En el vientre de la palabra/11 - El libro de Jonás se termina con una pregunta de Dios que sigue abierta
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 28/04/2024
«En toda la psicología del evangelio faltan las nociones de culpa y de castigo, así como la de recompensa. El 'pecado', cualquier relación de distancia entre Dios y el hombre es eliminada; precisamente esta es la Buena Nueva".
Friedrich Nietzsche, El Anticristo, 33
La Biblia está llena de preguntas de hombres y mujeres dirigidas a Dios y a otros hombres y mujeres. Algunas veces también tenemos preguntas de Dios. El libro de Jonás es el único libro bíblico que termina con una pregunta, y es una pregunta de Dios. Esta pregunta terminal es muy linda y extremamente importante, no sólo (ni tanto) por su contenido sino también porque es una pregunta de Dios, abierta y sin respuesta, que deja abierta la charla entre Dios y Jonás y entre Dios y nosotros. Las preguntas son casi siempre más importantes que las respuestas (como saben todos los profesores), porque son instrumentos de descubrimiento, lugares inexplorados del no-todavía, muestras de la Tierra prometida. Las preguntas son albores de los discursos de mañana, son comienzos de caminos, las primeras palabras de los poemas que no hemos escrito todavía. Por eso, las preguntas de las mujeres y los hombres, especialmente las de los niños y los jóvenes, son un patrimonio de la humanidad, que hay que proteger como la Capilla Sixtina y la Alhambra. La Biblia ama mucho nuestras preguntas a Dios, pero le gustan también las preguntas de Dios, porque empujan hacia adelante las fronteras del espíritu humano y de nuestra comprensión del misterio.
Cada vez que un autor ha puesto ‘en boca de YHWH’ una pregunta dirigida a nosotros, se ha imaginado en el lugar de apuntador de Dios, escondido bajo la cúpula en el "foso" del escenario del universo. Y si Dios entonces nos hace preguntas-sin-respuesta, la Biblia no es solamente un código ético ni un manual para confesores. Es, por el contrario, la conversación libre entre Elohim y los hombres y mujeres, tan libre que continúa incluso cuando el libro termina. En el libro de Jonás Dios dialoga con el profeta. No expresa nunca palabras de condena por su desobediencia ni por su ira. En lugar de los reproches, le dirige preguntas sin pretender obtener una respuesta. También aquí está la dulzura del Dios bíblico, también por esto es nuestro amigo – cuánta violencia hay detrás de las preguntas que nos presionan con la pretensión de obtener una respuesta: los amigos son aquellos que nos hacen las preguntas más importantes y que luego saben acoger, dóciles, incluso nuestro silencio.
“Entonces el Señor le dijo: ‘Tú te apiadaste de la planta por la que no trabajaste ni hiciste crecer, que nació en una noche y en una noche pereció, ¿y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil hombres que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y también muchos animales?” (Jonás 4:10-11).
Este final con pregunta abierta recuerda mucho, como ya lo había visto Jerónimo en su Comentario a Jonás (p.98), a aquel de la parábola del hijo pródigo, que concluye con la pregunta del Padre dirigida al hermano mayor: “…era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15:32). Dos pasajes y dos enseñanzas sobre la misericordia-hesed-ágape del Dios bíblico. También Nínive, ciudad pagana, entra en el horizonte misericordioso del Dios bíblico. Incluso sus habitantes que no saben distinguir el bien del mal deben salvarse - no se puede descartar que en ese misterioso versículo sobre la "mano derecha y la izquierda" haya una referencia a los niños de Nínive (Dt 1:39): el Dios bíblico ama mucho a los niños y los salva de las destrucciones y las guerras. No sólo el primer hijo, también el niño que ha obrado mal y ha confundido el mal con el bien sigue siendo hijo y, por tanto, tiene derecho al mismo amor del Padre. Esta es una lectura que une el Antiguo y el Nuevo Testamento en un único hilo de oro agápico, y que capta ciertamente gran parte de la intención original del autor del libro de Jonás, que quería dar a su pueblo un mensaje de misericordia universal y corregir así las tendencias-tentaciones nacionalistas que siempre lo han socavado. Porque si hay un Dios verdadero, y la Biblia dice que lo hay, entonces este Dios debe ser Padre de todos, de Jerusalén y de Nínive, y si no se ocupa de todos los hombres, mujeres, niños y criaturas de la tierra, también el Dios bíblico es sólo un ídolo - y el sol se apaga.
Es importante la referencia a los animales de Nínive. El humanismo bíblico ha sido, y es, acusado por su antropocentrismo extremo, por haber puesto a Adán al centro de la creación con un mandato explícito: “llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los animales que se arrastran por el suelo” (Génesis 1:28). Y la tierra estuvo de verdad sometida, junto con otras criaturas, hasta quitarle el aliento con el capitalismo. Pero en la Biblia está también la pieatas de Dios para los animales, que son mencionados junto a los seres humanos para decirnos que sus vidas también valen - sólo faltan las plantas, igual que en el arca de Noé.
El espacio que el autor ha querido dejarnos con aquella pregunta abierta puede volverse una invitación a escribir la continuación de aquel diálogo interrumpido entre Dios y Jonás. Los finales abiertos son también esta posibilidad de hacernos crecer a nosotros con la Biblia y a la Biblia con nosotros. Y de preguntarnos: ¿el buen samaritano habrá vuelto a lo del hotelero a pagar la cuenta? ¿Y éste se habrá ocupado mientras tanto del hombre medio muerto? ¿Y el samaritano lo habrá encontrado aún con vida? No lo sabemos. Pero si tomamos en serio aquel "ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37), estas palabras finales no escritas por el evangelista debemos intentar escribirlas nosotros.
