Debemos encontrar juntos una nueva relación con la tierra. La hemos usado para extraer nuestros recursos sin entender que necesitaba de nuestra reciprocidad. Nosotros fuimos protectores, fuimos predadores. Escuchemos el grito de los cultivadores, cambiemos todos, y rápido, nuestro estilo de vida.
Luigino Bruni
publicado en el Messaggero di Sant'Antonio el 06/03/2024
Las protestas de los agricultores con sus tractores puede hablarnos de muchas cosas, que no siempre están todas señaladas en los debates públicos. Hemos subestimado la dimensión conflictiva de la transición ecológica, incluso con respecto al planeta y a la tierra. Los muchos daños que causamos en el último siglo no desaparecen solos, requieren mucho trabajo, seriedad, compromiso, gastos y a veces crean nuevos conflictos. Se están dejando entrever nuevas “luchas de clase”, no como las de ayer, pero igual de importantes y preocupantes. La tierra siempre estuvo subestimada por la economía y por la política. Desde que la economía moderna, entre los siglos XVII y XVIII, empezó a pensarse como ciencia, no ha considerado jamás que el mundo vegetal o el mundo biológico pudieran ofrecer instrumentos y categorías para pensar las interacciones económicas. Luego, a finales del siglo XIX, la tierra abandonó por completo el panorama, generando un eclipse de la tierra en la ciencia económica que duró hasta hace algunos años, cuando la explosión de la crisis medioambiental mundial le puso fin de forma traumática. Y así dimos vida a una teoría y a una práctica económicas incapaces de ver la tierra con sus exigencias, y la hemos deteriorado.
La distracción general de la economía y de la política respecto a la tierra tiene, por lo tanto, raices antiguas y profundas. La Iglesia católica, sin embargo, había mostrado durante los siglos pasados una gran atención hacia la tierra y hacia los agricultores. Benedicto XIII, Vincenzo Maria Orsini (1649-1730), de Gravina in Puglia, fue llamado “el agricultor de Dios” por su incanzable obra como promotor de los llamados “montes frumentarios”, verdaderos bancos del grano donde la “moneda” era el trigo: se tomaban préstamos en grano, que luego se devolvían en grano. En 1861, sólo en el sur de Italia y en las islas había más de mil "montes frumentarios" (en Cerdeña más de trescientos), fundados primero por frailes capuchinos y luego por varios obispos. Un verdadero patrimonio civil y económico, perdido por las decisiones equivocadas del nuevo gobierno unitario. En aquellos siglos difíciles de la Contrarreforma, la Iglesia supo entender dónde estaban las verdaderas necesidades de la gente del campo, e hizo obras innovadoras.
Hoy sorprende que este reciente conflicto de los campesinos haya surgido entre las necesidades de una tierra herida y de quienes viven de los frutos de esa misma tierra. La relación predadora con la tierra la ha deteriorado y la ha empobrecido. Este empobrecimiento hizo más difícil la vida de los campesinos y agricultores que habían contribuido sólo en una pequeña parte con los daños, debidos fundamentalmente a la industria y al consumo de masas. Pero hoy es justamente a los campesinos que cultivan esta tierra enferma a quienes se les pide que cambien (por propia cuenta) las técnicas de producción, para no seguir empobreciendo la tierra agotada. Y así llegamos a un paradójico conflicto entre las víctimas de ayer y los potenciales verdugos de mañana, los guardianes de la tierra que se sienten acusados de asesinos. Y no lo son. Nosotros los entendemos. Debemos encontrar una nueva relación con la tierra. La hemos usado para extraer nuestros recursos sin entender que necesitaba nuestra reciprocidad. Nosotros fuimos cuidadores, fuimos predadores. Escuchemos el grito de los cultivadores, cambiemos todos, y rápido, nuestro estilo de vida.
Credits foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA