Estrella de la ausencia/4 - El momento en el que Hadasá se convierte en Ester es el luto y el comienzo de la resurrección.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 11/12/2022
"Isabel, contra el consejo de todos sus parientes, querría poner a su hijo el nombre de su padre, quien interviene diciendo: 'Juan será su nombre' (Lc 1,60). Llamar a su hijo Zacarías habría significado llevarlo por un sendero ya trazado, el del ministerio sacerdotal del padre, impidiéndole expresar su propia originalidad".
Alberto Mello, Il nome e il volto
El concurso de belleza para elegir a la favorita del rey enseña cosas importantes sobre los nombres y las vocaciones, vistas desde la perspectiva diferente y especial de las mujeres.
Todas las vocaciones verdaderas son maravillosas. Es la experiencia de lo sublime, cuando un solo instante tiene un valor infinito y, por tanto, basta por sí solo para dar sentido a toda una existencia. Y puede pasar que una persona haya oído la voz una sola vez en la vida, desaparecida después de pronunciarse nuestro nombre; pero que ese único encuentro haya sido suficiente para seguir el vuelo hasta el último nido, más allá del último horizonte. Sin embargo, en las vocaciones se experimenta a veces una segunda llamada. Es la que llega en la época adulta de la vida cuando, un día, se descubre la esencia de la primera llamada y se emprende un nuevo viaje, muy parecido pero diferente del primero. Una nueva llamada de esa misma voz buena, que nos llama no para usarnos ni para satisfacer sus propias necesidades -ni siquiera las de Dios-, sino sólo para hacernos florecer libres. Sin embargo, la Biblia nos dice que no todas las segundas llamadas son buenas, no todas son palabras de vida. Y lo entendemos, porque aún hoy hay mujeres y hombres esperando segundas llamadas que no son buenas. Como esa llamada de quien nos hizo un "regalo" que, equivocadamente, nosotros aceptamos sabiendo que un día volvería a llamarnos para exigirnos una reciprocidad equivocada: y cada vez que suena el teléfono, vuelve el mismo miedo, y se mata la esperanza.
"Después de estas cosas, cuando la ira del rey se hubo calmado, se acordó de Vasti" (Ester 2,1). El banquete de Asuero terminó, los vapores del alcohol se desvanecieron junto con la ira del rey provocada por el gran rechazo de su esposa Vasti. Y sus funcionarios buscan una solución a la crisis matrimonial y política: “Que busquen para el rey mozas vírgenes de buen parecer. Que el rey establezca comisionados en todas las provincias de su reino, que reúnan a todas las mozas vírgenes y hermosas en el palacio de Susa, en la casa de las mujeres, bajo la custodia de Hegeo, eunuco del rey y guardián de las mujeres, que les dará sus cosméticos. Y la moza que agradare a los ojos del rey, reine en lugar de Vasti. Y esto le pareció bien al rey, y así se hizo» (2,2-4). Así aparece en la Biblia el primer (y único) concurso de belleza. Y como en todos estos concursos, la fuerte impresión es la pérdida de dignidad de las mujeres que, como en la propuesta rechazada por la reina Vasti, deben desfilar en pasarelas preparadas por hombres para otros hombres. El libro de Ester continúa en una atmósfera de humillación femenina, en un ambiente masculino pesado y vulgar, donde las mujeres aparecen como necesarias en un espectáculo sólo para hombres adultos.
“Había un hombre judío en la ciudadela de Susa, cuyo nombre era Mardoqueo hijo de Jair, hijo de Semeí, hijo de Quis, del linaje de Benjamín, que había sido llevado cautivo de Jerusalén con los cautivos que fueron llevados con Jeconías, rey de Judá, a quien Nabucodonosor, rey de Babilonia, llevó cautivo. Y había criado a Hadasá, es decir, Ester, hija de su tío, porque ella no tenía padre ni madre; y la joven era de hermosa figura y de buen parecer; y cuando su padre y su madre murieron, Mardoqueo la tomó como hija suya” (2,5-7). Aquí llegamos a los dos protagonistas del libro: Mardoqueo y Ester, cuyo nombre hebreo era Hadasá, es decir, 'mirto', un detalle que sólo encontramos en el texto masorético (hebreo), no en el griego. Este nombre no volverá a mencionarse en el libro, lo que nos indica que la entrada de "Mirto" en la corte de Asuero significó para ella la renuncia a su propia identidad profunda. El que conoce la Biblia sabe lo que en ella representa el "nombre"; quizá por eso sólo lo encontramos en el texto hebreo. Es el destino, el lugar en el mundo, la tarea, una marca indeleble en el alma que sólo Dios puede cambiar con vistas a una tarea-puesto-destino todavía más bello. Al revelarnos el primer nombre hebreo, el de la casa y la madre, el autor quiso decirnos algo importante sobre el primer precio que Ester tuvo que pagar para entrar en esa misteriosa economía de la salvación. En la Biblia el nombre lo elige la madre. Es ella, a partir de Eva (Gn 4,1), quien posee el conocimiento de las entrañas, necesario para imprimir en su hijo el signo del sentido de la vida. Dios revela su nombre a un hombre, Moisés, pero los nombres de hombres y mujeres los revelan las mujeres, es tarea suya. Por eso, en una mujer que renuncia a su nombre de pila hay algo íntimo y especial, que no puede pasar desapercibido. La ausencia en Ester es también ausencia del nombre.
