«La economía de comunión tendrá futuro si se la dais a todos.» (Papa Francisco).
Isaías Hernando
Publicado en la revista Ciudad Nueva - marzo 2017
A lo largo de 25 años la Economía de Comunión, el sueño de Chiara Lubich para eliminar la «corona de espinas» de la pobreza, ha ido tomando cuerpo gracias a personas que han descubierto en este sueño una vocación que da sentido a sus vidas.
Falta mucho por hacer, pero algunas realizaciones ya se pueden tocar: miles de personas que han recibido ayuda para superar su situación de necesidad, una red internacional de empresas, asociaciones y parques empresariales de Economía de Comunión (EdC), el nacimiento de la red EoC-IIN, las experiencias de «gestión de comunión» en las empresas, la red de profesores que trabajan para darle calado científico al proyecto, el apoyo al Instituto Universitario Sophia, la Escuela de Economía Civil y la entrada en la Doctrina Social de la Iglesia con la Caritas in veritate.
Estos ejemplos demuestran la dimensión profética de la intuición de Chiara Lubich, que vio en la comunión la respuesta a la insuficiencia de los modelos económicos «individualistas», que generan exclusión, desigualdad, soledad, tristeza y muchas otras pobrezas.
En audiencia con el Papa
Para reflexionar sobre los retos presentes y futuros, del 1 al 5 de febrero nos reunimos en un congreso en Roma unas 500 personas de 55 países. ¡Y el Papa Francisco nos recibió en audiencia! Fuimos no para pedirle nada –como dijo durante el congreso María Voce, presidenta del Movimiento de los Focolares– sino para escuchar sus palabras y ofrecerle la vida que se ha generado durante este cuarto de siglo.
A medida que el Papa iba escuchando unos breves testimonios, la expresión de su cara iba cambiando ostensiblemente. Era evidente que se encontraba a gusto, y no solo por el tema, que es recurrente en su doctrina. Se diría que hay una sintonía profunda entre su forma de observar y valorar el mundo y el carisma de Chiara Lubich. Probablemente no es indiferente que ambos, Jorge Mario Bergoglio y Silvia Lubich, eligieran como nombres nuevos los de Francisco y Clara de Asís, optando en cierto modo por la pobreza franciscana como criterio valorativo de la realidad.
Ver el mundo desde los pobres, desde las víctimas, implica escuchar y acoger su grito, su «¿por qué?», tal vez reconociendo en ese grito el eco de otro «¿por qué?», el de Jesús en la cruz. Y después, distinguir una pobreza bienaventurada, elegida, de la pobreza padecida, maldita, y descubrir que esta última no se puede resolver solo con dinero, sin el abrazo de la comunión.
La idolatría del dinero
Las palabras del Papa en esta audiencia quedarán como un hito en la historia de la EdC. Han suscitado numerosos comentarios (pueden leerse en www.edc-online.org/es), pero para no repetir, intentemos una perspectiva distinta, deteniéndonos en las cinco referencias evangélicas que jalonan el discurso del Papa.
La primera es fuerte. Se trata del episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. Jesús no expulsa enérgicamente a los mercaderes porque sean ladrones o no sean respetuosos con la institución religiosa. El motivo es más radical; tiene que ver con la idolatría: el Reino que Jesús trae es incompatible con la idolatría del dinero.
Explica el Papa: «El dinero es importante, sobre todo cuando falta y de él depende la comida, la escuela, el futuro de los hijos; pero se convierte en ídolo cuando pasa a ser el fin». Y es muy claro cuando desvela la naturaleza idolátrica de cierto capitalismo que se propone como salvador del mundo: «El día en que las empresas de armas financien hospitales para curar a los niños mutilados por sus bombas, el sistema habrá llegado a su culmen».
Prevenir la exclusión
Surge una pregunta: ¿es posible ser empresario (mercader) y no ser expulsado del templo? Sí, si se comparte el dinero con los demás, sobre todo con los pobres. Este es el sentido del reto, radical y profético, que Chiara Lubich lanzó a una economía idolátrica y generadora de pobreza y exclusión cuando pidió a los empresarios que compartieran sus beneficios para combatir la pobreza. Francisco reconoce lo elevado de la apuesta: «Cuando compartís y dais vuestros beneficios, lleváis a cabo un acto de alta espiritualidad; con los hechos le decís al dinero: tú no eres Dios, tú no eres señor».
Este es el sentido de la Economía de Comunión, que poco o nada tiene que ver con la filantropía. Francisco lo deja claro cuando recurre a la parábola del buen samaritano (segunda referencia) para decir: «Un empresario que sea un buen samaritano cumple solamente la mitad de su deber». No basta con dar dinero a las víctimas del sistema económico, es necesario cambiar las reglas y actuar antes para prevenir la exclusión. Frente a las estructuras de pecado es necesario crear estructuras de gracia.
Empresa inclusiva
El Papa vuelve a sorprender con la parábola del Padre misericordioso (o del hijo pródigo). Con ella nos invita a preparar una casa (la empresa) inclusiva, a la que puedan volver también «los trabajadores y colaboradores que se han equivocado», una verdadera comunidad humana en la que se pueda vivir la alegría y la fiesta, y en la que la meritocracia (representada por el hijo mayor) no esté por delante de la misericordia.
Con esta imagen el Papa anima a trabajar no solo por nuestra empresa, sino también por un sistema económico que genere menos víctimas (ninguna, si es posible), un sistema en el que ningún hijo se vea obligado a comer las algarrobas destinadas a los cerdos, un sistema que dé prioridad al trabajo decente y a la dignidad humana.
Reciprocidad es multiplicación
Combatir un capitalismo idolátrico y cambiar las reglas del sistema económico no son retos fáciles para una realidad pequeña como la EdC (unos miles de personas entre más de 7.000 millones). Por eso Francisco nos recuerda que las imágenes del Reino en los evangelios son cosas pequeñas: un pequeño rebaño, una lámpara, una perla, la sal y, sobre todo, la levadura.
Cuando no había frigoríficos para conservar la levadura madre del pan, antes de que enmoheciera se compartía con las vecinas, y cuando había que amasar de nuevo, las vecinas la compartían a su vez. «Es la reciprocidad. La comunión no es solo división sino también multiplicación de los bienes, creación de un nuevo pan, de nuevos bienes, de más Bien con mayúscula».
Compartir la vida
En esto el número no es tan importante como la calidad. Es más, «todas las veces que las personas, los pueblos e incluso la Iglesia han creído salvar al mundo creciendo en número, han producido estructuras de poder y se han olvidado de los pobres», dice el Papa. Por eso, la última imagen que elige es la multiplicación de los panes y los peces. El milagro no se produce porque cinco panes y dos peces sea el mínimo indispensable para poder multiplicarlos, sino porque era todo lo que había. La pobreza no se cura solo con dinero. El milagro de la comunión solo se produce si se comparte también la vida.
Compartir la vida es salir: «La economía de comunión tendrá futuro si se la dais a todos y no os la quedáis solo en vuestra “casa”. Dádsela a todos, en primer lugar a los pobres y a los jóvenes, que son los que más la necesitan y saben cómo hacer fecundo el don recibido». La EdC es fruto de un carisma, un don recibido para todos. Solo tiene sentido si se da, y si se da con alegría.
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