En el vientre de la palabra/10 - Las últimas palabras de Jonás introdujeron un nuevo vocabulario en la relación
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 21/04/2024
“Entre las varias realidades presentes antes de la creación, además de la Torah está el arrepentimiento. ¿Cómo es posible que hubiera arrepentimiento antes del pecado? En la Biblia también Dios se arrepiente, y por cierto él no había pecado. El arrepentimiento es algo que el humano guarda consigo, tal como en la casa se tiene una medicina aún si uno no se ha enfermado”.
Paolo de Benedetti, A sua immagine, Morcelliana
Jonás es el profeta más subestimado e incomprendido de la Biblia y de la literatura religiosa antigua. Sin embargo, en este comentario nuestro estamos tratando tenazmente de tomarlo en serio, de no descartar sus pasajes dramáticos centrales rebajándolos a una fábula o a un humorismo. Como si no hubiese elementos fabulísticos en la Biblia, y como si el humorismo no fuese uno de los lenguajes bíblicos para comunicar verdades profundas y difíciles que no serían comprendidas si fuesen comunicadas como teoremas teológicos. Porque en la Biblia, y en la vida, la fábula y el humorismo son vías (‘métodos’) para decir con ligereza realidades pesadas y dolorosas, para domesticarlas, para ‘crear conexiones’ y así acomodarlas como huéspedes buenos dentro de casa. Toda la Biblia, no sólo el Antiguo Testamento, nos pide un constante ejercicio hermenéutico, nos invita en cada línea a descifrar sus mensajes escondidos en las metáforas, alegorías, parábolas, sueños; a hacer un gran salto de dos mil años y a seguir dialogando con aquellos hombres tan antiguos y tan contemporáneos. Y si a causa de su género literario devaluamos a Jonás, debemos hacer lo mismo con el fratricidio de Caín, con la atadura de Isaac, con la vocación de Ezequiel y finalmente con el sepulcro vacío. El qiqajon de Jonás no es sustancialmente diferente al ángel Gabriel del Evangelio de Lucas, y el ‘signo de Jonás’ y el ‘signo del Gólgota’ podrían ser el mismo signo, que en-señan (casi) la misma cosa. Los relatos bíblicos son buenas noticias revestidas de su género literario, un vestido que las enriquece y embellece aunque sea el único vestido disponible en el armario. Porque los textos bíblicos son palabra, y la palabra es la ‘casa’ del ser, no es el ser en sí, que queda por lo tanto velado en su intimidad. Entonces toda la Biblia es metáfora, porque es pura palabra; y el día en que olvidamos el velo de la palabra que vela y revela a Dios, habremos hecho de la Biblia el ídolo perfecto y nos habremos convertido sólo en consumidores idólatras de vanitas. Banalizar los mensajes de Jonás significa banalizar toda la Biblia y todo el humanismo que en ella se ha fundado, es ridiculizar a Dante y a Miguel Ángel, Leopardi y Dostoyevski, Marc Chagall y Leonard Cohen.
“Pero, al amanecer del día siguiente, Dios dispuso que un gusano picara el ricino, y éste se secó.
Y sucedió que al salir el sol, Dios dispuso un sofocante viento del este, y el sol hirió la cabeza de Jonás, así que él desfallecía, y con toda su alma deseaba morir, y decía: ‘mejor me es la muerte que la vida’ (Jonás 4:7-8). Otro diálogo cielo-tierra introducido por otro pero: en el libro de Jonás, las proposiciones adversativas son co-protagonistas de la historia.
Todos los intérpretes y lectores se rieron frente a esta nueva bronca extraña de Jonás, atrapados en este género literario, y no entraron en el misterio del libro. Porque si Jonás había creído verdaderamente que aquel árbol era un mensaje de vida para él, entonces en ese crecimiento repentino e inesperado del qiqajon había vislumbrado realmente el comienzo de una nueva primavera física, espiritual y vocacional. Cuando el gusano y el siroco secan el ricino y golpean a Jonás, el profeta vuelve a caer en la depresión espiritual de la que la planta lo había sacado.
A los profetas, las alegrías pasajeras, esas pequeñas felicidades que hacen posible y dulce el yugo de la vida de casi todos nosotros, no dicen nada si no están insertas en un "para siempre" – sin los profetas ni siquiera entenderíamos el significado del “para siempre”, y de hecho lo estamos perdiendo. Si hoy Dios manda un alivio y mañana lo quita, el árbol que hoy muere borra también la alegría del reposo de ayer. Es ésta la fragilidad del profeta, es ésta también su preciosidad.
En realidad, cuando en los días de dolor recordamos los días felices, también nosotros tendemos a opacar la alegría de ayer con la tristeza de hoy. Pero también es cierto para nosotros el sentimiento que va en dirección contraria, cuando la memoria viva de los que ya no están reduce un poco la tristeza, si creemos que la alegría de ayer fue verdadera, aún siendo pasajera. El recuerdo vivo – de una persona, de un hecho, de una emoción...- puede ser también una extraña forma de felicidad, y nos podemos alimentar durante mucho tiempo de su pan ácimo.