Pero si Ester es también el nombre de una vocación - y lo es - entonces este juego de nombres nos desvela algo de la gramática de las vocaciones. Cada nuevo nombre es un nombre resucitado sobre la muerte del primer nombre de casa. Se viene al mundo un día con un nombre, en un lugar, en un tiempo. Otro día, en otro lugar, una voz nos llama, nos introduce en otro tiempo, nos da un nuevo nombre. Durante un tiempo, a veces largo, los dos nombres conviven al lado (o dentro) del otro, uno llama y el otro responde al unísono. Pero llega un momento decisivo, cuando descubrimos que el primer nombre había muerto el día del segundo nombre, pero no nos habíamos dado cuenta porque una buena mano nos había tapado los ojos del corazón. De repente, nos damos cuenta de que ese primer "Mirto" había muerto para dar a luz a "Ester" en el parto del espíritu. Se nos aparece clara la vida que podríamos haber vivido y no vivimos, la mujer que podríamos haber tenido y no hemos tenido, los hijos que no hemos traído al mundo. Hemos realizado nuestro trabajo, hemos seguido la voz, y no nos gustaría volver atrás, pero ese día comprendimos el valor y el costo del primer nombre. Es un momento, es ese momento diferente en el que la mariposa añora a la oruga, aunque no renunciaría nunca a su efímero vuelo. Si el vínculo bíblico entre las mujeres y el nombre es cierto, entonces debe ser cierto que cuando vuelve en las mujeres la nostalgia del primer nombre, la experiencia es mucho más fuerte, su muerte para generar un segundo nombre duele más. En esta fugaz alusión al nombre hebreo Ester puede haber, quizás, algo de todo esto.
Mardoqueo también es un nombre babilónico ('becerro de Marduk', una divinidad), aunque sin ninguna referencia al primer nombre hebreo: la vocación que está en juego en este libro es la de Ester, no la de su primo Mardoqueo. Es de la tribu de Benjamín, un nombre que en la Biblia dice muchas cosas, dolorosas y complicadas. Es la tribu de Saúl, el primer rey maldecido y repudiado por Dios, derrotado por David, maldecido por Semeí. Benjamín es, pues, la tribu de Jeremías, profeta del exilio. De hecho, el texto nos dice que Mardoqueo (o, más probablemente, su tatarabuelo Quis) había sido un deportado en Babilonia. El exilio está también muy presente en los verbos hebreos utilizados para decir que las muchachas fueron "sacadas" de sus casas y "conducidas" a la "casa de las mujeres" del rey, bajo el cuidado de los eunucos (también habría mucho para decir sobre estas figuras dramáticas). “Cuando se promulgó el decreto real, llevaron a muchas chicas a la fortaleza de Susa, bajo las órdenes de Hegeo, y llevaron también a Ester a palacio y se la encomendaron a Hegeo, guardián de las mujeres” (2,8). Todavía más exilio, deportación femenina, mujeres preparadas y ofrecidas al rey para que elija a la "favorita".
Así se describe el proceso que conducirá a la selección de la nueva reina: "Cada joven debía presentarse por turno ante el rey, después de haberse preparado durante doce meses, como estaba establecido para las mujeres. En los primeros seis meses de esta preparación, las jóvenes debían usar en su tocador aceite de mirra, y en otros seis, perfumes y cremas propios de las mujeres. Cuando le llegaba su turno, la joven podía pedir todo lo que quisiera para presentarse al rey, y pasaba de la casa de las mujeres al palacio real. Llegaba allí al atardecer, y a la mañana siguiente era llevada a otra casa, donde estaban las concubinas del rey, que era dirigida por otro hombre castrado, llamado Sagsegaz. Nunca más volvía a ver al rey, a no ser que éste deseara verla y la mandara llamar" (2,12-14). Un clima que recuerda mucho al de Las mil y una noches y a la crueldad del rey Shahriyar que, traicionado por su esposa, consume a una nueva mujer cada noche y a la mañana siguiente la manda a matar. En este extraño concurso, no se mata a las chicas al final de la prueba; simplemente se las retiene en la casa de la concubina, donde entran y salen sólo cuando su belleza se apaga, a menos que no reciban una "segunda llamada por su nombre" por deseo carnal del rey. Una muerte diferente.
Antes del examen, sin embargo, las chicas debían someterse durante doce meses (¡!) a tratamientos con aceites y aromas para presentarse en condiciones ideales al único y decisivo encuentro con el rey. Aceitosas y perfumadas, con cosméticos "de las mujeres", expresión que revela una incompetencia en la materia por parte del autor, obviamente varón y alejado de estos asuntos femeninos (que eran, sin embargo, encomendados por hombres).
Para concluir, detengámonos un poco en compañía de aquellas mujeres-esclavas a la espera de una posible e improbable segunda llamada del rey, a la que sólo podían responder con un "sí". Estas páginas no son las mismas si las lee una mujer, ayer y hoy. Sus ojos y su alma ven cosas diferentes. Pero imaginemos esos meses, esos años transcurridos esperando una segunda llamada "por el nombre", vividos entre dos miedos: el de no estar entre las mujeres "nuevamente llamadas", y el de una cita en manos de un todopoderoso. Miedos diferentes de las mujeres, siempre miedos. Una nota a pie de página: cuando en la Iglesia utilizamos la metáfora de las vírgenes "esposas" de Dios, quizás, junto al Cántico, deberíamos tener presente también esta página de Ester, que nos viene a sugerir la ambivalencia de las metáforas conyugales, incluso cuando es Dios quien hace de rey -las mujeres reales, a diferencia de las de las películas, en general no desean casarse con reyes: a veces prefieren los crucifijos y las coronas de espinas, en lugar de las coronas de diamantes. Las civilizaciones crecen en humanidad cuando llegan a aumentar las buenas "llamadas por nombres" y hacen todo lo posible para reducir las malas llamadas.