Estrella de la ausencia/13. El buen oficio de vivir está en un compromiso: tratar de seguir siendo pequeños.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 26/02/2023
Sin salir más allá de tu puerta, puedes conocer el mundo.
Sin espiar a través de las ventanas, puedes ver el Camino del Cielo.
Cuanto más lejos vas, menos conoces.
Así pues, el Sabio conoce sin viajar, ve sin mirar, y logra sin actuar.
Tao Tê Ching, XLVII
El final del libro de Ester genera nuevas reflexiones sobre el humanismo biblico, sobre la naturaleza de sus personajes, su economía y sus conflictos, donde siempre hay al menos dos « dragones ».
Llegamos, también en esta ocasión, al final del comentario de Ester. Han pasado nueve años de aquel bendito 16 de febrero de 2014, cuando iniciamos, gracias a la arriesgada confianza del director Marco Tarquinio, este viaje bíblico que llamamos "Viaje al final de la noche", tomando prestada la feliz expresión de Céline. Al principio, nadie pensaba que sería un viaje tan largo y desafiante, serpenteando a través de catorce libros del Antiguo Testamento; un viaje maravilloso que, si Dios quiere, continuará. Hemos viajado en una noche oscura de Occidente y de la Iglesia, entre crisis económicas, pandemias, enfermedades y guerras; pero en algunas noches particularmente claras hemos vislumbrado, entre lágrimas, en la línea del horizonte, un trozo de tierra prometida, y no era una fata morgana. Viajamos firmes y fieles en nuestro puesto de vigía, en compañía de Isaías y de todos los profetas, junto con Rispa y las muchas mujeres-sentinelas escondidas en la Biblia. Junto a Ester.
Hoy termina la historia de la joven mujer, luego de la reina y, por último, de la heroína que, junto a su tío Mardoqueo, salvó a su pueblo con gran inteligencia y valentía, consiguiendo que el rey Asuero retirara el decreto de exterminio del cruel visir Aman. Ahora, al final, Ester sale de escena, y vuelven como protagonistas los dos hombres que habían abierto el libro: el rey Asuero y el judío Mardoqueo. Y en esta salida suya del escenario podemos leer un mensaje decisivo que recorre muchas grandes páginas de la Biblia. Ester ha cumplido con su misión y al final vuelve a su vida ordinaria entre los muros de su palacio, y no la veremos más. Como Moisés, como Noé. No sabemos qué le pasa después, si se convirtió en madre, si siguió siendo esposa del rey pagano. No lo sabemos, porque no necesitamos saberlo. Las historias bíblicas nunca son biografías de sus personajes. Sólo se nos cuenta esa página, o esa línea de la historia que se inserta en una historia mayor. Por eso, las partes inacabadas de sus protagonistas siempre nos dicen mucho. No sabemos cómo acabó la historia de Jeremías, ni la de Oseas, ni la de ningún profeta: sus finales no nos son dados, ni el principio.
Sólo conocemos un pasaje de la obra, porque incluso el Stradivarius del primer violín de la orquesta debe sonar en su momento, y luego quedar en silencio. Por eso la Biblia no tiene temor de mostrarnos a sus personajes en sus miserias, limitaciones y pecados de historias inacabadas e imperfectas. No son modelos éticos a imitar, salvo por esa capacidad de volver a empezar después de cada caída. No nos extrañemos entonces si en algunos manuscritos griegos antiguos (el Texto Alfa) al final del libro de Ester encontramos estas palabras: "Todo el pueblo gritó en alta voz y dijo: 'Bendito seas, Señor, que recuerdas las alianzas hechas con nuestros padres. Amén'" (10:9). Este es el humanismo bíblico que no anula ni disminuye al individuo al tiempo que lo sitúa en el horizonte más amplio del diálogo entre Dios y su pueblo. En realidad, lo eleva, porque esas hazañas personales se vuelven una pieza de un discurso de tal importancia que se revela infinito y así llega a nuestras almas, donde esas historias también se hacen nuestras y ese infinito sigue expandiéndose hasta un infinito de "orden superior".
