La fidelidad y el rescate/10 – Hay elecciones secundarias, consecuentes con la primera, que realizamos por agape.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 05/06/2021
«¿Por qué, entonces, aumento la infelicidad de estar en esta orilla con la nostalgia de la otra?»
Franz Kafka, Diarios, 24 de enero de 1922
En el encuentro nocturno entre Rut y Booz se nos abren algunas dimensiones nuevas de la fidelidad. Y de la Ley de las mujeres, que tiene mucho que decir y que tiende a no separar bienes y personas, riqueza y vida.
No es fácil entender dónde se encuentra la belleza en la Biblia y en qué consiste verdaderamente. Rebeca, Raquel, Judit, Betsabé, Ester y Tamar eran hermosas, muy hermosas, quizá tanto como la Reina de Saba. “Toda bella” es la joven del Cantar. También eran hermosos José, David, el niño Moisés, Saúl y Absalón, el príncipe de la espléndida melena: «En todo Israel no había hombre más guapo ni tan admirado como Absalón: de pies a cabeza no tenía un defecto» (2 Sam 14,25). Pero junto a esta belleza, semejante a la nuestra, en la Biblia hay otra belleza que nos desvela una dimensión de la vida, quizá decisiva. Es la que nos hace llamar bello (kalos) a un pastor (Jn 10,11) y elogiar a María como "toda bella". Es la que nos hace ver una belleza distinta incluso en un crucificado que «no tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas» (Is 53,2).
De Rut no se dice que fuera hermosa. Sin embargo, una intensa belleza la acompaña en todo su libro. Nadie afirma que fuera hermosa, y sin embargo todos lo dicen. No es demasiado joven (es viuda, después de haber estado casada tal vez diez años). Sin embargo, desde hace más de dos milenios nos imaginamos a Rut joven y guapísima. Si la única belleza verdadera en la tierra fuera la de Betsabé y la de Tamar estaríamos condenados a vivir en un mundo con poquísima belleza. Algunos, tal vez muchos, ven así el mundo. Pero esta no es la única mirada que se nos ha dado. Cada día, cada minuto, hay personas que se enamoran de otras porque ven otra belleza. Y nosotros podemos intentar ver el mundo a través de los millones de ojos de los enamorados y descubrir otro mundo, otra belleza. Los que aman tienen una mirada distinta. Ven al amado o a la amada como una persona bellísima. Cuando se ve el mundo a través de las grietas de los ojos de los amantes, se vuelve del revés, se puebla de personas espléndidas, cada una más hermosa que la otra, con una belleza que cambia con la edad y las circunstancias, pero sigue siendo belleza. Así hasta el final, cuando la última mirada tenga la misma chispa que los ojos del primer encuentro, tal vez incluso más hermosa. ¿Verá Dios así el mundo? ¿Nos verá así a nosotros, a ti y a mí? La suya es una “mirada de última instancia” para aquellos que no tienen ningún enamorado, o ninguna madre o padre que los vea guapísimos. Cuando la belleza se empaña y desaparece, deberíamos aventurarnos en este gesto distinto de los ojos.
«Rut respondió a Noemí: -Haré todo lo que me dices. Después bajó al campo e hizo exactamente lo que le había encargado su suegra» (Rut 3,5-6). Noemí ha orquestado su plan para asegurarle a su nuera un “lugar seguro”. Y de este modo, perfumada y con la ropa bonita, Rut espera que acabe la fiesta de la trilla y encuentra el montón de cebada donde el hombre se ha acostado: «Booz comió, bebió y le sentó bien. Luego fue a acostarse a una orilla del montón de cebada. Rut se acercó de puntillas, le destapó los pies y se acostó» (3,6-7). Rut ejecuta a la perfección las instrucciones de la suegra, y se mete en la cama de un hombre que no es su marido, bajo la misma manta, por la parte de los “pies”. Podemos imaginarla allí, rígida y empobrecida, sin pegar ojo a la espera de que ocurra algo, esperando que no aparezca ningún extraño y estropee el plan. Con mil pensamientos, todos parecidos: ¿Qué ocurrirá cuando se despierte? ¿Y si me echa? ¿Y si me humilla y me ofende? ¿Será violento? Además ¿qué pensará de mí? Las mismas preguntas de siempre, sobre todo cuando quienes toman estas iniciativas son mujeres frágiles, indefensas y débiles.
