En el vientre de la palabra/9 - El segundo refugio, dado por Dios, lleva al profeta a su propia vocación
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 14/04/2024
«El período transcurrido en la panza del pez no era fácil de olvidar; así, hubo consecuencias vistosas. El fuerte calor de aquel vientre le había quemado la ropa, le había hecho caer el pelo y su piel estaba infestada por un enjambre de insectos. Para calmar su condición, el Señor le hizo crecer el ricino: una mañana abriendo los ojos Jonás ve una planta que tenía 275 hojas largas de más de una cabeza cada una y capaz de protegerlo del calor del sol».
Louis Ginzberg, Leyendas de los judíos, VI
La presencia de las plantas en la Biblia es ambivalente. En el arca de Noé entran sólo hombres, mujeres y animales. Las plantas quedan fuera, como si el reino vegetal no fuese tan vida como el animal. Las plantas no sólo quedaron fuera del arca de salvación, también las dejamos fuera de nuestro modelo de desarrollo, no las incluimos en nuestros análisis de costos-beneficios. El eclipse de las plantas se convirtió también en un eclipse de la tierra, que salió de la mirada de nuestra economía y nuestra política. Se fue alejando progresivamente sobre la línea del horizonte hasta que un día ya no la vimos, y al día siguiente empezamos a destruirla. Al mismo tiempo, en la Biblia algunos árboles y plantas son auténticos protagonistas de episodios decisivos. ¿Qué sería del Génesis sin el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal? ¿Cómo hablar de Jeremías sin el almendro y de Elías sin la retama? ¿Cuán miserable sería nuestra esperanza sin la higuera estéril a la que Jesús sigue dando, desde hace dos mil años, un año más a la espera de que por fin dé fruto? ¿Y cómo podríamos entender a Jonás sin el qiqajon?
“Entonces, el Señor Dios hizo crecer un ricino [qiqajon] por encima de Jonás para dar sombra a su cabeza y librarlo de su enojo. Una gran alegría invadió a Jonás a causa del ricino” (Jonás 4:6). Jonás, el profeta, huyó de Nínive, enfadado con Dios por haber cambiado de opinión y haber perdonado a los habitantes. Lo encontramos sentado bajo una pequeña choza, a su sombra. Pero, aunque ya estaba a la sombra, Dios hace crecer una misteriosa planta, un qiqajon, para dar más sombra a Jonás, que siente una gran alegría. Qiqajon es un hapax, un vocablo que se encuentra solo una vez en la Biblia, una palabra de no fácil comprensión aunque se suela traducir como "ricino" (pero también como calabacera o hiedra).
Partamos de una pregunta obvia: ¿por qué Dios hizo crecer una planta para dar sombra a Jonás, que ya estaba a la sombra? El autor no lo dice, como tampoco nos dice por qué Jonás siente una alegría "muy grande" por esa planta y por esa segunda sombra. Podríamos suprimir, como hacen muchos intérpretes, este enésimo detalle raro del libro adjudicándoselo una vez más al género literario humorístico; o quizás, también aquí, podemos intentar otra lectura, siempre arriesgada debido a la falta de datos textuales ciertos y firmes – y por eso también apasionante.
La primera sombra Jonás la había obtenido por obra de sus propias manos. La planta de ricino, en cambio, le llega directamente de Dios; la primera sombra era fruto de su trabajo, la segunda es solo gracia. Para un profeta, esas dos sombras son, por tanto, cosas profundamente diferentes: incluso si el resultado final es el mismo (protegerse del sol) el origen es diferente, es el principio de la sombra lo que cambia. En la Biblia, en el origen está el sentido de todo, de cada creación, de cada palabra – “En el comienzo, Dios creó…” (Gén 1:1). “En el principio era el Verbo…” (Jn 1:1). A nosotros hoy nos interesan los fenómenos, los hechos, los resultados, a veces el proceso: al homo biblicus le interesaba el principio, porque lo que aparece no dice nada si no entendemos su primer sentido, que también se convierte en el último. Sólo la luz del inicio revela el sentido de lo que vive y sucede.
Debemos, pues, tener muy presente que Jonás, bajo aquella choza estaba en un estado de depresión espiritual; había huido de Nínive y de Dios, y había pedido su muerte. “Señor, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida” (4:3). Bajo aquella primera sombra de la choza Jonás estaba pasando por la experiencia del fracaso, el remordimiento y el arrepentimiento por haber cambiado de idea luego de la tormenta, por haberse dejado convencer por Dios para ir finalmente a Nínive, a donde había anunciado un oráculo que no se cumplió porque YHWH había cambiado de parecer. Aquella primera sombra no aliviaba el dolor vocacional del alma: reparaba la cabeza pero no reparaba el corazón, que seguía dañado, desvastado, descubierto y necesitado de otra cobertura, la de las vestiduras de Adán y Eva, o al menos la del lastimoso signo de Caín.
