ContrEconomía/3 - Más acerca del último intento del mercado para resistir al viento de la vanitas.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 19/03/2023
"Me asusta sobre todo el sufrimiento que avanza en el mundo como una aplanadora. Me importa poco la culpa, poco la justicia, poco la verdad, poco la belleza: me importa el sufrimiento."
Sergio Quinzio, Un intento de colmar el abismo
La salida de escena del consultor al final del proceso es parte de su excelencia. En el libro de Daniel hay preciosas indicaciones sobre cómo interpretar las visiones de los otros, sin convertirse en padrones.
Las crisis medioambientales, financieras y militares de este comienzo de milenio corren el riesgo de hacernos subestimar u olvidar una triple crisis no menos grave: la de la fe, los grandes relatos y la generación. Un mundo que ya no espera el paraíso, sin relatos colectivos y sin hijos, ya no encuentra sentido suficiente para vivir y, por tanto, para trabajar. ¿Por qué trabajar si ya no espero una tierra prometida (por encima o por debajo del cielo), si nadie espera de mi trabajo un presente y un futuro mejores? El mundo del trabajo nunca ha creado ni agotado el sentido del trabajo. Ayer fueron la familia, las ideologías, la religión las que daban al trabajo su primer sentido. La fábrica, el campo o la oficina reforzaban ese sentido que, sin embargo, nacía fuera. El trabajo es grande, pero para ser visto en su grandeza hay que mirarlo desde fuera, desde una puerta que se abre al exterior. Sin ese espacio amplio, la sala de trabajo es demasiado estrecha, su techo demasiado bajo para que ese animal enfermo de infinitud que es el homo sapiens pueda permanecer mucho tiempo allí sin asfixiarse.
La constitución italiana está fundada en el trabajo porque el trabajo se fundaba en otra cosa. La economía registra un creciente malestar laboral, pero: ¿cuándo comprenderemos que este malestar laboral es primero un malestar existencial generado por esta triple carencia? "¿Dónde se ha metido Dios? Nosotros lo hemos matado, ¡tú y yo! ¡Todos somos sus asesinos! ... ¿No estamos vagando en una nada infinita?" (F. Nietzsche, La Gaya Ciencia). Aquél loco grita la muerte de Dios en el "mercado", pues "allí se reunían muchos de los que no creían en Dios". En el mercado, el pregonero de la muerte de Dios 'suscitó grandes risas' (La Gaya Ciencia, 125). Los comerciantes se rieron; tal vez porque esperaban que ese "superhombre" necesario para vivir en un mundo sin Dios fuera el homo oeconomicus, gracias a su nueva religión capitalista. Pero los comerciantes que ayer se reían se dan cuenta ahora de que esa nada infinita está devorando a la propia economía. La consultoría es el último intento que el mercado está haciendo para resistir al viento de la vanitas. Porque en la línea del horizonte de la tierra sin dioses no ha aparecido ningún superhombre: en su lugar hemos visto a un hombre cada vez más frágil y solitario. Sufriente y oculto por la divertida máscara del hedonismo.
Habíamos dejado a los consejeros dentro de la reflexión sobre la subsidiariedad. Todavía falta un último paso: un buen consejero subsidiario debe saber retirarse en el momento adecuado. Una vez terminado su trabajo, el consejero debe saber retirarse, desaparecer, salir del proceso para no transformar el lazo en una atadura, favoreciendo la autonomía de la persona que ayudó. Pero como en el asesoramiento también existe una dimensión de posible conflicto de intereses (el ayudado es también facturado), la salida nunca es sencilla ni está garantizada. Así, a veces, la relación de ayuda dura demasiado tiempo y, por tanto, se pervierte. A menudo, la no-salida es deseada por el "cliente", que durante el proceso de ayuda ha desarrollado progresivamente una relación de dependencia de sus acompañantes. El valioso arte del consejero (que se ocupa de personas y relaciones) y del ayudante reside entonces en su capacidad de desaparecer, de dejar ir. Hacerse cada vez menos necesario con el paso del tiempo, hasta volverse inútil -la inutilidad final debería ser su objetivo explícito, ahí reside su excelencia. Cuando, por el contrario, el paso del tiempo aumenta la necesidad del consejero, ese acompañamiento está fallando y el riesgo de manipulación se hace grande: de ser una ayuda al discernimiento, el consejero pasa a ser el que decide y gobierna: entra para servir, acaba por mandar.
