Estrella de la ausencia/3 - Leyendo Ester en la actualidad no podemos evitar tener en nuestros ojos y corazones a las iraníes.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 04/12/2022
"Igual que la abubilla construye el nido en los agujeros de los viejos muros, así el espíritu reside en las ruinas de nuestro conocimiento. Los evangelios son el único libro cuya existencia no humilla los iletrados".
Christian Bobin, Una biblioteca di nuvole
El rechazo de la reina Vasti, y el decreto del rey para reafirmar el dominio de los maridos sobre las esposas, nos invita a hacer de la Biblia un "lugar" de compromiso moral y civil también contra los decretos equivocados sobre las mujeres de hoy.
Cada tanto, la conciencia humana colectiva conoce saltos. Éstos, salvo algunos casos extraordinarios, no son el resultado de grandes grupos humanos ni de la acción de la mayoría de la población. El principio motor del desarrollo de la conciencia moral hay que buscarlo en los individuos, a veces en una sola persona. Las conquistas éticas son el resultado de procesos activados por alguien que obedece a una orden interior, que actúa y hace que el mundo empiece a cambiar. Ésta es la raíz profunda del principio personalista: para lo que realmente importa en la vida de las comunidades y de los pueblos, sólo el alma individual es lo bastante grande como para acoger el alma del mundo y transformarla. Porque es dentro de ese misterio de libertad llamado persona donde sólo se puede activar una nueva fase del espíritu humano, que nace y madura del diálogo civil pero que puede florecer solamente en el calor especial de un corazón humano singular.
Moisés, Jeremías, María, Cristo, Francisco, Rosa Parks, Etty Hillesum, Dietrich Bonhoeffer: personas individuales que generaron nuevas almas colectivas. Y hoy, mientras se libran guerras y se resiste a los imperios, la conciencia del mundo crece dentro del corazón de mujeres y hombres que saben decir su "sí" y su "no", y al decirlos nos salvan. Es necesario ser fiel a una voz durante toda la vida para estar preparado el día de la cita decisiva, cuando la respuesta a una petición distinta de esa misma voz ofrezca sentido repentinamente a décadas de sufrimiento y silencio. El valor de una existencia no se mide con la vara del dios Kronos, porque es sólo un momento lo que cuenta realmente, el momento que basta para decir ese "no" o ese "sí", aunque sea el último "sí".
El Libro de Ester se abre con el "no" de una mujer, de una reina, Vasti, que no obedece al pedido equivocado del rey Asuero, su marido. La reina no participa en el banquete, no se presta a desempeñar el rol del "objeto" más preciado de la casa, para ser exhibido ante los hombres. Por eso "el rey se entristeció y se enojó" (Ester 1:12). Un primer mensaje: causar dolor a alguien no es necesariamente malo si surge del deseo de fidelidad a la propia conciencia. "Entonces el rey preguntó a los sabios que tenían el conocimiento de los tiempos.... Los más cercanos a él fueron Carsena, Setar, Admata, Tarsis, Meres, Marsena y Memucán, siete príncipes de Persia y de Media que veían la cara del rey y ocupaban los primeros puestos del reino”. “Según la ley -dice-, ¿qué se debe hacer con la reina Vasti por no haber cumplido la orden que le dio el rey Asuero?" (1:13-15). El rey busca una solución. Consulta a sus sabios, que la versión hebrea del texto define como aquellos que tenían el "conocimiento de los tiempos" (1:13).
El lector-oyente bíblico sabía lo que significaba "conocer los tiempos". Tenía en mente, por un lado, las palabras de Qohélet, un texto más o menos contemporáneo a Ester, y por otro, esa página de sabiduría entre las más bellas y profundas de la Biblia: "Todo tiene su momento, y cada cosa tiene su tiempo bajo el cielo..." (Qo 3:1-11). El conocimiento de los tiempos es el centro de la sabiduría bíblica, porque quien comprende la vida y no se extravía es quien está en sintonía con los tiempos adecuados de las personas, de las comunidades, de la naturaleza, de sí mismo y de Dios. Así que llamar a los astrólogos y sabios "conocedores de los tiempos" no es sólo una broma irónica (que se entenderá en vista de lo que el texto está por contarnos), sino que es también una cita implícita de otra sabiduría, ese gran recurso que ha permitido al pueblo judío no extraviarse en tiempos de exilio y ocupación extranjera: la sabiduría es el hilo de Ariadna que nos trae a casa desde los desiertos y desde las algarrobas de los cerdos.
He aquí la "sabia" respuesta de los sabios: "Memucán respondió en presencia del rey y de los príncipes: 'La reina Vasti no sólo ha faltado al rey, sino también a todos los príncipes y a todos los pueblos que están en todas las provincias del rey Asuero. Porque lo que ha hecho la reina será conocido por todas las mujeres, y hará que desprecien a sus propios maridos; ya que dirán: "El rey Asuero ordenó que la reina Vasti fuera llevada a su presencia, y ella no fue". De ahora en adelante, las princesas de Persia y de Media que hayan oído hablar del hecho de la reina, les contarán a todos los príncipes del rey, y surgirá de ello un gran desprecio y desdén" (1:16-18).
