La fidelidad y el rescate/2 – Las vidas y las palabras de las mujeres dicen carestía y hospitalidad, derrota y resurrección.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 04/04/2021
«Por las cuatro millas recorridas junto a Noemí, Orfá tuvo el privilegio de traer al mundo cuatro gigantes: Goliat y sus tres hermanos».
Louis Ginzberg, Las leyendas de los judíos.
El libro de Rut nos entrega la figura de una madre, viuda y huérfana de ambos hijos, que no se dejó vencer por la adversidad, las viejas leyes y los lutos, y supo llevar consigo a dos nueras y a todos nosotros, a la espera continua de resucitar.
«En el tiempo de los Jueces hubo hambre en el país…» (Rut 1,1). Cada nombre que aparece en los escasos versos del libro de Rut es un mensaje. Como en una miniatura medieval, la obra maestra nace del cuidado de los detalles. En el tiempo de los jueces… El libro de los Jueces describe un tiempo de violencia y abusos, y termina con el relato – uno de los más tremendos de la Biblia – del homicidio perpetrado por unos hombres de Guibeá contra una mujer de Belén (Jue 19,29). El libro de Rut comienza con otra mujer de Belén: Noemí. Hay que leer la Biblia en su conjunto, porque, como ocurre en la vida, el sentido de una palabra se encuentra en otra, aunque sea lejana. Hubo hambre en el país. En la Biblia las hambrunas no son simples eventos climáticos. También son teofanías, palabras de Dios. Una hambruna condujo a Abraham hasta Egipto. Otra llevó hasta allí a los hijos de Jacob, que se reconciliaron con su hermano José. A menudo una hambruna es un dolor que prepara una resurrección. Un dolor que nos obliga a salir de una tierra que nunca abandonaríamos sin ese dolor. En la Biblia, a veces, las personas se ponen en camino siguiendo una voz. Otras veces lo hacen persiguiendo el agua y el pan. Y descubren, pero solo al final, que en el dolor que les ha hecho salir de casa había el mismo amor. Sin embargo, para entenderlo hace falta una vida entera, a veces la de varias generaciones.
«Y un hombre emigró, con su mujer y sus dos hijos, desde Belén de Judá». Una familia emigra. Aún no conocemos sus nombres, pero ya sabemos cuál es el nombre de la ciudad afectada por la hambruna: Belén. Pero este nombre no casa bien con la palabra hambruna. Sabemos que Belén significa “casa del pan”. La familia, por una hambruna, deja la casa del pan para ir a buscar el pan lejos de casa. Esta es la primera paradoja. Viven en la casa del pan y la dejan por el pan. Pero esta familia, a diferencia de otras grandes migraciones bíblicas, no va a Egipto, donde el ciclo de las aguas del Nilo es más fuerte que las hambrunas. Va a un lugar improbable, de nombre casi impronunciable para los hebreos de su tiempo: «los campos de Moab». Va donde habitan los moabitas que, junto con los amonitas, eran enemigos históricos de Israel. Además, este pueblo lleva inscrito en su historia precisamente el símbolo del pan y del agua: «No se admiten en la asamblea del Señor amonitas ni moabitas… Porque no te salieron al encuentro con pan y agua cuando ibas de camino al salir de Egipto» (Dt 23,4-5). No te salieron al encuentro con el pan: ¿por qué, entonces, ir a buscar el pan donde el pan se te ha negado? La tensión aumenta…
«Este hombre se llamaba Elimélec; su mujer, Noemí, y sus hijos, Majlón y Kilión. Eran efrateos, de Belén de Judá. Llegados a la campiña de Moab, se establecieron allí» (Rut 1,2). Elimélec significa mi Dios (Eli) es rey (mélec). Otro nombre que habla: este hombre emigrante lleva consigo el vínculo con su Dios distinto. En cambio, los nombres de sus hijos varones son nefastos y oscuros, traducibles como “enfermedad” y “tuberculosis” (o “agotamiento”). En la Biblia el número dos para los hijos generalmente no presagia nada bueno, empezando por Caín y Abel y siguiendo por Isaac e Ismael, Esaú y Jacob, Raquel y Lía, para terminar con el hijo pródigo y su hermano - André Gide ha querido imaginar, en la parábola de Lucas, un tercer hijo menor, y una madre (“El regreso del hijo pródigo”). El dos es también el número de la envidia, la rivalidad y el conflicto para obtener el reconocimiento, la herencia y la primogenitura. En la Biblia, el dos no es el número de la fraternidad buena – ningún número lo es si la fraternidad no genera un vínculo más grande que el de la sangre.
Se establecieron allí. Vivieron en Moab como “migrantes”. El verbo gûr (emigrar) y el sustantivo ger (emigrante) son palabras habituales en la Biblia. Vivir en un país extranjero como ger es una buena condición. En Israel, por ejemplo, el ger observaba el sábado y participaba en las principales fiestas. No sabemos cómo era la condición jurídica del ger entre los moabitas, pero no hay que excluir que fuera parecida a la de Israel ("Rut", Donatella Scaiola, Paoline). Además, al lector bíblico la palabra ger le recuerda directamente a Abraham: «Yo soy un forastero (ger) residente entre vosotros» (Gn 23,4). Abraham habitó en la tierra prometida como ger, para decirnos que la condición del emigrante es la condición humana, que ninguna tierra prometida es para siempre. En la Biblia, cada migración es una continuación de la del arameo errante, que nunca ha dejado de errar, y ha conservado siempre una nostalgia espiritual profunda por aquella casa nómada, libre y pobre. El libro de Rut es muchas cosas, también una gran reflexión sobre la dimensión nómada de la vida, que nos lleva a buscar el pan lejos de la casa del pan, y después nos hace volver, para partir de nuevo siguiendo, como la cierva, otras pistas de la única vida, que es verdadera porque es provisional.