Otra dimensión esencial del buen asesoramiento y acompañamiento organizativo nos la sugiere de nuevo la Biblia, en el Libro del profeta Daniel, el gran soñador e intérprete de sueños. Los intérpretes de sueños en el mundo antiguo eran una profesión en la frontera entre el arte y la ciencia a la que recurrían principalmente los poderosos. Eran vistos como los que ponían orden en un mundo desconocido y amenazador. Un día, Daniel tuvo un sueño "difícil": el sueño sobre el misterioso "hijo del hombre", una figura muy querida por Jesús (Daniel 7:13-14). En el sueño tuvo una visión - nótese que visión es una de las grandes palabras de la consultoría. Sin embargo, Daniel no pudo comprender su significado en esa ocasión; estaba agitado, turbado, y por eso pidió ayuda a un ángel intérprete: "Yo, Daniel, me sentí turbado en mi alma....Me acerqué a uno de los ángeles cercanos y le pregunté el verdadero significado de todas estas cosas, y él me dio una explicación" (7:15-16). Siendo intérprete de sueños, propios y ajenos, Daniel necesitó a un tercero, otro intérprete; la misma situación se repetirá en el capítulo siguiente (8).
La necesidad de "un intérprete para el intérprete" nos dice algo importante. La interpretación de los sueños es relacional y ternaria por naturaleza. Una buena relación de acompañamiento, de hecho, de binaria (A-B) debe convertirse en ternaria (A-B-C), porque la apertura de la relación a un tercero (C) protege al intérprete de convertirse en el dueño de los sueños que interpreta. El tercero es la posibilidad de castidad del intérprete. Pero para que esta apertura se active, es necesario que el intérprete sienta la "perturbación", porque siente su propia insuficiencia frente al sueño. El mayor peligro es la falta de esta conciencia de insuficiencia, cuando el asesor no experimenta nunca o deja de experimentar la necesidad de pedir ayuda a un "ángel" externo. El buen asesoramiento subsidiario es, por tanto, una relación abierta a un tercero. Este es el fundamento bíblico de la supervisión, que hoy en día es obligatoria en muchas formas de asesoramiento, aunque no en todas. Cuando el intérprete no tiene a su vez otro intérprete, la relación tiende a cerrarse en una relación binaria, siempre peligrosa pero muy seria con visiones difíciles, que permanecen selladas porque "dos" no se han convertido en "tres".
El libro de Daniel, un gran manual para soñadores e intérpretes, contiene otro episodio particularmente interesante. Al principio de la historia, el rey Nabucodonosor tuvo un sueño misterioso. Estaba tan agitado "que ya no podía dormir" (2.1) porque no podía interpretarlo. Por ello convocó a todos los adivinos y arúspices del reino, pero ninguno pudo. También por un detalle curioso y decisivo: el rey no contó a los intérpretes el sueño que debían interpretar, les pidió a ellos que lo narraran. ¿Por qué? No lo había olvidado. La razón era otra, la cultura babilónica poseía sofisticados manuales de oniromancia que descomponían los sueños en sus elementos esenciales y, por tanto, producían siempre una respuesta. Si el rey hubiese revelado su sueño, el sueño se habría explicado mediante la técnica; el rey quería algo más, sentía que la técnica por sí sola no bastaba para aquel sueño diferente y especial. El rey tenía miedo de que su sueño pudiera ser manipulado por los técnicos, que ejercían un gran y seductor poder sobre los soberanos -todos los intérpretes son fascinantes en tanto que depositarios de conocimientos misteriosos-. Por eso quería una garantía de que su intérprete fuera honesto, y en aquel mundo ser honesto significaba ser un mensajero de Dios: ser profeta, es decir, alguien movido por la gratuidad, por la vocación y no sólo por el lucro y el poder. Por fin llegó Daniel, un verdadero profeta, y "el misterio le fue revelado a Daniel en una visión nocturna" (2,19).