Los minutos se hacen horas, y no pasan nunca: «A medianoche el hombre sintió un escalofrío, se incorporó y vio una mujer echada a sus pies. Preguntó: -¿Quién eres?» (3,8). En una era, por la noche, en Medio Oriente hace frío. Tal vez la manta (o el manto) se le queda corta, o tal vez al moverse toca el cuerpo de Rut, «y Booz comenzó a tocar sus cabellos. Se dijo: Los espíritus no tienen pelo. Por eso le preguntó: ¿Quién eres, una mujer o un espíritu? Respondió: Una mujer» (Midrash Rabbah, 6.1). El diálogo continúa: «Ella dijo: -Soy Rut, tu sierva. Extiende el borde de tu manto sobre tu sierva, porque tienes derecho de rescate [eres goel]» (3,9). Rut se deja reconocer y se presenta como “su sierva” (’amah), condición que permitía a una mujer convertirse en concubina o en esposa – la poligamia estaba permitida en Israel. Y le pide que sea su rescatador-goel y la tome como esposa. El borde del manto (kanap) indica protección y “extender el borde del manto sobre alguien” significaba una oferta de matrimonio (Ez 16,8).
Rut, con esta petición, va más allá de la obligación de rescate del Goel prevista en la Ley de Moisés y llega incluso a la obligación del levirato, otra institución que preveía la obligación del cuñado o pariente de casarse con una viuda. Así pues, se trata de una petición impropia según la Ley, entre otras cosas porque la mujer pariente de Booz que podía pedir la aplicación del levirato era Noemí y no Rut, que además era extranjera. Lo que es seguro es que Rut trasgrede la Ley. Y esta transgresión nos dice algo muy importante.
Rut hace una cosa no prevista por la Ley de los hombres, de los varones. Estos habían separado y distinguido el Goel del Levirato, habían separado el rescate de los bienes económicos del rescate de las personas, habían separado la riqueza de la vida. Y nosotros lo seguimos haciendo. Rut no. Para ella todos los bienes son relacionales. La única ley verdaderamente importante es la que asegura que la vida pueda continuar, Si es importante que los bienes no se pierdan, más importante es que no se pierda la vida, que vengan nuevos hijos. Porque los hijos en la Biblia so el verdadero paraíso, y cada hijo que nace puede ser el Mesías. Los varones separan las cosas de las relaciones humanas. Las mujeres no. Lo seguimos viendo todos los días: regalos caros que sustituyen el tiempo para hablar que nunca llega, dinero y “pensiones alimenticias” (palabra tristísima) que según la ley de los varones deberían compensar lo incompensable. Estas son las palabras de los abogados, a los que acudimos cuando hemos matado las palabras que debíamos habernos dicho y no nos hemos dicho. El rescate de los bienes sin el rescate de las relaciones primarias solo rescata cosas muertas. Las mujeres lo saben, nosotros, los varones, un poco menos. Rut incluye a Noemí dentro de su salvación/redención – casarse con Booz significa dar un heredero a Noemí, que no tiene ninguno. No es capaz de concebir una salvación solo para ella misma. La felicidad es demasiado poco. Todos lo sabemos, todos lo aprendemos con el paso de los años. Pero sobre todo lo saben las mujeres, y lo saben de otra forma. Para que la felicidad pueda ser “bastante” (sin convertirse nunca en todo) debería al menos incluir a aquellos a quienes aman las mujeres, cuya felicidad a menudo pesa más que la suya propia, hasta llegar a veces a pesar demasiado – este peso excesivo de la felicidad de los otros genera el típico sufrimiento trágico de las mujeres en la tierra de ayer, de hoy y quizá de siempre. ¿Cómo habrían sido las leyes y la Ley si la hubieran escrito las mujeres, si la hubieran escrito las madres? ¿Y cómo sería la economía y la ciencia del management si la hubieran pensado y enseñado Rut? Ciertamente distintas, muy distintas.
