En el vientre de la palabra/2 - La vocación y las pruebas a las que "no se pueden" obedecer
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 25/02/2024
“Se ha producido un cambio durante estas últimas semanas. ¿Pero dónde? Es un cambio abstracto que no se apoya en nada. ¿Soy yo quien ha cambiado? Si no soy yo, entonces es este cuarto, esta ciudad, esta naturaleza; hay que elegir. Creo que soy yo quien ha cambiado; es la solución más simple”.
Jean Paul Sartre. La Náusea.
No es raro que en la vida de quien recibió una auténtica vocación, un día haga irrupción una palabra distinta de esa misma voz amiga, y que diga cosas nuevas y bastante alejadas de las buenas palabras conocidas hasta ayer. Algunos siguen llevando la misma vida de antes. Otros, en cambio, se bloquean ese día, no entienden porque no pueden entender, sienten que está por morir la parte más real y más linda de la vida. Y dicen ‘no’, desobedecen a la voz verdadera por una extraña fidelidad a otra voz, también verdadera y profunda. Esta ha sido, tal vez, la crisis de Jonás.
“Jonás descendió al puerto de Jope donde encontró un barco que partía para Tarsis” (1:3). Jonás no obedece la orden del Señor de dirigirse a Nínive para profetizar en aquella gran ciudad. En lugar de subir a Nínive, la gran ciudad asiria, desciende al puerto de Jope, hoy al lado de Tel Aviv. El verbo ‘scendere’ (yrd) tiene aquí un tono moral: Jonás no sube hacia Nínive para cumplir su mandato profético, y desciende hacia el mar, al oeste. Desciende geográfica y espiritualmente. Tarsis, en la Biblia, está casi siempre asociada a las naves - las famosas naves de Tarsis, que encontramos en la historia de Salomón, en los Salmos, en Ezequiel y muchas veces en Isaías. "Naves de Tarsis" se había convertido incluso en una expresión idiomática, similar a Fayenza (Faïence en francés) para hablar de la loza, o a las persianas y las venecianas de las casas.
De todas maneras, no es en la geografía donde se esconde el sentido de esta huida de Jonás. Se embarca como quien quisiera escapar de una familia, de un hogar, de un destino; llega a la primera estación y le dice al personal ferroviario: "Un pasaje a la destinación más lejana", esperando que el alejamiento físico se convierta también en alejamiento del corazón.
Jonás no se va: Jonás huye, escapa.
No sabemos por qué lo hace, el texto no lo dice. Al antiguo autor anónimo no le interesaba el por qué, pero a nosotros sí, nos interesa mucho. El sentido de su desobediencia debemos buscarlo afuera de su Libro, en algún antiguo comentario, o debemos intentar crearlo nosotros. Comentar un texto antiguo, que ya ha sido comentado mil veces, puede no ser del todo inútil si nos atrevemos a experimentar con esa audacia, guiados por toda la Biblia y por toda su lógica. Probemos, entonces, ahondar en esta fuga de Jonás. Quizás encontremos algunas pistas para comprender mejor a los profetas y las vocaciones (en toda vocación, religiosa o civil, hay un eco de los profetas).
Antes que nada, podemos imaginar como algo muy probable que en la orden que Jonás recibe de Dios (ir a Nínive) hay alguna cosa que al profeta no le gusta o no entiende y que, en cualquier caso, no quiere hacer. No nos olvidemos que la Biblia nos hace ver que Jonás no es un falso profeta: lo trata como un verdadero profeta, quizás un tanto extraño, pero no falso. Por lo tanto, en ese ‘no’ suyo puede haber algo serio, que podría relacionarse directamente con su vocación. Antes de continuar con nuestro ejercicio, tenemos que recordar qué es la Voz de Dios en la profecía bíblica. El profeta es el “entre comillas de Dios”. Puede tener muchas dudas sobre muchas cosas, y en general las tiene (como nosotros), pero no puede tener dudas en el reconocimiento de la voz de Dios, porque en ese especial discernimiento de las voces está la esencia de su vocación. Un profeta no puede dudar de dónde viene la voz que le habla: puede no gustarle, puede discutir con ella, puede lamentarse, pero la reconoce. Cuando el texto nos dice que: “La palabra del Señor vino a Jonás, hijo de Amitai” (Jonás 1:1) no nos es legítimo pensar que Jonás dudase que la ‘palabra’ fuese verdaderamente palabra de YHWH. Esta duda no está entre los recursos narrativos a nuestra disposición. Jonás sabe que la orden es auténtica, y nosotros debemos saberlo con él. Sin embargo, Jonás, profeta, decide no obedecer. La razón de la desobediencia de Jonás debe por tanto encontrarse en otro plano. ¿En cuál? Durante milenios, los intérpretes han imaginado varios, incluyendo los sentimientos de inadecuación (como Moisés), el miedo, la fragilidad, etc.
La Biblia puede sugerirnos también algo diferente. Si observamos con atención la literatura profética y sapiencial, en particular algunas páginas de Job, de los Salmos, de Oseas o de Jeremías, podríamos especular con que Jonás experimentó una especial crisis vocacional -la Biblia es también una gramática de las vocaciones y de sus crisis-. Intentemos, pues, definir las características de este tipo de crisis, de la crisis de Jonás.