Esto vale a menudo para nosotros, no para los profetas. Para ellos, el recuerdo no desempeña ningún rol bueno. Viven en un eterno presente, y si la palabra de hoy desmiente la de ayer, la nueva palabra se lleva consigo toda la alegría y los consuelos. No queda nada, y si algo queda sólo aumenta el dolor. Aquel ricino que hoy nace y que mañana se seca es por lo tanto una experiencia devastadora para el profeta. Incluso porque no puede ni siquiera recurrir a un otro recurso que está a disposición de todos los demás hombres y mujeres, cuando frente a un presente triste que nos anula un pasado feliz, decimos: ‘esperemos que mañana llegue una buena noticia que supere la tristeza de hoy’. Este recurso natural, primo hermano de la esperanza, no hace parte del repertorio del profeta, que cree en la palabra que recibe mientras la recibe, sin pasado ni futuro. Debe creer, porque si cuestiona esa palabra que le llega ahora, esperando que le llegue pronto una ‘más verdadera’ que la anule, negaría la verdad de la palabra y, por ende, la naturaleza de su vocación. El profeta es todo presente – y en esto también se asemeja a Dios, como palabra clavada en ese día, ahora y para siempre.
No debemos sorprendernos entonces de cómo prosigue aquel diálogo: “Dios dijo a Jonás: ‘¿crees que es justo que te enojes por causa de la planta?’. Y él respondió: ‘claro que sí, es justo, tengo razón para enojarme hasta la muerte’” (4:9). Esta vez Jonás responde explícitamente a la pregunta, habla y dice: sí, es justo. Jonás está realmente muy triste y enojado, más que la primera vez: es un profeta indignado, doblemente desilusionado, la primera desilusión se amplifica y el viejo dolor se agudiza. Jonás había creido verdaderamente en la verdad del signo del qiqajon y, por lo tanto, para no negar la verdad de la palabra de ayer con la nueva palabra, sólo tiene un movimiento a disposición: debe enojarse con Dios. En las grandes crisis es posible no perder la fe si conseguimos transformar el dolor y la ira en una disputa con Dios. La indignación del profeta mantiene unidas la verdad de ayer con la verdad opuesta de hoy.
Estas son las últimas palabras de Jonás en el libro – nos quedan todavía las últimas palabras de Dios, que veremos en la próxima semana. Una manera insólita de poner fin a una vocación, de concluir una historia vocacional, de terminar una historia humana. Insólito y raro para nosotros, no para la Biblia.
Si, de hecho, hablamos con los verdaderos profetas y los escuchamos de verdad – hoy también hay muchos-, si estudiamos los profetas de la Biblia y de la vida, nos damos cuenta de que el final de Jonás es mucho más común de lo que piensan aquellos que no conocen a los profetas. Los falsos profetas son hombres y mujeres que terminan su historia entre el éxito y los aplausos. El profeta sincero y auténtico no controla el final de su historia, mientras vive no puede saber cómo concluirá ese diálogo vital y especial en el que creció desde su juventud. Conoce sólo el presente, y la ignorancia del futuro – el suyo y el de Dios – se convierte también en ignorancia del final de su historia y de su vida. Moisés había dialogado de boca a boca con YHWH durante todo el camino del éxodo y acabó su vida solo y fuera de la tierra prometida, quizás él también enojado. Los últimos días de Jeremías fueron días de desolación, marcados por el silencio de la palabra, Ezequiel terminó su vida en exilio y viudo, Oseas no se reencontró con su esposa infiel, Jesús acabó su experiencia terrenal clavado en un ‘¿por qué?’ dirigido al Padre.
Terminar entonces la propia misión como Jonás no es un mal final. La discusión con Dios está entre las herencias éticas y espirituales más altas de la Biblia, porque habla seriamente sobre la dignidad de los hombres y las mujeres, es una demostración de la verdad del salmo 8: ‘sin embargo, los hiciste un poco menos que Dios’. Somos ‘poco menos’ que Dios en muchas cosas – cuando sabemos perdonar de verdad, cuando aprendemos a morir con mansedumbre, cuando nos levantamos del abandono y del luto… - y lo somos también cuando somos capaces de discutir con Dios.
La discusión profética de Jonás es estupenda porque es extrema, y el género literario humorístico no hace más que aumentar esta radicalidad. Su libro cierra con una disonancia parecida a la desobediencia del comienzo. La Biblia ama los diálogos, todos los diálogos, y por lo tanto ama los acuerdos y desacuerdos, las sintonías y las desintonías, ama mucho el ‘sí’ y ama también el ‘no’. Porque el Dios bíblico nos trata de hijos e hijas, de compañeros, por eso acepta también el género literario del litigio – solamente los esclavos y los siervos no pueden discutir con sus amos.
De manera que estas últimas palabras de indignación y de rabia por parte de Jonás, además de causarnos una definitiva e infinita simpatía y amistad con este antiguo profeta, introdujeron en el vocabulario que podemos utilizar para hablar con Dios también nuestras palabras de indignación, nuestra bronca y nuestros desacuerdos con Dios. Ha ampliado el horizonte del humano amigo de la Biblia. Y es realmente muy hermoso.
Todos los días, muchos hombres y mujeres hablan con Dios usando palabras de alabanza y de agradecimiento, de amor y de ternura; pero otros hombres y mujeres – y son la mayoría – hablan con el mismo Dios usando palabras de bronca por un hijo muerto, por una nieta que ha perdido el rumbo, por la conciencia de haber desperdiciado los mejores años persiguiendo ilusiones, y muchos terminan su existencia con estas palabras de discordia en la boca, que se convierten en las únicas palabras con que reciben al ángel de la muerte – y tal vez no hay otras mejores, porque aquella discusión se vuelve la cuerda que ha salvado nuestra fe herida y que nos mantuvo ligados al alma de nuestra alma hasta el final: fides en latín significa cuerda y fe. La historia de Jonás nos dice que en la Biblia hay lugar también para este vocabulario poco adorable y poco decente pero profundamente humano. Somos imagen de Dios también por nuestra capacidad de enojarnos con Elohim. En la tierra hay muchos más rezos verdaderos de los que sabemos reconocer.