La sombra de la choza es aquella que podemos encontrar también nosotros cuando, después de los grandes fracasos vocacionales e identitarios de nuestra vida, huimos, nos escondemos, buscamos un reparo. A veces lo construimos solos, a veces nos aloja un amigo, una amiga, un padre, una hermana; otras veces seguimos en la misma habitación de siempre, huimos solo con el alma y nos construimos un refugio invisible a los demás (y puede que también para nosotros mismos). En esa casa, a veces la misma casa de la infancia, encontramos un primer consuelo, conseguimos resguardar la cabeza del sol, el alma de los miedos, los remordimientos, la ira y los fantasmas del pasado, la angustia de un futuro que se ha vuelto amenazador y aterrador, el triste desenlace de una vida vivida en la ilusión. Pasamos el día en compañía de las pequeñas cosas y del perro, damos muchos paseos, aprendemos a cuidar un jardín y a hacer mermelada. Pero sabemos que esa sombra se parece todavía a la de Job (Job 3:5; 17:7), no es la sombra de las ‘alas de Dios’ de los salmos (Sal 17:8; 36:8; 57:2; etc). Ese primer refugio, de todos modos, nos puede ayudar, a veces es incluso esencial para no morir de verdad después de ciertas tormentas perfectas. Se puede permanecer mucho tiempo bajo esta primera sombra, algunos se quedan allí hasta el final, y puede ser un buen final. Pero también puede pasar que, otro día, llegue otra ‘sombra’, un refugio diferente. Como le pasó a Jonás: esa planta se convirtió en el toque del ángel que hizo resucitar a Elías. De aquí su ‘gran alegría’, que es la primera emoción positiva que encontramos en el libro de Jonás. Es una alegría especial que, quizás con esta intensidad, conocen de verdad solo los profetas.
Con la segunda sombra del qiqajon Jonás entra en otra dimensión, siente el gusto por su vocación y por tanto de la vida – en los profetas, vocación y vida son la misma cosa. Ya había hecho la experiencia del lenguaje no verbal de Dios – la tormenta y el gran pez -, y había sido capaz de interpretarlos como ‘palabra’, porque los profetas tienen el don especial de leer los signos de los tiempos tanto como los signos de Dios. Con el brote de ese árbol, Jonás rehace la misma experiencia hecha en el vientre del gran pez, cuando sintió que aquel vientre bueno estaba contenido en el seno materno de Dios. Y quizás bajo el árbol le habrá salido una oración de su alma, otra alabanza, otra acción de gracias. “El Señor es quien me cuida; el Señor es mi sombra a mi derecha” (Sal 121:5). La custodia del gran pez y la del qiqajon son experiencias diferentes pero muy parecidas, porque Jonás también interpreta la llegada de esa planta como una segunda salvación de una muerte casi segura.
El texto nos dice, de hecho, que Dios había hecho crecer aquella planta para "liberar" a Jonás "de su mal": ¿y cuál es ahora el mal de Jonás, si no es la rabia, la indignación, el pesar? El mal del profeta no era en verdad el calor ni el fuerte sol.
Aquella planta había brotado y crecido junto a su choza, pero se vuelve la liberación del mal de Jonás porque él interpreta ese crecimiento como liberación, como amor-hesed. No bastan los hechos, tampoco los milagros, para liberarse del mal espiritual: es esencial que logremos leer ese hecho (una planta, un ángel, un amigo) como una palabra que Dios nos está mandando, que nos convenzamos de que aquel mensaje es verdad, que no nos estamos simplemente auto-engañando. ¿Y cómo no ver en esta segunda sombra también un eco de las palabras de Gabriel a María? “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Luc 1:35). Para Jonás aquel ricino es un ángel que le lleva un anuncio: y él también cree en esa palabra-signo.
Aquella planta donada no durará para siempre, sólo ofreció a Jonás un alivio temporal, ya lo veremos. Pero un alivio y una alegría temporales no dejan de ser un alivio y una alegría, la transitoriedad no anula la buena experiencia que hemos hecho tal vez por un día, tal vez por una hora. Lo efímero no es necesariamente ilusión, también una mariposa que vive solo un día vive realmente, participa verdaderamente, y como protagonista en el ser del universo.
El humanismo bíblico es un humanismo de la vida y, por esto, es también una gran enseñanza ética sobre el valor de la vida mientras se desarrolla. Un ‘mientras’ que no es la búsqueda del placer en el momento fugaz. Es mucho más. Es ese instinto vital que nos dice que la vida, que en este mismo momento acontece dentro y en torno a mí, es la única posibilidad que tengo de sintonizar con el infinito, con Dios, contigo, con mi corazón. No tengo otra mejor. La vida pasada recordada y la vida futura imaginada solo son vanitas-hevel si no están sujetas a un nudo de un presente verdadero y vivo, verdadero y vivo justamente porque presente. Es aquí y ahora que ocurre el milagro de la vida, que se cumple la posibilidad de rozar y tal vez de tocar lo eterno. Quizás solo Qohelet (cap. 8) tomó esta sabiduría bíblica en toda su fuerza y dramática belleza.
Buena parte de la sabiduría humana consiste en comprender, un día, que la belleza, la alegría, el dolor y el amor de este día que estamos viviendo tienen un valor infinito, que es infinito no ‘a pesar’ de su provisionalidad, sino ‘gracias’ a ella. Es lo efímero de este día breve y veloz lo que lo hace bellísimo, verdadero y precioso justamente porque es verdadero y nunca volverá. Se puede vivir una buena adultez y una hermosa vejez si un día se entiende que lo que realmente vale es la escucha de este amigo que me habla en este preciso instante, limpiar bien esta mesa en la que el único plato que queda es el mío, y descubrir que en ese gesto con el que ordeno la cocina, un gesto solemne y sagrado como el de un sacerdote en el altar, estoy recreando con Elohim el mundo entero, estoy todavía gustando la vida exactamente como hice con mi primera ración de leche. En ese momento ‘toco’ a mis abuelos que no están más, a mis antepasados a los que nunca he conocido, al niño que debe todavía nacer; revive aquella noche junto al fuego, aquella canción, aquel último encuentro de miradas. Si hay una posibilidad real de eternidad en esta tierra debe ser algo así. Se aprende el oficio de vivir bajo la sombra provisoria del qiqajon.
Dedicado a mis amigos de la Comunidad de Bose, que quisieron darle a su editorial el buen nombre de Qiqajon.