Para muchos acompañamientos ordinarios, la técnica es suficiente. Sin embargo, hay algunos discernimientos que, para "soltarse", necesitan técnica pero también vocación. En estos casos, raros pero decisivos, no basta con interpretar la visión contada: hay que adivinarla antes de que el otro nos la cuente. Aquí el tercero necesario se convierte en el propio sueño. Esto es relevante en aquellas situaciones muy complejas y delicadas en las que está en juego la existencia misma de la institución o de la comunidad. Aquí se exige al consejero que haga un gasto extraordinario de tiempo, de recursos, de energía, que afronte el riesgo del fracaso, decisiones que no pueden justificarse sólo en los términos del contrato y los honorarios, son gastos que van más allá de los pequeños ordinarios. Uno pronto se da cuenta de que para intentar resolver el caso se necesitará mucho más de lo que generalmente se hace. Uno puede decidir irse antes o no empezar; pero también puede decidir quedarse, y al quedarnos revelamos nuestra vocación, nos decimos a nosotros mismos que tenemos un honor mayor que el del honorario, que nos importa nuestro estar en el mundo y no sólo estar en el mercado. Estas elecciones se mantienen casi siempre ocultas a los "clientes", pero están guardadas en la bodega del corazón. A veces, sin embargo, alguien se da cuenta, y esa escucha profunda, lenta, sin minutero, hace que el otro se dé cuenta de que no estamos trabajando solo con la técnica. Téchne se une a psyche, la competencia se reencuentra con el alma. Y cuando el otro comprende que estamos trabajando por vocación, nace en él o en ella una calidad diferente de la confianza y nos deja entrar en las habitaciones secretas de sus sueños, donde a menudo se encuentra la clave de la solución de su discernimiento. Al técnico se le dice algo, al alma se le dice mucho, al alma combinada con la tecnología se le puede decir todo.
Pero hay algo más. El diálogo entre Daniel y el ángel-intérprete tiene lugar durante la visión. El exégeta del sueño está dentro del sueño mismo. En muchas visiones es posible, y tal vez bueno, que el intérprete esté fuera de nuestro sueño, porque la distancia terapéutica suele ser importante; a veces es bueno que el exégeta esté "despierto" mientras nosotros soñamos. Pero en algunos sueños diferentes, el intérprete debe estar dentro de nuestro propio sueño, el ángel debe ser alguien que nos conozca íntimamente porque está dentro de la misma experiencia, es un personaje de la visión común. A veces no podemos descifrar nuestros problemas porque el intérprete está demasiado cerca; otras veces, que a menudo son las cruciales, la explicación de nuestra visión está en casa, pero la buscamos lejos. Cuando pasamos de las empresas con fines de lucro a la economía civil y quizá a las comunidades religiosas, para entender ciertas "visiones", esas que no nos dejan dormir durante muchas noches durante muchos años, el intérprete debe estar adentro. Aquí la única distancia terapéutica buena es cero. Estos intérpretes conocen la visión antes de que se la contemos, porque es también la suya.
El consultor que desde afuera se acerca a las Organizaciones con Motivación Ideal, que generalmente no pertenece a su sueño carismático, debe ser muy consciente de que es un "ángel" fuera del sueño. Por lo tanto, debe gastar mucho tiempo y energía para tratar de soñar con los ojos abiertos, para tratar de entrar en esa visión nocturna sin estar ahí. Y luego, después de mucho tiempo y un suave silencio, decir unas palabras como ese ángel consciente de no serlo. Recordar y recordarse cada día, hasta el final, que no es el intérprete de quien realmente se necesita. Es de la conciencia de esta fragilidad que puede nacer su utilidad.