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El discernimiento de las levaduras

Lógica carismática/6 - La madurez de una comunidad está en liberarse del mito del fundador perfecto.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/09/2021

«Y tú, Moisés, ¿por qué rezas?» «Pido al Dios que está en mí que me dé fuerzas para poder hacerle las verdaderas preguntas».

Elie Wiesel, La noche.

El uso generativo (y humilde) del patrimonio pasado es un oficio decisivo para no comprometer el futuro, y por desgracia a menudo nos equivocamos al reconocer cuál es en verdad la levadura buena.

«¡Atención! Absteneos de la levadura de los fariseos y de la de Herodes» (Mc 8,15). Este es uno de los dichos (logion) de Jesús. No es fácil interpretarlo. Sobre él se han escrito muchas páginas, empezando por los Padres de la Iglesia. Levadura es una palabra fuerte en la Biblia. No hay más que pensar en el pan ácimo de la Pascua. La levadura es un símbolo de vida, pero también de contaminación. Se usa en la predicación y en la enseñanza, pero sobre todo como principio de cambio del mundo. En el Nuevo Testamento la encontramos como sinónimo del Reino de los Cielos (Mt 13,13). La referencia a la levadura de Herodes, de los fariseos o de los saduceos (Mt 16,6) tiene que ver entonces con el tipo de reino que el Mesías debía traer a la tierra. En tiempos de Jesús el mesianismo había adquirido una fuerte connotación apocalíptica, reforzada por la ocupación romana. 

La llegada del Mesías, para los fariseos, debería ir acompañada de acontecimientos espectaculares, de señales que confirmarían la llegada inminente del nuevo reino: «Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: - Maestro, queremos verte hacer alguna señal» (Mt 12,38). Distinto es también el reino político anti-romano querido por Herodes. Jesús advierte con decisión a sus apóstoles, maravillados y atraídos por las señales de Jesús, para que no abracen las teorías mesiánicas y apocalípticas: «Pues surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán milagros y prodigios, hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegidos» (Mc 13,22). Los Evangelios recogen diálogos de Jesús con sus discípulos acerca de la comprensión de su identidad ("¿quién decís que soy yo?"). Las personas más cercanas a él participan de este proceso de descubrimiento de la identidad. Jesús hace todo lo posible para evitar la espectacularidad de sus signos-milagros, y en cuanto se da cuenta de que la gente se queda con el signo y tergiversa el mensaje, se escabulle o despide a la multitud.

Hasta aquí, los Evangelios. Si la tentación de seguir la levadura equivocada ha afectado a la primera comunidad de Jesús, es probable que este fenómeno se repita en las comunidades carismáticas generadas por la Iglesia. Con otras palabras: lo de «absteneos de la levadura de los fariseos» vale para siempre. Efectivamente, no es raro que en la primera fase de las experiencias carismáticas (generalmente) se produzcan formas de teorías mesiánicas y apocalípticas, lecturas distintas acerca de cuál es la naturaleza del movimiento que está comenzando y del sentido de las “señales” que acontecen. Los grandes éxitos y los acontecimientos extraordinarios que acompañan el comienzo de muchos carismas generan varias interpretaciones sobre el destino y la tarea del nuevo “profeta” y de su movimiento. Los comienzos a menudo son extraordinarios, un eskaton anticipado, y casi inevitablemente se produce una embriaguez espiritual-carismática donde todo parece posible. Se experimenta una especie de omnipotencia, se sueñan escenarios intrépidos y se prefiguran destinos apocalípticos de salvación universal. Vuelve la levadura de Herodes (con la sensación de estar investidos de un deber de cambio político y social) y la de los fariseos, donde las señales son interpretados como signos mesiánicos de la nueva era. El final de los tiempos se siente cercano. Vistos desde fuera, estos fenómenos pueden parecer delirios, pero para quienes los viven son de lo más normal, y la incomprensión del exterior aumenta el auto-convencimiento de la tarea mesiánica.

