En el vientre de la palabra/1 - Necesitamos amplificadores del grito de los pobres a Dios
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 18/02/2024
"Sé que algunos escritores antiguos de la Iglesia han dicho muchas cosas sobre el Libro de Jonás y que con todas sus discusiones no han aclarado tanto como han oscurecido los significados del texto, al punto de que incluso sus propios comentarios requieren ser comentados, y el lector sale mucho más confundido de lo que estaba antes de empezar a leer."
San Jerónimo. Comentario al libro de Jonás.
Nuestra generación ha perdido contacto con la profecía. No la reconoce, no la estima, y por eso el puesto de los profetas quedó primero vacío y luego ocupado por líderes e influencers; porque cuando la demanda profética que surge de la gente no se encuentra con la verdadera profecía, entra en escena la falsa profecía con su gran eficacia y sus efectos especiales.
La Biblia nos dice que Dios escucha el grito de los pobres, pero también nos dice que los profetas son amplificadores necesarios de este grito, porque pueden llegar hasta el cielo. Sin profecía el pobre sigue clamando, y no pasa nada. Ayer, hoy y quizás siempre. Incluso si cada generación tiene el deber ético de crear las condiciones para que los hijos crezcan en un mundo en el que puedan esperar que al fin un profeta o alguien escuche realmente el grito de los pobres, y los consuele.
La Biblia no es el único lugar donde se puede aprender la profecía, pero ciertamente es un ambiente privilegiado por la calidad y la cantidad de palabras de sus profetas. De todos sus profetas, incluso los de aquellos libros "proféticos" que no fueron escritos por profetas, como el de Daniel. O como el de Jonás, sobre el que iniciamos hoy un comentario que nos acompañará en los próximos domingos. «La palabra del Señor vino a Jonás, hijo de Amitay: ‘Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad hasta mi presencia’» (Jonás 1:1-2).
Entre los que comentaron el libro de Jonás, pocos han buscado una enseñanza sobre la profecía, y mucho menos los elementos para una gramática profética. El propio libro no llama "profeta" a Jonás, aunque en la única referencia histórica asociada a su nombre en la Biblia se lo llama profeta: "El profeta Jonás, hijo de Amittai" (2 Reyes 14:25). Un profeta del Norte, en tiempos del rey Jeroboam II, por lo tanto del siglo VIII. Un profeta nacionalista porque, dice el texto, aquel rey malo (2 Reyes 14:24) había reconquistado territorios de Israel, desde el Líbano hasta Arabia, y lo había hecho "según la palabra del Señor pronunciada por medio de su siervo, el profeta Jonás" (2 Reyes 14:25). Cuando en la Biblia leemos que algo sucedió 'según la palabra del Señor', sabemos que esos acontecimientos o victorias fueron interpretadas como consecuencia de una palabra-voluntad de YHWH. Y es probable, por tanto, que este antiguo profeta fuera un exponente de la tradición nacionalista, al que se oponía otro profeta, Amós, que no puede descartarse que se dirigiera precisamente a Jonás con sus críticas a las ambiciones e ilusiones militares de Israel -siempre ha habido "profetas" que apoyan las guerras y profetas que las combaten-. ¡Tal vez entonces el Jonás del Libro II de los Reyes no fue un profeta tan marginal; y quién sabe si el Libro de Jonás no fue escrito para corregir, siglos después, el nacionalismo de aquel antiguo primer Jonás!
Pero el protagonista del libro de Jonás no tiene nada que ver, a nivel histórico, con aquel antiguo profeta del Norte. Sin embargo, eso no significa afirmar que en el libro de Jonás no haya, a nivel narrativo y teológico, alusiones a aquel antiguo profeta Jonás. El mismo significado del nombre Jonás, es decir Paloma, es utilizado por Oseas para referirse a Israel. “Efraín es como una ingenua paloma” (Os 7,11). Los profetas del Norte, de Elías a Jeremías, son fundamentales para comprender la historia de Jonás y su misteriosa vocación. La ciudad de Nínive, coprotagonista del relato de Jonás, era la capital de Asiria, el centro político de aquel imperio enemigo que en el siglo VIII conquistó Efraín y deportó a las tribus del norte en Mesopotamia, que nunca regresaron.
Sabemos muy poco también sobre el Libro de Jonás. Nada sobre su autor, nada sobre cuándo fue escrito: las hipótesis oscilan entre el siglo VIII y el siglo II a.C. No hay consenso ni siquiera sobre el mensaje teológico principal, ni sobre los secundarios. La complejidad y la ambivalencia de la historia de Jonás la encontramos ya en la famosa "señal de Jonás", de la que Lucas (11:29) da una interpretación diferente a la de Mateo (12:39). Posteriormente, las lecturas cristológicas y alegóricas de los Padres enriquecieron y complicaron aún más la comprensión. Pero, como sucede cada tanto, los mensajes controvertidos y misteriosos de Jonás lo han hecho muy fecundo a lo largo de los siglos, especialmente en el arte y la literatura, desde Ariosto a Camus, pasando por Master&Commander (la película de P. Weir).