«Elimélec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos» (Rut 1,3). En su nueva situación de residentes-migrantes en Moab se produce un primer acontecimiento traumático. Elimélec muere. Y en su muerte es definido como “marido de Noemí”. Antes Noemí era la “mujer de Elimélec”, ahora el hombre es el marido de Noemí. Una expresión rarísima para aquella cultura patriarcal pero aceptada en un libro en femenino. El Midrash añade una bella nota a esta definición: «Nadie siente la muerte de un hombre salvo su mujer» (Midrash Rabbah del libro de Rut, Parashah Beth). No sabemos cómo ni por qué muere el marido de Noemí. Lo cierto es que los hombres comienzan a desaparecer uno tras otro. «Los hijos se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut» (Rut 1,4). Que dos hebreos se casen con mujeres moabitas no es un detalle secundario. La Ley de Moisés, como hemos visto, no permitía a los moabitas convertirse en miembros de la comunidad de Israel. Una vez más, el Midrash ofrece su propia lectura: «Moabita (masculino) pero no moabita (femenino)». ¿Quiere esto decir que la prohibición no valía para las mujeres?
Aquel mundo patriarcal, totalmente centrado en la ley de los primogénitos varones, había desarrollado normas que atenuaban y contrarrestaban esta férrea ley. La historia de la salvación está atravesada por hijos primeros no elegidos (Caín, Esaú…) y por últimos elegidos (José, David…). Ahora vemos que hay mujeres capaces incluso de violar la Torah de Moisés. Existe una transgresión típicamente femenina. Además de las transgresiones de todos, varones y mujeres, hay una que asoma por el doble fondo de las leyes escritas por varones, por los agujeros de los reglamentos pensados y queridos por y para un mundo masculino. Las mujeres, casi siempre invitadas en comunidades no diseñadas por ellas, han tenido que aprender a sobrevivir colándose, muchas veces a escondidas, por las zonas grises y ambivalentes de las leyes, aprovechando lo no dicho y lo no explicitado. A veces arrancando una piedra de la pared para ver más allá a través de un agujero o arrojando una semilla entre las piedras de un seto. El seto a veces se cae, quizá sin querer – solo quería ver otro lugar, plantar una flor. Existe una subversión discreta de la ley, un “derribar a los poderosos de los tronos” distinto, donde los poderosos caen casi sin darse cuenta.
«Al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, Majlón y Kilión, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos» (Rut 1,4-5). Noemí se queda «como las sobras de la comida» (Parashah Beth). Pasan diez años y mueren también sus dos hijos, sin darle nietos – el texto no lo dice, pero el contexto así lo sugiere, como sugiere la esterilidad de las dos nueras: diez años fue el plazo tras el cual Sara permitió la unión de Abraham con su esclava Agar. La vida le deja solo dos viudas. La compañía de Noemí es totalmente femenina. La economía del relato ha eliminado a los tres hombres de la escena, y en un libro construido casi únicamente con diálogos, estos hombres entran y salen sin pronunciar una sola palabra. El campo queda despejado para que destaquen tres mujeres, tres viudas. En ese momento, en una condición parecida a la de un Job femenino – a cuyo lado sin embargo permanecen dos viudas – Noemí vuelve a ponerse en camino: «Noemí se levantó y con sus dos nueras emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab» (Rt 1,6).
Noemí vuelve a casa, a la “casa del pan”. Vuelve derrotada por la vida. Y nosotros no podemos no pensar en tantos emigrantes que recorren el mismo camino que Noemí, que parten buscando la vida y vuelven derrotados por esa vida que les hizo ponerse en marcha. Para las mujeres, este camino hacia atrás es aún más triste y duro, antes, durante y después. Noemí se levantó. Como Ana, la madre de Samuel, que, después de las humillaciones y los llantos por su esterilidad, «se levantó» (1 Sam 1,9). Como el hijo pródigo, que un día «se levantó» de su pocilga, y ese fue el primer paso de su regreso a casa. El libro no nos dice qué pasó en el alma de Noemí entre la muerte de sus hijos y el levantarse. Pero debe haber ocurrido algo parecido a lo que seguimos viendo en muchos hombres y, aún más a menudo, en muchas mujeres. Quién sabe cuántas palabras le habrán dicho Rut y Orfá. Las mujeres saben consolarse solo con palabras, como Sharazad en las “mil y una noches”. Vencen la muerte hablando. El logos que vence a thánatos es mujer.
Levantarse es el final del luto. Noemí no permanece anclada en el pasado. Es capaz de no morir ella misma junto con sus muertos – el luto quizá solo sea esto, pero lo hemos olvidado. Se levanta y elige seguir viviendo. La resurrección de Noemí es la resurrección de tantas mujeres y hombres, de ayer y de hoy. Si estas mujeres y después los hombres de la antigua Palestina fueron capaces de reconocer aquella resurrección distinta, es porque conocían las resurrecciones de Agar, Ana, Sara y Noemí. Estaban todas juntas el primer día después del sábado, haciendo fiesta porque el Crucificado se había “levantado”. Feliz Pascua.
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