Así pues, en los comienzos (no solo) de los movimientos carismáticos proliferan muchas “levaduras” en su interior. Pero, a diferencia de la frase de Marcos donde las levaduras de Herodes y de los fariseos son malas, en las comunidades carismáticas estas levaduras apocalípticas pueden contener también elementos positivos. Se parecen a la levadura “madre” del carisma y por eso es muy fácil confundirlas. Pero si prevalecen las levaduras apocalípticas y espectaculares, estas se vuelven muy peligrosas y se convierten en auténticas neurosis que causan muchos daños (económicos, manipulaciones, abusos), aun cuando todo se haga de buena fe. Además, en las comunidades carismáticas se da otro elemento decisivo. Los fundadores de las comunidades, generalmente – estos razonamientos siempre hay que tomarlos como tendencias y no como teoremas – no interpretan la parte de Jesús que invita a los discípulos a estar atentos a las otras levaduras. No es infrecuente que, al igual que los apóstoles, “no comprendan” y se dejen involucrar en los mismos escenarios apocalípticos.

En las experiencias históricas concretas, el primer engañado por la levadura equivocada puede ser el fundador, que, si es honesto (y generalmente lo es), emplea mucho tiempo en comprender que su “reino” no está en las cosas grandes que ha visto acontecer y que las señales son única y exclusivamente gracia; son la espléndida habitación del hotel de la luna de miel y no la habitación de casa. No comprende de inmediato que la realización de su carisma no está en conquistar el mundo, sino en disminuir, en convertirse en pequeño rebaño, en correr una carrera que acaba en el Gólgota. El fundador es el primer espectador de las señales que ve a su alrededor. Estas le dejan asombrado y atónito, encantado por sus propios encantos, curado por sus mismas curaciones. Así, los miembros de las comunidades carismáticas son las primeras víctimas de las levaduras de los fariseos, porque no tienen a nadie que los proteja, sino que todos, de común acuerdo, tratan de convencerles y de convencerse unos a otros. El fundador sabe que estas señales no son obra suya, pero también sabe que ha recibido un don-carisma sin el cual estas señales no existirían.

En la primera fase, la conciencia de ser un mero instrumento de Otro es muy fuerte. Pero después se da un paso fundamental, casi siempre sin que nadie lo quiera. El esplendor y la fuerza de las extraordinarias señales acaban convenciéndole de que, aunque él sea un pequeño y simple instrumento, el carisma es verdaderamente extraordinario y único, la respuesta definitiva a todas las preguntas. Es evidente que elogiar y exaltar el carisma es una forma de exaltar y alabar al Dador del carisma. Pero con el paso del tiempo, ese “tercero” entre el fundador y el Espíritu (el carisma) crece y adquiere vida propia. El fundador, por su parte, poco a poco acaba ensimismado con el carisma, gracias sobre todo a sus discípulos que le atribuyen todas las prerrogativas del carisma, convirtiéndolo en su hipóstasis y convirtiéndose ellos mismos en hipóstasis de la hipóstasis.  Al principio todos saben que el carisma es penúltimo, y que estar al servicio del carisma es estar al servicio divino, pero luego el carisma y el fundador crecen y crecen. Las personas que rodean al fundador, viendo las mismas señales con el mayor asombro, desempeñan la función decisiva de confirmar la convicción de que han recibido una tarea de salvación de la Iglesia y del mundo, creando un circuito de auto-convencimiento admirable e inalterable. Olvidando todos, de buena fe, que los fundadores – al igual que los profetas bíblicos – son seres humanos y por tanto se equivocan, se autoengañan y no siempre son buenos intérpretes de la “voz” que les habita, y necesitan toda la vida y muchos encuentros para aprender a reconocerla entre muchas otras voces.