De modo que, dentro de esta felicidad parcial, colectiva y distinta, Rut pide casarse con un hombre adulto, probablemente mayor, tal vez ya casado, más cerca de la edad de Noemí que de la suya (el léxico hebreo usado así lo sugiere: para el Midrash Rabbah, Booz tiene ochenta años y acaba de quedar viudo (6.2)). Booz apoya esta elección de Rut: «Él dijo: -El Señor te bendiga, hija. Este segundo acto de fidelidad [hesed] es mejor que el primero, porque no te has buscado un pretendiente joven, pobre o rico» (3,10).
Rut podía haber buscado y encontrado hombres jóvenes, incluso ricos – este es un reconocimiento indirecto de la belleza y del atractivo de Rut. Pero elige a Booz. Y lo hace por fidelidad a la primera elección de permanecer “pegada” a Noemí, para seguir una voz, una vocación totalmente humana. Todos los días vemos estas elecciones. A veces nos parecen extrañas y sin embargo forman parte del repertorio de las mujeres, que tienen una racionalidad más vital y afectiva, donde en el cálculo coste-beneficio meten otros costes y beneficios distintos, y a veces ni siquiera realizan cálculos. Tienen otra relación con el tiempo, tal vez porque llevan inscrito en su cuerpo el ritmo natural del cosmos, y porque saben que nueve meses valen toda una vida, y que ciertos dolores son para siempre, como lo son ciertos amores. Por eso a veces sienten que es mejor amar mucho a una sola persona, incluso durante poco tiempo, que amar a muchas personas durante mucho tiempo. Y realizan su elección.
«Esta segunda hesed es mejor que la primera» – dice Booz a Rut. Esta segunda elección que está realizando Rut ahora es consecuencia de su primera elección, la de seguir a Noemí «para siempre». Como en nuestras vocaciones, como en la vida, donde las elecciones de hoy son actos necesarios para permanecer fieles a una libertad ejercida radicalmente ayer. Las palabras de Booz nos dicen que estas segundas elecciones, que nos parecen menos libres, y en cierto sentido lo son, prevalecen sobre las primeras. ¿Por qué? ¿En qué sentido prevalecen? En la juventud lo dejamos todo para seguir una voz. Dejamos “mujer, campos, hijos” sin tener ni mujer, ni campos, ni hijos. Después nos pusimos en camino y un día adulto nos encontramos con una mujer concreta que podría haberse convertido en esposa, y por tanto, con campos e hijos. En la primera elección dijimos “para siempre” con una libertad absoluta, porque allí todo era aún posible. La segunda elección de no “detenernos” es menos libre que la primera porque ya estaba potencialmente inscrita en aquella, porque la primera ya había reducido nuestro conjunto de alternativas posibles. Pero ahora la elección es concreta, mientras que la primera era abstracta.
Podríamos llamar a esta segunda libertad una nueva libertad, pero también podemos llamarla agape, la palabra gemela de la hebrea hesed. La segunda elección prevalece en el agape. Somos más grandes que nuestra felicidad y nuestra libertad, y por tanto podemos decidir dejarlas en segundo plano por otra cosa que vale más: la verdad de nuestro corazón. Aquí está la dimensión trágica de las vocaciones verdaderas, que son, al mismo tiempo, la máxima libertad y la máxima no-libertad. Los “para siempre” que decimos libremente permanecen por siempre, y por siempre actúan. Tres cosas permanecen. La mayor de ellas es el agape.