Raíces de futuro/1 – El «Aut Aut» de Kierkegaard y otras grandes ideas para este tiempo de crisis.
Luigino Bruni.
Original italiano publicado en Avvenire el 03/09/2022.
Las empresas, en cuanto vendedoras, buscan consumidores sugestionables, y en cuanto productoras, trabajadores fieles. Pero son las mismas personas. Y el conflicto es incipiente pero ya grave. La crisis ambiental y energética ha desenmascarado el bluf definitivamente: el tiempo se ha cumplido. Hace falta arrepentimiento: no una transición lenta sino una conversión fuerte.
«Imagina un capitán en su barco en el momento de dar la batalla. Puede pensar: “hay que hacer esto o aquello”. Pero mientras no decida, el barco sigue avanzando. Ocurre lo mismo con el hombre: llega un momento en que ya no tiene libertad de elección, no porque haya elegido, sino porque no lo ha hecho». Esta página del libro Aut-Aut del filósofo danés Søren Kierkegaard, una obra maestra del pensamiento moderno (1843), nos sitúa automáticamente frente a una encrucijada decisiva: «Aut-Aut: vivir estéticamente o vivir éticamente». La estética «es aquello por lo que el hombre espontáneamente es lo que es; la ética es aquello por lo que se convierte en lo que puede llegar a ser». Quien vive estéticamente dice: "hay que disfrutar de la vida". El icono de la vida ética es el marido, el que ha hecho una elección y vive su existencia en la fidelidad a un compromiso y a un pacto. La imagen de la vida estética es el seductor, el donjuán que va de flor en flor, cogiendo todas las frutas que encuentra a lo largo del camino. Se alimenta de emociones, está totalmente absorbido y perdido en el presente. No necesita relacionar las decisiones de hoy con ningún vínculo del ayer. El esteta, tal y como lo define Kierkegaard (todo gran autor reinventa sus palabras), vive disperso en lo múltiple, en un perenne «estado de indiferencia», porque «la elección estética no es una elección», sino un flujo. El esteta no se da ninguna tarea, ningún trabajo que no sea el que surge instante tras instante. Nunca se siente saciado; siempre está hambriento de nuevas emociones que consumir, en una búsqueda espasmódica de la felicidad, que nunca llega porque es devorada por el placer.
No es difícil reconocer en nuestra sociedad de consumo la realización perfecta de la vida estética descrita por Kierkegaard. El ciudadano habitante de la ciudad global capitalista es tanto más perfecto cuanto más va de flor en flor, chupando las oportunidades que se le presentan. La infidelidad y la traición son cualidades necesarias del homo consumens, porque cualquier forma de condicionamiento que una elección pasada ejerce sobre las presentes es un vínculo ineficiente del que hay que liberarse. El consumidor ideal es aquel que renace cada día, sin pasado ni futuro, totalmente inmerso en el presente, donde satisface al máximo sus gustos. Pactos, promesas y fidelidades son verdaderas fricciones del sistema, porque lo que proporciona fluidez y eficiencia al capitalismo es precisamente la velocidad de reacción de los consumidores frente a la mínima variación de calidad y precio.
Las empresas, por su parte, se presentan ante los consumidores como agencias de ofrecimiento de infinitos objetos de placer. Desde siempre, en los mercados, los seductores son los vendedores y los seducidos son los clientes, conquistados y encandilados por los bienes ofrecidos. Las mercancías son los instrumentos con los que se ejerce la gran seducción. Consumidores insaciables – la falta de saciedad es un axioma de la teoría económica del consumo – continuamente buscados, seguidos y seducidos por las mercancías. En el pasado, esta seducción dependía también de los gestos, de los guiños, de la voz y de las palabras de los vendedores; sus lugares eran sobre todo las ferias y los mercados de las plazas de las ciudades. Siempre ha habido una analogía entre eros y comercio, entre la seducción amorosa y la mercantil, pero en los mercados mestizos de las generaciones pasadas junto al eros comparecían la philia y el agape, que liberaban al eros de su jaula de eterno presente. Hoy la seducción se construye en los centros de estudios y de marketing de las grandes multinacionales, y se realiza sobre todo en los medios de comunicación y en la red, y por tanto sin cuerpos. En todo caso, la tendencia seductora de la economía ha ido en aumento, y el mercado se está convirtiendo cada día más en un gran mecanismo de seducción anónima de masa, en un enorme sistema de cortejos. Pero se trata de la seducción de un eros sin cuerpo – y por tanto no debemos asombrarnos si en un mundo cada vez más seductor y “erótico”, centrado en la búsqueda de la salud y el bienestar del cuerpo, en realidad el deseo de cuerpos de verdad está disminuyendo, acostumbrados como estamos a cuerpos imaginados y no tocados.
