El misterio revelado/19 - Un nuevo final del Libro de Daniel nos dice que la justicia es posible.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 07/08/2022
«Recuerdo, como si fuera hoy, los días de la infancia en el pueblo, cuando solía venir un ciego errante. Ese ciego errante se quedaba en mi fantasía como la sorpresa más singular, como la aparición menos premeditada, como el intérprete más feliz de la infancia cotidiana, de las horas más inútiles y ocultas, de los lugares más vacíos y solitarios. Él podía dejar el pueblo cuando quisiera: se quedaba conmigo siempre, todo para mí, en mi intimidad».
Giuseppe de Luca, Ricordi e testimonianze.
La historia de la bella Susana es una gran enseñanza sobre el buen uso de los ojos, y sobre la vocación de los jóvenes a la sinceridad y a la gratuidad, recursos esenciales en cualquier tiempo de crisis.
Nunca ha sido fácil envejecer. No es fácil ver con buenos ojos a los demás y al mundo cuando los años pasan aprisa, la muerte se acerca y se debilita nuestra capacidad para «no sentir dulzura alguna que no sea de todos» (David Maria Turoldo). A menudo acabamos viendo con malos ojos la belleza joven, con la ilusión de que la vida esplendorosa fuera de nosotros pueda sustituir a la vida que se apaga dentro. Deseamos mal porque tenemos miedo de morir, vemos mal los cuerpos vivos porque no somos capaces de mirar a los ojos al ángel de la muerte. Nuestra civilización ha multiplicado las malas miradas de los viejos hacia los jóvenes porque ya no sabe decir “hermana muerte”.
«Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y religiosa … Joaquín era muy rico y tenía un parque junto a su casa» (Daniel 13,1-4). La iglesia latina y ortodoxa han incluido en sus Biblias el capítulo 13 de Daniel, escrito en griego, que contiene la bellísima historia de Susana. Es posible (como pensaba Orígenes) que su origen se encuentre en un comentario sapiencial (haggadah) al pasaje de Jeremías (29,20-23) donde se habla de dos hebreos que en Babilonia abusaban de las mujeres.
Seguimos en sus rasgos esenciales la bellísima historia de Susana, que ha aumentado la belleza de la tierra, entre otras cosas, por las innumerables obras de arte que han inspirado: «Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo … Solían ir a casa de Joaquín … Susana salía a pasear por el parque … Los ancianos estaban locos de pasión por ella. Pervirtieron su corazón y desviaron los ojos para no mirar al Cielo ni acordarse de las justas leyes de Dios» (13,5-9). Los primeros detalles de la historia, como ocurre en todas las historias bonitas, son esenciales: Susana está casada y es madre (tiene cuatro hijos: v. 30). Es una mujer religiosa y muy hermosa. Los dos jueces son ancianos. El primer giro narrativo se produce por un mal uso de los ojos, por un desvío de la mirada: desviaron los ojos para no mirar al Cielo. Bajaron la mirada, miraron mal a Susana. Muchos pecados dependen de la mirada. La raíz bíblica la encontramos en la primera mirada perversa de Adán y Eva al árbol del conocimiento del bien y del mal; después, en la mirada envidiosa de Caín o en la de Jezabel en el campo de Nabot. Estas miradas perversas confluyen en los dos últimos mandamientos del decálogo sobre los “bienes” y sobre la “mujer” de los demás, a los que no hay que mirar mal ni desear (la mirada es la madre del deseo). Existen deseos buenos sobre los bienes ajenos y sobre las personas, que se llaman estima, emulación, benevolencia – “y mirándolo, lo amó” –.
Mientras seguimos las miradas malévolas sobre Susana, no debemos olvidar que los hombres jóvenes y viejos también sabemos usar bien los ojos. Llevamos milenios haciéndolo a diario, cuando vemos una persona hermosa y mantenemos alta la mirada, sin torcerla de forma narcisista hacia nosotros, y dentro de nosotros nace un casto y gratuito “¡qué hermosura!”. Si no fuéramos capaces de estas miradas, las mujeres y las jóvenes solo estarían rodeadas de los ojos malvados de Caín – en realidad muchas veces lo están, pero no siempre – y les faltarían esos ojos esenciales que saben ver su belleza sin querer devorarla, que son capaces de mirar una flor en su belleza libre, sin arrancarla para dejarla morir en un jarrón, que siempre es demasiado pequeño. Susana significa “lirio”.
«Un día, mientras acechaban ellos el momento oportuno, salió ella como de ordinario, acompañada solo de dos criadas, y decidió bañarse en el parque, porque hacía mucho calor. Allí no había nadie fuera de los dos viejos escondidos y acechándola» (15-16). Aquí el lector bíblico corre al libro II de Samuel (cap. 11), donde encuentra la mirada de David a Betsabé, tal vez la mirada maligna más famosa de la Biblia, la de un poderoso que primero hace un mal uso de los ojos y después es capturado por su propia mirada. Luego llega a la cama del príncipe Amnón y vuelve a ver unos ojos perversos y la violación de su hermana Tamar (2 Samuel, 13). Pero también revive, a la inversa, la lealtad de José con la mujer de Putifar (Gen 39) – a la Biblia, a diferencia de nosotros, no le gustan las ideologías, y nos sorprende mostrándonos, entre muchas miradas depravadas de hombres, también los ojos malos de una mujer. «Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron: Las puertas del parque están cerradas, nadie nos ve y nosotros estamos enamorados de ti; consiente y acuéstate con nosotros. Si te niegas, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas» (19-21). He aquí el segundo giro narrativo. El texto nos revela la naturaleza perversa de los dos hombres. Chantajean a Susana, tratan de enredarla usando su reputación de hombres, de ancianos y sobre todo de jueces. La lógica perversa no sabe gestionar el rechazo y obtiene un placer vicario en la eliminación del objeto de deseo: al esfumarse la posibilidad del placer físico, disfrutan destruyendo a la víctima.
