La fidelidad y el rescate/3 - La tierra a medio camino entre Moab y Belén se convierte en tierra de mujeres y de libertad.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 11/04/2021
«Cuando un ser humano acoge a un visitante en su casa, sin duda le ofrece un lecho donde dormir; si vuelve, le mostrará un sillón; si vuelve otra vez, tendrá derecho a un banco; y si aparece nuevamente, le dirá: ya basta. Con Dios es distinto: cuanto más le molestamos, más se alegra».
Rabbí Zerá, en Elie Wiesel, Maestros y leyendas del Talmud.
Las palabras que dice Rut para convencer a Noemí de que la lleve consigo a Belén se encuentran entre las más poéticas y espléndidas de la Biblia. Y nos hacen sentir y comprender qué es la vocación y la fidelidad.
«Noemí salió del lugar donde residía, en compañía de sus dos nueras, y emprendieron el regreso al país de Judá. Noemí dijo a sus dos nueras: - Andad, volveos cada una a vuestra casa. Que el Señor os trate con piedad, como vosotras lo habéis hecho con mis muertos y conmigo. El Señor os conceda vivir tranquilas en casa de un nuevo marido. Y las besó». (Rut 1,7-9). Las tres viudas se ponen en camino. Y estando ya en camino aparece el primer golpe de escena: Noemí pide a sus dos nueras que vuelvan a casa. Sus nueras han sido leales y buenas, y la han tratado con amor misericordioso (hesed). Mantienen entre las tres una relación de amor y reciprocidad. Pero cuando ya están en marcha, Noemí cambia de planes. Ya no están en Moab y todavía no han llegado a Belén. Están a medio camino, en un punto crítico. Esta tierra a medio camino entre Moab y Belén es tierra de mujeres.
¿Por qué Noemí no ha dicho nada a las nueras antes de ponerse en camino? El libro no nos lo dice. Tal vez el autor haya querido llevar a las tres mujeres al “desierto”, porque en ese no-lugar se dan las condiciones para una elección más libre, lejos de la mirada de las familias de origen, del peso de los dioses de casa y de los varones del entorno. En el camino, las dos nueras viudas pueden elegir entre seguir adelante y volver atrás. Allí el espacio es superior al tiempo, porque mientras el tiempo sigue pasando en su eje de siempre y de todos, las mujeres marcan el otro eje de su vida con la libertad de ir o venir. En ese mundo, la escasa y pequeña libertad de las mujeres se crea fuera de la casa de ayer y antes de llegar a la de mañana. Es una libertad transitoria (en tránsito), provisional y temporal. Una libertad frágil que, sin embargo, la Biblia ve, guarda y nos regala. Las decisiones de Noemí, Rut y Orfá son decisiones de mujeres libres, al menos en ese tramo del camino, de la vida y del libro – si una persona es verdaderamente libre, aunque sea en un solo tramo, lo es para siempre.
Noemí besa a sus nueras. Todos los besos en la Biblia son importantes, pero algunos lo son más. Como este beso de adiós, salado por las lágrimas – los besos de despedida entre mujeres que se quieren son siempre son maravillosos, tienen el sabor y la intensidad del paraíso. Las nueras no se dejan convencer por las palabras de Noemí: «¡De ningún modo! Volveremos contigo a tu pueblo» (1,10). Noemí insiste añadiendo nuevos argumentos: «Volveos, hijas. ¿A qué vais a venir conmigo? ¿Creéis que podré tener más hijos para casaros con ellos? Andad, volveos, hijas, que soy demasiado vieja para casarme. Y aunque pensara que me queda esperanza, y me casara esta noche, y tuviera hijos, ¿vais a esperar a que crezcan, vais a renunciar, por ellos, a casaros? No, hijas. Mi suerte es más amarga que la vuestra, porque la mano del Señor se ha desatado contra mí» (1,11-13). No sabemos por qué Noemí está tan decidida a volver sola. Los intérpretes han dado muchas versiones, incluyendo el temor a regresar a Belén con dos mujeres viudas moabitas, o a quedar apartada de la benevolencia de Dios (“la mano del Señor”). En todo caso, impresiona la honestidad de esta anciana mujer. Y he aquí el segundo movimiento: «De nuevo rompieron a llorar. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí» (1,14). Esta vez las dos nueras actúan de forma distinta: Orfá vuelve a casa y Rut desobedece y se queda. Noemí insiste: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella» (1,15).
Noemí dice las palabras que tenía que decir, porque son las palabras del amor adulto. Expone todos sus buenos motivos, y nosotros la entendemos. Además, el comportamiento de Orfá es el normal para aquella cultura, y es el que el lector espera. La trasgresora es Rut. Orfá no hace otra cosa que obedecer a las palabras de Noemí. A diferencia de algunas tradiciones, que leen en su nombre la palabra “nuca”, y por tanto el hecho de dar la espalda a Noemí (según el Midrash Ruth Rabbah, la noche que Orfá se marcha, Noemí es violada por cien hombres y un perro, y de esta violación nacerá Goliat), el autor no pronuncia ni sugiere juicio negativo alguno con respecto a Orfá – el libro de Rut es el libro de la benevolencia de las miradas. Se había puesto en camino con Noemí y Rut, y después, ante las palabras de su suegra, hace lo que debe. Besa a Noemí dos veces, llora dos veces. La quiere, como habrá querido también a Rut. Pero retoma el flujo ordinario y ordenado de la vida. No escucha ninguna vocación, vuelve a casa, sale para siempre del libro, y nosotros la bendecimos.