Y luego todavía preguntarnos: ¿el hijo mayor participó del banquete por el regreso del hermano pródigo? No lo sabemos, pero podemos tratar de completar la parábola incumplida: “Después de estas palabras, el hermano se marchó triste. Con algunos amigos se fue a la ciudad, mientras en casa de su padre comenzaban los festejos”. Un final posible y frecuente, lo vemos todos los días en nuestras casas. Pero podemos escribir también un final diferente: “Después de las palabras del padre, los hermanos entraron juntos al banquete: el hijo mayor se puso en el medio de la mesa de invitados, sirvió las porciones del ternero y pronunció un discurso por el regreso de su hermano. Los dos se abrazaron, se besaron llorando y luego cantaron juntos el salmo: ‘¡Vean qué bueno y qué agradable es que los hermanos vivan unidos!’ (Sal 133). Quizás estas palabras privadas y personalísimas que cada uno de nosotros puede agregar a la historia in-finita de la Biblia no son menos importantes que las otras palabras de la Escritura. Porque esta es nuestra parte de la historia, son las líneas que el autor ha dejado libres para que pudiésemos llenarlas nosotros.
Pero volvamos finalmente a Jonás, por un último vistazo antes de agradecerle y saludarlo.
No sabemos qué pensó Jonás después de aquella pregunta final de Dios. Al autor no le interesaba. A nosotros en cambio nos interesa, debe interesarnos. Porque Jonás somos nosotros, y al menos al final debemos hacer el ejercicio ético y empático de entrar en el corazón de aquel antiguo profeta y acompañarlo más allá de las últimas palabras de su libro. Para hacerlo tenemos que partir de la hipótesis de que Jonás era un profeta verdadero, no un falso profeta. Lo sabíamos, pero lo descubrimos desde la primera hasta la última línea de su libro. Y no es difícil entonces imaginar las posibles respuestas que Jonás podría haber dado a Dios, al menos en su corazón.
"Ya no te entiendo Señor, YHWH. Me formaste desde pequeño para ser tu profeta. Creía entender tu corazón y el sentido de tus palabras. Y sin embargo, mi historia hasta la sombra efímera del qiqajon era sólo una secuencia de ilusiones y desilusiones. Pero te agradezco, porque hoy he entendido finalmente que lo que creía que era mi vocación, es decir, ser tu profeta, no era más que un autoengaño, un sueño de juventud. Toda esta huida y esta fatiga de Tarsis a Nínive me hicieron entender que debía cambiar todo, empezar una nueva vida. La última desilusión fue una bendición. Me despido para siempre de la ilusión profética, y comienzo una nueva vida, diferente de lo que pensaba, pero por fin verdadera”. Un desenlace que vemos en muchos Jonás, en esas personas honestas que parten de manera sincera detrás de una voz, hasta que un día una experiencia decisiva dolorosa los convence de que la vocación de la juventud era sólo ilusión. Y desisten. Para salvar el alma pierden la primera vocación, para hacerse adultos matan la voz de la juventud ahora vivida como decepción. El qiqajon marca el comienzo de una nueva vida, a veces incluso un buen comienzo.
Pero para Jonás es posible también imaginar otro final: “Te he seguido, YHWH, como he podido, pero siempre con sinceridad. Esta larga experiencia iniciada con mi huida a Tarsis, continuada con el vientre bueno del pez-madre, seguida después por las calles de Nínive y culminada bajo la choza que no protegía verdaderamente del sol, he entendido finalmente el sentido de mi llamada juvenil. He conocido otro de tus rostros oh Dios, diferente de aquel de mi juventud. No podría haber tenido un mejor viaje. He entendido que tu rostro de ayer no era ilusión ni era engaño, era solo tu primer amor por mí: pero para entenderlo debía alcanzar la planta del qiqajon”. Jonás se convirtió en adulto permaneciendo profeta. El joven muchacho, aprendiz de profeta, se convirtió en un profeta adulto (al comienzo de este comentario habíamos imaginado a Jonás como un joven). Y por lo tanto entendió la verdad más importante de cada vocación adulta: el Dios de la juventud debe morir para poder resucitar, pero sólo si muere de verdad puede resucitar de verdad. Y comprendemos aún mejor el "signo de Jonás": el viaje de Jonás fue el mismo viaje que llevó a otro profeta del Gólgota a la Tumba Vacía, los dos signos son el mismo signo.
El libro de Jonás puede ser también el relato del proceso que introduce una vocación a la vida adulta, una enseñanza ética sobre cómo un joven profeta puede volverse adulto salvando la vocación, si y cuando un día entiende que no está muerto el Dios de la juventud: solo murió su primera idea de Dios, para que en aquel espacio pudiera nacer una nueva y más verdadera, que luego morirá de nuevo para resucitar muchas veces, hasta el final.
Así termina este comentario al libro de Jonás, un libro amado apasionadamente. Termina con palabras innecesarias, pero tal vez útiles para seguir dialogando con Jonás y con sus muchos hermanos y hermanas de la Biblia.
Solo me queda decir gracias al Director Marco Girardo y a Andrea Lavazza, que me animaron a retomar mis amados comentarios bíblicos en Avvenire, que son una especie de género literario, como me ha escrito un lector. Gracias sobre todo a ustedes, lectores y lectoras, compañeros y compañeras, convertidos ya en indispensables. Gracias y hasta luego.