Uno de los sabios consejeros, Memucán, quizá el líder, pronuncia un discurso claramente exagerado e hiperbólico, y por tanto cómico, para decir, de todos modos, algo importante en la economía del libro de Ester - y para nosotros. Los consejeros están preocupados por la posible imitación del gesto de Vasti; temen que, si no se toman medidas decisivas y eficaces, las otras mujeres del reino puedan seguir el ejemplo libre de la reina, "y despreciar a sus maridos". Así pues, está en juego el orden social del imperio, fundado en la dominación de los maridos sobre las mujeres. Las excavaciones arqueológicas del siglo XX sacaron a la luz documentos que demuestran que, en la Persia de Jerjes, las esposas de la casa real participaban en la vida pública y religiosa y recibían honores. La ley les daba derecho a vender y comprar con sello propio, a celebrar acuerdos, a tener acceso a la herencia, a conservar su dote después de un divorcio. En las cortes provinciales ("satrapías"), las mujeres de alto rango desempeñaban funciones públicas, dirigían concubinas y siervas, y podían viajar para administrar sus propiedades (Paola d’Amore, “Un mondo al femminile. Dee e regine dell’antica Persia”).
El banquete que la reina Vasti había organizado para las mujeres (Ester 1:9) revelaba esta autonomía de la reina y de las esposas en general. Así que la preocupación de los sabios no era del todo infundada, los varones podían temer que la libertad de sus esposas superara un límite considerado (por ellos) aceptable. He aquí la solución que le proponen al rey: "Que el rey emita un edicto real, y que sea escrito en las leyes de Persia y Media para que sea irrevocable, por el cual Vasti no pueda aparecer más en presencia del rey Asuero, y el rey confiera la dignidad real a una compañera mejor que ella. Y cuando el edicto que el rey habrá hecho sea conocido en todo su reino, que es muy extenso, todas las mujeres honrarán a sus maridos, desde el más grande al más pequeño" (1:19-20). Primero, la reina Vasti debe ser repudiada, por lo que el rey encontrará otra esposa. Entonces, por decreto imperial, la noticia deberá comunicarse a todos para que, dado el mal final de Vasti, todas las esposas sigan obedeciendo a sus maridos. De hecho: "La cosa agradó al rey y a los príncipes, y el rey hizo como Memucán había dicho; y mandó cartas a todas las provincias del reino, a cada provincia según su manera de escribir, y a cada pueblo según su lengua, para que cada uno pueda ser señor en su casa" (1:21-22).
Aquí la farsa da paso a la tragedia, debe dar paso. Al leer hoy este pasaje, no podemos dejar de tener en los ojos y en el corazón a las mujeres iraníes, hermanas de Vasti y de aquellas antiguas mujeres persas, que siguen luchando contra otros decretos dictados por varones que legislan lo que las mujeres pueden o no pueden hacer, decir, vestir, etc. Salimos del libro y llegamos a las plazas, a los hogares, a las cárceles, a los cementerios, a la sentencia de muerte de Fahimeh Karimi, una madre de tres hijos, que sólo ha dicho su "no" libre. Así que no debemos detenernos en el tono cómico y grotesco del relato, no podemos permitírnoslo. No debemos dejar escapar ni una sola gota de las lágrimas de las mujeres que, ayer y hoy, siguen sometidas a los decretos de los varones que temen que el gesto de una mujer libre pueda desestabilizar una orden impuesta por ellos. El autor del libro de Ester, o tal vez una mano femenina que lo flanqueaba o lo inspiraba (la historia de la literatura conoce manos de mujer que usaron las de sus maridos para escribir palabras que la cultura masculina de su tiempo no les permitía firmar), sabía que ese gesto subversivo era algo muy serio.
Cada año, durante la fiesta de Purim, el rollo de Ester se lee entero, en voz alta y con todos juntos en la sinagoga, y se lo lee desenrollado, como si fuera una carta. Mujeres y hombres escucharon y escuchan la misma letra, escucharon y escuchan las mismas palabras. Pero el sentido de la historia no era ni es el mismo para hombres y mujeres: nunca es igual, sobre todo cuando se habla de mujeres, de familia, de vida y de muerte. La lectura rabínica del episodio de Vasti, por ejemplo, no ha sido tradicionalmente solidaria con la reina (como tampoco lo ha sido, en general, la tradición cristiana): "La malvada Vasti solía tomar a las hijas de Israel, hacía que se desnudaran y las hacía trabajar el sábado... Y así, como ella había hecho, a ella se le hizo” (Talmud, bMeg.12b). No existe solamente una bendita solidaridad entre mujeres; también ha existido siempre una solidaridad diferente entre varones con respecto a las mujeres.
Me gusta pensar que quizás algunas o muchas mujeres judías y luego cristianas dieron un sentido diferente a esa antigua historia. Alguna, a lo mejor, habrá simpatizado con Vasti y no habrá aprobado el decreto del rey que afirmaba que los maridos debían ser "amos" dentro de sus hogares. Y quizás alguna durante Purim o después de una celebración empezó a soñar con hogares sin amos, y vio a las familias transformarse en lugares de reciprocidad e igualdad. Y luego, terminada la ceremonia, habrá hablado de ese episodio en el camino entre la sinagoga, la iglesia y la casa. Y habrá hablado de eso durante la comida, y fuera de casa de nuevo, habrá seguido en el mercado y en la plaza, hasta convertir el discurso en un compromiso político para intentar cambiar un día, un bendito día, esos decretos equivocados. Algunas veces las mujeres lo consiguieron, otras veces no: pero siguen soñando, hablando, luchando. La buena lectura de la Biblia no es sólo un ejercicio espiritual o religioso. Cuando se convierte sólo en eso, la Biblia se encoge, y nosotros con ella. La palabra que escuchamos durante las liturgias genera y alimenta las palabras que nos decimos entre nosotros cuando volvemos a casa, en la calle. Algunas de estas palabras, hijas de la Palabra, han hecho mejor el mundo y han hecho mejor la Biblia.