En ese momento, Rut toma la palabra por primera vez. Se trata de uno de los pasajes poéticos y espirituales más hermosos de toda la Biblia, que hay que leer conteniendo la respiración: «No insistas en que te deje y me vuelva. A donde tú vayas, yo iré, donde tú vivas, yo viviré; tu pueblo será el mío, tu Dios será mi Dios; donde tú mueras allí moriré y allí me enterrarán. Solo la muerte podrá separarnos, y si no, que el Señor me castigue» (1,16-17). ¡Magnífico! Un canto al valor infinito de los lazos humanos, entre personas, al valor absoluto de una sola persona.
Pero ¿por qué quiere Rut seguir a Noemí y no escucha su consejo? Rut es trasgresora. Toda vocación es trasgresión. Sus palabras encierran un capítulo de la gramática de las “vocaciones para siempre”. Rut no ve en Noemí solo a una buena suegra o a una amiga muy querida. En ella ve también su propio destino, su lugar en el mundo. Escucha pronunciar su nombre. Estas palabras de Rut son más grandes que el contexto de su libro. Son una declinación horizontal y antropológica de la Alianza bíblica. Para empezar, en ellas encontramos el sentido del para siempre. Solo en las vocaciones hay un “para siempre”, aunque un día nos detengamos y volvamos a casa. Y cuando alguien siente el deseo de pronunciar un “para siempre”, está presente una vocación, aunque no lo sepa. Por eso se lee esta página de Rut en la liturgia nupcial, pero también podría leerse en la de las vocaciones religiosas, incluso en las vocaciones no religiosas (si fuéramos suficientemente laicos). Pero sus palabras no son sencillas ni románticas. Son un grito, donde se toca el corazón del drama, del peligro, de la paradoja de las vocaciones. Este pasaje podría estar situado a pocas palabras de distancia de Job (cap. 1) o de Jeremías (cap. 20). Si eliminamos esta dimensión trágica, convertimos este grito y esta vocación en un pensamiento sentimental y banal, y lo traicionamos. Después, hay un seguimiento. Las vocaciones son ante todo un asunto de pies. Tras oír una voz, empezamos a caminar con alguien, detrás de alguien, al lado (davák) de alguien, de una o de varias personas concretas. Nos pegamos como se pegó la lengua de Ezequiel al paladar cuando perdió a su mujer, la “luz de sus ojos” (Ez 24).
Permanecemos fieles a la vocación siempre que no dejemos de caminar, aunque con el paso del tiempo ya no sepamos a quién estamos siguiendo. Las vocaciones implican el seguimiento de personas. Por eso existe una gran proximidad entre las vocaciones matrimoniales y las religiosas. Los hombres y las mujeres han aprendido a seguir solo a Dios viendo a personas que seguían solo a personas, solo a una mujer o a un marido; y ahí lo aprendemos de nuevo cada día. El seguimiento no es nunca abstracto – si hay un lugar donde la realidad es más grande que la idea es en las vocaciones. Incluso entrando en clausura, seguimos a personas, nos vinculamos a alguien que ha sido lugar de la voz, que ha dado carne a la voz. Nos pegamos a un fundador, a una comunidad, a unos amigos y amigas, y vinculamos nuestro destino al suyo. Y cuando esto falta, las experiencias vocacionales se vuelven neuróticas, se convierten en soledades tristes rellenas de auto-ilusiones. Casi todas las veces que he encontrado en mi vida un seguimiento “pegado”, las protagonistas eran mujeres. El seguimiento femenino tiene sus notas características, y una de ellas es la capacidad de adherirse en cuerpo y alma. Este pegamiento claramente tiene sus peligros (manipulación, abuso, violencia, idolatría…) pero, cuando es libre y consciente, es una de las cosas más hermosas bajo el sol; es parecido a dejarse encerrar sano en una casa de reposo solo para estar cerca de la esposa.
Rut es difícil de entender porque, en la historia antigua y reciente, detrás de las elecciones de cada Rut no siempre hay libertad, y no todas las Noemí son tan honestas y responsables como la del libro. Pero la primera y verdadera Rut nos recuerda una gran verdad humana, que no es menos grande por ser frágil. Volvemos a ver a Rut cada vez que una persona decide continuar siguiendo a otra, sin más motivos que el seguimiento. Cada vez que entiende que la libertad que le ha hecho dejarlo todo y a todos para no depender de nada ni de nadie es la misma libertad que le lleva a emplear hoy por una sola persona toda la libertad conquistada ayer. Lo infinito se hace particular, el Logos se hace niño. Rut es icono de la gratuidad más grande porque es icono de la libertad más grande.
He conocido a alguna Noemí y a alguna Rut. He visto la cara de Noemí en la fundadora de una comunidad que se retira al llegar al final de su tarea, y he vuelto a ver a Rut siguiéndola en su retiro, o cuidándola durante una larga enfermedad. Es la fidelidad que se hace más grande que el “cargo” y la función. He vuelto a verla en la fidelidad de un marido a una mujer que ya no lo reconoce, debido a la enfermedad, pero él la sigue conociendo y reconociendo a ella, hasta el final. Sin Rut, en las comunidades solo reinaría la despiadada alternancia en los cargos y en las funciones, y ninguna familia duraría para siempre.
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