Estrella de la ausencia/12 - Comprender las páginas menos luminosas de la Biblia y la fuerza de la reciprocidad.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 18/02/2023
“Además de esos diez hijos, Aman tenía otros veinte, diez de los cuales murieron, mientras que los demás fueron reducidos a la mendicidad. Mardoqueo se convirtió en un hombre rico, y acuñó monedas con la figura de Ester en una cara y la suya propia en la otra. Y así como ganaba poder, Mardoqueo perdía en términos espirituales. Si antes era el sexto entre los grandes eruditos de Israel, luego cayó al séptimo lugar”.
Targum Ester VIII-IX-X
¿Cómo leer las páginas menos luminosas de la Biblia? ¿Y cómo unir la Ester de los capítulos anteriores con la Ester de la conclusión? Algunas sugerencias.
"Los judíos atacaron a todos los enemigos, matándolos y exterminándolos" (Ester 9:5). El libro de Ester llega a su fin con la inversión total y perfecta del destino de los judíos. Su ciclo de acontecimientos termina como terminaron muchas historias antiguas similares: con las armas, con la sangre, con el exterminio del enemigo a manos del héroe victorioso. Así, aquellos persas que en el designio perverso del primer ministro Aman debían eliminar a todos los judíos, son derrotados y asesinados en gran número por los judíos. El Libro de Ester es muy afín a la simetría narrativa y la lleva al extremo de incluir la suerte militar que se invierte: "Exterminaron a quince mil de ellos" (9:16). Los conflictos han seguido así durante milenios, y en Europa nos habíamos hecho la ilusión de que el infinito dolor de los exterminios del siglo XX nos había enseñado por fin algo verdaderamente nuevo sobre la guerra y sobre la paz. En cambio, seguimos enfrentándonos a los mismos exterminios, decretos, contra-decretos, deseos de venganza.
Leemos el libro de Ester, nos esforzamos por comprender el género literario y la mentalidad de aquellos tiempos lejanos. Relativizamos las muertes, la sangre, la venganza, las atribuimos mucho al mito y poco a la historia. Debemos hacerlo, pero no demasiado. Porque las preguntas cruciales que debemos plantear al texto y a nosotros mismos son otras: ¿qué debemos hacer con esta inversión de los destinos militares en la Biblia? ¿Y qué podemos decir ahora sobre Ester, que al final de la historia se nos aparece como una heroína guerrera despiadada como sus colegas masculinos? ¿Dónde quedó su savoir-faire político, y dónde quedó su pietas? Después del primer día de la masacre, "el rey dijo a Ester: '¿Qué más pides? Te será dado'. Ester dijo al rey. “Si a Su Majestad le parece bien, permítase a los judíos de Susa hacer mañana lo mismo que ya han hecho conforme al decreto; y que se cuelguen en la horca los cuerpos de los diez hijos de Amán” (9:12,13). Ante tanta sangre, la reina sólo pide a su marido que prolongue un día más el exterminio y que cuelgue a los hijos de Amán. Una Ester que aquí se asemeja a las mujeres poderosas y belicosas que la Biblia y nuestra historia contemporánea conocen bien.
Podríamos volver atrás, repasar los capítulos del libro y convencernos de que desde el principio Ester fue una mujer poderosa como todas las demás, con la diferencia de que ella estaba del lado bueno de la Biblia. Podemos hacerlo, algunos lo hacen, pero no conviene, porque no es una lectura fecunda de la Biblia. La absoluta coherencia ética de sus personajes no es necesaria para la moralidad de la literatura antigua, y mucho menos de la Biblia. El gesto cobarde de David hacia Urías no borra la sinceridad de su corazón al escuchar la parábola de la oveja de Natán; el llanto de Jacob al reencontrarse con su hermano Esaú después de años no queda anulado por sus mentiras para robarle la bendición a su padre; el "sabes que te amo" de Pedro no es eliminado por el canto del gallo. Aun así, la Biblia habla a lo más profundo de nuestro corazón, allí nos alcanza y nos salva; porque ni la Biblia ni nuestra vida son una partida doble en la que son posibles las "compensaciones de partes" del signo opuesto. Un abrazo sincero de reconciliación supera infinitamente las miles malas palabras que nos hemos dicho, y que quizás todavía nos diremos. Tal vez al final nos salve el ángel de la muerte que, entre los muchos huecos de nuestra historia, encontrará un solo anillo, lo verá brillar, le atará allí la cuerda y nos arrastrará con él al paraíso. Porque ese único acto de amor puro había traspasado el cielo, desde ese agujero Dios nos vio, nos conoció-reconoció y nunca dejó de mirarnos a los ojos del alma.
