Dios nos perdona «setenta veces siete», pero no puede dar el paso decisivo por nosotros. Puede dar todos los pasos en nuestro lugar menos uno. En este único paso nuestro está el Dios «no barato», el Dios bíblico.
Luigino Bruni
publicado en Il Messaggero di Sant'Antonio el 25/03/2022
Las palabras de los profetas bíblicos son las que mejor explican la frase, que permanece en parte misteriosa, de Dietrich Bonhoeffer: «La gracia es gratuita pero no barata» (El precio de la gracia; el seguimiento). Quien conoce un poco la lógica de los profetas, sabe bien que a estos no les gusta en absoluto el lenguaje económico para expresar la fe. Yo mismo, cuando veo que se aplica el lenguaje económico (mercado, precio) a la fe y a Dios, siempre reacciono con fuerza, porque cada vez estoy más convencido de que el uso del lenguaje económico para explicar la fe ha hecho daño a la religión bíblica, al cristianismo (y a la propia economía). ¿Qué quería decir Bonhoeffer?
Estudiando al profeta Oseas me ha parecido entender mejor esta expresión del gran teólogo y mártir alemán. A Oseas Dios le pide que se case con Gomer, una mujer infiel, adúltera, tal vez prostituta (Oseas cap.1), que siguió prostituyéndose a pesar de la tozuda fidelidad de Oseas (cap. 3). El profeta – como muchos hombres y mujeres – la siguió amando y tal vez perdonando después de cada traición, pero a pesar del amor del marido, Gomer no se curaba de su enfermedad moral. Oseas nos introduce en uno de los misterios más grandes de la vida, el misterio de la reciprocidad.
A la reciprocidad están asociadas las páginas más luminosas de nuestra vida junto a las más oscuras, y se necesitan unas a otras. Nadie disfrutaría de una reciprocidad no libre. Pero es precisamente dentro de esta libertad de la persona querida, necesaria y esencial para cualquier forma de amor, donde se encuentra la tragedia de la reciprocidad, de las familias, de la amistas, de las comunidades. El otro puede usar su libertad para no responder a nuestro amor, porque el otro es siempre más libre que nuestra necesidad y nuestro deseo de reciprocidad. Es necesaria nuestra necesidad de reciprocidad y es necesaria la libertad del otro de no satisfacerla.
Oseas y los profetas nos dicen algo más, que para muchos es escandaloso: Dios goza y sufre con nuestra reciprocidad. Dios se nos parece en todo, en los dolores y en las alegrías. La imagen de Dios impresa en el ser de cada hombre y cada mujer, uno de los mensajes más hermosos y audaces del Génesis, es otro lugar de la «buena fragilidad de Dios»: si nosotros nos parecemos a Dios (y por tanto Dios se parece a nosotros) también se nos parece en la incapacidad de controlar la reciprocidad. De este modo, la Biblia nos muestra un Dios que sufre por el pueblo que lo traiciona, por los hijos que no vuelven a casa. Y debemos mantenerlo en esta condición «necesitada» si no queremos obligar a Dios a coincidir con la idea moral que nos hemos hecho de Él (como hacen todas las ideologías teológicas), y así convertirlo en un dios amable, en un dios «barato».
Cuando Dios se hace tan alto y distante de nosotros como para dejar de parecérsenos, se convierte en un dios banal, que no salva a nadie, ni siquiera a sí mismo. Entonces, para perdonarnos Dios no tiene necesidad de nuestra parte; pero para curarnos sí. Nadie puede curarnos de nuestras enfermedades morales si nosotros no hacemos nuestra parte. Ninguna pareja se salva sin que ambos quieran volver a empezar. El Dios de la Biblia tiene tal respeto por la libertad humana que no obliga ni siquiera a la salvación. Aquí está la débil omnipotencia del Dios de los profetas, que ordena la órbita de las estrellas y los eclipses de la luna, pero no puede curar a una mujer infiel, y permanece impotente frente a nuestra tozuda infidelidad. Nos perdona «setenta veces siete», pero no puede dar por nosotros el paso decisivo. Puede dar todos los pasos en nuestro lugar menos uno. En este único paso está nuestro Dios «no barato». Aquí está el Dios bíblico.