El texto hebreo, en cambio, termina en un anticlímax, con un capítulo diez compuesto de sólo tres versículos: "El rey impuso tributo a todo el reino, tanto por tierra como por mar... Mardoqueo era alguien que buscaba el bienestar de su pueblo y hablaba en favor de la prosperidad de todos los suyos" (10:1-3). Vuelve la economía, llegan incluso los impuestos, reencontramos la gran riqueza de Asuero con la que se había abierto el libro (1:4). A la Biblia le encanta hablar con las palabras de la economía, simplemente porque ama la vida. Y sabe que la vida es muchas cosas, pero es también, y sobre todo para los pobres, economía: pan, comida, trabajo. La economía bíblica no es la oikonomia de los griegos, no son las leyes (nomos) de la casa (oikos). En el humanismo bíblico, la economía es también y antes que nada un lenguaje de Dios, donde la riqueza es palabra de bendición. Esta "economía de la salvación" ha crecido tanto que se ha vuelto demasiado importante, y la propia Biblia ha incorporado en su interior dispositivos para defenderse de su misma religión de la prosperidad. Estos dispositivos se llaman Job, Qohélet, el shabat, los profetas; todos juntos han amortiguado y relativizado el lenguaje religioso de la economía hasta decirnos una verdad opuesta: que los pobres son los predilectos de YHWH, que la riqueza se vuelve fácilmente ídolo, que el Mesías, desde siempre y por siempre esperado, traerá una nueva economía donde todo se compartirá en comunión y los pobres serán redimidos. Pero sobre todo la Biblia, durante el exilio y la derrota, ha aprendido que hay una bendición en la pequeñez: es la bendición del pequeño resto, la dicha de los vencidos y de los pobres, la felicidad del grano de mostaza y del pequeño rebaño.
En el último capítulo de Ester de la versión griega (LXX) encontramos esta hermosa frase: "La pequeña fuente que se convirtió en río, la luz que surgió, el sol y el agua abundante: este río es Ester, con quien el rey se casó y a quien hizo reina" (10:3c). Ester al principio era una pequeña fuente, al final se convirtió en un gran río. Lo hemos visto. Pero la Ester que más nos ha conquistado y conmovido no es el agua impetuosa del capítulo nueve, cuando ya se ha convertido en poderosa y quizás seducida por ese poder casi omnipotente. De hecho, la pregunta que el rey, su esposo, le repite: "¿Qué más pides? Te será dado" (9:12), podría indicar una forma sutil de corrupción, pues Ester parece allí olvidar que había obtenido todo no con su fuerza de reina, sino con su debilidad de víctima (agradezco a mi amiga Anouk Grevin por esta intuición, y por muchas otras). La Ester que queremos recordar es entonces la joven frágil que dice "si tengo que morir, moriré", que luego se desmaya ante el rey y actúa por fidelidad a una voz misteriosa, suave y fuertísima. Es la pequeña primavera que se hizo infinita sin hacerse grande, para sugerirnos que el único camino bueno que tenemos en la vida es hacer lo imposible para seguir siendo pequeños, para conservar algo de la inocencia de la juventud. Ahí está todo el buen quehacer de la vida, tratar de seguir siendo pequeño y, finalmente, poder pasar, sin darse cuenta, por el ojo de la aguja que está en manos del último ángel.