Este capítulo nueve también contiene el fundamento de la fiesta judía de Purim (9:19-22). Allí encontramos la explicación del nombre de la fiesta: "Aquellos días se llamaban Purim a causa de las suertes" (9:24-26). En realidad, como lo mencionamos la semana pasada, esta fiesta tiene su origen en una tradición babilónico-persa (llamada Sacaea) que los judíos, tras el exilio, adoptaron e incorporaron a su propia tradición, con algunas variaciones. El libro de Ester cumple entonces la función de dar un nuevo fundamento religioso a una fiesta importada de una cultura pagana. Estos procesos son comunes en todas las religiones y culturas (incluso Pésaj tiene un fundamento similar (Éxodo 12:15)). Cada culto que se hace cargo de uno anterior introduce algunas (pocas) fiestas nuevas y transforma (muchas) de las fiestas existentes dándoles nuevos nombres y significados. En la transición entre las tradiciones etrusca, picena, romana y cristiana, muchas fiestas basadas en los ciclos de las cosechas y de la fertilidad cambiaron únicamente de nombre; a veces cambiaba la estatua del "santo", pero el baldaquino, las flores, los cantos y la fecha de la fiesta permanecían (casi) iguales a lo largo de los siglos. San Roque, San Biagio, Santa Bárbara son nombres y caras nuevas de escritos sagrados mucho más antiguos.
La Iglesia con su sabiduría ha intuido (no sin esfuerzo e incertidumbre) que la Tierra estaba habitada por la presencia real de Dios mucho antes del advenimiento del cristianismo (que en el campo y entre los pobres siempre ha penetrado poco y de forma mixta). Sentía que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas de la tierra y los corazones de los pueblos mucho antes del año cero en Medio Oriente y Europa, que ha seguido moviéndose paralelamente en otras culturas, y hoy se debe recordar que ese mismo Espíritu sigue, en el misterio, inspirando nuestra época. Y por eso no llamaba "idolatría" a cada culto diferente, creía en la intuición religiosa de la gente que no conoce el dogma, pero conoce la voz verdadera y buena de Dios no menos que los expertos de Dios. Mientras la Biblia luchaba con todas sus fuerzas por salvar la diversidad de su Dios-YHWH respecto a los muchos dioses naturales de la fertilidad y la naturaleza (y siempre le agradecemos esta buena lucha), sin decírnoslo, dio lugar a muchas presencias de tradiciones y cultos diferentes, desde la primera página hasta la última, y este mestizaje involuntario fue capaz de una generatividad sin fin. El corazón de Dios es más grande que el corazón de nuestras religiones. Una nota esencial de la fiesta de Purim, quizás también anterior al libro de Ester, son los regalos. Durante Purim se hacen dos tipos de regalos: se da comida entre amigos y se da limosna a los pobres (tzedakà): hay que dar "al menos dos comidas a dos pobres o dos prendas de ropa a dos pobres" (Comunidad judía de Milán).
