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Futuro es el nombre del hijo

Lógica carismática/5 – Toda comunidad depende de la evolución del ejercicio de la fidelidad.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/09/2021

«Fiel es la pared que se desmorona,
pero no lo hace sola,
sino que se desmorona con la estatua
que lleva encima...».

Vladimir Holan, Fidelidad.

Por desgracia es frecuente que las prácticas y tradiciones que permitieron el éxito de una obra carismática en la primera etapa de fundación, se transformen después de virtudes en vicios.

La fidelidad es esencial en toda experiencia humana. En las comunidades carismáticas, es casi todo. Se articula en varios niveles: la fidelidad del fundador o de la fundadora al carisma recibido, y la fidelidad de los miembros de la comunidad al carisma y al fundador. Pero la posibilidad de una comunidad para seguir teniendo una vida buena después de la etapa de fundación depende de su capacidad de hacer evolucionar las formas de ejercicio de esa fidelidad. 

Al principio, cuando un carisma da vida a una comunidad, la fidelidad posee algunas notas específicas y necesarias. Los miembros de la comunidad viven su fidelidad como adhesión incondicional al carisma y al fundador. Sienten que no tienen que aportar variación alguna al carisma, tal y como les es presentado y propuesto: todos y cada uno deben ejecutar la misma partitura. En esta primera fase, la perfección y plenitud del carisma-partitura se presentan como extraordinarias y únicas, una novedad total.

Ante esta plenitud, nadie siente la exigencia de desarrollar variaciones ni notas distintas. Nada hay más útil, sabio e inteligente que poner todos los talentos al servicio de la ejecución de esa obra, única y celestial, que va a cambiar el mundo. Si al llegar a la comunidad uno sabe tocar el arpa pero en la partitura comunitaria no está prevista el arpa, inmediatamente tiene que aprender a tocar la guitarra o la flauta. La excelencia de esta primera etapa del carisma está en la búsqueda de la ejecución perfecta, sinfónica y coral del único tema comunitario. No hacen falta compositores, solo instrumentistas excelentes. La partitura original del carisma no necesita creatividad ni innovación, y el único intérprete y director de orquesta es el fundador. Eso no quiere decir que las personas no tengan talentos. A menudo tienen muchos, pero los orientan hacia la única misión común, y solo los usan si están en función de esta misión. Siguiendo el modelo propuesto por el economista Joseph A. Schumpeter, al principio el único innovador es el fundador, y todos los demás miembros son imitadores que usan sus energías para replicar la misma “empresa”.

Esta interpretación de la fidelidad absoluta está asociada con una palabra hermana: radicalidad. Cuanto más fieles, más radicales somos, y más en el fondo quedan las dimensiones personales y subjetivas, hasta que desaparecen. La radicalidad se convierte en la medida de la fidelidad. Sin esta gestión de la fidelidad y de la radicalidad es imposible que un movimiento carismático nazca y sobre todo que se desarrolle. La energía espiritual del fundador es amplificada y multiplicada por el seguimiento de los compañeros, hasta alcanzar unos niveles de eficacia y eficiencia desconocidos incluso para las empresas de mayor éxito. Es inmensa la energía que se libera de un carisma en la fase fundacional, y buena parte de ella depende de las energías morales y espirituales libremente entregadas por los seguidores del fundador, en un juego de espejos que se reflejan unos a otros hasta el infinito. Es una supernova del espíritu, una explosión estelar que libera una luz y una energía casi infinita – en pocas semanas o meses libera más energía que el sol en toda su existencia –. Quien tiene la ventura de vivir en primera persona el nacimiento de un carisma, experimenta en pocos meses una luz y una energía mayor que la de toda una vida “ordinaria”, y deja impreso su “tao” en la carne para siempre. Además, quien vive esta fidelidad radical no se siente expropiado ni manipulado, porque eso es lo único que desea hacer profunda y libremente. La reconoce como algo muy íntimo y no exterior, ya que siendo fiel al carisma es fiel a la parte más profunda y verdadera de sí mismo. Leer el origen de los movimientos espirituales con las categorías sociológicas y psicológicas al uso casi siempre produce errores interpretativos colosales – y ocurre muy a menudo –.

Pero – aquí está el problema – llega un momento en que esta forma de vivir el seguimiento fiel y radical se acaba, y es bueno que así sea, aunque casi siempre demasiado tarde. Porque si esta forma continúa en las generaciones siguientes, lo que ayer fue causa del éxito inmediatamente se convierte en causa de la irrefrenable caída de hoy y de mañana. El mismo seguimiento de Jesús por parte de los apóstoles cambió después de la Resurrección. La fidelidad y la radicalidad deben continuar y, si es posible, crecer, pero la forma del seguimiento del carisma y del fundador debe cambiar sustancialmente. Se trata de una empresa difícil, porque la única forma de fidelidad que la comunidad conoce es la de ayer, en la que se ha formado y ha crecido, permitiendo verdaderos milagros. Las personas han construido su identidad precisamente sobre esa fidelidad. Por consiguiente, a la comunidad le cuesta muchísimo imaginar otra forma de fidelidad. De este modo, al faltar el fundador, se intenta tomar un atajo: la fidelidad radical e incondicional de ayer se transfiere intacta a las palabras, hechos y obras del fundador que ya no está. Así nace el mito del fundador: es posible seguir siendo fieles al carisma hoy siempre que seamos muy fieles a cada palabra que el fundador pronunció en vida. En otros casos, la fidelidad de ayer pasa tal cual al sucesor, que es tratado como una especie de “reencarnación” del fundador. Ambos errores son muy graves, aunque casi siempre se vivan de buena fe. ¿Por qué?

