El segundo artículo de la rúbrica a cargo del Observatorio sobre la Pobreza Leo Andringa nos explica el primer criterio que caracteriza el enfoque actual de la EdC para promover, realizar y valorar iniciativas de lucha contra la pobreza, a partir de la comunión.
Team OPLA*
Todos sabemos que nos necesitamos unos a otros. Tener a alguien con quien compartir alegrías y dolores no es algo que pueda darse por descontado. Ciertamente es una de las cosas que todos buscamos en la vida, aunque sea de forma inconsciente. «Para educar a un niño, hace falta toda una comunidad», se dice en los procesos formativos. Del mismo modo, hacer frente a una situación de pobreza en solitario es totalmente distinto a hacerlo junto a una comunidad.
Sabemos también que una situación de vulnerabilidad socioeconómica – que afecta a varias dimensiones de la vida – es una realidad compleja, y se necesita tiempo para poder superarla. Así pues, ser capaces de acompañar el proceso de estas personas y mantener este acompañamiento en el tiempo, es un aspecto central si queremos realizar un camino junto con ellas.
En este sentido, el primer criterio que os presentamos del enfoque actual de la EdC en la lucha contra la pobreza en base a la comunión es la relación comunitaria continuada. Es importante subrayar que todos los criterios son, en realidad, un camino y un método a través del cual se intenta luchar contra la pobreza de la manera más eficaz, evitando incurrir en alguna forma de asistencialismo. La posibilidad de instaurar una relación comunitaria y de mantenerla en el tiempo tiene una importancia fundamental a la hora de acompañar eficazmente a una persona en su camino de salida de su condición de vulnerabilidad socioeconómica. Para hacerlo, un solo operador no basta. Hace falta una comunidad, para que siempre haya (al menos) dos puntos de vista distintos sobre su situación.
También la continuidad de la relación en la persona acompañada y la comunidad de la EdC es fundamental.
El dinamismo de la vida es algo común a todos, y la EdC, junto con sus operadores, no es una excepción. Puede ocurrir que un operador de la EdC no consiga ofrecer sus servicios por distintos motivos, o bien que deba cambiar de ciudad, haciendo imposible la continuidad y el acompañamiento de los participantes dentro de la misma comunidad,.
Por eso, cada persona deberá ser conocida al menos por dos operadores, y en caso de que quedar solo uno, deberá iniciarse un proceso para que al menos otro operador pueda conocerla. Esto hará que la relación de cada persona acompañada por la EdC dependa cada vez menos de los individuos, reduciendo así los condicionamientos desde el punto de vista individual y evitando que eventuales cambios de los operadores impliquen el final de la relación con el resto de la comunidad de la EdC y la interrupción del proceso de acompañamiento en el tiempo.
Un aspecto adicional de importancia es que los operadores que se hagan cargo de proyectos individuales concretos de acompañamiento (ya sean miembros de la EdC o de la comunidad local), no deberán ser las mismas personas que desempeñan el papel de acompañamiento espiritual de los aspirantes a participantes. Aunque la existencia de un doble rol en algunos casos pueda facilitar la relación, esta forma de actuar puede tener consecuencias negativas, como la creación de condicionamientos en la relación entre operadores y participantes, y la dificultad de una valoración objetiva por parte del operador.
Como ya se afirmaba en el primer artículo de esta serie, este es el comienzo de un proceso que quiere evolucionar continuamente. Ciertamente, algunos aspectos requerirán aclaraciones posteriores, pero esto solo ocurrirá si realizamos un camino juntos: de ahí la importancia de la participación de todos en este proceso.
Credits foto: Image by Bob Dmyt from Pixabay
*El equipo OPLA está formado por: Francesco Tortorella, Germán Jorge, Maria Helena Fonseca Faller, Tainã Santana.