Estrella de la ausencia/2 – La fuerza de la objeción de la reina Vasti a quedar reducida a la gloria de su rey y esposo.
Luigino Bruni
Puvblicado en Avvenire el 27/11/2022
«El rey entonces ordenó a estos siete príncipes que hicieran venir a la reina Vasti desnuda. La corona real lucía en su cabeza por los méritos de su padre Nabucodonosor, que revistió a Daniel de púrpura».
Targum de Ester, I
En el libro de Ester encontramos pronto otra historia bíblica de mujeres que nos ayuda también a reflexionar sobre los muchos, valerosos y necesarios “noes” que las mujeres de hoy saben decir.
A los poderosos de verdad no les basta poseer la riqueza. Necesitan que su riqueza sea vista, elogiada y envidiada. Y por tanto esta debe ser excesiva, despilfarrada t derrochada en cosas inútiles. Porque para ellos, en realidad, ser ricos y poderosos es demasiado poco: quieren ser dioses, seres divinos, adorados y venerados por los súbditos. El becerro de oro de la Biblia no es solo un icono del objeto idolátrico; es también una imagen del sujeto idolátrico, de ese que, una vez que ha conquistado todos los bienes, advierte el invencible deseo del bien final que está vedado a los mortales en cuanto es prerrogativa de los dioses. Así intentan un último y loco vuelo, pero a veces son detenidos por alguien que, en el trayecto entre la tierra de ayer y el cielo de mañana, es capaz de decir: “no”.
En la versión griega del libro de Ester, propia de las Biblias de tradición católica, el libro comienza con la figura de Mardoqueo (o Mordecai), llegado a la corte del rey persa Artajerjes desde el exilio babilónico. El texto nos narra uno de sus sueños: «Dos enormes dragones avanzaron, prestos ambos al combate, y lanzaron un gran rugido» (Ester, 1e) – el texto de Ester basado en la versión griega tiene una numeración especial debido a las adiciones que solo están presentes en este texto: en el primer capítulo van de 1a a 1r –. Después del sueño, Mardoqueo desactiva una conjura contra el rey orquestada por dos cortesanos (1,1m). Él los denuncia, y el rey le recompensa con regalos y le da «un puesto en palacio» (1,1q). Hasta aquí, el prólogo, que desempeña una función parecida a las introducciones de los libros escritos por personajes más o menos ilustres: el lector se las salta o las lee muy aprisa, deseoso de entrar en el meollo del relato. Y aquí está: «Era en tiempo del rey Asuero, cuyo imperio abarcaba ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía. El año tercero de su reinado, el rey, que residía en la fortaleza de Susa, ofreció un banquete a todos los generales y oficiales del ejército persa y medo, a la nobleza de palacio y a los gobernadores de las provincias, para hacer alarde durante muchos días, ciento ochenta días, de las riquezas y el esplendor de su reino, de su extraordinaria gloria y su grandeza» (1,1-4).
El autor nos conduce a un palacio persa, en la ciudad de Susa, una de las cuatro capitales del imperio, el año tercero del reinado de Asuero (Jerjes, en griego). La ambientación histórica se remonta al año 483 a.C. El ambiente está dominado por el exceso, por una magnificencia tan rebosante que parece cómica e incluso ridícula. A la fiesta, que dura seis meses. están invitados los jefes del ejército, los ministros y los gobernadores de las provincias. El objetivo del rey es explícito: mostrar a sus hombres la “gloria” de su reino y el “esplendor” de su grandeza. Después, «pasados aquellos días, el rey ofreció un banquete de siete días a toda la población de la fortaleza de Susa» (1,5). En esta ocasión la fiesta es popular, y se celebra en el parque del palacio. Hay magnificencia y exceso en todos los detalles: «Había finas cortinas de lino blanco y púrpura violeta, (…) columnas de mármol blanco, lechos de oro y plata sobre el pavimento de mosaico, hecho de malaquita, mármol blanco y nácar» (1,6). El vino, abundante y sin restricciones, se sirve «en copas de oro, todas distintas» (1,7).
El antiguo lector-oyente hebreo no empatizaba con esta magnificencia extraordinaria. La visión bíblica de la riqueza es siempre ambivalente, ya que, si por una parte puede ser una bendición, por la otra es la materia prima de ídolos de toda especie. La única riqueza buena posible es, en todo caso, moderada, y parcialmente compartida con los pobres. Y la única “gloria” buena que debe ser mostrada a todos es la de Dios, mientras que las glorias de los hombres y los reyes son siempre sospechosas. Por eso, cuando nosotros, lectores bíblicos, educados en los profetas y en la tradición sapiencial, encontramos una riqueza excesiva, podemos suponer que pronto aparecerán en la continuación del relato la corrupción y la decadencia. Así pues, deberíamos leer estas primeras páginas de Ester llevando en los ojos y en el corazón las palabras que Samuel dirigió a su pueblo cuando le pedía un rey: «Estos son los derechos del rey que os regirá: A vuestros hijos los llevará para enrolarlos en destacamentos de carros y caballería (…), los empleará como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de sus armamentos y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas» (1 Sam 8,11-13). Y es precisamente en el destino de las mujeres de los reyes, de las “hijas perfumistas”, donde se encuentra el corazón narrativo de este primer capítulo, uno de los más bellos del libro.
