su insólita invitada. Todo sugiere que la invitación a quedarse a dormir en su cama no nace del deseo de satisfacer un apetito, sino de la voluntad de protegerla durante la noche.
Cuando somos capaces de trascender los papeles que la comedia de la vida nos asigna y de ir más allá de los lenguajes más inmediatos y sencillos, puede brotar otra relacionalidad, también entre hombres y mujeres. No es fácil, para una mujer y un hombre, dialogar a la par, con respeto y cuidado, dentro de una cama y bajo la misma manta. Ayer más que hoy. Bien lo sabe la Biblia. La mirada lujuriosa y el gesto depravado de David con Betsabé están en el centro de la Biblia, como un nuevo pecado original, como un nuevo Caín que, para poseer a una mujer, invita a un hermano a los campos (de batalla) y allí lo vuelve a matar. El gesto de Booz rescata, por adelantado, la sangre que será derramada por su nieto David. Ambos están presentes en la genealogía de Jesús, para no olvidar, para recordar. El libro de Rut nos dice que no es imposible una relación distinta entre la mujer y el hombre, y que por tanto en ese montón de cebada está aconteciendo algo importante.
La antropología bíblica (Génesis 1-4) sabe que la relación hombre-mujer está marcada por una herida. Entre ellos existe una atracción recíproca, fortísima, pensada y querida por el creador para su felicidad y para que lleguen los hijos, una profunda y especialísima alegría que nace dentro del deseo mutuo, y hace que las comunidades mixtas sean las más hermosas y felices. Pero dentro de la alegría de la relación humana primaria, el Génesis nos dice que se cela un mal, que algo del diseño de amor original se ha roto, y la atracción recíproca ha sido habitada por el abuso y la violencia. La mirada de amor al alba de la relacionad hombre-mujer, a lo largo de la historia se ha convertido en una mirada de arriba abajo, de subordinación, en un uso del cuerpo de la mujer para satisfacer deseos y necesidades de los varones. Todo esto la Biblia lo sabe al menos tan bien como nosotros. Pero al contarnos este diálogo nocturno distinto entre Rut y Booz nos quiere decir que la primera mirada entre Adán y Eva no se ha perdido para siempre. Aquella alineación horizontal de los ojos puede resurgir dentro de nuestras casas, en nuestros montones de cebada, porque la herida originaria se puede curar, y quizá un día cicatrice para siempre. La felicidad en la tierra nunca será plena hasta que todas las mujeres, sin faltar una, sean miradas como Booz miró a Rut.
Booz no es un hombre enamorado. Al menos el texto no lo sugiere. No es el hombre joven del Cantar. Es un hombre adulto, quizá anciano, que no trata con ternura y respeto a Rut porque se haya quedado prendado de ella. Los hombres enamorados son capaces de realizar actos y de decir palabras hermosas que florecen en esa etapa grande y efímera. El problema está en las palabras y en los gestos de los hombres no enamorados. Booz es tan solo un buen hombre. Eso nos basta. En este libro donde “la masculinidad es un utensilio menor de la divinidad” (Erri de Luca, "Il libro di Rut", p. 52), encontramos una página profética, regalo de un mundo machista y patriarcal, que nos muestra a un hombre capaz de mantener una relación casta, no predatoria y de auténtica reciprocidad con una mujer. Una página necesaria en esta época donde la mirada de las mujeres con respecto a los hombres se ha vuelto desengañada y enfadada, a causa de demasiados siglos donde ha prevalecido el gesto de David sobre el de Booz, y aún sigue prevaleciendo demasiadas veces. Que esta página se convierta en oración y que las palabras y los actos de Booz se conviertan en los nuestros. Para siempre.