La relación entre un carisma y un fundador es compleja. Ambos crecen juntos, cambian juntos, co-evolucionan. Las palabras que un fundador dice al comienzo de su experiencia casi nunca son las mismas que dice al final. El carisma es una semilla que crece en el terreno que la acoge, en una relación simbiótica con el medio ambiente y con la historia. El fundador atraviesa pruebas, cambia de idea, conoce fases regresivas e innovaciones, vive noches oscuras y comete errores. Mientras el fundador está con vida, incluso la fidelidad de sus miembros a las palabras inmaduras o a la idiosincrasia tiene sentido y valor, porque los fundadores honestos pueden cambiar de idea gracias a la fidelidad paradójica (y costosa) de aquellos que están cerca de él. Pero cuando el fundador termina su tiempo (muere o sale de escena), si los miembros de la comunidad comienzan a pensar que hoy el fundador es sus palabras y gestos de ayer, aunque no se den cuenta, dejan de creer que el carisma sigue vivo.

Así pues, cuando una comunidad cree encontrar el carisma del fundador en su pasado, es la fe del carisma la que entra en crisis. Pierde contacto con la historia. Las palabras del fundador estaban amasadas con el dolor y las esperanzas de su gente, con las preguntas de su tiempo. Volver hoy a aquellas palabras, para encontrar luz ante los problemas, significa no tomar en serio la historia, despreciar el valor del dolor y las esperanzas de los hombres y mujeres de hoy, de sus preguntas, no tomar en serio el valor teológico de la encarnación (la antigua tentación gnóstica). Por el contrario, las respuestas de hoy deben nacer del carisma vivido hoy, no hay otro camino. Todas las palabras y gestos del fundador pueden ser una inspiración, la aurora, pero nunca el final de un discurso. En esto radica casi toda la madurez y responsabilidad de una comunidad carismática. Claramente, en estos ejercicios se pueden cometer errores, porque la fidelidad roza la infidelidad, se cruzan zonas de frontera, pero solo en esta imperfección puede renacer la vida.

Ciertamente el patrimonio de escritos y gestos del fundador tiene y tendrá siempre un papel central en una comunidad carismática. Ese es uno de los lugares donde el fundador vive. Pero si solo vive ahí, en realidad el carisma muere. Porque el primer lugar donde es posible seguir encontrando al fundador después de su muerte es en su comunidad (que a menudo excede sus límites formales), en las personas que con el mismo carisma continúan su misma historia. Entonces quien sucede al fundador debería marcar una fuerte discontinuidad con el pasado – ¿qué le habría sucedido a la Iglesia si Pedro se hubiera relacionado con los doce como hacía Jesús? Los miembros más íntimos son los que hacen más difícil esta discontinuidad. La mayor resistencia a la novedad se encuentra dentro de la comunidad.

La fidelidad que ayer fue adhesión incondicional, hoy debe convertirse en fidelidad disonante, divergente, lateral, arriesgada. Para desarrollar nuevos temas en la partitura del carisma hacen falta “emprendedores-innovadores”, no más imitadores. La creatividad que ayer se puso al servicio de la ejecución de la misma obra, ahora debería orientarse hacia nuevas melodías unidas a la primera pero distintas. Hacen falta más compositores y menos instrumentistas. Pero todo eso es posible si la comunidad y sus responsables creen verdaderamente que el carisma sigue vivo, si creen que la espléndida partitura de la primera generación no es más que la primera, no la única, quizá ni siquiera la más hermosa. Es carisma es el tema dominante de todas las obras que vendrán: es semilla de futuro, es el ADN espiritual de todo lo que nacerá.

Pero también esto es enormemente difícil, porque las personas acostumbradas durante años, décadas, a una fidelidad entendida como alineación total con las palabras, directrices y pensamientos que venían ya perfectos desde fuera, no están en las mejores condiciones antropológicas y éticas para ser creativos. Aunque quieran serlo, sencillamente no saben qué hacer. Si no nos hemos ejercitado en el uso creativo de la fidelidad, cuando nos hace falta el músculo se ha (casi) atrofiado. Hemos pasado una vida entera con una fidelidad absoluta, radical, infinita, pero el viento, el hielo y las tormentas nos han desmoronado. La vida también puede ser espléndida así. Mientras nuestra pared se deshacía hemos podido ver a los ángeles, y una vez también a Dios. Pero si queremos impedir que, junto con nosotros, también se desmorone la estatua que hay sobre la pared (el carisma), debemos dedicar nuestras últimas energías a hacer que los nuevos miembros de la comunidad puedan desarrollar otra fidelidad, no menos radical, sencillamente distinta.

Una recomendación para los fundadores que todavía están en vida: no dejéis que vuestros “compositores” se atrofien, porque entre ellos se encuentra la posibilidad del tiempo que vendrá “después de vosotros”. Incluso una orquesta con pocos elementos puede ejecutar obras maestras, mientras otras están componiendo las obras maestras del mañana. Ni vuestros escritos ni vuestras palabras garantizarán el futuro. Vuestras personas, educadas en la libertad y en la confianza, os salvarán, si queda al menos una. El futuro es el nombre del hijo.

El carisma no coincide con la persona del fundador. Lo sobrepasa. Sigue creciendo, viviendo, amando, aprendiendo y enseñando incluso después de su muerte. Una “exposición personal” de las obras de un artista desaparecido se realiza con las obras que realizó en vida. Una “exposición personal” de un carisma se realiza con las obras del fundador y con las que la comunidad ha seguido creando. ¿Cuáles son las más bellas?

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