En este clima de ostentación y de riqueza vulgar, por excesiva, aparece el primer golpe de escena, un acontecimiento imprevisto e inédito, el “cisne negro” de la historia: la libertad de la reina, que ilumina con su gesto todo el libro con luz auroral. El texto nos dice que, mientras los varones celebraban sus fiestas excesivas y por tanto equivocadas, la reina Vasti, mujer de Asuero, «ofreció un banquete a las mujeres del palacio real» (1,9). Esta fiesta femenina recuerda a las que se celebraban hasta hace pocos años en las cumbres de jefes de estado (o de las altas finanzas): mientras los maridos mantenían largas reuniones, las mujeres seguían un programa paralelo. No sabemos qué tipo de fiesta era la de Vasti, pero el Targum (un antiguo comentario en arameo al texto hebreo) imagina algún otro detalle de esta fiesta menor: «Las mujeres le preguntaban cómo dormía el rey, dónde comía, donde bebía y dónde dormía» (Targum de Ester, II), detalles no improbables.
Al final del segundo banquete, el rey y los comensales están atiborrados de comida y borrachos por la bebida, y entonces llega la digna conclusión del semestre de fiesta y pompa: «El séptimo día, cuando el rey estaba alegre por el vino, ordenó a Maumán, Bazata, Jarbona, Bagatá, Zetar y Carcás, los siete eunucos que estaban al servicio personal del rey Asuero, que le trajeran a la reina Vasti con su corona real, para que los generales y el pueblo admirasen su belleza, porque era muy hermosa». (1,10-11). Hay que señalar que el “séptimo día” no es un número elegido al azar: la vida de aquel rey es el emblema del anti-shabbat.
Llega el final de la fiesta, solo falta la tarta, el brindis final y posiblemente la apoteosis de la “gloria” del rey, que debe estar a la altura de una fiesta tan espectacular. ¿Y qué mejor que mostrar a los jefes y a todo el pueblo la riqueza más preciada del rey, la joya más resplandeciente del palacio, “su” maravillosa mujer? Esta iniciativa real no nos asombra, porque es lo que todos los varones poderosos han hecho (casi) siempre, y lo que, de formas más o menos nuevas, siguen haciendo. Porque, aunque hay muchas cosas bellas en la tierra, para los hombres sus mujeres son la “cosa” más hermosa. Lo que sorprende, y mucho, es la respuesta de la mujer: «Pero cuando los eunucos le transmitieron la orden del rey, la reina Vasti no quiso ir» (1,12).
Se necesitan algunos segundos de silencio para digerir la belleza de este gesto de dignidad femenina… La extraordinaria fuerza de un frágil “pero”: pero la reina no quiso ir. Una espléndida conjunción adversativa que por sí sola dice más que un tratado de teología o de sociología. Nos recuerda que a veces los planes equivocados de los hombres saltan por los aires con un humilde “pero”. Un ser humano, que puede ser más libre de lo que un poderoso imagina, se sale del guion, se baja del escenario y deja de seguir la partitura escrita para él o ella, transgrede y hace saltar los planes y la fiesta. El rechazo de esta mujer tiene, por sí solo, una fuerza superior a toda la gloria desplegada durante 187 días.
El texto no nos da el motivo del “gran rechazo” de Vasti, no nos desvela sus razones. Sin embargo, muchos comentaristas las han imaginado y escrito, entre otras cosas porque no son difíciles de intuir, sobre todo si vemos la petición del rey con ojos de mujer – quién sabe si no habrá también una mano, o una mirada, de mujer detrás de la composición de este libro bíblico tan distinto –. El doble banquete de Asuero es una fiesta solo para hombres, enchispados por demás debido al abundante vino. Vasti, según el guion del marido, habría tenido que llegar al jardín, hacer un primer desfile entre el pueblo, asediada por mil miradas masculinas, y después continuar el desfile en el palacio, delante de los comensales de su marido. Pero cuando los eunucos llegan donde ella, Vasti se ve en la escena y sencillamente dice “no”, “ni en sueños”. Lo dice como lo dirían hoy muchas mujeres, tal vez todas, si se encontraran en situaciones distintas y parecidas. Las mujeres son capaces de decir estos “noes” distintos, y cuando lo hacen siguen salvándose a ellas mismas y al mundo.
Pero lo que nos asombra hasta emocionarnos es que ese “no”, ese “pero” lo encontramos en un libro escrito hace veinticuatro siglos, donde las mujeres, incluidas las reinas, no tenían la libertad de decir “no” ni “pero” ante las peticiones de los poderosos. El escritor bíblico lo sabía, y escribiendo esta historia con este “no”, proféticamente anticipa tiempos nuevos, los tiempos mesiánicos donde la dignidad de las mujeres será al fin reconocida. La Biblia es también esto. El autor antiguo, escribiendo este capítulo a contra-tiempo, eleva la temperatura civil de la historia, da voz al anhelo de dignidad de las mujeres, de los pobres, de las víctimas y de todos. Vasti, una figura efímera de unos pocos versículos de un único capítulo, entra por derecho entre las mujeres de la Biblia escondidas en papeles menores, a menudo perdedoras pero siempre maravillosas: Agar, Dina, la maga de Endor, Fuá y Séfora, la anónima mujer de Jeroboán, Julda, Mical, las dos Tamar, la mujer de Técoa, Rispa madre-centinela de hijos ahorcados, María, madre-stabat de un Hijo crucificado.
La Biblia, custodiando el “no” de Vasti, ha permitido que llegara hasta nosotros. Y así, en el “no” de una mujer de Persia, el antiguo nombre de Irán, hoy nosotros podemos ver el maravilloso “no” de Mahsa Amini, de Hadith Najafi y de todas las chicas y mujeres iraníes que siguen diciendo “no” a las peticiones equivocadas de los poderosos.