El texto no nos dice si Jonás es joven, adulto o viejo. Aunque un indicio, débil pero sugestivo, lo encontramos en el comentario hecho por San Jerónimo, el traductor de la Biblia en latín (la vulgata) una referencia fundamental para los estudios bíblicos. Así escribe respecto a Jonás: “Los judíos sostienen que Jonás era el hijo de la viuda de Serepta, resucitado por el profeta Elías” (Comentario al libro de Jonás, p. 36). Jerónimo se refiere a un episodio que está al comienzo de la vocación de Elías, cuando, por una sequía, YHWH le ordenó: “Dirígete a Sarepta, en Sidón, y quédate a vivir allí, que yo le he dado la orden a una viuda de que te alimente” (1 Reyes 17:8-10). Aquella viuda libanesa, pagana, alimentó al profeta, aunque a la petición de Elías respondió: “solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija y estoy recogiendo unos trozos de leña para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que comamos y muramos” (17:10-12). La madre le dio entonces al profeta lo necesario, pero en lugar de morir “la harina de la tinaja no se acabó ni se agotó el aceite de la vasija” (17:16). Un relato estupendo, de los más lindos de la Biblia, que nos dice también quiénes son esos pobres a los que Jesús llamará "bienaventurados": sólo aquellos que alimentan a los profetas con sus necesidades. Jonás, por tanto, para algunos rabinos de finales del siglo IV, era ese hijo, un hijo "resucitado". Ya sabemos que cuando alguien se introduce en la Biblia como "hijo", como niño, esa primera identidad infantil permanece con él para toda la vida, pasa a formar parte de su personalidad vocacional (David siempre será el joven pastor). Entonces estamos bien acompañados si también nosotros, en este ejercicio narrativo, imaginamos a Jonás todavía joven en el momento de su huida. Jonás ya era profeta, pero un profeta joven-adulto que vivía su primera verdadera crisis vocacional.
La huida de Jonás podría llegar a cualquier edad, pero es más fácil que llegue cuando una persona, que es todavía joven pero que ha alcanzado una previa madurez, ha aprendido ya el oficio de profeta. Es alguien que ya ha desarrollado cierta familiaridad con la voz que le habla, que ya tuvo las primeras experiencias carismáticas y que ya vio los primeros sabrosos frutos. Ha encontrado su equilibrio espiritual y antropológico, y ha comprendido cuál es su lugar en el mundo. Alguien que se encuentra en esa etapa de la vida ya no distingue al hombre (o mujer) del profeta: ahora son lo mismo, las dos dimensiones viven en mutua inhabitación, dos naturalezas que se vuelven una en la misma persona.
En este punto, ‘la crisis de Jonás’ puede llegar a romper aquel equilibrio. Habíamos pasado, por ejemplo, la primera parte de la vida en una comunidad espiritual, era nuestra casa, tanto afuera como adentro. La tierra prometida, el sueño de los sueños. Pasan los primeros años, la comunidad se convierte también en nuestra alma individual; el carisma comunitario es ahora nuestro propio carisma, es todo lo que deseamos. Y sin embargo, otro día, la voz que habíamos seguido y que nos había llevado hasta ahí, nos dice de repente: "vete". Intuimos que no es el buen "vete" de Abraham ni el de Elías: es el terrible "vete" de Jonás. Nos parece imposible que la voz nos pida que hoy dejemos el don más grande que nos había dado ayer, para salir de viaje hacia una tierra desconocida, una "Nínive" que no nos gusta y que se nos aparece como la negación de la primera hermosísima tierra. Al principio no lo creemos, pensamos que es simplemente una tentación, que el que nos habla es Satanás disfrazado de Elohim y le gritamos: 'vete tú, no puedes ser mi Dios'; pero otro día nos queda claro que es la buena voz la que nos ha hablado, la voz de siempre, pero que pide algo que nos parece imposible, el fin de todo. Es el comienzo de la crisis de Jonás.
En general, esta crisis se expresa en la huida: se parte en dirección contraria a la indicada por la voz, se embarca en la primera nave, porque lo importante es partir no importa adónde, siempre que el lugar no sea la destinación-destino indicada. Sabemos que vamos 'lejos del Señor', y sin embargo decimos 'no', escapamos, porque nos parece que decir 'sí' es sencillamente negar el origen y el principio de nuestra vida, comenzar el fin de la obra maestra que hasta ahora habíamos conseguido. Se huye porque, por vocación, no se puede obedecer: los verdaderos profetas desobedecen sólo para obedecer a una voz más profunda y más verdadera de aquella voz también verdadera que les habla, y casi nunca se equivocan, si son auténticos profetas.
La crisis de Jonás puede durar muchos años, incluso décadas. He conocido a algunos Jonás, personas con verdadera vocación que un día no obedecen a una petición de la voz porque no pueden obedecer. Pero he conocido, sobre todo, a algunas Jonás, mujeres que frente al pedido de Dios de ofrecer a su hijo en sacrificio en el monte Moria, han respondido: 'No te obedezco, y lo hago en nombre de esa vida que tú mismo me has enseñado, porque tú eres el Dios de la vida que ama a los niños: con mi "no" te devuelvo ese rostro tuyo diferente que un día me revelaste; desobedeciendo te recuerdo quién soy yo, quién es mi hijo, quién eres tú’. Son versiones especiales del Deus-contra-Deum, tan común en la Biblia y aún más en la vida. A veces se parte físicamente, como Jonás; otras veces se parte quedándose en la misma habitación de siempre.
No todas las vocaciones pasan por la prueba de Jonás: algunas sí, y son a menudo las más lindas. Jonás bajó al puerto y se embarcó en la nave. En ese barco tendrá una extraordinaria experiencia espiritual, pero no podía saberlo mientras huía. Y nunca la habría tenido si aquel día no hubiese huido hacia la que todos creían la dirección equivocada.