Todavía en el texto griego encontramos una pista extrema en las palabras de Mardoqueo: "Los dos dragones somos Aman y yo" (10.3d). Aquí el texto se refiere al sueño de Mardoqueo en el primer capítulo: "Dos enormes dragones avanzaban, ambos listos para la pelea" (1.1e). Un detalle y una explicación importantes. Si bien Mardoqueo interpreta el papel de bueno en la tragedia, en realidad él también es un "dragón". El texto nos lo ocultó en todo el libro, pero al final nos lo revela. Casi siempre en las guerras los dragones malvados y terribles son más de uno. El que lucha contra el dragón lo olvida, está convencido de que hace el papel de San Jorge, pero al final todo se revela. La Biblia, sin embargo, es más sabia que nosotros y nos dice esta verdad profunda y a menudo incómoda, pero muy útil para comprender los conflictos, las guerras y los dragones de nuestras historias y de nuestros imperios. Por último, es importante también la conclusión (griega) del libro: "En el cuarto año del reinado de Ptolomeo y de Cleopatra, Dositeo, que decía ser sacerdote y levita, y Ptolomeo, su hijo, llevaron a Egipto esta carta sobre los Purim, y dijeron que era la carta auténtica traducida por Lisímaco, hijo de Ptolomeo, que vivía en Jerusalén" (10.3l). Lo más probable es que este Ptolomeo sea Ptolomeo VIII, por lo que estamos en torno al año 114 a.C. El autor nos dice que ese texto griego del libro estaba en Egipto, en una comunidad de la diáspora, y que había llegado allí desde Palestina. Del segundo libro de los Macabeos sabemos que "Juda [Macabeos] recogió todos los libros desaparecidos por la guerra que tuvimos, y ahora están con nosotros. Si los necesitáis, enviad a alguien que os los lleve". (2 Mac 2:14-15). El libro de Ester es quizá uno de esos libros que "alguien" de Egipto fue a buscar a Jerusalén, un libro salvado durante las huidas y las muchas guerras. Alguien lo guardó, y gracias a él tenemos Ester. La Biblia es también una gran historia de custodia, un canto al cuidado de la palabra, de las palabras y de los libros. Todo bibliotecario, toda persona que crea y que cuida una biblioteca privada o pública está dentro de la Biblia, aunque no lo sepa.
Quisimos titular este comentario sobre Ester "Estrella de ausencia". La estrella es el significado persa del nombre Ester; la ausencia es la del nombre de Dios, que no aparece en este libro. Ausencia del nombre, no ausencia de Dios. Porque el Dios bíblico está presente sobre todo en su ausencia. En el libro de Job, por ejemplo, Dios está más presente en las preguntas desesperadas de Job que en las respuestas que Dios le da, y si quisiéramos hacer una selección de las páginas bíblicas más espirituales, elegiríamos palabras y gestos de hombres y de mujeres: La oración de Ana, el Magnificat, el canto de fidelidad de Rut para Noemi, la absurda fidelidad de Oseas, todo el Salterio donde Dios se encuentra en los gritos y en los llantos de hombres aplastados y sufrientes que no obtienen respuesta, el Emmanuel de Isaías, el paladar pegado de Ezequiel. Porque el Dios bíblico es el primero que activa procesos y no ocupa espacios, que no ocupa nuestro espacio. Nos deja espacio porque somos hijos, libres y bellos como Ester, a quien, despidiéndonos, le agradecemos una última vez por enseñarnos la Biblia y la vida.
Y junto a Ester, agradezco a todos y cada uno de ustedes, lectores, que, una vez más, nos acompañaron en este viaje. Un agradecimiento que es siempre el mismo, que es siempre distinto, porque distintos nos hemos vuelto nosotros y el mundo. Gracias a Marco Tarquinio, porque cada artículo nace y crece en el diálogo generativo con él, un diálogo que en estos años nunca se ha interrumpido y que ha continuado en los correos electrónicos, las cartas y los comentarios de ustedes, lectores y lectoras, que son siempre materia prima preciosa en las páginas escritas. El próximo domingo volveremos a la economía, la otra alma de mi trabajo. Hablaremos de economía porque nosotros, como la Biblia, amamos la vida, especialmente a los pobres. Después de cada encuentro con un personaje bíblico mi visión de la economía cambió, tomó el olor y el color de las historias descubiertas y contadas. ¿Quién sabe en qué se convertirá después de Ester? Otra buena razón para decir gracias, y adiós.