La co-presencia de distintas levaduras es una fase inevitable para muchos carismas. El problema de esta fase no se encuentra en el fundador, sino en la capacidad (generalmente baja) que tienen las generaciones posteriores para distinguir entre los distintos tipos de levadura. Así el proceso continúa hasta que llega un día (si llega) en que alguien empieza a darse cuenta de que el carisma ha ocupado el lugar el Dador del carisma. ¿En qué sentido? Solo se conocen las palabras de la Escritura mediadas por el carisma, solo se rezan las oraciones del carisma, solo se conocen las “historias de la salvación” narradas por el carisma, solo se habla y se ama en las maneras y en las formas del carisma, solo se leen los libros del carisma. Estos mecanismos, de perfecta buena fe, si no se desactivan, son una de las principales causas de extinción de las comunidades carismáticas tras la desaparición de sus fundadores (a veces incluso antes), sobre todo cuando se trata de carismas muy ricos.

Hay un último aspecto decisivo. Si en los primeros días de una comunidad carismática conviven distintas levaduras, eso quiere decir que entre las palabras y los hechos de los comienzos de un carisma hay también palabras inmaduras, no hijas de la levadura madre, que – si todo va bien – el tiempo se encargará de corregir a través de encuentros, decepciones y pruebas. De ahí se deriva una consecuencia importante: cuando las generaciones posteriores vuelven al ADN del carisma para intentar las necesarias reformas, es esencial que reconozcan la levadura buena, distinguiéndola de la de los fariseos. Pero esta operación es complicadísima, porque la levadura buena está superpuesta a las otras levaduras, y todas se parecen mucho. Las otras levaduras también han generado vida y frutos. A menudo han sido etapas intermedias necesarias para los frutos buenos que han llegado después. Con el tiempo se han contaminado recíprocamente, y es necesario evitar el peligro de tomar por buenas todas las levaduras, pero también el peligro contrario de tirar todas las levaduras incluida la madre.

En las comunidades post-fundador es esencial que la reflexión sobre el núcleo bueno del carisma sea una experiencia plural y antagonista, porque las ideas sobre la levadura buena son y deben ser distintas; y a los responsables se les exige una mansedumbre específica para mantener viva esta tensión sin crear herejías y ortodoxias, ni agencias para la interpretación auténtica y única de la levadura buena. Cuando falta este diálogo pluralista interno y se afirma una sola lectura del pasado, estamos ante una creación ideológica, y esa lectura única es equivocada. La verdad es sinfónica. Los cuatro Evangelios, Pablo y las demás cartas, por no hablar de los Evangelios apócrifos, tenían varias teorías mesiánico-apocalípticas sobre Jesús, y a partir de ahí la Iglesia encontró con el tiempo su equilibrio. Por la historia de los carismas sabemos que es muy probable que la levadura madre buena no esté en los acontecimientos espectaculares, las grandes perspectivas apocalípticas, las visiones extraordinarias, el terremoto y el fuego, sino que se encuentre más bien en lo pequeño, en lo ordinario, en lo sencillo, en la “sutil voz de silencio” de Elías.

Este largo discurso tiene dos consecuencias prácticas. La primera es que entre las palabras de los fundadores se encuentran desde el principio algunas tesis equivocadas, parciales e inmaduras, y que la madurez de una comunidad consiste en ser capaz de admitir que pueden ser equivocadas (y no solo mal interpretadas). Este ejercicio decisivo libera a las comunidades del mito del fundador perfecto que casi siempre bloquea su crecimiento generativo y les impide acercarse a la humanidad del fundador velada por su mito. Equivocarse en la relación con el patrimonio de un carisma significa comprometer la calidad y la existencia del futuro. Además, el hecho de volver a las palabras de los comienzos de un carisma no supone una garantía, por sí mismo, de llegar al corazón del carisma, ya que las distintas levaduras comienzan a desarrollarse muy pronto. Las palabras más importantes pueden llegar más tarde, cuando los acontecimientos y la historia han hecho madurar al carisma. Las palabras decisivas de Jesús fueron las últimas. El discernimiento de las levaduras es el oficio más importante de las comunidades con capacidad de futuro.

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