Esta tradición del don recíproco de la comida es hermosa. En todas las civilizaciones encontramos la comunión de las comidas, un recurso demasiado importante para dejarlo en manos del individuo, de sus fuerzas y debilidades. La comunidad es el buen lugar para consumir alimentos, porque la comida no es, no puede ser, un mero bien privado. Es el primer bien común, porque todos en la comunidad tienen derecho a la vida. Con el tiempo, las comunidades generaron primero clanes y luego núcleos familiares, por lo cual la gestión comunitaria de la comida se convirtió en un asunto familiar, sometida por tanto a la desigualdad entre familias - demasiada comida en algunas, demasiado poca en otras. Pero de vez en cuando, y con el poder del ritual, debemos recordarnos que la comida es un bien común, que todos tenemos derecho a la comida - todos, al menos en Purim. Y si al menos un día todos somos iguales en el derecho a la comida, podemos esperar que llegue otro día en que seamos iguales siempre y todos - éste es un significado profundo del Shabat en la Biblia: la justicia del séptimo día es la profecía para los otros seis.
Donarse comida es la madre de todos los dones. Nos recuerda que cuando un amigo llega a casa y nos regala un alimento que él o ella ha preparado para nosotros - esa hierba recogida, esa torta, ese pan...- el regalo adquiere algo especial, la casa se llena de una fragancia del cielo. Revive el don del maná en el desierto, resucita el pan que la viuda preparó para Elías con su último puñado de harina, todos volvemos al piso superior de la casa de Jerusalén, nos viene a visitar el niño, nos da sus cinco panes y, al menos ese día, alimentamos al mundo entero. La Navidad o San Valentín, las fiestas ahora ocupadas o creadas por la nueva religión capitalista, se han convertido en fiestas de regalos de mercancías: ¿volveremos algún día a regalarnos el pan en la reciprocidad?
Por último, no podemos terminar este capítulo sin volver con el corazón a aquellos diez hijos ahorcados o, como dicen algunos comentarios antiguos, hijos crucificados. La Biblia ha conservado sus nombres para que no los olvidemos. Aquí están: Parsandata, Dalfón, Aspata, Porata, Adalía, Aridata, Parmasta, Arisai, Aridai y Vaizata. Seguimos consternados, el atenuante del género literario no nos debe consolar. Estos son los nombres de nuestros hijos, hijas e hijos iraníes que hoy siguen siendo ahorcados. Entonces empezamos, angustiados, a hojear toda la Biblia esperando encontrar algo, alguna página del todavía-no. Finalmente la encontramos: es la página de Rispa, la madre de los crucificados. Estaba ahí, la habíamos olvidado, nos esperaba para consolar el dolor por esos hijos ahorcados. Como en nuestras comunidades humanas donde mis limitaciones son atendidas y colmadas por las virtudes de los demás y mis virtudes se hacen cargo de sus carencias, en la gran y eterna comunidad de la Biblia el vacío o la oscuridad de un personaje es colmado por el desbordamiento de otra figura luminosa.
“Pero tomó el rey a dos hijos de Rispa, hija de Aja, los cuales ella había tenido de Saúl, Armoni y Mefi-boset, y a cinco hijos de Mical hija de Saúl… y los entregó en manos de los gabaonitas, y ellos los ahorcaron en el monte” (2 Sam 21:8-9). Otros hijos crucificados, otro rey, otra venganza, Saúl de nuevo. Pero aquí, a diferencia del libro de Ester, hay una madre: Rispa. Ester es amada, pero no es madre. “Entonces Rispa hija de Aja tomó una tela de cilicio y la tendió para sí sobre el peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó que ninguna ave del cielo se posase sobre ellos de día, ni fieras del campo de noche”. (2 Sam 21:10).
Rispa, la madre, es la otra shomer/centinela de la Biblia. Cuida a Ester, su hermana, y sigue rogándole desde hace milenios que convenza al rey de que retire el segundo decreto de exterminio a los persas. Y sigue allí, en el saco sobre la roca, ahuyentando a los pájaros. Y allí permanecerá hasta que se anule el último decreto de muerte.