Decidí retomar mis comentarios bíblicos en Avvenire con Jonás porque, en primer lugar, es una historia muy linda, una auténtica joya narrativa, breve, intensa y muy sabrosa. Tiempo atrás, había postergado la empresa, consciente de que Jonás era un texto que necesitaba cierta familiaridad con los profetas bíblicos y con los libros históricos, útiles y quizás necesarios para intentar acompañar a Jonás en su viaje en el vientre de la palabra. Es difícil entender a Jonás sin Job (no sólo en Moby-Dick se entrelazan ambas historias), y tal vez sin Saúl. Es el único libro de la Biblia que termina con una pregunta, un final abierto que recuerda a la parábola del hijo pródigo - y nos preguntamos si el hijo mayor entró en el banquete, y si Jonás, ¿o Dios...?, se convirtió realmente. Pero en Jonás también hay presencias bíblicas inusuales y generalmente inadvertidas. El nombre "paloma" es un nombre femenino. En efecto, hay trazos de las mujeres de la Biblia, de esa relación libre, dialéctica y creativa con la palabra de Dios, una obediencia más similar a aquella de las hijas que a la de las siervas. De la obediencia desobediente de Rut, de Ester, de la sunamita, de la sirofenicia del evangelio, de las parteras de Egipto, de Tamar, de Mical, de María.
El relato de Jonás está lleno de giros y vueltas. El primero lo vemos enseguida. Jonás debe partir, debe ir a la gran ciudad asiria de Nínive, a orillas del Tigris, una ciudad antiquísima - hay vestigios de ella en el sexto milenio antes de Cristo. Debe ir ahí a cumplir una misión como embajador de Dios: el profeta es también esto, pero a menudo se convierte en el mensaje que debe anunciar. Debe llevar una palabra dura, revelar a esa ciudad pagana que su maldad es grande y que, por tanto, ha "ascendido" hasta Dios. Una escena que nos recuerda mucho a Sodoma y Gomorra, cuyo grito de maldad "había llegado hasta mí" (Gn 18,21).
“Pero Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor” (1,3). El primer giro narrativo y espiritual decisivo en el libro de Jonás está en ese pero1, y gran parte del sentido de su historia está en ese adverbio, que no es un adverbio de la profecía. Después de leer la primera frase y el mandato de YHWH, toda la Biblia nos sugería una sola continuación de esa primera frase: ...y Jonás partió como el Señor se lo había ordenado. Ninguna otra historia de profetas nos habla de un mandato divino recibido al que le sigue un pero: algunos tienen dudas (Moisés, Jeremías), otros se sienten impactados y aturdidos (Ezequiel), otros no reconocen inmediatamente la voz (Samuel)... pero ninguno desobedece. Nadie, excepto Jonás, que es el único profeta que conoce el pero. Este adverbio inicial bastaría por sí solo para sacarlo de la lista de profetas, pero la Biblia lo ha puesto entre Adbia y Miqueas, y a nadie se le ha ocurrido nunca sacarlo de ahí. Por lo tanto, una primera tarea que tenemos en este comentario sobre Jonás es tratar de entender por qué Jonás sigue siendo un profeta bíblico a pesar de este incipit claramente no profético, a pesar de este comienzo que lo clasificaría como un antiprofeta o incluso un falso profeta. Sin embargo, como veremos, Jonás sigue siendo un profeta, un profeta auténtico. Pero, ¿puede un verdadero profeta desobedecer la palabra que lo llama y que le encomienda una tarea? ¿Y qué rol desempeña la desobediencia en la vida de los profetas y en la de todos aquellos -y hay muchos en la tierra- que han recibido alguna vocación, ya sea religiosa, artística o laica? ¿O tal vez la profecía comienza sólo después de la conversión de Jonás y no se encuentra en este primer "pero"?
El texto, en ninguna de sus versiones (hebrea y griega) nos da pistas de por qué Jonás no obedece a YHWH. Tampoco se explica un segundo detalle narrativo importante: ¿por qué, además de no obedecer, Jonás emprende otro viaje a la misteriosa Tarsis? Es un nombre de ciudad o de lugar que encontramos muchas veces en la Biblia (25 veces), sin que se llegue a una hipótesis consensuada sobre su ubicación -las numerosas hipótesis van desde Andalucía (que sigue siendo la más probable) hasta Cerdeña, desde Fenicia hasta Asia Menor; el historiador judío Flavio Josefo confunde Tarsis con Tarso, y Jerónimo sugiere incluso la India-.
Hubiera podido, de hecho, simplemente no partir, haberse quedado en casa y ahí estar "lejos del Señor". Pero no, emprendió otro largo viaje, sin un destino razonable. Tal vez porque cuando sabemos que el buen viaje es uno solo y nosotros no lo queremos hacer; que el camino correcto tiene un solo destino preciso que decidimos no tomar; que el Señor está "lejos" del lugar adonde vamos..., nos ilusionamos casi siempre con que se puede sustituir ese justo destino-destinación con otro elegido por nosotros, que ir lejos no significa alejarse del Señor sino sólo de una primera cara suya que ya no nos gusta... y lo pensamos realmente, y a veces, paradójicamente, también es verdad.
Sabemos, y sobre todo lo saben con certeza los profetas, que quedarse quieto ante la llamada al viaje sería la derrota total. Porque cada llamada es una continuación del primer "vete" dirigido a Abraham, un errar bueno que salva y redime el errar de Caín. Por eso el profeta se va, no puede no irse, porque si no se va ante la Voz que lo llama, simplemente muere.
Por eso Jonás nos dice que el error común de los profetas y de las vocaciones proféticas no está en quedarse en casa, sino en partir en dirección equivocada, sabiendo que está equivocada pero con la ilusión de que la propia acción del caminar pueda favorecer el final.
Jonás, con la orden de Dios, partió. No fue en la dirección correcta, pero partió. Y esa partida equivocada fue mejor que quedarse, pues será por ese camino no-recto que va a encontrar una misteriosa salvación.