El capitalismo es un inmenso jardín de las delicias, con infinitos seductores y seducidos hundidos en el instante que pasa, nuevos lotófagos sin memoria del pasado y menos aún del futuro. El siglo XX conoció un éxito enorme e imprevisto de la civilización de la estética. En un mundo que aún vivía en la escasez generalizada, el crecimiento exponencial del consumo permitió un bienestar extraordinariamente amplio, sobre todo en el Norte y en Occidente. Este bienestar de las mercancías ha seducido primero nuestro cuerpo y después nuestra alma. En el crepúsculo de los dioses han surgido nuevos-antiguos ídolos brillantes de oro y de plata. Así es como el capitalismo se ha convertido en la nueva religión, totalmente estética, sin infierno y con una nueva vida eterna: solo paraíso sin tiempo. La categoría de la tentación ha sido completamente borrada y ridiculizada, porque es incompatible con la civilización estética, que la ve como una indebida limitación de las oportunidades aquí y ahora. Un culto cotidiano e instantáneo, cuya dimensión efímera determina su éxito asombroso: si su paraíso solo puede ser disfrutado en el momento mismo de su consumo, la única manera de permanecer en esta felicidad es no dejar de comprar, mejor si es a débito, porque las nuevas finanzas han pervertido el sentido económico del tiempo. En el pasado, el crédito permitía que el presente se convirtiera en futuro, ahora el crédito al consumo transforma el futuro en presente. También la ética de las virtudes conoce el valor del presente, pero su presente es el lugar donde se encuentran pasado y futuro, impidiendo que el presente se hunda en la nada.
Una primera señal fuerte de crisis del capitalismo estético surgió del propio mundo de las empresas. Las empresas, en cuanto vendedoras, necesitan consumidores estéticos, pero las empresas, en cuanto productoras, necesitan trabajadores capaces de ética, fidelidad y lealtad. Pero los consumidores y los trabajadores son las mismas personas, solo cambia la máscara en escena. Nace así un conflicto interno dentro del capitalismo que es todavía incipiente pero grave: para poder vender y crecer, las empresas alientan la cultura estética de los consumidores, pero cuando estos cruzan la puerta de las empresas, cada vez están más desprovistos del capital ético del que las empresas tienen una necesidad vital. Detrás del reciente movimiento de la “gran dimisión” en el mundo del trabajo hay muchos factores, entre ellos una sociedad que está erosionando en el altar del consumo sus patrimonios civiles. El resultado son jóvenes “estetas” incapaces de soportar el impacto con el trabajo, que sigue siendo un lugar de sacrificio, de resistencia y de cansancio. El capitalismo nos quiere adolescentes en el consumo y adultos en el trabajo, y está “adolescentizando” el mundo adulto.
Pero quien ha desenmascarado definitivamente el bluf del capitalismo estético ha sido el medio ambiente. La crisis ecológica, del que la crisis energética es una expresión directa, trae al centro de la escena económica y política la gran pregunta de Kierkegaard: Aut-Aut. Una opción fundamental que hoy tiene un inédito alcance colectivo y global, porque por primera vez afecta a cada habitante del planeta. El tiempo se ha cumplido: ya no es posible seguir en la indiferencia de la vida estética.
Kierkegaard nos dice en Aut-Aut que la etapa intermedia obligada para pasar de la estética a la ética se llama desesperación. No se pasa de la ética a la estética con una lenta transición ecológica. La desesperación es un instante, un cambio de mirada: no es ascesis sino metanoia, es decir conversión radical. «La condición de tu desesperación es bella. Elige pues la desesperación». La desesperación nace del arrepentimiento: «La verdadera salvación del hombre pasa por desesperar». Kierkegaard opone la desesperación a la duda: «La desesperación es la condición de toda la persona, la duda solo del pensamiento». La duda involucra a la razón, la desesperación a la existencia entera. Pensar la crisis no basta, a menudo es la enésima ilusión. Llevamos décadas deleitándonos en las dudas sobre la sostenibilidad: congresos, comisiones, debates infinitos, llamadas, discusiones… La edad de las dudas debe dar paso a la del arrepentimiento colectivo y por tanto a la desesperación, preludio de una nueva elección ética: «Desespera y el mundo volverá a ser hermoso y llego de alegrías para ti, aunque lo verás con unos ojos distintos de antes». Es necesario desesperar con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, pero juntos: una justa desesperación colectiva es la salvación.
Necesitamos actos simbólicos fuertes y colectivos de arrepentimiento, debemos pedir perdón al presente y al futuro, ya. Y después sentir la desesperación, porque la desesperación es la comadrona de una esperanza no vana tras la edad de la ilusión. Solo una economía arrepentida y desesperada puede convertirse en una economía ética.
En este proceso colectivo vital y necesario de arrepentimiento-desesperación-ética tenemos una necesidad primordial de verdaderos maestros. Solos no lo conseguiremos. Necesitamos palabras distintas de las nuestras. Muchas las hemos encontrado estos años en la Biblia, y las usaremos. En esta nueva serie de reflexiones, Raíces de futuro, mendigamos palabras más grandes en escritores, filósofos y poetas, personas-raíz que han advertido la desesperación de su tiempo y han intentado ver otro tiempo “con otros ojos”. Buen camino.