Muchas personas, muchas mujeres, se encuentran cada día dentro de estas tenazas chantajistas. «Susana lanzó un gemido y dijo: No tengo salida: si hago eso seré rea de muerte; si no lo hago, de vuestras manos no escaparé» (22). Muchas Susanas no ven la salida, se desesperan hasta desear salir de la vida al no poder salir del parque. Aquí el libro de Daniel nos dice cuál es la única acción sabia ante estas situaciones: salir del chantaje, explotar la burbuja creada por los chantajistas y chillar a voz en grito. Eso es lo que hace Susana: «Prefiero caer inocente en manos de vosotros antes que pecar contra Dios. Susana se puso a gritar, y los ancianos, por su parte, también gritaron. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del parque» (23-25). La crisis se hace pública. Estamos ante un proceso por adulterio. Ante la asamblea, los dos ancianos cuentan su versión mentirosa, y Susana responde: «Dios eterno, que ves lo escondido, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir siendo inocente» (42-43). Otro juramento de inocencia. Otra Job. Y una vez más irrumpe una justicia más alta: «El Señor la escuchó» (44). Del cielo, de donde los dos hombres habían desviado la mirada, llega una ayuda de última instancia. El cielo de la Biblia no está vacío porque de vez en cuando se abre para extender una mano a las víctimas – las oraciones son verdaderas porque Dios es verdadero, y Dios es verdadero porque las oraciones de las víctimas, algunas veces, son escuchadas –.
Llegamos al tercer giro: «Mientras llevaban a Susana para ejecutarla, Dios movió con su santa inspiración a un muchacho llamado Daniel; este dio una gran voz: ¡No soy responsable de ese homicidio!» (45-46). Vuelve Daniel, y es un muchacho. Este interviene en la calle que va desde el tribunal hasta el lugar de la ejecución, y pide que se reabra el proceso: «La gente volvió a toda prisa y … Daniel les dijo: Separadlos lejos uno del otro, que yo los voy a interrogar» (50-51). Daniel interroga por separado a los dos testigos, y dice al primero: «¡Hombre envejecido en años y en crímenes! … Ya que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados. Él respondió: Debajo de una acacia» (52-54). Hombre envejecido en años y en crímenes … Entonces Daniel hace la misma pregunta al segundo hombre «La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón … Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?». Él respondió: «Debajo de una encina» (56-58). La mentira queda al descubierto: «Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él» (62).
Así termina la historia de Susana, la mujer de Joaquín. Pero así no acaban las historias de muchas Susanas que no encuentran un Daniel por el camino entre el tribunal y el patíbulo. Demasiadas Susanas no llegan ni siquiera al juzgado, porque son asesinadas antes, porque ceden al chantaje, porque no pueden gritar por el exceso de dolor. Pero hasta que la última Biblia no quede borrada de la faz de la tierra estas mujeres-víctima podrán usar las palabras de Susana para alzar su grito. Aunque no lo sepan, la Biblia grita cada día por ellas y con ellas. Junto a las muchas mujeres-víctima de la Biblia que no han tenido el final feliz de Susana: Agar, Dina, las dos Tamar, la mujer de Ezequiel, la mujer de Jeroboán, las diez concubinas presas de Absalón, todas ellas hermanas de Nabot y de Oseas.
La versión de la historia de Susana según la traducción griega de los LXX, que no es la que han seguido las biblias católicas canónicas, que se basan en la más reciente de Teodoción (siglo I-II d.C.), tiene un final distinto, y es una verdadera lástima que no esté en nuestras Biblias: «Por eso los jóvenes son los preferidos de Jacob por su sencillez. Nosotros debemos cuidar a los jóvenes porque son hijos capaces: los jóvenes serán religiosos y en ellos habrá para siempre un espíritu de ciencia y de inteligencia» (63). Con estas palabras concluía, según algunos códices antiguos (Vaticano), el Antiguo Testamento: se esperaba al Mesías con esta bendición sobre los jóvenes: «Un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). La Biblia tiene en gran estima a los ancianos, porque sabe que algunas dimensiones de la sabiduría se aprenden con los años, con el amor y el dolor. Pero también aquí, la misma Biblia se auto-subvierte y nos da una crítica a dos ancianos y palabras maravillosas sobre los jóvenes. Son elogiados por su “sencillez”. Son haplotes en griego antiguo, y en la Biblia. Una palabra muy hermosa que hace referencia a no tener segundas intenciones, a la sinceridad del corazón. Es por tanto un sinónimo de gratuidad.
Los muchachos, las jóvenes y los jóvenes son estupendos por muchas cosas, pero sobre todo por esta gratuidad, que no nace de la virtud sino de su gracia natural. Son sencillos y sinceros sin querer – cuando se empieza a querer, la juventud se ha acabado –. La Biblia no nos dice solo que los jóvenes son sinceros. Dice también que tienen capacidades, son portadores de un espíritu de ciencia e inteligencia. Sin las capacidades y la inteligencia distintas de los jóvenes, nos quedamos atrapados en nuestras crisis. A nosotros nos corresponde cuidarlos. Y cuidándolos, ellos cuidarán de nosotros y del planeta.